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80.18% The Charm of the Beast / Chapter 89: Catorce. Febril.

Capítulo 89: Catorce. Febril.

No supe cuánto tiempo había pasado, pero tres cosa pasaron al mismo tiempo: el tiempo volvió a correr, el peso causado por la morfina desapareció, y por último me sentí más fuerte.

Podía sentir como recuperaba el control de mi cuerpo poco a poco y eso fue un indicativo de que el tiempo estaba pasando. Lo supe cuando noté que ya era capaz de mover los dedos de las manos y de los pies, pero no lo hice, no me moví.

Al poco tiempo el peso dejo mi cuerpo. Me obligue a seguir inmóvil y a no soltar ni un sonido, solo me quedaba fuerza suficiente como para quedarme ahí inmóvil mientras me quemaban viva.

Mi oído se agudizo más y más, y pude contar los latidos de mi frenético corazón. Intente concentrarme en el péndulo de un reloj.

Continúe sintiéndome más fuerte y mis pensamientos se aclararon. Pude percibir nuevos ruidos, eran pasos ligeros y el aire entrando por una puerta abierta. Los pasos que se acercaban más, y la presión sobre la parte interior de mi muñeca. No pude sentir la frialdad de sus dedos. La quemazón había terminado con cualquier recuerdo que pudiera tener de lo que era el frio.

—¿Algún cambio? —

—Ninguno. —

Sentía una ligera presión sobre mi piel.

—No queda ningún olor a morfina. —

—Ya se. —

—Elina, ¿Puedes oírme? —

Supe que si intentaba decir algo, si intentaba separar los diente, soltaría los gritos que tanto me esforcé en guardar para mí misma. Si abría los ojos, si movía un solo dedo, perdería todo mi auto control.

—¿Elina? ¿Elina, corazón? ¿Puedes abrirlos ojos? ¿Puedes apretarme la mano? —

Sentí una nueva presión en los dedos. Se me hacía duro poder responder a lo que la voz me había pedido así que permanecí paralizada. Me dolía el dolor en su voz, pero sabía que si él sabía todo lo que me estaba doliendo, sufriría más.

—Quizá, Carlisle, quizá haya llegado demasiado tarde. —

Su voz sonada amortiguada y se quebró al llegar a la palabra "Tarde".

—Escucha su corazón, Edward, late con más fuerza que el de Emmett en su momento. Nunca había escuchado nada tan lleno de vida. Ella estará perfectamente bien. —

Agradecía que Carlisle le diera ánimos y le diera la seguridad que tanto necesitaba. El no necesitaba sufrió conmigo.

—¿Y la… la columna? —

—Sus heridas no eran peores que las de Esme, así que la ponzoña la curara igual que a ella. —

—Pero esta tan quieta, ¿Y si hice algo mal? —

—¿Y si hiciste algo bien? hijo has hecho lo mismo que hubiera hecho yo y más. No estoy seguro de que yo hubiera tenido la perseverancia, la fe que ha sido necesaria para salvarla. Deja de reprocharte. Elina va a estar bien. —

—Debe de estar pasando un verdadero tormento. —dijo con un susurro quebrado.

—Eso no lo sabemos. Ha tenido una gran cantidad de morfina en su sistema y no conocemos que efecto habrá causado en su transformación. —

Sentí como me acariciaban la mejilla y luego me susurraban al oído.

—Elina, te amo. Corazón, lo siento. —

Mientras continuaban hablando, el fuego de mi interior continúo rodeándome. Pero ahora ya podía sentir mi cabeza y podía pensar con más claridad.  Ahora podía pensar y reflexionar, pero por otro lado también podía preocuparme.

¿Dónde estaban <Mis angelitos>? ¿Por qué no estaban a mi lado? ¿Por qué no los mencionaban?

—No, yo me quedare a su lado. —susurro Edward, contestando una pregunta que no habían dicho. —Ya podrán arreglárselas solos. —

—Una situación interesante. —dijo Carlisle. —Y yo pensando que ya lo había visto todo. —

—Me ocupare de eso más tarde. Nos ocuparemos. —

Algo apretó mi mano con suavidad.

—Estoy seguro de que entre los cinco podemos evitar que eso sea un baño de  sangre. —

Edward suspiro.

—No sé de qué lado ponerme. Me dan ganas de golpearlos a los dos. Bueno, de eso nos ocuparemos más tarde. —

—Me pregunto qué pensará Elina de esto… de qué lado estará. —dijo Carlisle.

Se oyó una risita contenida.

—Estoy seguro de que va a sorprenderme. Siempre lo hace. —

Los pasos de Carlisle se alejaron y me sentí frustrada y confundida, ya que no se explicaron bien.

Volví a contar el paso del tiempo con las respiraciones que soltaba Edward.

Diez mil novecientas cuarenta y tres respiraciones más tarde, unos pasos suaves y rítmicos se acercaron a la habitación.

—¿Cuánto falta? —pregunto Edward.

—No debe de faltar mucho. —contesto Alice. —¿Ves cómo tiene la piel más pálida? Ya la veo mucho mejor. —

—¿Todavía sientes un poco de amargura? —

—Sí, y gracias por recordármelo. —gruñó. —Tú también deberías sentirte humillado, si te dieras cuenta de que estás aferrado por tu propia naturaleza. Veo mejor a los vampiros porque yo soy una, también veo bien a los humanos porque fui una. Pero no puedo con esas razas mestizas porque no son nada que yo haya experimentado. ¡Ash! —

—Concéntrate, Alice. —

—Está bien. Elina se ve ahora casi bien. —

Hubo un largo silencio y después Edward suspiró. Se escuchaba más feliz.

—Parece verdad que ella va a recuperarse. —

—Claro que sí. —

—No eras tan optimista hace dos días. —

—No podía ver bien hace dos días. Pero ahora que ella está libre de todos los puntos ciegos se ve mucho mejor. —

—¿Podrías concentrarte un poco por mí? Sobre el tiempo... Dame una estimación, por favor. —

Alice suspiró.

—Qué impaciente. Está bien. Dame un segundo... —

—Gracias, Alice. —dijo más alegre.

¿Cuánto tiempo quedaba? ¿Cuántos segundos más seguiría quemándome? ¿Diez mil? ¿Veinte? ¿Otro día más, ochenta y seis mil cuatrocientos? ¿Cuánto más faltaba?

—Su belleza será más deslumbrante. —

—No creo que pueda ser más hermosa de lo que ya es. —

Alice resopló.

—Ya sabes lo que quiero decir. Mírala. —

Escuché el aire agitarse debido a la salida de Alice. Distinguí claramente el sonido de la tela cuando se movió. Oía también con claridad el silencioso zumbido de la luz que colgaba del techo. Podía percibirlo todo.

En el piso inferior alguien estaba viendo un partido de béisbol. Los Mariners ganaban por dos carreras.

—Nuestro turno. —oí que le decía Rosalie con voz brusca a alguien y recibió un bajo gruñido en respuesta.

—Oye, tú. —advirtió Emmett.

Alguien siseó.

Escuché a ver si podía distinguir algo más, pero no se percibía nada más que el partido. El béisbol no era lo suficientemente interesante para distraerme del dolor, así que volví a quedarme pendiente de las respiraciones de Edward, contando los segundos.

Veintiún mil novecientos diecisiete segundos y medio más tarde, el dolor pareció disminuir en las puntas de los dedos de los pies y de las manos. Pero algo que no esperaba paso: el fuego de mi garganta ya no era igual que antes, porque ahora también me hacía estar muerta de sed. Tan sedienta... Ardiendo por culpa del fuego y también ahora por la sed...

Y otra mala noticia: el fuego de mi corazón ardió con más fuerza.

Los latidos de mi corazón eran demasiados rápidos. El fuego que me carcomía hacía que mi corazón estuviera frenético.

—Carlisle. —llamó Edward.

Su voz sonaba baja, pero muy clara, supe que Carlisle podría oírla.

El fuego se fue de las palmas de mis manos, dejándolas libres de dolor y frescas, pero se colocó en mi corazón, que ardía con tanta fuerza y latía a una furiosa velocidad.

Carlisle entró en la habitación con Alice a su lado. Sus pasos sonaban tan distintos, que incluso podía decir que el que iba a la derecha era Carlisle y un paso por delante de Alice.

—Escuchen. —pidió Edward.

El sonido más fuerte que se oía en la habitación era el de mi corazón desenfrenado.

—Ya casi termina. —dijo Carlisle.

El alivio que sentí ante sus palabras fue superado por el dolor insoportable de mi corazón.

Tenía las muñecas libres, y también los tobillos. El fuego casi se había extinguido por completo.

—Muy pronto. —dijo Alice con impaciencia. —Traeré a los otros. ¿Debo hacer que Rosalie...? —

—Sí... Es preferible que mantenga a los bebés alejados. —

—<{¿Qué? No. ¡No! ¿Qué quiere decir con eso de mantener a los bebés apartados? ¿En qué estaban pensando?}> —pensé. 

Se me retorcieron los dedos, porque la irritación irrumpió a través de mi calmada fachada. La habitación quedó en completo silencio mientras todos dejaban de respirar un segundo en respuesta.

Una mano apretó mis dedos.

—¿Elina? ¿Elina, corazón? —

¿Podría contestarle sin gritar? Lo consideré durante un momento y entonces el fuego desgarró mi pecho llenándolo de más calor. Era mejor no arriesgarse.

—Haré que suban ya. —dijo Alice urgencia.

Mi corazón despegó batiendo como las alas de un colibrí, parecía que se abriría camino a través de mis costillas. El incendio brilló en el centro de mi pecho, absorbiendo los restos de llamas del resto de mí. El tormento fue lo bastante intenso como para aturdirme. La espalda se me arqueó, doblándome como si el fuego me estuviera alzando desde el corazón.

No dejé que ninguna otra parte de mi cuerpo se moviera hasta que mi torso cayo contra la mesa.

Se inició una batalla en mi interior: mi corazón que se aceleraba contra el fuego que lo atacaba y ambos iban perdiendo. El fuego se fue controlado y mi corazón daba su último latido.

El fuego se encogió, concentrándose en aquel órgano que era lo último humano que quedaba en mí, con una oleada final insoportable. Esa llamarada fue contestada por un profundo golpe sordo, que sonó como a hueco. Mi corazón tartamudeó un par de veces y después latió sólo una vez más.

Y ya no hubo ningún otro sonido. Ni una respiración, ni siquiera la mía.

Durante un momento, lo único que pude comprender fue la ausencia de dolor.

Entonces abrí los ojos y miré maravillada hacia arriba.

 


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