Capítulo 1: Capítulo 01: El Filo de la Obsesión (Índice 1)
El aire estaba impregnado del fuerte olor a productos químicos y metal caliente, un hedor tan familiar que el doctor Verne apenas lo notaba ya. Su laboratorio, un lugar de oscuras paredes de acero y tubos de ensayo diseminados, había sido su hogar y prisión durante más de dos décadas. Fuera, el mundo había cambiado, pero él apenas era consciente de eso. Su mundo era esta sala, y cada superficie era una extensión de su obsesión.
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Verne, ahora un hombre en sus cincuenta, tenía el aspecto de alguien que había pasado más tiempo con fórmulas y algoritmos que con seres humanos. Su cuerpo era una mezcla de carne y metal; debajo de su bata blanca se podían ver las placas metálicas incrustadas en sus brazos y el brillo de cables asomando en su cuello. Él mismo era su experimento más audaz. Nadie más en el mundo, ni siquiera su círculo reducido de colaboradores a los que ya había perdido el contacto, tenía idea de las modificaciones que había realizado en su propio cuerpo.
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Moviendo su brazo derecho "uno de los primeros que él mismo había modificado" , ajustó una tuerca en un pequeño dispositivo de inyección genética que había estado perfeccionando durante años. Con este aparato, esperaba lograr lo que ningún otro científico había conseguido: crear un ser humano capaz de integrar características de otros seres vivos en su genética. El impulso de su investigación nació de una simple pregunta, una duda que lo había perseguido desde joven: "¿Pueden los humanos obtener los genes de otros seres?"
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Durante décadas, esa pregunta lo había llevado a cruzar líneas éticas que había jurado no cruzar jamás. Primero fue con animales, después humanos. Sujetos experimentales que habían llegado a su laboratorio sin voluntad propia. Él justificaba sus actos repitiéndose que todo era en nombre de la ciencia, un sacrificio necesario para el avance de la humanidad. Y cuando ya no pudo contar con más sujetos, su cuerpo se convirtió en el último terreno de experimentación.
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Había inyectado sus propias células con genes de guepardo, con el sueño de alcanzar una velocidad sobrehumana. También había injertado músculos adaptados de bueyes para ganar fuerza. Pero cada paso lo acercaba más al abismo. Su cuerpo reaccionaba de formas impredecibles, con ataques de dolor que lo dejaban paralizado, espasmos que amenazaban con destruir sus implantes. Sin embargo, para él, ese dolor no era más que un pequeño precio. Estaba a solo una semana de completar su objetivo, o al menos eso creía.
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Esa noche, bajo la mortecina luz del laboratorio, el doctor Verne revisó una vez más los parámetros en la pantalla de su computadora, confirmando que todos los componentes estaban en orden. Sabía que una mínima variación podía ser catastrófica, pero el agotamiento lo consumía. Sus ojos inyectados en sangre eran prueba de las incontables noches sin dormir. Y entonces, sucedió. Un pequeño parpadeo en el monitor, apenas perceptible, pero lo suficientemente perturbador como para detenerlo en seco.
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Un sonido agudo e irregular comenzó a escucharse desde el generador de energía principal. Verne frunció el ceño y se acercó para inspeccionarlo. El dispositivo, una obra maestra de su propia invención, había sido diseñado para manejar volúmenes masivos de energía sin colapsar, pero esa noche parecía sobrecargado. Las luces parpadearon, y el latido del generador se aceleró como si tuviera vida propia.
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Sintió una punzada en el pecho, un temor que hacía mucho tiempo no experimentaba. Este laboratorio era su vida; cada centímetro de ese espacio estaba lleno de los secretos y descubrimientos a los que había dedicado todo. Y ahora, una falla, un simple desperfecto, amenazaba con destruirlo todo. Trató de calmarse, de pensar en una solución, pero el generador comenzó a vibrar de manera tan violenta que toda la estructura del laboratorio parecía temblar.
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Sin perder tiempo, corrió hacia el panel de control para activar el sistema de emergencia, pero sus manos temblaban y no lograba recordar la secuencia exacta. La fatiga, el estrés y la ansiedad nublaban su mente. Gotas de sudor caían de su frente, mientras el ruido ensordecedor del generador lo envolvía. Había pasado tanto tiempo dedicado a su obsesión que ahora, frente a la posibilidad de perderlo todo, la desesperación empezaba a invadirlo.
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Sin embargo, había algo que lo aterraba más que la posibilidad de morir en ese lugar. Lo que le quitaba el aliento era la idea de que sus descubrimientos, sus notas y todos los datos acumulados en esos años pudieran desaparecer sin dejar rastro. Su trabajo era su legado, la única prueba de su existencia en el mundo.
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Respiró hondo y decidió actuar. Dirigiéndose al generador, se preparó para intentar una desconexión manual, aunque sabía que eso podría ser peligroso. Ajustó los componentes mecánicos de su brazo derecho, preparándolo para resistir el calor que seguramente emanaría del aparato. Calculaba que tenía escasos minutos antes de que el generador sobrecargado causara una reacción en cadena que lo destruiría todo.
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Mientras avanzaba hacia el generador, se encontró recordando las veces que había justificado su soledad, su aislamiento y sus crueldades en nombre de su "gran misión". Sin embargo, ahora que la culminación de su trabajo estaba a punto de escapársele de las manos, un pensamiento diferente comenzó a cruzarle la mente: ¿había valido la pena?. No, se aseguró a si mismo que esto era por un bien mayor y en son del desarrollo de la ciencia.
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Verne alcanzó el generador y, sin pensarlo más, introdujo sus manos, envueltas en placas metálicas, en el panel de control caliente. La descarga de calor recorrió sus implantes, y por un momento el dolor fue casi insoportable. Apretando los dientes, intentó girar la palanca de emergencia que debería cortar el flujo de energía. Pero, para su horror, la palanca no cedía. Algo había bloqueado el mecanismo, probablemente una falla en los conductos de presión, y el generador seguía vibrando más intensamente.
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Cuando su visión comenzó a nublarse, y el sudor se mezclaba con lágrimas de frustración, Verne comprendió que tal vez estaba a punto de perder la lucha contra su propia creación.
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