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Las buenas nuevas

Hay que ser muy imbécil para joderle la vida a dos personas al mismo tiempo; pero tienes que haber llegado al nivel ninja como para que una de esas personas seas tú mismo.

Por eso es que soy un cabrón. Uno de los buenos.

Me merezco todo lo que me está pasando.

La mujer que me hizo sentirme completo, incluso aunque solo fui capaz de mantenerla feliz durante menos de un mes, se me escapó de las manos como si fuese agua.

Aunque... tengo que ser lo suficientemente maduro como para aceptar que, realmente, nunca la tuve.

Ella se aseguró de que así fuera.

Supongo que muy en el fondo siempre supo que yo no valía la pena.

Lo peor de todo es que le demostré que estaba en lo cierto cuando decidí que era demasiado cobarde como para aceptar una relación... y me alejé. Al día siguiente, después de pasar la peor noche de toda mi vida, me di cuenta que no iba a ser capaz de vivir sin ella, y por eso me engañé a mi mismo diciéndome que estaría bien si la mantenía solo como una amiga en mi vida.

Si.

Soy un idiota.

Pensando en que merecía disfrutar de mi juventud sin ningún tipo de ataduras: la cagué.

Alejé a la única mujer que alguna vez podría haberme hecho realmente feliz. A la que solo le bastó una hora de conversación para conquistarme, y ni siquiera estábamos en una cita.

A veces me pregunto si fue aquella noche cuando me enamoré de ella. O si fue desde antes, desde la primera vez que me dirigió la palabra y sentí toda la fuerza de su presencia, de su personalidad.

Cuando no duele tanto su ausencia, me permito incluso recordar cómo se sentían sus dedos entrelazados con los míos. Cómo se sentían sus abrazos. Lo bonita que se veía al sonreír… incluso lo bonita que se veía estando concentrada. Pero la verdad es que no puedo soportarlo por mucho tiempo. Después de los primeros recuerdos empieza a pesar demasiado el vacío y no soy capaz de seguir pensando en ella sin romper algo.

Y ya no queda más nada que pueda romper.

Dios sabe que traté de recuperarla, pero fue demasiado tarde cuando me di cuenta que la necesitaba en mi vida. Como la gran mujer que es, ya había seguido adelante. Ya me había superado. Ya había entendido que yo no era para ella.

Y no la culpo.

Mientras ella había llegado como un huracán a mi vida, yo solo había sido una brisa de verano en la suya. Y los dos lo sabíamos.

Ella es una de esas mujeres que sabe que merece más que un simple niño bonito. Es una por las que vale la pena dejar colgadas las botas de caza para quedarse retozando en el sofá de la sala viendo películas y tomando chocolate caliente. De esas que ya no se encuentran, de las que pertenecen a la edición limitada y exclusiva. De las pocas creaciones perfectas de la naturaleza que solo un idiota dejaría escapar.

Un idiota como yo.

—¿Qué haces? — pregunta mi mejor amigo irrumpiendo en mi oficina y trayéndome de vuelta a la realidad.

Ni siquiera le pregunto cómo hizo para entrar a mi duplex sin tener las llaves. Adam podría entrar en un banco y solo se darían cuenta que estuvo allí cuando se encontraran con la bóveda vacía.

Me encojo de hombros ante su pregunta, fingiéndome despreocupado por la vida en general, mientras muevo distraídamente el dedo a través de la pantalla de la tableta, como si estuviera buscando algo en específico.

—¿Ya me dirás por qué decidiste cancelar el boleto para Boston? — espeta él, lanzándose sobre mi sofá.

Teníamos planeado un viaje a Boston desde hace dos meses. Estuvimos de acuerdo en viajar fuera del país para las vacaciones de navidad luego de cerrar con broche de oro el arduo trabajo que tuvimos durante los últimos meses tratando de sellar el contrato con Asia Enterprises.

Él merecía un descanso de todo el estrés de la oficina, además de una buena celebración, y yo necesitaba largarme de Brickell Bay antes de que me consumieran aún más los recuerdos. Sin embargo, como el perfecto idiota que soy, cambié de planes a último minuto después de recibir una noticia que me sacó de mis casillas y me ancló irremediablemente a Miami.

—No empieces con la inquisición, Adam. — le pido, sin despegar la mirada de la pantalla — No estoy de humor.

—Nunca estás de humor, eso no es nada nuevo — dice riéndose. Lanza un almohadón hacia mi escritorio para atraer mi atención, pero ni siquiera me doy la vuelta para verlo. — ¿Qué es lo que buscas con tanta concentración?

—Tal vez solo estoy ignorándote— digo, sonriendo.

Él se ríe, negando con la cabeza. Se queda en silencio un rato, antes de comenzar a reírse de nuevo.

—¿Tu cambio de parecer tiene algo que ver con que cierta mujer haya vuelto al país?

Sus palabras son como un balde de agua fría que me deja temblando por la sorpresa y la rabia.

—Uy, he metido el dedo en la llaga.

Siento tantas ganas de golpearlo que tengo que cerrar los ojos y contar desde cien hacia abajo para poder relajarme.

—Ya sabía yo — siento cómo se mueve hasta detenerse detrás de mi silla. Me da la vuelta bruscamente hasta que tiene mi rostro frente al suyo — ¿Qué mierda estás haciendo aquí sentado, entonces? ¿Por qué no has ido a buscarla?

—Cierra la boca — digo a través de mis dientes apretados.

—Mueve ese jodido culo y ve a buscarla para que decidas de una vez que vas a hacer con tu vida. Me tiene arto tu miseria y quiero a mi hermano de vuelta — escupe con dureza en toda mi cara, haciéndome abrir los ojos de golpe. — Si piensas por un segundo que voy a permitir que sigas siendo este manojo de porquería en el que te has convertido, estás muy equivocado. Más te vale que te levantes y hagas algo si no quieres verme realmente cabreado, Michael.

—No puedo ir a verla.

—¡Entonces vámonos a Boston!

Dejo escapar un gruñido, porque ya sé que tiene razón. Debería estar haciendo las maletas y reservando una habitación del hotel. Sin embargo, la única respuesta que puedo darle es: —No me puedo ir, Adam.

Adam suspira y se frota el rostro con ambas manos.

—Entonces haz que valga la pena el hecho de que me estés arruinando las vacaciones. Ve a encararla de una vez. Dile que estás jodidamente enamorado de ella como el propio obsesionado y estúpido que eres y atrévete a afrontar la realidad de lo que puede ser una derrota que te permita seguir con tu vida. O al menos encontrar el final de tu suplicio. Pero por el amor a todo lo humano, ¡has jodidamente algo! ¡Estás acabando con mi paciencia!

Dejo escapar una carcajada cuando abro los ojos y lo veo tirándose del cabello.

—Me vas a dejar jodidamente calvo, Michael.

—Lo siento — digo, sonriendo. — Y gracias.

—Si, si. Como sea. Lárgate de una vez — dice moviendo las manos en el aire.

Me pongo de pie y estiro una mano para palmear su mejilla.

—Cabrón — dice, empujándome la mano lejos y golpeándome en el estómago. Le doy otra cachetada antes de moverme rápido para evitar que me golpee y me pierdo por las escaleras hacia mi habitación, pensando en lo jodido que estoy y en el error que estoy a punto de cometer.


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