Descargar la aplicación
48.07% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 25: ENJAULADOS

Capítulo 25: ENJAULADOS

A Beau no le sorprendió despertar en prisión luego de haber sido… ¿secuestrado?

Una gotera del techo se ubicaba sobre su frente, gotas lo salpicaban cada pocos segundos, ni siquiera en su estancia en Forks había pasado por una gotera como esta, la casa de Charlie se mantenía bastante bien.

Charlie.

El mencionar su nombre de nuevo, lo devolvió a sus memorias humanas. A esos momentos desperdiciados en los que él pudo haber abrazado a su padre, la última vez que lo había visto en carne y hueso fue en el funeral. Y ni siquiera se había puesto a pensar en su madre. La promesa personal que se había hecho de ir a verlos entre las sombras la había dejado de lado hace mucho. «¿Cómo la estarán pasando ambos en estos momentos?» Se preguntó Beau.

Su madre tenía a alguien que la quisiera, que le recordaba noche tras noche lo valiosa que era su vida. Pero su padre…seguro Billy iba a visitarlo tanto como pudiera, pero la verdad Charlie era tan reservado que la simple idea de verlo cediendo a sus emociones, le costaba a Beau. Era más probable que Forks se convirtiera en un desierto a que su padre hablara de sentimientos.

El chico pudo notarlo en el funeral, que no dijo ni una sola palabra hasta que estuvo completamente solo.

Beau no se había puesto a pensar en su familia humana teniendo tantos problemas en la cabeza. Lo cual le hizo preguntarse si quizá los Vulturis no estarían considerando meterse con la vida privada de él. Secuestrar a Charlie era descabellado, pero los Vulturis también podían jugar sucio.

En cuanto Beau pensó en ello, todo lo trajo de vuelta al presente. Trató de mover sus manos, pero estas estaban encadenadas con unos grilletes, lo cual Beau no lo vio como un problema hasta que notó que era imposible zafarse de ellas.

Algo del agua cayó en su boca y él la escupió. Esperaba que fuera solo agua. Lo que fuera sabía asqueroso, se preguntó si el horrible sabor se debía a que ahora él era un vampiro. Parpadeó varias veces, intentando acostumbrar sus ojos a su alrededor oscuro, ni siquiera su visión de vampiro funcionaba en aquella estancia. Estaba encerrado por una pared curvada, sin ventanas, con un portón de metal que llevaba a más oscuridad y un agujero en su lado más lejano; podría ser una antigua ruta de escape o una letrina. Por el olor, Beau sospechaba que era ambos.

—Es oficial —declaró a nadie en particular—. Son las peores vacaciones de mi vida. Si es que en algún punto lo fueron.

Miró hacia arriba. No había mucha luz de luna, pero había un leve brillo colándose por una reja circular. El lugar lucía como el fondo de una cisterna, quizá, o un pozo; no es que hubiera mucha diferencia. Un hueco, una celda, el fondo de un pozo. Seguía siendo una prisión. Sus manos estaban encadenadas a la pared sobre su cabeza y estaba sentado en una cama de heno que lucía como si ya hubiera pasado por el caballo. El suelo por debajo de él era roca cortada, por lo que probablemente seguía en la villa en alguna parte. Beau soltó un bufido. Realmente le hacían falta unas verdaderas vacaciones.

Esperaba que Edward y los demás solo estuvieran tirados en el suelo, desmayados pero a salvo. Que no hubieran sido raptados al igual que él, es decir, Beau fue el único al que dejaron en pie por lo que no sonaba tan descabellada la idea.

Una silueta apareció del otro lado del portón. El metal tintineó y una bisagra chilló cuando el portón se abrió.

—No te preocupes —dijo alguien—. La sangre de hada no te matará.

—«Porque yo lo haré» —entonó Beau. El hada parpadeó en su dirección—. ¿Eso ibas a decir, no? —preguntó. Cerró sus ojos. Evitando las pesadillas que lo atacaban.

—Nadie más que yo sabe que no importa que tan cuidadoso sea con la porción que te dé —dijo el hada—. Eres inmune a la sangre de las hadas. Además, te quiero en tus cinco sentidos cuando completes la misión.

No sonaba bien. Cuando Beau abrió los ojos, el hada estaba de pie frente a él. Vestía de blanco nieve con bordados plateados en el cuello y puños. De su capucha se asomaba un mechón rojizo, tan exquisito como el color verde de sus ojos.

—¿Mi misión? —Preguntó Beau—. Siempre he sabido que tengo una en la vida. Pero dudo mucho que ésta tenga algo que ver con ayudar a los amiguitos de Campanita, no soy Peter Pan, amigo.

—No —dijo el hada—. No trates de hacerte el gracioso conmigo porque no lograrás nada. Si estás aquí es solo porque debes cumplir un objetivo. El rey Oberón te necesita vivo para probar sus experimentos. Lo más seguro es que quiera dejar libres a tus amigos en un par de días, semanas a la mucho. Pero tú, la estrige, te convertirás en su conejillo de indias.

—Conejillo de indias es el mejor apodo que he recibido hasta la fecha —murmuró Beau.

—Todos ustedes deberán ser leales a la corona. —La voz del hada estaba siendo estricta—. Será el único modo en que los deje hablar. Si no quieren perder la cabeza.

—¿Qué es esto? Disneyland? ¿O alguna especie de Alicia en el País de las Maravillas remasterizada? —preguntó Beau.

El hada chasqueó los dedos y varios hombres, hadas, entraron en la celda. Todos llevaban puestas unas armaduras blancas.

—Llévalo al pantano, Gerrit —dijo el hada.

—No, no me lleves al pantano, Gerrit —sugirió Beau—. Odio la palabra «pantano». Suena ominoso y mugriento. Y bueno, ¡hola, Gerrit, el soldadito del pueblo de las hadas!

Gerrit, el soldadito del pueblo de las hadas, lanzó a Beau una mirada irritada. Era flaco como una rama, tenía el cabello rosa echado hacia atrás de una forma que acentuaba su puntiaguda barbilla y el mechón de una barba, así como sus aires de querer ser una autoridad. Soltó los grilletes de metal alrededor de las manos de Beau con fuerza inusitada, así fue como se dio cuenta de que estaban encantadas. Beau se deslizó hasta el suelo sin el soporte de las cadenas. Incluso Gerrit parecía una amenaza para Beau en ese momento. Se esforzó para alzarse derecho pero era todo lo que pudo hacer. Se sentía extraño e indefenso, completamente despojado de su ser.

El hada al mando no se había arriesgado con su sangre. Claramente quería que Beau no tuviera oportunidad en la corte.

—Una cosa más —dijo el hada, sonaba como si estuviera sonriendo.

Se acercó a Beau.

—Mi nombre es Silas y te prometo que no voy a despegar ni un ojo de ti. Incluso mientras duerma. Voy a vigilarte en mis sueños. —Le sonrió—. Por lo mientras, podrás reencontrarte con tu clan. Seguramente ya han de estar extrañándote, dudo mucho que alguno de ellos haya parado de pedir información sobre tu paradero.

Beau podía enfrentar cualquier cosa si su familia estaba a salvo, de eso no había duda. Pero hubo una oscura explosión en la mente de Beau, un grito aullante de agonía. Una rabia que extrañamente se permitía sentir. Una rabia que provenía de la estrige interior. Arremetió contra Silas. Gerrit y los otros soldados le sostuvieron los brazos, reteniéndolo mientras forcejeaba. La fuerza del neonato era tal, que prefirieron no atacarlo.

Silas dio una palmada a la cara de Beau, un gesto lo suficientemente fuerte para ser una bofetada.

—Espero que le hayas dado una despedida apropiada a tu prometido, Beau Swan —murmuró él—. Hay cosas que ni tú mismo podrás controlar.

Beau quizá rebatir contra Silas, pero Gerrit y sus compañeros jalaron de él en ese momento. Dejándolo con toda esa furia carcomiéndolo por dentro; el chico tenía tantas ganas de soltarle un golpe a Silas y a cuantas más hadas pudiera, pero debía calmarse si no quería cometer actos de los que después se arrepintiera.

Ni las hadas ni Beau hablaron mientras era conducido por los pasillos, con los seres mágicos que se cruzaban murmurando y mirándolos fijamente. Los pasillos rápidamente dieron paso a corredores cada vez más húmedos y fríos que descendían empinados. Mientras la luz disminuía, Beau captó un vistazo de la expresión de frustración y amargura en el rostro de Gerrit; luego las sombras se cerraron y solo pudo ver formas en movimiento bajo la débil iluminación de antorchas de ramas verdes que colgaban de vez en cuando de los muros.

—Es casi una pena —dijo Gerrit, rompiendo el silencio mientras entraban en un corredor largo y sinuoso que conducía a una oscura abertura en una pared distante. Beau distinguió el destello de los uniformes de los guardias incluso en la oscuridad—. Dejar ir a este grupito de vampiros antes de que puedan contemplar la destrucción de los hijos de la luna.

—Tonterías —replicó su compañero, cortante—. La estrige se volverá peligrosa. Los otros podrían crear a otro como él, no es seguro dejarlos libres. Convenceré al rey de no dejarlos ir. Y quizá hasta nos permita blandir la guadaña que acabe con ellos.

Beau nuevamente quiso rebatir, pero sucedieron dos cosas a la vez. Uno: habían llegado al pantano, y eso lo supo Beau en cuanto, dos: escuchó las blasfemias que salían de la boca de Julie, pidiendo respuestas sobre el paradero de su amigo, ninguno de los guardias tenía la intención de contestarle a la chica.

Cuando estuvieron más cerca, Beau notó una entrada tallada en una gruesa pared de piedra. Los guardias de ambos lados parecieron intrigados.

—¿Otro prisionero? —preguntó el de la izquierda, que estaba sentado sobre un enorme baúl de madera.

—¿De qué hablas? Es el cautivo del rey —contestó Gerrit con voz seca—. La estrige.

—Para la gran fiesta —dijo el otro guardia, y rió—. Claro que no estarán mucho aquí.

Gerrit puso los ojos en blanco e hizo avanzar a Beau con un leve pinchazo de su arma en la espalda, la sombra de Julie era distinguible desde su posición, incluso a falta de luz, logró ver la sonrisa que se dibujó en la cara de su amiga.

—¡Es él! —exclamó una voz que no era la de Julie, y Beau dio un respingo cuando se hizo la luz alrededor. Se preguntó de dónde es que había salido tal, pero fue resuelto en cuanto vio a uno de los soldados con una extraña lámpara; bajo esa nueva iluminación, pudo ver que había dos personas dentro con Julie, mirándolos a través de las ramas, logró percatarse de que eran Leah y Seth, los tres en su forma humana.

—¿Todos están aquí? —dijo Beau con una sonrisa.

—¿Beau? ¿Eres tú? —Lo llamó otra persona, una voz femenina, era Erictho, por alguna razón cargada de sorpresa y alivio.

La luz del soldado apuntó en otra dirección, y Beau pudo ver claramente a los ocupantes de la otra celda. Se alegró al ver otras caras a las que si podía reconocer.

—Eleanor y Royal, gracias a Dios ustedes también están aquí —suspiró Beau y luego quiso preguntar por Edward…

Pero Gerrit le dio otro pinchazo al chico, a pesar de que no le dolió, tuvo que entrar en un amplio lugar con muros de piedra sin pulir. De ellas colgaban ramas, que caían como cintas para enredarse en el suelo de tierra prensada, rodeando el agua cenagosa y estancada. Las ramas estaban trenzadas para formar algo parecido a jaulas; Beau se dio cuenta de que eran celdas, cuyos barrotes eran ramas espinosas duras como hierro flexible encantadas con magia de hadas.

Al menos esas espinas clavándosele en la piel no le causarían dolor.

Gerrit soltó una risa desagradable al escuchar el palabrerío de Julie.

—Destruyan todo lo que quieran —dijo con su intento de voz de mando—. Aquí no encontrarán ni salida ni piedad.

El compañero de Gerrit hizo algunos movimientos con sus manos para poder despojar a Beau de las cadenas que apretaban sus muñecas. Beau miró a su alrededor con pánico; nada podría asegurarle que su prometido estaba a salvo en estas tierras.

Empujaron a Beau, furioso, dentro de una celda por un espacio entre las ramas. Por suerte, Edward apareció al fondo de la jaula, corrió hacia Beau para abrazarlo con toda la fuerza posible, lo besó varias veces tanto en las mejillas como en la nuca. Beau se había temido que los separaran y que se le fuera la cabeza si se quedaba solo.

—¡Oh, gracias al cielo que estás aquí! —Exclamó Edward—. Quiero decir, no que estés aquí, en prisión, eso es malo, pero... —Alzó las manos—. Me alegro mucho de verte, amor.

Beau rió sin hacer mucho ruido.

—Sé lo que quieres decir. Yo también me alegro de verte. —Tenía la cara manchada y sucia. Edward vio que estaba con más fuerza que antes; la sucia chaqueta le colgaba de los hombros y los ojos le ardían en la oscuridad.

—¿Dónde te tenían metido? —Preguntó, pasando de los cariños—. Por un segundo creí que te habían llevado con su rey.

—Estaba encerrado en una especie de celda mágica —contestó Beau.

Edward inclinó la cabeza.

—Por favor, no me digas que te hicieron algo.

—Tranquilo, estoy bien. Había algo cayendo del techo pero dudo mucho que me haga daño.

Edward se volvió para mirar con odio a los soldados mientras Gerrit golpeaba la celda con la punta de la espada; las ramas que se habían separado, rápidamente se deslizaron y se retorcieron, cerrando cualquier posible salida.

Gerrit sonreía con desprecio. La expresión de triunfo de su cara hizo que a Beau se le metieran unas ganas intensas de soltarle un puñetazo.

—Estúpidos chupasangres vegetarianos —ronroneó—. ¿De qué les sirve ahora su «fuerza sobrehumana»?

—¿Disculpa? —Señaló Julie—. Podré ser todo lo que tú quieras, pero un chupasangres jamás —miró por unos segundos a los demás—. Sin ofender.

Gerrit se iba a acercar con furia hacia donde Julie, pero sus compañeros lo detuvieron.

—Vamos, hermano —dijo otro de ellos, aunque sonreía indulgente—. El rey nos espera.

Gerrit escupió en la tierra antes de seguir a su hermano. Sus pasos se apagaron en la distancia y quedó la oscuridad y el silencio, un silencio frío y aplastante. Solo una iluminación muy tenue procedía de antorchas colgadas en lo más alto de los árboles y el poco reflejo que se veía en las aguas.

—¡Váyanse al infierno! —gritó Julie.

Royal corrió alrededor de su jaula como si estuviera en llamas. Intentó romper las ramas para liberarse, pero fue inútil, estaban llenas de magia de hada. Gritó a los soldados que rompieran la barrera, pero solo lo miraron con la misma impasibilidad perfecta.

Y finalmente, se volvió hacia Erictho.

—¡Haz algo! —gritó.

—No te preocupes, Royal. Conozco un hechizo que puede romper las jaulas más poderosas. —Erictho agitó las manos por un segundo, luego se detuvo y se encogió de hombros—. Ah sí, lo olvidaba. Podría habernos sacado de aquí, pero perdí mis poderes porque alguien me obligó a tomar una extraña bebida que resultó ser una trampa.

—Te odio —susurró Royal.

—Debería de agregar, que Royal es el nombre más egocéntrico y tonto que he escuchado —dijo Erictho.

—¿De verdad eres alguien para hablar? —Preguntó Royal—. Tu nombre suena a eructo.

—Puede que tengas razón —dijo Erictho—. Pero que no se te olvide que puedo hacer hablar a los muertos; soy bruja de las tierras de Tesalia, un lugar difícil para ser un brujo…

—¡Todos los lugares son difíciles cuando eres un brujo! —apuntó Royal.

—¡Ambos pueden cerrar la boca ya! —gritó Leah, que hasta ahora no había dicho nada—. No van a lograr nada así.

Beau se dejó caer al suelo, en el centro de la celda, apartándose de las espinas que la rodeaban.

—Dios mío —susurró Edward—. ¿Qué vamos a hacer?

Él se puso de rodillas. Beau vio que él estaba cargando con todo esto sobre sus hombros. Como si estuviera obligado a buscar la respuesta por sí solo, cuando no era así, pues lo tenía a él.

—Estamos aquí por mí —contestó Beau—. Yo haré que salgamos.

Edward abrió la boca para protestar, pero no le salieron las palabras; lo que había dicho se acercaba mucho a la verdad. Sin embargo, hacerlo responsable de todo esto era estúpido, pues Beau no estaría metido en todo este embrollo si los Vulturis no hubieran hecho de las suyas. De haber sabido que las cosas saldrían así, no se hubiera arriesgado a ir a Volterra. Por primera vez, sintió algo parecido a un auténtico dolor por todo lo que en su momento le habían arrebatado, como si el Beau que tenía delante no fuera del todo bueno, como si su Beau fuera a ser arrebatado de sus manos para siempre.

—No debes hacerte responsable del todo —le dijo Edward.

—¿Crees que quiero que todos ustedes mueran aquí? —replicó Beau—. Aún tengo instinto de conservación, Edward, y eso significa conservarte a ti también. Y sé... sé que soy mejor en combate que antes.

—Ser mejor en combate no es solo tener reflejos rápidos y músculos fuertes. —Él puso la mano sobre el corazón inmóvil de Beau y notó el suave lino de la camisa—. Está aquí.

«Donde tú te romperás si no hago algo», pensó.

El rojo y blanco de sus ojos parecía el único color en la prisión; incluso las finas ramas que colgaban de los árboles eran de un gris met��lico.

—Edward...

—Oh, Beau —suspiró Edward en su oído e hizo girar su cara para encontrarse con la suya, no le importaba lo que Beau diría, porque seguro sería algo negativo.

Ninguno de los dos necesitaba eso.

Hay aún más llamas en sus labios, más fieras que ninguna otra, abrasadoras. Beau no sabía lo que estaba haciendo, pero eso no pareció importar. Las manos de Edward estaban en su pelo y todo dentro del neófito estaba a punto de consumirse.

Beau sabía que solo respiraba por hábito, y que justo ahora no quería respirar.

Los labios de Edward se deslizaron hacia su oreja y le sujetó la cabeza cuando intentó buscarle los labios de nuevo.

—Fue un milagro, más que un milagro, haberte encontrado, Beau. Y ahora si se me diera a elegir entre salvar al mundo o tenerte… no podría renunciar a ti. Ni siquiera cuando se puede ayudar a miles de millones de personas.

—Eso no está bien —dijo Beau pero con una verdadera sonrisa en el rostro.

Misma que Edward notó al rozarla con su dedo.

—Está muy mal, pero es verdad —el igual sonrió, porque a pesar de todo, este momento podía ser suyo.

***

Pasadas unas horas, los soldados salieron del pantano dejándolos completamente solos, sin embargo, Edward vio como una de las hadas arrojó lo que parecía la hoja arrancada de algún libro.

Él leyó la página, aunque Beau no estaba exactamente seguro de por qué. Quizá lo hacía por plena curiosidad o aburrimiento, Eleanor y Royal se habían quedado mirando el uno al otro como estatuas durante tanto tiempo que Beau sintió que ya no volverían a moverse otra vez. Seth y Leah se habían quedado dormidos hace algunos minutos atrás, Julie seguramente se había hartado de su propia voz que ahora ella también había cedido.

En el caso de Erictho, había cerrado los ojos y estaba en una posición que le permitía hacer una especie de meditación; sea lo que sea que estuviera intentando, Beau esperaba que funcionara.

Edward le extendió la hoja a Beau para que él también la leyera, puntualizando en el final de la misma. La frase en la que citaban al escritor Richard Bach.

—Lo que la oruga llama el fin del mundo —comenzó a leer—, el Maestro llama una mariposa.

—¿Qué crees que significa? —le preguntó Edward mientras dejaba la hoja en el suelo.

—Es una analogía —pensó Beau—, el fin no siempre es devastador, sino que es una oportunidad ¿No lo crees?

—Sí, pero no me refería al simbolismo —aclaró Edward—. Sino a las preguntas que plantea.

—Oh, no lo sé —dijo sin pensarlo—. La verdad es que no me pongo a pensar mucho en el apocalipsis, solía pensar en el final de mi vida pero ahora que ya no es del todo posible, siento que eso no puede suceder.

Claro que Beau tenía en cuenta que el final de sus vidas no sería provocado por algún desastre natural, una tercera guerra mundial o una pandemia, sería por el rey de las hadas o los Vulturis.

—Sin embargo, es inevitable, Beau —continuó Edward��. Tal vez no por otro millón de años, pero sucederá algún día. Sabes, es como la ley de Murphy.

—Si algo malo puede pasar, pasará —susurró Beau.

—Sin embargo, tendría que decir que apostaría lo que fuera a que el mundo terminará congelado.

—¿Y por qué crees eso?

Edward agachó la mirada con una sonrisa formándose en su rostro.

—Me gusta pensar que lo más probable es que el final sea causado por alguna fuerza del mal. Si somos conocidos como los fríos, somos como el hielo. Para mí, el hielo representa esa fuerza malvada y destructiva —explicó.

Beau suspiró.

—Edward, lo he dicho un millón de veces. No eres malvado. Ninguno de nosotros lo somos. Al menos no es nuestra familia. El mal es algo que eliges ser. No es una cualidad heredada —Beau puso un énfasis considerable en la última declaración.

Edward igual suspiró.

—Eso es debatible.

—De todos modos, ¿qué pasa con las llamas del fuego? ¿Acaso no es destructivo? Creo que el fuego es más conocido por la destrucción que causa. Y en la mayoría de la poesía, simboliza el deseo. Que, con la humanidad, la búsqueda del deseo es la raíz de mucho de los problemas. Me recuerda a esa estrofa de Romeo y Julieta sobre cómo el intenso deseo de su relación finalmente llevó a su desaparición.

Edward supo de inmediato de lo que estaba hablando. Las palabras salían de su boca en un susurro.

—«Los placeres violentos poseen finales violentos —comenzó a recitar Edward—, y tienen en su triunfo su propia muerte, del mismo modo en que se consumen el fuego y la pólvora en un beso voraz».

Beau solo pensó en cómo Shakespeare se había equivocado; el deleite más violento del mundo estaba justo allí, en este pantano, y nunca llegaría a su fin. Este caos que duraría para siempre.

Pero, obviamente Shakespeare nunca habría considerado este tipo de escenario. Beau todavía no podía evitar resentirse con él por el sentimiento pesimista de esa parte. Después de todo lo que había presenciado, creía firmemente que algunas cosas nunca mueren.

—Aunque la verdadera pregunta no es esa —dijo Edward cambiando de tema al parecer.

—¿De qué hablas? —preguntó Beau.

—Esta hoja —recogió el papel del suelo— la arrojó el hada. Y no creo que accidentalmente se haya roto la hoja de su libro y cayera por error en nuestra celda.

Beau tomó nuevamente la hoja, revisándola por ambos lados para saber si no traía algún otro mensaje de Alice… y no, era así esta vez.

—¿No pudiste leer sus mentes?

—No —dijo con estrés—. Los cascos que utilizan no me dejan entrar.

Beau sonrió.

—Como Charles y Magneto.

Edward bufó.

—Si… podría decirse.

—Pues sería cuestión de salir de aquí para investigar.

Edward asintió. Nadie ahí sabía cuánto tiempo estarían encerrados hasta que se les diera noticias nuevas. El tal Silas dijo que lo estaría vigilando de cerca. ¿Era posible que, ahora mismo, así fuera?

Eso llevó a Beau a cuestionarse varias cosas hasta caer en la creación.

—Sé que hemos hablado de eso antes, pero… me vuelve loco no saberlo —Edward lo miró con curiosidad—. ¿Dónde comenzó? La raza de vampiros, quiero decir. Sí convertirse en vampiro requiere una mordida de otro vampiro, ¿cómo lo hizo el primero?

Edward rió.

—Bueno, ¿qué vino primero? ¿La gallina o el huevo? Creo que ambos ejemplos tienen el mismo principio. Algo tuvo que haber creado al primer inmortal. No hay evidencia para señalarnos qué fue eso, pero cuando te conviertes en parte del mundo sobrenatural, empiezas a prestar mucha más atención a la mitología. Especialmente a Carine. Ha investigado durante siglos en cosas como esta. Ella y Amun tienen una teoría continua sobre tu pregunta.

Beau se acomodó rápidamente.

—Pues dímela.

—Es una larga historia.

—Ay vamos, tenemos literalmente todo el tiempo del mundo…o bueno, hasta que nos maten.

Edward asintió con una risita.

—Amun es el vampiro más viejo que Carine conoce. Y Amun no cree que haya nadie, al menos con vida, antes que él. El clan del que se originó fue destruido hace mucho tiempo. Hasta donde saben, él es uno de las inmortales más antiguos que quedan en la actualidad. Él ha estado por aquí un rato, incluso más que los Vulturis.

—¿Cuántos años tiene? —preguntó Beau. Pues le sorprendía la idea de todo esto.

—Él no sabe exactamente cu��ndo nació o cuándo se convirtió. La gente común no hacía un seguimiento del tiempo en esos días, pero desde el contexto histórico, estima que nació alrededor del año 2.500 a. C. en el río Nilo Valley, que es donde se cree que comenzó la raza humana.

—Mierda —susurró Beau sin aliento. Ni siquiera podía comenzar a entender la idea—. Eso significa que Amun debe tener al menos cuarenta y tantos mil años de edad.

Edward continuó.

—Lo sé, es una locura ese lapso de tiempo. Apenas puedo entender el poco tiempo que llevo yo.

»Él tenía un creador, por supuesto. Pero él y Kebi son los únicos miembros restantes de su clan original. Los Vulturis mataron al resto de ellos, pero esa es una historia para otro momento.

»El punto es que Amun sabe de primera mano cómo era el mundo en ese momento, y puede confirmar que muchas de las historias de brujería y magia no son del todo una mentira. Él cree que algo en ese sentido es la fuerza detrás de lo que comenzó la carrera de vampiros. Carine tiende a estar de acuerdo con él. Presumen que hubo una especie de vampiro original al principio, el progenitor, que llegó a ser así sin la mordedura. Y la maldición ha sido transmitida por su mordisco desde entonces.

»Si el vampiro original se convirtió en esto por elección, nunca lo sabremos. Esta persona probablemente vendió su alma al diablo o algo para ganar la inmortalidad. Y pasó esa maldición al resto de nosotros.

Beau se volvió hacia Edward.

—Oh, cállate. Sabes que eso no es verdad. Tú, nuestra familia, el clan Denali, Carine. Definitivamente tienen almas.

Edward negó.

—Sé que eso es lo que crees, pero para mí, el pecado tiene una forma de alcanzar a todos al final. Obtienes toda la belleza y la inmortalidad, pero pierdes tu alma —dijo mientras miraba a Beau a los ojos.

Él volvió a mirar la suya, y ahí fue donde lo que Edward decía, estaba en contradicción con lo que Beau pensaba.

Beau agarró su mano.

—Edward, vamos. Ninguno de ustedes eligió ser esto. E incluso si lo hubieran hecho, aun así eligen no lastimar a nadie. Creo que sus acciones y decisiones dictan si son malvados o no. Entonces, ¿qué? ¿Crees que todos iremos al infierno o algo así?

—Bueno, hipotéticamente hablando, si alguna vez muriésemos…o incluso si hoy mismo morimos por culpa de estas hadas…

Beau dejó caer su mano.

—No. Me niego a creer eso. No podrías ser condenado. Eres demasiado bueno y puro. Todos ustedes son como los ángeles, especialmente Carine. Hay humanos ahí fuera mucho más peligrosos que algunos vampiros —Beau estaba casi tenso por la ira. La idea era una blasfemia.

—Beau, no creo que lo que elijamos hacer al respecto haga alguna diferencia. Somos lo que somos. Nuestra existencia demuestra que el diablo es real. Puede que no creas que haya un infierno, pero yo sí. Ahí es de dónde venimos y volveremos allí.

Beau negó con la cabeza en dirección a la pared.

—¿Infierno? ¿Quién sabe? Si lo hay, sé que es un hecho que no es a donde perteneces —le dijo Beau, decidido a hacerlo cambiar de opinión.

Su tono cambió de repente.

—¿Desde cuándo eres tan religioso?

Beau sacudió su cabeza.

—No lo soy. En realidad nunca, es solo que Carine me habló de tantas cosas sobre ella y sus creencias que yo…

»Quiero decir, he estado en una iglesia antes. Mi madre me llevó a algunas veces por aquí y por allá como parte de sus fases de probar cosas nuevas, aunque siempre se rendía, como si fuera la mejor decisión.

»Y realmente nunca vi el atractivo en todo el asunto. No es que rechace todo el concepto ni nada, porque creo que hay algo allá afuera…pero la religión nunca fue realmente para mí.

»Siempre me ha parecido un montón de cosas que hacer y no hacer, reglas que debes seguir. La vida ya era lo suficientemente difícil sin pensar que me juzgaban todo el tiempo.

Edward consideró esto por un momento.

—Definitivamente puedo ver ese punto de vista. Hay muchas personas que lo ven así.

—¿Ustedes alguna vez asistieron a la iglesia? —Beau preguntó. Nunca se había mencionado antes, así que siempre asumió que no estaban afiliados a ella. Sin embargo, sabía que el padre de Carine había sido pastor.

Edward rió.

—¿Vampiros en la iglesia? Oh, la ironía…No, no desde que me convertí en esto. Sin embargo, lo hice cuando era humano, y con bastante regularidad. Mis padres eran episcopales. Éramos una familia muy religiosa, eso me incluye a mi aunque sabía que si alguna vez revelaba mis preferencias me condenarían mis padres y la iglesia…da igual.

»Compartía algo de mi pasado con Carine porque su padre era un pastor anglicano. Pero yo no diría que mi familia ahora es religiosa, en ese sentido. No participamos en ninguna religión. Me gustaría decir que somos espirituales, de modo que creo en un ser supremo.

Beau tenía que admitir que con personas como Edward y Carine en el mundo, tenía que haber un Dios.

—No estoy tratando de convencerte de que creas como yo, si estás en paz con tu propio sistema de creencias —continuó—. Pero lo he pensado mucho, y creo que muchas personas no entienden todo lo que implica. Lo que la mayoría de la gente verá es una deidad controladora que dice «haz esto» y «no hagas eso» porque él quiere arruinar nuestra diversión y demonizar nuestro placer. Pero no pienso en eso de esa manera. Si Dios es nuestro creador, bueno, al menos el creador de los humanos, Dios sabe exactamente lo que es mejor para nosotros.

»Diciendo lo que es mejor hacer, puedes pensar en ellas como un veneno, ya sea para nuestras almas o nuestros cuerpos. La ley simplemente tiene el propósito de proteger y mejorar la calidad de vida a largo plazo, no controlarla.

»Esos pecados se consideran como tales por razones específicas, todas las cuales giran en torno al potencial de traer algún tipo de dificultad o corrupción a nuestras vidas. Lo que puede parecer que nos están quitando algo, en realidad nos está preparando para una gratificación a largo plazo. Es difícil explicar a qué me refiero, pero podría seguir y seguir al respecto.

Para Beau, Edward tenía una mente realmente asombrosa. Él hizo que todo el concepto tuviera perfecto sentido así como así. Le encantó escuchar sus filosofías. Edward era una fuente interminable de hermosas ideas y epifanías: quería vivir para siempre en la inspiración pacífica de su existencia.

Edward Cullen nunca podría ser condenado. Beau creía que Dios sería afortunado de tener más personas como Edward abogando por él.

—¿Estás familiarizado con CS Lewis? —Edward preguntó.

Beau asintió.

—Las Crónicas de Narnia. Por supuesto.

Edward se rio.

—¿Sabías que él también era un apologista cristiano? Había algo que dijo en uno de sus ensayos que realmente me llamó la atención: «Pareciera que nuestro Señor encuentra nuestros deseos no demasiado fuertes, pero muy débiles. Somos criaturas poco entusiastas, jugueteando con bebidas, sexo y la ambición, cuando la alegría infinita está siendo ofrecida a nosotros; como un niño ignorante que quiere seguir haciendo pasteles de barro en un barrio pobre porque no puede imaginarse lo que significa la oferta de un día de fiesta en el mar. Somos muy fáciles de satisfacer».

Edward lo citó perfectamente como si estuviera leyendo un libro. Y Beau aceptó. Realmente puso las cosas en una nueva perspectiva.

Beau suspiró.

—Todo eso, ¿y todavía no crees que eres digno del cielo?

—Supongo que es complicado… De todos modos, supongo que tendrás que disculparme por una tangente. Pero mi punto es que todavía siento que debería hacer lo mejor que pueda para salvar mi alma, incluso si es muy probable que ya la haya perdido. Si hago lo mejor que puedo en esto, entonces al menos puedo decir que traté de recuperarlo. Pero gracias, Beau. Siempre has sido muy amable con nosotros.

—Esta es una de las razones por las que nunca me quisiste así —Beau lo dijo como una suposición. No una pregunta.

—La razón más importante, en realidad —asintió Edward—, es posible que no pueda salvar mi alma y arriesgar la tuya fue muy tonto de mi parte.

—Pero debiste haberme dejado morir algún día —su lógica no tenía mucho sentido para Beau.

—No hubiera querido que murieras, por supuesto. Pero apostar tu alma solo por no tener que perderte nunca, es el acto más egoísta que podría haber cometido.

—No la hubiera querido sin ti, de todas formas.

—Un niño tan terco —se burló Edward—. Crees que no soy razonable, pero imagina la situación al revés. ¿Me quitarías el alma?

Carine le había hecho la misma pregunta, e igual que cuando ella se lo preguntó no salieron palabras de su boca.

—¿Y qué hay de los demás? ¿Creen en algo?

Edward pensó por un minuto, luego se rió de alguna broma interna.

—Supongo que Eleanor sería la siguiente más espiritual. Me recuerda a una historia divertida, en realidad.

»Bueno, no es una historia divertida, pero la forma en que lo cuenta es bastante divertida. Sabes sobre Eleanor y el oso, ¿no?

Siempre ha habido una especie de parentesco empático entre Eleanor y Beau. Su historia fue remotamente similar a la suya. Royal la había admirado, aunque fuera brevemente, mientras era humana. Y por eso la había elegido. Beau creía que Eleanor era la única de los otros que realmente entendía el milagro que Edward significaba para el chico.

—Sí. Todavía lo recuerdo. Por eso los osos son sus favoritos…

—¡Oigan! —gritó Eleanor recuperando la movilidad al igual que Royal—. Esa es mi historia.

Edward volvió a reír.

—Está bien, que la cuente ella.

Eleanor se acomodó desde su celda.

—Gracias —dijo antes de faramallear con aclarar su garganta— Todo comienza con Eleanor McCarty, la chica alta ruda, valiente y amante de los deportes al igual que su padre, siempre tuvo curiosidad de ir de caza junto a él, pero resulta que como ella era mujer eso no era una opción.

»Sin embargo, la muy ingeniosa se las arregló para convencerlo, así que recién cumplió los diecinueve, la chica comenzó a salir junto a su padre para cazar a las bestias más feroces del bosque.

Royal y Edward soltaron una risilla que simplemente era comprensible para Beau. ¿Por qué Eleanor contaba la historia de su propia vida en tercera persona? En fin, quería saber hasta dónde llegaba.

—Un año después, en 1935, la chica se animó a salir sola para enfrentar a algunos osos. Pero como sabrás, eso no le salió muy bien…

»Después de que el oso terminó con ella, se estaba desvaneciendo. Y entonces escuchó lo que pensó que era otro oso que había venido a pelear por la comida.

—Pero fue Royal —terminó Beau.

Edward contuvo otra risa.

—Sí. —Respondió Eleanor— Un segundo estaba en el piso y al otro estaba volando por los cielos. En el camino, abrí los ojos, para saber lo que estaba ocurriendo, y lo vi.

Edward se rió de nuevo sin poder hacer nada, pero Beau no entendía el humor.

—Bien, ¿por qué es tan divertido? —quiso saber el chico.

—Eleanor pensó que yo era Dios llevándola al cielo —respondió Royal—. Incluso luchó contra el dolor solo para mantener los ojos abiertos, para no perderse ni un segundo la belleza de Dios.

Edward continuó riendo.

Beau podía entender eso por completo.

—Sí, supuse eso. Pero apuesto a que Dios realmente se parece más a ti —dijo refiriéndose a su prometido.

Si el chico hubiera visto a Edward en una esfera brillante que descendía del cielo, no lo habría cuestionado ni por un segundo.

—¡Por favor! —dijo Royal sonando asqueado—. Dios debe lucir más como mi mujer.

—Oh, ¿entonces eres una de esas personas que piensa en Dios como una mujer? —preguntó Beau.

Eleanor rió.

—No tengo idea —dijo Royal—. Si lo es, apuesto a que se parece a Elli… Dios debe ser hermosa, y no puede haber nadie más hermosa que ella —dijo tocando su rostro.

Ella sonrió.

Edward se acercó a Beau y le susurró en el oído:

—Entonces debo decir que la versión masculina se parece a ti…

A Beau no le dio tiempo de responder.

—¿Puedo continuar con el resto de la historia?

—Cierto —dijo Beau cediéndole la palabra.

—Entonces comencé a preguntarme por qué le estaba tomando tanto tiempo a Dios llevarme al cielo; tal vez fue un viaje más largo de lo esperado.

»Luego me llevó al ángel de cabello rubio…

Edward se rió aún más fuerte ahora.

No fue tan divertido para Beau. Él podía comprender fácilmente a cualquiera que haga esa suposición.

—Fue entonces cuando comencé a cambiar de opinión. Tal vez me había divertido demasiado a mis veinte años. Sabía que Dios debía haberme llevado al día del juicio, y no estaba sorprendida por los incendios repentinos del infierno.

Beau se estremeció al recordar el ardor.

—¿Pero por qué no se habían ido Dios y el ángel? ¿Por qué se les permitió quedarse en el infierno conmigo? Yo no lo sabía, pero oh, estaba agradecida.

Edward se volvió a reír. Pues él había tenido la oportunidad de haber visto todo esto a través de los ojos de Eleanor, eso fue lo que lo hizo tan divertido para él.

—Eleanor era la menos molesta de todos nosotros por lo de los vampiros —dijo Royal apoyando a su mujer—. Nos dijo que si Dios y los ángeles eran vampiros, entonces no podía ser tan malo.

Beau asintió, empatizando por completo.

—¡Exactamente! ¿Ves? —Beau se dirigió a Edward—. El infierno no es tan malo si puedes tener un ángel contigo —sugirió con picardía mientras se acercaba a su pecho.

Edward comenzó a citar a Shakespeare nuevamente.

—«Ven, noche gentil, noche tierna y sombría, dame a mi Romeo y, cuando yo muera, córtalo en mil estrellas menudas: lucirá tan hermoso el firmamento que el mundo, enamorado de la noche, dejará de adorar al sol hiriente».

Se escucharon pasos provenientes de fuera. Los lobos tenían el sueño ligero porque se levantaron de inmediato. Erictho dejó de meditar y se puso de pie.

En unos segundos todos estaban observando al grupo de soldados que llegaban al pantano.

—Muy bien tortolitos —dijo Silas, liderando a ese grupo de hadas, dirigiéndose a Edward y a Beau—. Se terminó su descanso, es hora de que los lleve con el rey.


next chapter
Load failed, please RETRY

Desbloqueo caps por lotes

Tabla de contenidos

Opciones de visualización

Fondo

Fuente

Tamaño

Gestión de comentarios de capítulos

Escribe una reseña Estado de lectura: C25
No se puede publicar. Por favor, inténtelo de nuevo
  • Calidad de escritura
  • Estabilidad de las actualizaciones
  • Desarrollo de la Historia
  • Diseño de Personajes
  • Antecedentes del mundo

La puntuación total 0.0

¡Reseña publicada con éxito! Leer más reseñas
Denunciar contenido inapropiado
sugerencia de error

Reportar abuso

Comentarios de párrafo

Iniciar sesión