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5.76% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 3: ELECCIÓN

Capítulo 3: ELECCIÓN

EDWARD

Éste era el momento del día en el que más deseaba ser capaz de dormir.

El instituto.

¿O sería más apropiado emplear el término «purgatorio»? Si existía algún modo de purgar mis pecados, esto tenía que contar de alguna manera. El tedio era a lo que menos me había conseguido acostumbrar y, aunque parezca imposible, cada día me resultaba más monótono que el anterior. Supongo que ésta era mi manera de dormir, si el sueño se define como un estado inerte entre periodos activos.

Me quedé mirando fijamente las grietas del enlucido de la esquina más lejana de la cafetería, imaginando dibujos en ellas. Era una manera de sofocar las voces que parloteaban dentro de mi mente como el gorgoteo de un río. Ignoré el centenar de voces por puro aburrimiento. Cuando a alguien se le ocurre algo, seguro que ya lo he oído con anterioridad más de una vez.

Hoy, todos los pensamientos se concentraban en el trivial acontecimiento de una nueva incorporación al pequeño grupo de alumnos. No se necesitaba mucho para provocar su entusiasmo. Había visto pasar repetido el nuevo rostro de un pensamiento a otro, desde todos los ángulos posibles. Sólo era otro chico humano. La excitación que había causado su aparición resultaba predecible hasta el aburrimiento, era como mostrar un objeto brillante a un niño.

La mitad del rebaño de ovejunas chicas y alguno que otro chico se imaginaba ya enamorándose de él, sólo porque era algo nuevo que mirar. Puse más empeño en no prestar atención.

Sólo hay cuatro voces que bloqueo por una cuestión de cortesía: las de mi familia, mis dos hermanos y mis dos hermanas, quienes están tan acostumbrados a la ausencia de intimidad en mi presencia que rara vez se dan cuenta. A pesar de ello, les concedo toda la privacidad posible. Procuro no escucharlos si puedo evitarlo.

Lo intento con todas mis fuerzas, claro, pero aun así... me entero de cosas.

Royal pensaba en él mismo, como de costumbre. Había captado su reflejo en las gafas de sol de alguien y se regodeaba en su propia perfección. La mente de Royal era un charco poco profundo de escasas sorpresas.

Eleanor estaba que echaba chispas después de haber perdido un combate de lucha libre con Alice la noche anterior. Necesitaría de toda su escasa paciencia para llegar al final de las clases y organizar la revancha. Nunca he sentido que me entrometía en sus pensamientos porque nunca ha pensado nada que no pudiera decir en voz alta o poner en práctica. Sólo me siento culpable al leer la mente de los demás cuando me consta que les gustaría que ignorase ciertas cosas. Pero si la mente de Royal es un charco poco profundo, la de Eleanor es un lago sin sombras, tan transparente como el cristal.

Y Jasper estaba... sufriendo. Reprimí un suspiro.

«Edward». Alice me llamó por mi nombre, pero sólo sonó en mi cabeza y le dediqué de inmediato toda la atención.

Era lo mismo que si la hubiera oído hablarme en voz alta. Me alegraba que en los últimos tiempos hubiese pasado de moda el nombre que me habían puesto. Menos mal, ya que hubiera resultado un fastidio volver la cabeza automáticamente cada vez que alguien pensara en algún Edward…

En ese momento no me volví. A Alice y a mí se nos daban muy bien esas conversaciones privadas, y era raro que nos descubrieran durante las mismas. Mantuve la mirada fija en las líneas que se formaban en el enlucido.

«¿Cómo lo lleva?», me preguntó.

Torcí el gesto, pero sólo pareció que había cambiado ligeramente la posición de la boca, nada que pudiera alertar a los otros. Era fácil que pensaran que lo hacía por aburrimiento.

El tono de la mente de Alice ahora parecía alarmado y leí que vigilaba a Jasper con su visión periférica.

«¿Hay algún peligro?».

Ladeé la cabeza hacia la izquierda muy despacio, como si contemplara los ladrillos de la pared, suspiré, y luego me volví hacia la derecha, de nuevo hacia las grietas del techo. Sólo Alice se dio cuenta de que estaba negando con la cabeza. Ella se relajó.

«Avísame si la cosa se pone fea».

Moví sólo los ojos, primero arriba, hacia el techo, y luego abajo.

«Gracias por ayudarme con esto».

Me alegré de no tener que contestarle en voz alta. ¿Qué le podría haber dicho?

¿«Encantado»? En realidad no era así. No disfrutaba asistiendo al debate interior de Jasper ¿Era necesario pasar por todo esto? ¿No era un camino más seguro admitir simplemente que él nunca sería capaz de controlar su problema con la sed como los demás, en lugar de tentar continuamente sus límites? ¿Por qué coquetear con el desastre?

Habían pasado ya dos semanas desde nuestra última expedición de caza. No era un periodo de tiempo excesivamente insoportable para el resto de nosotros. Algo incómodo a veces, si un humano caminaba muy cerca de nosotros o si el viento soplaba del lado equivocado. Pero los humanos rara vez se aproximan a nosotros. El instinto les obliga a decir lo que sus mentes conscientes difícilmente comprenderían: que somos peligrosos.

Y en ese preciso momento Jasper lo era en grado sumo. Una chica bajita se detuvo en un extremo de la mesa más próxima a la nuestra para hablar con un amigo. Se pasó los dedos entre el pelo corto, color arena, y sacudió la cabeza.

Justo en ese momento la rejilla del aire acondicionado empujó su aroma en nuestra dirección. Yo estaba acostumbrado a la forma en que me hacía sentir el olor: sequedad y dolor en la garganta, un agujero anhelante en el estómago, un agarrotamiento instantáneo de los músculos, el flujo excesivo de ponzoña en la boca…

Todo eso era bastante normal y, por lo general, fácil de ignorar; pero hoy resultaba más duro al tener los sentidos agudizados y notarlo todo por duplicado: la sed se multiplicaba al monitorizar las reacciones de Jasper. Era la sed de dos, no sólo la mía.

Jasper intentaba mantener la mente lejos de allí. Estaba fantaseando…Imaginaba que se levantaba del lado de Alice y se paraba al lado de la chica. Pensaba en inclinarse como si le fuera a susurrar algo al oído y dejar que sus labios rozaran el arco de su garganta. Imaginaba también cómo fluía el cálido flujo de su pulso debajo de la fina piel que sentiría bajo su boca…Propiné una patada a la silla de Jasper.

Nuestras miradas se encontraron durante un minuto, y luego él bajó la suya. Pude escuchar cómo se enfrentaban en su interior la culpa y la rebeldía.

—Lo siento —musitó.

Me encogí de hombros.

—No ibas a hacer nada —murmuró Alice en un intento de mitigar el disgusto de Jasper—. Lo vi.

Reprimí la mueca que hubiera echado por tierra la mentira de Alice; ella y yo debíamos apoyarnos el uno al otro. No resultaba fácil para ninguno de los dos oír voces y tener visiones del futuro. Éramos bichos raros, incluso entre los que ya lo eran de por sí. Nos protegíamos los secretos entre nosotros.

—Pensar en ellos como personas ayuda un poco —sugirió Alice con voz aguda y musical, demasiado baja y rápida para que la escucharan los oídos humanos—. Se llama Whitney y tiene una hermanita muy pequeña a la que adora. Su padre invitó a Earnest a ver un partido de fútbol en su casa, ¿te acuerdas?

—Sé quién es —contestó Jasper secamente.

Se volvió para mirar por una de las pequeñas ventanas situadas bajo el alero a lo largo del muro que rodeaba la gran habitación. El tono de su voz puso fin a la conversación.

Deberíamos haber ido de caza el día anterior por la noche. Era ridículo enfrentar esa clase de riesgos, intentar demostrar entereza y mejorar la resistencia. Jasper tendría que asumir sus limitaciones y vivir con ellas. Sus antiguos hábitos no eran los más apropiados para el estilo de vida que habíamos elegido; no podría adaptarse a él.

Alice suspiró silenciosamente y se puso de pie, llevándose la bandeja de comida —un atrezo, en realidad—y dejándole solo. Sabía hasta dónde llegar con su apoyo y cuándo dejar de hacerlo. Aunque era más evidente que Royal y Eleanor mantenían una relación, Alice y Jasper se conocían tan bien que sentían los estados de ánimo del otro como si fueran propios. Parecía que también pudiesen leer las mentes, aunque sólo fuera entre ellos.

«Edward Cullen».

Acto reflejo. Me volví al oír mi nombre, aunque no es que nadie lo hubiera pronunciado en voz alta, sólo lo había pensado. Mi mirada se encontró durante una breve fracción de segundos, que me pareció eterna, con la de un par de enormes ojos azules, de un color extravagante, unos ojos humanos en medio de un rostro pálido por el que la sangre corría. Conocía ese rostro a pesar de no haberlo visto nunca con mis propios ojos. Era el tema más destacado del día en todas las mentes: el nuevo alumno, Beaufort Swan, el hijo del jefe de policía de la ciudad, que había venido a vivir aquí por algún cambio en su situación familiar. Beau. Hasta ahora había corregido a todo el mundo que se dirigía a él por su nombre completo…

Miré a lo lejos, aburrido. Me llevó un segundo darme cuenta de que él no había sido la persona que había pensado en mi nombre.

«Por supuesto, Beau ya se ha quedado alucinado con los Cullen», oí cómo continuaba el primer pensamiento que había oído.

Identifiqué la «voz» como la de Jeremy Stanley. Había pasado ya un tiempo desde que me incordió por última vez con su charloteo interno. Qué alivio sentí cuando él superó ese desdichado encaprichamiento con Eleanor. Había sido casi imposible escapar de sus constantes y ridículas ensoñaciones. Me dieron ganas en aquel momento de explicarle con toda exactitud lo que podría haber ocurrido si los labios de mi hermana, y los dientes detrás de ellos, se hubieran encontrado cerca de él. Esto habría silenciado cualquier tipo de molestas fantasías con bastante rapidez. Pensar en su reacción casi consiguió arrancarme una sonrisa.

«Le iría bien hacer ejercicio», continuó Jeremy. «En realidad, éste chico es patético. No entiendo por qué Eric lo mira tanto... o McKayla».

Hizo una mueca mental de dolor al pensar en el último nombre. El nuevo capricho de Jeremy, la súper popular McKayla Newton, no sabía ni que él existía. Sin embargo, no parecía tan insensible al chico nuevo. Otra vez la historia de alguien fascinado por un objeto brillante. Aquello dio un giro mezquino a los pensamientos de Jeremy, aunque en apariencia se mostraba cordial con el recién llegado mientras le explicaba lo que todos sabían sobre mi familia. El nuevo seguramente habría preguntado por nosotros.

«Aunque hoy todo el mundo me mira a mí también», pensó Jeremy muy pagado de sí mismo. «Ha sido una verdadera suerte que Beau compartiera dos clases conmigo... Apuesto a que luego McKayla querrá preguntarme qué tal es…»

Intenté bloquear el absurdo parloteo antes de que sus superficiales e insignificantes pensamientos me volvieran loco.

—Jeremy Stanley le está sacando a Swan, el chico nuevo, todos los trapos sucios del clan Cullen —le murmuré a Eleanor, para distraerme, que se rió entre dientes y pensó: «Espero que lo esté haciendo bien».

—En realidad, es bastante poco imaginativo. Sólo le ha dado un toque escandaloso, nada más. Ni una pizca de terror.

«Me siento un poco decepcionada. ¿Y el chico nuevo? ¿También se siente decepcionado con el chismorreo?».

Presté atención a ver si escuchaba lo que este chico nuevo, Beau, pensaba de la historia de Jeremy. ¿Qué vería cuando se fijara en la extraña familia con la piel del color de la tiza, de la que se apartaban todos?

En cierta manera era cuestión de responsabilidad por mi parte conocer su reacción. Yo actuaba de vigía, a falta de un nombre mejor, para proteger a la familia. Si alguien empezara a concebir sospechas, yo les avisaría con tiempo suficiente para poder quitarnos de en medio con facilidad.

Había ocurrido de vez en cuando que algún humano no caía en nuestro «encanto» y nos había identificado con los personajes de un libro o una película. La mayoría de las veces se convencía de su error, pero era mejor trasladarse a otro lugar que arriesgarse a un examen. Rara vez, muy rara vez, alguien adivinaba la verdad y no le concedíamos la oportunidad de comprobar su hipótesis, por lo que recurríamos a Amblys o Erictho para que nos ayudaran con su magia. Sí ellos o cualquier otro brujo no se encontraba disponible, simplemente desaparecíamos, para convertirnos como mucho en un recuerdo aterrador…

No escuché nada por más que fijé la atención en el lugar contiguo al cual continuaba fluyendo de forma compulsiva el frívolo monólogo interno de Jeremy. Era como si allí no se sentara nadie. ¡Qué curioso!, ¿se habría ido el chico? No parecía probable, ya que Jeremy seguía dándole la brasa. Miré hacia allí para comprobarlo, sintiéndome confuso. Comprobar con la vista lo que mi sentido extrasensorial me decía era algo que nunca antes había tenido que hacer. Mi mirada se trabó de nuevo en esos grandes ojos azules.

Él se sentaba en el mismo lugar que antes, y nos miraba, algo natural, supuse, mientras Jeremy continuaba regalándole los oídos con los chismorreos locales sobre los Cullen. Pensar sobre nosotros, sin duda, era algo natural. Pero no oía ni un susurro siquiera. Mientras bajaba la mirada, un tentador rubor de un rojo cálido invadió sus mejillas, diferente al de la vergüenza que se siente cuando te han sorprendido mirando fijamente a un desconocido. Era estupendo que Jasper aún estuviera mirando por la ventana. No quería imaginarme lo que ese natural flujo de sangre supondría para su autocontrol.

Las emociones se mostraban tan transparentes en su cara que parecía llevarlas escritas en la frente: sorpresa —como si de forma inconsciente hubiera detectado indicios de las sutiles diferencias entre su naturaleza y la mía—, curiosidad mientras escuchaba la historia de Jeremy, y algo más… ¿fascinación? No sería ésta la primera vez. Éramos hermosos a los ojos de los hombres, nuestras presas potenciales. Y al final, por fin, vergüenza por haberlo descubierto mirándome. Aun a pesar de que había mostrado con tal claridad los sentimientos en sus extraños ojos, extraños por lo profundos, de color azul, que de tan inusuales casi parecían opacos, no oía nada más que silencio en el lugar donde él se sentaba.

Nada en absoluto.

Me sentí incómodo durante unos momentos. Nunca me había encontrado con nada similar. ¿Me pasaba algo malo? Me notaba exactamente igual que siempre. Preocupado, presté aún más atención.

De pronto, empezaron a gritar en mi cabeza todas las voces de alrededor que había contenido hasta ese momento.

«Me pregunto qué música le gustará... Quizás podría mencionar ese nuevo CD...», pensaba McKayla Newton, dos mesas más allá, concentrada en Beau Swan.

Eric Yorkie refunfuñaba mentalmente con sus pensamientos girando también alrededor del nuevo.

«Hay que ver cómo lo mira. No le basta con tener a más de la mitad de los chicos del instituto pendientes de ella. Es vergonzoso. Cualquiera pensaría que es famoso o algo por el estilo... Lo mira incluso Edward Cullen...», Logan Mallory estaba tan celoso que, en realidad, su rostro debería haber tenido el color del jade oscuro. Y Jeremy, haciendo ostentación de su nuevo mejor amigo. Qué gracia... La mente del chico continuó escupiendo vitriolo.

«Apuesto a que todo el mundo le ha preguntado eso. Pero me gustaría hablar con él. He de pensar en alguna pregunta más original...», meditaba Ashley Dowling.

«Quizás esté en mi clase de Español...», pensaba esperanzada June Richardson.

«Esta noche tengo toneladas de trabajo. Trigonometría y los ejercicios de Lengua. Espero que mamá…», Allen Weber, un muchacho tranquilo, cuyos pensamientos eran generalmente amables, algo poco habitual, era el único en la mesa que no estaba obsesionado con Beau.

Podía oírlos a todos, oía cada insignificancia que se les ocurriera conforme pasaba por su mente, pero nada en absoluto procedente de aquel nuevo alumno con esos ojos aparentemente tan comunicativos.

Eso sí, podía escuchar lo que decía cuando se dirigía a Jeremy. No necesitaba leer la mente para oírlos hablar con voz baja y clara en el lado opuesto de la gran estancia.

—¿Quién es el chico de pelo cobrizo? —le oí preguntar mirándome disimuladamente de reojo, sólo para retirar de inmediato la vista cuando se dio cuenta de que aún seguía con los ojos fijos en él.

Todavía tuve tiempo de considerar esperanzado que oír el sonido de su voz me serviría para captar el tono de sus reflexiones, perdidos en algún lugar al que yo no podía acceder, pero enseguida me decepcioné. Lo normal es que los pensamientos de la gente tengan el mismo tono que sus voces físicas. Pero esa voz tranquila, tímida, me resultaba poco familiar, no pertenecía a ninguno de los cientos que rebotaban por la habitación, estaba seguro. Era completamente nuevo.

«De seguro es gay este chico ¡Ja, buena suerte, idiota!», pensó Jeremy antes de contestar la pregunta del chico.

—Se llama Edward. Las chicas que conozco dicen que está guapísimo, por supuesto, pero no pierden el tiempo con él. No sale con nadie —levantó la nariz, desdeñosa—. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante atractiva.

Volví la cabeza para ocultar la sonrisa. Mis compañeras de clase no tenían ni idea de la suerte que tenían al no interesarme ninguna de ellas en especial… ninguna chica, de hecho.

En ese estado de humor fluctuante, sentí un impulso extraño que no terminé de entender. Quería hacer algo respecto al tono mezquino de los pensamientos de Jeremy, de los que el nuevo no era consciente…Sentí la extraña urgencia de interponerme entre ellos para proteger a Beau Swan de los oscuros manejos de Jeremy. Era algo muy raro en mí sentir aquello.

Intenté llegar hasta las motivaciones que alimentaban dicho impulso y volví a examinar al chico. Quizás fuera un instinto protector, el del fuerte sobre el débil, sepultado en alguna parte desde hacía mucho tiempo. El muchacho parecía más frágil que sus nuevos compañeros de clase. Su piel era tan translúcida, que resultaba difícil creer que le ofreciera mucha protección frente al mundo exterior.

Podía ver el rítmico pulso de su sangre a través de las venas bajo esa clara y pálida membrana… Sería mejor que no me concentrara en eso, se me daba muy bien la vida que había escogido, pero estaba tan sediento como Jasper y no tenía sentido darle alas a la tentación. Tenía una arruguita entre las cejas de la que él no parecía consciente.

¡Aquello era increíblemente frustrante! Veía claramente el esfuerzo que le costaba estar allí sentado, intentando conversar con extraños, siendo el centro de atención. Podía adivinar su timidez por la postura de sus hombros, de aspecto frágil, ligeramente hundidos, como si esperara un desaire de un momento a otro.

Pero sólo podía adivinar, ver o imaginar. No había más que silencio en este chico humano tan sumamente corriente. No podía oír nada. ¿Por qué?

—¿Qué pasa? —murmuró Royal, interrumpiendo mi concentración.

Dejé de mirar al chico y sentí una especie de alivio. No deseaba seguir intentándolo sin éxito, me irritaba. Y no quería desarrollar ningún interés por sus pensamientos ocultos simplemente porque no podía acceder a ellos. Sin duda, cuando pudiera descifrarlos, y seguramente encontraría la manera de hacerlo, serían tan superficiales e insignificantes como los de cualquier otro humano. No merecían siquiera el esfuerzo que me costaría llegar hasta ellos.

—¿Así que el chico nuevo nos tiene miedo ya? —preguntó Eleanor, esperando aún una respuesta.

Me encogí de hombros. No estaba lo suficientemente interesado para seguir presionando y obtener más información.

Ni debería interesarme. Pero moría de ganas de saberlo. Saberlo todo sobre él, estar cerca de él, protegerlo. No sabía si quería beber su sangre pero sin duda sería igual de dulce que su apariencia.

Nos levantamos de la mesa y salimos de la cafetería. Eleanor, Royal y Jasper simulaban ser estudiantes de último curso, por lo que se dirigieron hacia sus respectivas clases. Yo interpretaba un papel más juvenil, de modo que me encaminé hacia la clase de Biología de primero. Miré por última ocasión, pero esta vez él no me miró.

Solo espero que nunca termine involucrado en mi mundo.

***

JULIE

—Julie, ¿cuánto crees que te va a llevar esto? —inquirió Leah, impaciente, quejosa.

Apreté los dientes con fuerza.

Como todo el mundo en la manada, Leah se sabía la historia al completo. Conocía la razón por la que había venido aquí, al fin del mundo, de la tierra, mi casa. Para estar sola. Y ella sabía que eso era lo que yo quería. Simplemente estar sola.

Pero Leah me iba a obligar a soportar su compañía, como fuera, o más bien, estaba obligada a estar con ella hasta que se pusiera mejor.

Aunque estaba de lo más enfadada, me sentí llena de autocomplacencia durante un buen rato. Ya no tenía que pensar siquiera en controlar mi temperamento. Ahora era fácil, algo que me salía porque sí, con naturalidad. Ya no lo veía todo rojo ni sentía esa explosión de calor bajándome por la columna. Por eso le contesté con voz calmada.

—Tírate por el acantilado, Leah —y señalé el precipicio que se extendía a mis pies.

—Seguro, morrita —ella me ignoró y se despatarró en el suelo a mi lado—. No tienes ni idea de lo duro que me resulta esto.

—¿A ti? —necesité casi un minuto para aceptar que lo decía en serio—. Debes de ser la persona más ególatra del mundo, Leah. Odio tener que hacer pedazos ese mundo de ilusiones en el que vives, ese en el que el sol gira alrededor del sitio donde estás, así que no te voy a contar lo poco que me preocupa tu problema. Lárgate. Lejos.

—Me iría, pero resulta que tengo rotos algunos huesos, tarada.

Suspiré.

—Sólo míralo desde mi punto de vista por un minuto, ¿está bien? —continuó, como si no le hubiera dicho nada.

Si lo estaba haciendo para cambiarme el estado de ánimo, funcionaba. Empecé a reír, aunque el sonido se volvió extrañamente perverso.

—Frena esas risotadas y presta atención —me interrumpió con brusquedad.

—Si finjo que te escucho, ¿me dejarás ir? —pregunté, echando una ojeada a su permanente cara de pocos amigos. No estaba segura de haberle visto alguna vez otra expresión.

Recordé cuando solía pensar que Leah era honesta, incluso amigable. De eso hacía ya mucho tiempo. Ahora, nadie pensaba en ella de esa manera, excepto Sam. Él nunca se perdonaría a sí mismo, como si fuera culpa suya que se hubiera convertido en esa arpía avinagrada.

Su ceño se cerró más aún, como si adivinara lo que estaba pensando. Probablemente era así.

—Esto me está poniendo enferma, Julie. ¿Es que no te puedes imaginar por lo que estoy teniendo que pasar? Ni siquiera me gusta Beau Swan. Y me has tenido lamentándome por este amante de sanguijuelas como si yo también estuviera enamorada de él. ¿No te das cuenta de que es algo que me hace sentir muy confusa? ¡Antes de la pelea soñé que lo besaba! ¡Qué demonios se supone que he de hacer con eso!

—¿Tiene que importarme?

—¡No puedo soportar más el estar en tu cabeza! ¡Termina con esto de una vez! Él se va a convertir en una de esas «cosas». ¡Va a ser nuestro enemigo! Ya es hora de que te des cuenta, chica.

—¡Cállate! —rugí.

Devolverle el golpe sería un golpe bajo, la pobre ya estaba lo suficientemente herida. Eso lo sabía y por ello me mordía la lengua, pero lo lamentaría de veras si no me marchaba. Ahora.

—En cualquier caso, probablemente él lo matará —observó Leah, con aire despectivo—. Todas las historias insisten en que suele ocurrir. Quizás un funeral sería mejor final para esta historia que una boda. Ja.

Esta vez reaccioné. Cerré los ojos y luché contra el sabor cálido en mi lengua. Empujé y empujé contra el fuego que bajaba por mi espalda en un esfuerzo por mantener mi forma humana, mientras mi cuerpo intentaba justo lo contrario.

La fulminé con la mirada cuando conseguí controlarme de nuevo. Ella me miraba las manos mientras los temblores se iban apagando. Sonriente.

A saber dónde le vería el chiste.

—Si te agobia la confusión de amoríos, Leah… —comenté, con lentitud, enfatizando cada palabra—. ¿Cómo crees que lo llevamos los demás mirando a Sam a través de tus ojos? Ya es lo bastante malo que Emily tenga que soportar tu fijación. Tampoco ella necesita que los demás andemos jadeando detrás de él.

Molesta como estaba, sin embargo, sentí una cierta culpabilidad cuando observé el espasmo de dolor que cruzó su rostro.

Saltó sobre sus pies a duras penas, puso mala cara cuando volvió a ponerse el cabestrillo y agarró las muletas, parándose lo justo para escupir en mi dirección y con pasos lentos se dirigió hacia el dormitorio, vibrando como un diapasón.

Me eché a reír de forma sombría.

—Te lo dije.

Sam me iba a armar una buena por esto, pero merecía la pena. Leah ya no me molestaría más. Y repetiría el corte si se me presentaba la oportunidad.

Porque sus palabras se habían quedado conmigo, grabadas en mi cerebro, y haciéndome sufrir tanto que apenas podía respirar.

No me importaba demasiado que Beau hubiera escogido a otro. Esta agonía no tenía nada que ver con eso. Podía vivir con ese dolor por el resto de mi estúpida vida, forzada a ser demasiado larga.

Lo que sí me importaba era que lo iba a abandonar todo, que iba a dejar que su corazón se parase y su piel se helara y que su mente se retorciera para cristalizarse en la cabeza de un predador. Un monstruo. Un extraño.

Había pensado que no había nada peor que eso, nada más doloroso en todo el mundo.

Pero, si él lo mataba…

Otra vez tuve que combatir la ira que me inundaba. Quizá, si no fuera por Leah, habría estado bien dejar que el calor me transformara en una criatura capaz de lidiar mejor con esto. Una criatura con instintos mucho más fuertes que las emociones humanas. Un animal que no sentiría la pena del mismo modo. Un dolor diferente. Al menos, habría algo de variedad, pero Leah estaba corriendo ahora y yo no quería compartir sus pensamientos. La maldije entre dientes por cerrarme también esa vía de escape.

Me temblaban las manos a pesar de mis esfuerzos. ¿Qué era lo que las hacía temblar? ¿La ira? ¿La agonía? No estaba seguro de contra qué estaba luchando ahora.

Tenía que creer que Beau sobreviviría, pero eso requería confianza, una confianza que yo no deseaba sentir, confianza en la habilidad del chupasangres para mantenerlo con vida.

Él se convertiría en alguien distinto y me preguntaba cómo me afectaría eso. ¿Sentiría lo mismo que si muriera, cuando lo viera allí, erguido como una piedra? ¿Como un trozo de hielo? ¿Y qué ocurriría cuando su olor me quemara la nariz y disparara mi instinto de romper y destruir…? ¿Cómo sería eso? ¿Querría matarlo? ¿Podría llegar a desear no matar a uno de ellos?

Salí de casa y observé cómo las olas rodaban hacia la playa y desaparecían de mi vista bajo el borde del acantilado, pero allí las escuchaba batir contra la arena. Seguí contemplándolas hasta tarde, hasta mucho después del atardecer.

Seguro que sería mala idea volver a casa, pero tenía hambre y no se me ocurría ningún otro plan.

Ojalá Charlie no se esté preguntando por qué su hijo no ha vuelto a casa de dónde sea que le hayan dicho que fue. Estúpidos chupasangres. Los odiaba.

El apetito empezó a parecerme estupendo en el momento en que entré en la casa y le eché una ojeada al rostro de mi padre. Algo le rondaba la cabeza. Lo tuve claro enseguida, ya que sobreactuaba, moviéndose con una naturalidad excesiva.

También se puso a hablar por los codos y estuvo charloteando sobre el día antes de que pudiera llegar a la mesa. Nunca parloteaba de este modo salvo que hubiera algo que no quisiera decir. Lo ignoré todo lo que pude, concentrándome en la comida. Cuanto más rápido me lo tragara todo…

—… y Sue se ha dejado caer hoy por aquí —su voz sonaba alta, difícil de ignorar, como de costumbre—. Es extraordinaria, esa mujer es más dura que los osos pardos. De todos modos, no sé cómo consigue apañarse con la chica que tiene. La pobre, ya hubiera tenido lo suyo con un simple lobo, pero es que Leah además, come como una loba.

Se rió de su propio chiste.

Esperó un buen rato a ver si yo respondía, pero no pareció darse cuenta de mi expresión indiferente, de mortal aburrimiento. La mayoría de los días esto le molestaba. Quería que se callase ya respecto a Leah, estaba intentando no pensar en ella.

—Seth es mucho más fácil de llevar. Claro, tú también resultabas mucho más fácil de pequeña que tus hermanas, hasta que… bueno, tú tienes que vértelas con algo más que ellas.

Suspiré. Un suspiro largo y profundo. Miré hacia la ventana.

Billy se quedó callado durante un segundo que se me hizo un poco largo.

—Carine estuvo aquí para ver en qué podía ayudar a Leah, pero recibió una llamada.

Seguramente éste era el tema que había estado evitando hasta el momento.

—¿Una llamada?

—Al parecer… Beau no llegó muy bien de su ida con esos vampiros.

Se me contrajeron todos los músculos del cuerpo y una pizca de calor me bajó por la espalda. Me aferré a la mesa para mantener las manos quietas.

Billy continuó como si no se hubiera dado cuenta.

—Y hace unos momentos Sam trajo una nota que está dirigida a ti. No la he leído. Pero es de los Cullen.

Sacó un grueso sobre de color marfil de donde lo tenía guardado, entre la pierna y el brazo de su silla de ruedas. Lo dejó en la mesa entre ambos.

—A lo mejor no deberías leerlo. En realidad, no importa lo que diga.

Estúpida psicología de pacotilla. Tomé el sobre de la mesa.

Había un trozo de grueso papel marfil doblado en dos con mi nombre escrito en tinta negra en la parte posterior. No reconocí la letra manuscrita, pero era tan delicada como todo lo demás. Durante medio segundo, me pregunté si el chupasangres lo hacía en plan de regodeo.

Lo abrí.

«Julie.

Sé que rompo las reglas al enviarte esto. Pero es necesario que lo sepas. Teníamos la intención de arreglar algunos asuntos, pero algo ha salido mal allá con los Vulturis. Me gustaría darte más explicaciones, sin embargo, espero que entiendas que si las cosas hubieran salido de otra manera, yo hubiera deseado tener la posibilidad de elegir.

Te prometo que cuidaré de él, Julie. Gracias, por todo.

Edward».

—Jules, sólo tenemos esta mesa —comentó Billy, mirando hacia mi mano izquierda.

Tenía los dedos tan apretados contra ella que comenzaba a estar en serio peligro. Los solté uno por uno, concentrándome en esa única acción y luego junté las manos para evitar el riesgo de romper algo más.

—Bueno, de todas formas no importa —masculló Billy.

Me levanté de la mesa, encogiendo los hombros. Esperaba que, a estas horas, Leah ya estuviera en su casa.

—Aún no es demasiado tarde —murmuró Billy cuando abrí la puerta de un empujón—. Quizá siga vivo.

Estaba corriendo antes de llegar a los árboles, dejando a mis espaldas una hilera de ropas como si fueran migas de pan, igual que las dejaría si quisiera volver a encontrar el camino de casa. Ahora era muy fácil entrar en fase. No tenía que pensar, porque mi cuerpo ya sabía lo que había y me daba lo que deseaba antes de pedírselo.

Ahora tenía cuatro patas y estaba volando.

Los árboles se desdibujaron en un mar oscuro que fluía a mi alrededor. Mis músculos se contraían y distendían casi sin esfuerzo aparente. Podría correr así durante días sin llegar a cansarme. Quizás esta vez no pararía.

Pero no estaba sola.

«Cuánto lo siento», susurró Embry en mi mente.

Podía ver a través de sus ojos. Se hallaba muy al norte, pero se había dado la vuelta y aceleraba para reunirse conmigo. Gruñí y alcancé más velocidad.

«Espéranos», se quejó Quil. Él se encontraba más cerca, justo a la salida del pueblo.

«Déjenme sola», les rugí a mi vez.

Podía sentir su preocupación en mi cabeza, pese a que intentaba sofocarla entre los sonidos del viento y el bosque. Esto era lo que más odiaba de todo, verme a mí misma a través de sus ojos, peor aún ahora, que estaban llenos de compasión. Ellos también vieron mi rechazo, pero continuaron persiguiéndome.

Una voz nueva sonó en mi cabeza.

«Déjenla que se marche». El pensamiento de Sam era dulce, pero al fin y al cabo seguía siendo una orden. Embry y Quil frenaron hasta alcanzar un ritmo de paseo.

Ojalá pudiera dejar de oírles, dejar de ver a través de sus ojos. Tenía la cabeza atestada de cosas, pero la única manera de evitarlo y volver a estar sola, era regresar a mi forma humana y entonces no podría soportar el dolor.

«Salgan de fase», les ordenó Sam. «Embry, voy a recogerte».

Primero una y luego otra, ambas conciencias se desvanecieron silenciosamente. Sólo quedó Sam.

«Gracias», me forcé a pensar.

«Vuelve cuando puedas». Las palabras sonaban débiles, desapareciendo en el vacío oscuro cuando él también se marchó. Ahora estaba sola.

Mucho mejor. Ahora podía oír el ligero crujido de las hojas húmedas bajo mis pezuñas, el susurro de las alas de un búho sobre mi cabeza, el océano, allá muy lejos, hacia el oeste, con su gemido al chocar contra la costa. Escuchaba esto, pero nada más. No sentía más que la velocidad, nada más que el empuje del músculo, los tendones y el hueso, trabajando juntos en armonía, mientras los kilómetros desaparecían bajo mis patas.

Si el silencio en mi mente permanecía, nunca volvería atrás. Sería la primera en escoger esta forma frente a la otra. Quizá no tendría que volver a escuchar jamás si corría lo suficiente.

Moví las patas con más rapidez, dejando que Julie Black desapareciera a mis espaldas.


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