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23.07% Life and Death #3: Después del amanecer / Chapter 12: EL PLACER DE LAS DISTRACCIONES

Capítulo 12: EL PLACER DE LAS DISTRACCIONES

El entretenimiento de Beau se convirtió en la prioridad número uno de su estancia en isla Earnest. Hicieron snorkel, aunque más bien no siguieron las reglas de la misma puesto que cuentan con su capacidad para pasar sin oxígeno de forma indefinida. Exploraron la pequeña sección de selva que rodeaba el pico rocoso. Visitaron los papagayos que vivían en el verde dosel formado por la jungla para ver qué había en el extremo sur de la isla. Contemplaron el crepúsculo desde una cueva rocosa que había en la zona occidental. Nadaron con las marsopas que jugaban en las cálidas y someras aguas. O al menos eso fue al principio, porque cuando estaban en el agua, las marsopas desaparecían como si hubiera un tiburón cerca.

Beau se la estaba pasando bien, explorando todo lo que la isla les podía brindar, pero Edward sabía que cada vez que ellos tenían sexo, los ojos de Beau empeoraban, al grado de que el dolor ya no se sentía. Claro estaba que lo de sus ojos no era producto del sexo, pero sí de las emociones fuertes producidas por el mismo. En el momento en que Beau hacía el intento de abordarle sacaba uno de los millones de DVD que tenía bajo la pantalla gigante de plasma o le atraía fuera de la casa con palabras mágicas como «arrecifes de coral», «cuevas sumergidas» y «tortugas marinas». Estaban todo el día de un lado para otro, pero cuando el sol se ponía Edward ya no tenía más excusas y se dejaba llevar por el deseo de su pareja.

A Beau le encantaba probar cosas nuevas, lo cual no ayudaba mucho a Edward en sus intentos de persuasión, pero no se rendía. Intentaba razonar con él, le suplicaba y rezongaba, todo ello en vano. Porque Beau se comportaba como ninfómano por las noches, y a decir verdad, a Edward le gustaba por un lado, pero cuando miraba a Beau a los ojos…

Una semana después de que llegaron a la isla, Beau decidió intentar alcanzar un compromiso, porque eso ya les había funcionado en el pasado.

Ahora dormían en la habitación azul, porque el equipo de limpieza no llegaría hasta el día siguiente, esto debido a que la habitación blanca estaba bajo una manta de plumón como la nieve. La habitación azul resultaba más pequeña, y la cama de unas proporciones más razonables. Las paredes lucían oscuras, cubiertas con paneles de madera de teca y los accesorios eran todos de una lujosa seda marina.

Beau se había acostumbrado a ponerse toda la colección de lencería que Alice le puso para dormir por la noche, la cual ni siquiera era tan reveladora como las tangas que, terminó por darse cuenta, ya había usado todas. Se preguntó si Alice habría tenido alguna visión en la que podría haber deducido que le iban a hacer falta cosas como ésas, y después se estremeció, avergonzado por la idea.

Comenzó poco a poco, con unos bóxeres color marfil, ni siquiera estaba preocupado por si al mostrar su piel obtuviera justo el resultado contrario al que buscaba, porque ese no era el caso. Edward fingía no notar nada, como si siguiera llevando los viejos pantalones de chándal raídos que solía usar en casa, pero por dentro se carcomía por no probar a Beau en ese momento.

Pasados unos días los ojos de Beau habían mejorado, por así decirlo, blanquecinos en unos sitios y desapareciendo completamente en otros devolviendo al carmesí a su lugar, de modo que esa noche Beau trató de persuadir a Edward con sus suspensorios para que se enfocara en ello y no en su mirada. Eran negros, marcando a la perfección el miembro del chico y le daba vergüenza nada más ver como se miraba, que claro, era sexy. Tuvo cuidado de no mirarse al espejo antes de salir del baño, ya que no quería echarse para atrás.

Tuvo la satisfacción de ver cómo se le ponían a Edward los ojos como platos justo un segundo antes de que consiguiera controlar su expresión.

—¿Qué te parece? —le preguntó, haciendo posturitas para que pudiera verlo desde todos los ángulos.

Edward echó miles de maldiciones antes de atraer a Beau a la cama.

Beau se echó hacia atrás, arrastrando a Edward consigo. El peso de este lo empujó contra la suavidad de la cama. Edward le metió las manos bajo el cuerpo y lo besó lentamente durante largo rato. Beau le pasó los dedos por el pelo, como siempre le había gustado hacer, dejando que los rizos le cosquillearan las palmas de las manos.

Se sacaron las prendas sin prisa. Cada nueva sección de piel descubierta fue motivo de otra reverente caricia, otro lento beso.

Beau le desabrochó los vaqueros y él se los quitó. Beau notó a Edward duro contra sí, pero no había prisa. Le recorrió las curvas con los dedos, los altos y bajos de su cuerpo, como si le estuviera haciendo un retrato en oro y marfil con cada trazo de las manos.

Beau lo rodeó con las piernas para que no se alejara. Edward le rozó la mejilla con los labios, el pelo, mientras entraba en él; sus miradas no se separaron. Se alzaron como uno solo en fuego y chispas, más brillante por momentos; y cuando al final cayeron juntos, había estrellas de oro y gloria derramándose a su alrededor.

Después, Beau se acurrucó junto a Edward, jadeante. Él estaba gimiendo, brillante, mientras le tomaba un mechón de pelo con una mano y se lo pasaba entre los dedos.

—Quédate dentro eternamente, Edward —dijo, y le besó el pelo.

Justo después de que terminaran, Beau sufrió de una alucinación. Habría pensado que se trataba de un sueño, pero hacía bastantes días que él dejó de dormir. Descartó la idea de inmediato y solo siguió la corriente de la misma.

Estaba Beau, frente a un lago que gritaba su nombre, y detrás de él se extendía un gran bosque, que en sus profundidades ocultaba criaturas mágicas. Una figura humana estaba al lado de él, creyó que se trataba de Edward, hasta que luego no supo diferenciar si era hombre o mujer, pero lo que sí tenía claro era el color violáceo de sus ojos que lo miraban fijamente.

No había nada extraño en él, aquellos ojos no le causaban temor, ni siquiera el no saber de quien se tratase. Una parte de Beau le agradecía por algo que ni sabía que hizo por él; estuvo a punto de preguntar quién era cuando la persona desapareció y solo quedó el reflejo de Beau frente a él. Una vez se vio a sí mismo pero de forma adulta, cosa que ya no era así.

Cada gesto y movimiento de su contraparte era la misma. A excepción de los ojos, que lucían con ese blanco que le transmitía temor a Beau de la nada. Abrió su boca, y sus dientes eran como cuchillas, sus dedos tenían unas garras filosas y el color de su piel tenía un poco del azul de las hadas, solo que en menores cantidades.

Detrás de su reflejo estaban los Vulturis observando con una sonrisa en sus rostros cualquier movimiento que Beau hiciera. Incluso aunque se moviera un centímetro, ellos lo miraban, aunque no precisamente para atacar.

La criatura frente a Beau de pronto era tan extraña que dejó de ser igual a él. Aquella personificación del chico gritó con horror sacando al chico de la alucinación.

El gritó hizo que Edward se volteara de la nada. Aunque para estos momentos, Beau ya se había tranquilizado.

—¿Te ocurre algo?

Beau asintió.

—Solo fue una… —¿pesadilla? Estaba seguro de que ese no era la descripción correcta— alucinación.

—¿Una alucinación?

—Una muy vivida. Pero creo que ya estoy bien —sonrió Beau—. Te juro que habría pensado que era una pesadilla de no saber que los vampiros ya no dormimos.

—¿De qué van?

—Cosas extrañas, pero parecidas, ya sabes, por el colorido.

—¿Qué colorido?

—Todo es tan brillante, tan real. Generalmente cuando «sueño» sé quién soy, pero en éstas sé que no estoy dormido, lo que las hace más vívidas.

Sonó algo molesto cuando volvió a hablar de nuevo.

—¿Qué es lo que te asusta?

Beau se estremeció un poco.

—Principalmente… —vaciló.

—¿Principalmente? —le urgió.

Beau no estaba seguro de por qué, pero no quería hablarle de la persona con ojos morados que aparecía en su alucinación ni mucho menos del reflejo que vio de sí mismo, había algo que quería mantener en privado en ese horror en concreto. Así que en vez de darle una descripción completa, sólo le mostró uno de los elementos. Ciertamente suficiente para asustarse a sí mismo o a cualquiera.

—Los Vulturis —murmuró.

Edward lo abrazó con más fuerza.

—No nos van a molestar nunca más. Ya eres inmortal y no tienen motivos para atacarnos.

Le dejó que lo consolara, sintiéndose un poco culpable porque Edward le había malinterpretado. Para ser exactos, su alucinación no tenía que ver con eso, porque Beau no tenía miedo por sí mismo, si no por los suyos.

Beau estaba seguro de que la persona que estaba en sus sueños era un brujo, y que en definitiva lo conocía de algún lado, aunque no lograba discernir de dónde exactamente. Por un lado sabía que en su vida jamás había visto a un brujo; a excepción del que los llevó a Volterra para conocer a los Vulturis; si bien compartían la misma característica (los ojos) los rasgos eran diferentes.

Pero desconocía si aquel o aquella bruja pertenencia a este grupo de Italia y que su intención con él no era protegerlo sino más bien entregarlo para que muriera de una vez por todas, ya que esa había sido la intención de Sulpicia en un inicio.

Estaba seguro de que en este sueño —alucinación— que era nuevo, aunque Beau sentía que ya había estado ahí con anterioridad, lo único que tenía que hacer era salvarse de las criaturas que fingían ser ángeles y también de los Vulturis que estaban envueltos en sus capas negras. No había ninguna otra opción, pero al mismo tiempo, sabía que terminaría fallando.

Edward vio la desolación retratada en su rostro.

—¿Qué puedo hacer para ayudarte?

Beau sacudió la cabeza negando.

—Fue solo una alucinación, Edward.

—Beau, a no ser que un brujo esté tratando de comunicarse contigo, cosa que igual es preocupante, no es normal que los vampiros tengan alucinaciones.

—No son tan malas, algunas son estupendas, tan llenas de… colorido, bajo el agua con los peces y el coral. Todo tiene el aspecto de estar sucediendo en la realidad y no sé qué estoy soñando. Quizá el problema sea la isla, porque aquí todo es tan alegre…

—¿Quieres volver a casa?

—No, no todavía. ¿Podemos quedarnos aquí un poco más?

—Podemos quedarnos aquí todo el tiempo que tú quieras, Beau —le prometió.

—¿Cuándo comienza el semestre? No me he preocupado por ello antes.

—Pues…

Edward no logró completar la frase que estaba por decir porque vio a Beau, quien estaba aturdido por completo. Había sufrido de otra alucinación que había pensado que era tan real, tan vívida, tan sensorial…Beau jadeó con fuerza, ahora desorientado en la habitación. Sólo un segundo antes se encontraba hablando de lo más normal con Edward.

—¿Beau? —murmuró Edward, con los brazos apretados a su alrededor, sacudiéndolo con amabilidad—. ¿Te sientes bien? Esto ya me está preocupando.

—Oh —exclamó Beau, respirando con agitación; no había sido más que una alucinación, algo no real. Se preguntaba a sí mismo cuando sería la última vez que compartiría un momento tan cercano con la gente que amaba, tanto que en esa extraña ilusión pasaba un momento feliz con Edward, antes de que…

—¡Beau! —exclamó Edward, en voz más alta, algo alarmada ahora—. ¿Qué es lo que va mal? —pasó sus dedos por las mejillas con movimientos frenéticos, pero esto no quitaba la conmoción de Beau.

—Era sólo una «cosa» —no planeaba alarmar a Edward con lo que había visto. No quería que esa alucinación sucediera, pero se quedó marcado el momento que compartía con Edward en él.

—Todo va bien, amor, estás bien, y yo estoy aquí —lo acunó hacia atrás y hacia delante, quizás con demasiada rapidez como para que realmente le ayudara a calmarse—. No es real, no lo es.

—No era del todo mala —sacudió la cabeza—. El desenlace era… bueno.

—Entonces, ��por qué estás tan aturdido? —le preguntó, perplejo.

—Pues porque me pregunto cuándo será la última vez —gimió, envolviendo el cuello de Edward entre sus brazos con tanta fuerza que casi lo ahogaba y jadeando contra su garganta.

Edward estaba tan intrigado que bufó, el sonido tenía un matiz de tensión, debido a su interés por la angustia de Beau.

—Todo va bien, Beau. Respira hondo.

—Es que era tan real. Y yo quería tenerlo.

—Cuéntamelo —le urgió Edward—. Quizás eso te ayude.

—Estábamos en un bosque… —la voz se le desvaneció, devolviendo la mirada a su rostro de ángel lleno de ansiedad, apenas discernible en la oscuridad. Le miró con amargura mientras aquella pena irracional comenzaba a disminuir.

—¿Y? —insistió él, finalmente.

Beau parpadeó.

—Oh, Edward…

—Cuéntamelo, Beau —le suplicó él, con los ojos desencajados por la preocupación que le provocaba la pena que destilaba la voz de Beau.

Pero el chico no podía. En vez de eso, colgó sus brazos de nuevo en torno a su cuello y trabó su boca en la suya con un afán casi febril. No era deseo en absoluto, era pura necesidad, agudizada por el dolor. Su respuesta fue instantánea, pero seguida a continuación por su interés en lo que le pasaba a Beau que intentó zafarse de su agarre.

Luchó por deshacerse del agarre de Beau con tanta dulzura como pudo debido a la sorpresa, que Beau prefirió apartarse por sí mismo mientras Edward le sujetaba por los brazos.

—No, Beau, cuéntame qué pasó —insistió él, mirándolo como si le preocupara que Beau hubiera perdido la cabeza.

Beau dejó caer los brazos, derrotados. Edward tenía razón, Beau debía de estar loco.

Edward lo miró con ojos confusos, llenos de angustia.

—Lo siento —dijo Beau.

Pero Edward lo abrazó de nuevo, apretándolo con fuerza contra su pecho marmóreo.

—Beau, no puedes seguir haciendo esto —su gemido sonaba lleno de angustia—. Tus ojos… solo quiero saber qué te pasa.

—Por favor —suplicó Beau, con la voz sofocada contra su piel—, por favor, Edward, hazme olvidar lo que vi…

Edward presionó sus labios contra los suyos, rindiéndose con un gemido. Una parte suya, casi más de la mitad de él, quería ayudar a Beau en lo que sea que le estuviera pasando, pero cuando se resistía al deseo desenfrenado del chico, solo lograba que Beau fuera más insistente.

Y comenzaron allá donde había terminado su alucinación.

***

Horas más tardes, ya vestidos, se sentaron en el sofá para apreciar el amanecer. Cada uno albergando sus propias dudas.

—¿Quieres que vayamos a Dartmouth? ¿De verdad?

—Es probable que trate de asesinar a mis compañeros en el primer semestre.

—Yo te daré clase —la sonrisa de Edward se amplió ahora—. Te va a encantar la facultad.

—¿Y crees que se podrá encontrar un apartamento a estas alturas?

Edward hizo una mueca, con aspecto culpable.

—Bueno, ya tenemos una especie de casa allí. Ya sabes, sólo por si acaso.

—¿Has comprado una casa?

—La propiedad inmobiliaria es una buena inversión.

Beau alzó una ceja pero decidió dejarlo estar.

—Así que estamos preparados, entonces.

—Tendré que ver si podemos recuperar tu camioneta «de antes» solo por si acaso…

—Sí, no quiera el cielo que tenga un vehículo sin protección antitanque.

Edward sonrió con todas sus ganas.

—¿Cuántos días podemos quedarnos aquí? —le preguntó Beau.

—Vamos bien de tiempo. Si quieres, unas cuantas semanas más. Y después, regresar a Forks antes de irnos a New Hampshire. Podríamos pasar Navidad en Roma o…

Sus palabras le pintaron un futuro inmediato muy feliz a Beau, uno libre de dolor para todos los implicados. El cajón donde estaba encerrada Julie, aunque no la había olvidado de ninguna manera, se agitó en su memoria, así que corrigió la idea, al menos para casi todos.

Pero esto no iba a ser nada fácil. Una vez que había descubierto lo bien que le podía ir siendo vampiro.

—Unas cuantas semanas —accedió Beau, y después como nunca parecía bastante, añadió—. Así que estaba pensando… ¿te gustaría seguir probando mi resistencia?

Edward se echó a reír.

—Interesante. No creo que suene mal tu idea… pero oigo una lancha. El equipo de limpieza debe de estar viniendo hacia aquí.

Beau tenía ganas de pedirle a Edward que sacara al equipo de limpieza para que volviera más tarde. Pero ya habían retrasado bastante su servicio que creía que la habitación no sería lo último que destruirían en unas horas.

—Déjame que le explique el desastre de la habitación blanca a Gustavo, y después podemos salir. Hay un sitio en la selva, al sur…

—No quiero salir, no me voy a pasar todo el día de excursión por la isla. Deseo quedarme aquí y ver una película.

Edward apretó los labios, intentando contener la risa ante su tono contrariado.

—De acuerdo, lo que tú quieras. ¿Por qué no vas escogiendo una mientras abro la puerta?

—No he oído llamar.

Edward inclinó la cabeza hacia un lado, atento. Medio segundo más tarde, se escuchó un golpe ligero, tímido, en la puerta. Sonrió y se volvió hacia el vestíbulo.

Beau se entretuvo revolviendo en las estanterías que había debajo de la gran televisión y comenzó a leer los títulos. Era difícil decidir por dónde empezar, ya que había más DVD que en un videoclub.

Escuchó la baja voz aterciopelada de Edward mientras se acercaba por el vestíbulo, conversando de forma fluida en lo que Beau supuso sería un perfecto portugués. Otra voz humana, más áspera, le contestaba en la misma lengua.

Edward los hizo entrar en la habitación, señalando hacia la cocina. Los dos brasileños parecían muy bajitos y de piel muy oscura a su lado. Uno era grueso y la otra una mujer delgada, ambos con los rostros arrugados. Edward hizo un gesto señalando a Beau con una sonrisa orgullosa y el chico percibió su nombre mezclado con un chorro de palabras poco familiares. La mujer le sonrió a Edward mientras hablaba con él. Pero cuando la mujer miró a Beau, su expresión cambió de repente. Ella ya no estaba sonriendo. Al principio, parecía confusión, pero luego se convirtió en un shock absoluto.

Beau tuvo que contener la risa. Probablemente no podría entender por qué habían decidido destruir el lugar… o cómo exactamente. Pero luego Beau se dio cuenta de que la expresión de la mujer estaba atrapada en él, y no en el desorden que la esperaba.

«Mierda… mis ojos», pensó Beau. Parpadeó un par de veces y volvió en otra dirección hacia el baño. Estaba tan acostumbrado a estar solo cerca de Edward que se había olvidado del iris no natural, ni tan carmesí ni tan blanco. Había dejado unas gafas de sol en la orilla cuando llegaron, pero prefirió colocarse otro par de lentillas que Alice dejó en la maleta.

Cuando Edward se dio cuenta de lo que estaba pensando la mujer, inmediatamente la distrajo, desviando su atención a la habitación blanca. La mujer miró por la puerta con expresión horrorizada. Beau se cohibió un poco cuando pensó en el desastre lleno de plumas de la habitación blanca, con el que se encontrarían pronto. El hombre bajito le sonrió educadamente.

Pero la pequeña mujer de piel color café no sonrió en absoluto. Se le quedó mirando con una mezcla de sorpresa, cólera y sobre todo, con ojos dilatados por el espanto. Antes de que pudiera reaccionar, Edward les pidió que le siguieran hacia aquel gallinero lleno de plumas y se fueron.

Cuando regresó, Edward venía solo. Caminó con rapidez hasta su lado y envolvió a Beau en sus brazos.

—¿Qué le pasa a la mujer? —le susurró Beau alarmado, recordando su expresión llena de pánico.

Edward se encogió de hombros, imperturbable.

—Kaure es en parte una india ticuna. Se ha criado de modo que es más supersticiosa, o quizás sería más apropiado decir más consciente de lo sobrenatural, que el resto de la gente que vive en el mundo moderno. Sospecha lo que eres o anda bastante cerca.

—¿Y por qué no te tenía miedo a ti? —preguntó Beau.

—Los ojos —dijo Edward sonando con total naturalidad—. No son del color que ella esperaría. Sin embargo, me aseguré de no dejar que me tocara.

—¿No tiene miedo de estar aquí? ¿Se irá?

—No, porque estoy aquí contigo y me mantienes con vida. Ella está más preocupada por mí. —Sin embargo Edward no sonaba angustiado—. Aquí también tienen sus propias leyendas, el libishomen, un demonio bebedor de sangre cuyas presas son personas hermosas —le dirigió una mirada procaz.

«¿Sólo personas hermosas?», pensó Beau. Bueno, eso sin duda era adulación pura y dura.

—Pues para mí sí que parecía aterrorizada —repuso Beau.

—Ya te lo dije, se preocupó por mí.

—Pero ¿por qué?

—Tiene miedo del motivo que tengas para retenerme aquí, solo —se echó a reír entre dientes con aspecto misterioso y después se dirigió hacia la pared llena de películas—. Oh, bien, ¿por qué no escoges una? Es algo que podemos hacer y es propio de humanos.

—Sí, seguro que una película la convencerá de que soy humano —se echó a reír señalando con énfasis sus ojos y luego juntó las manos con firmeza alrededor del cuello de Edward, estirándose sobre las puntas de sus pies. Edward se inclinó para que Beau pudiera besarle y entonces sus brazos se tensaron a su alrededor, alzándolo del suelo de modo que no tuviera que inclinarse.

—La película, calla, la película —murmuró Edward cuando los labios de Beau se deslizaron por su garganta abajo, y Edward retorcía los dedos entrelazados en su pelo.

Se oyó un jadeo violento y Edward puso a Beau en el suelo con brusquedad. Kaure estaba paralizada en el pasillo, con unas cuantas plumas enredadas en su pelo negro, un saco grande lleno en los brazos, y una expresión de horror pintada en el rostro. Se le quedó mirando con fijeza a Edward, con los ojos saliéndosele de las órbitas, luego miró a Beau con rabia mientras el chico bajaba la mirada. Entonces ella se recobró de la impresión y murmuró algo que sonaba claramente a disculpa, incluso en aquel idioma que le era tan poco familiar. Edward sonrió y le contestó en un tono amigable. Ella apartó los ojos oscuros y continuó avanzando por el vestíbulo.

—Está pensando lo que creo que está pensando, ¿no? —masculló Beau.

Edward se echó a reír ante su frase retorcida.

—Sí.

—Ésta —comentó Beau, rebuscando con la mano al azar y tomando una película cualquiera—. Pon ésta y hagamos como que la vemos.

La portada mostraba un viejo musical lleno de rostros sonrientes y trajes de faldas ahuecadas.

—Muy típico de unas buenas vacaciones —aprobó Edward.

Mientras en la pantalla los actores bailaban al son de una animada canción introductoria, Beau se apoltronó en el sofá acurrucado en los brazos de Edward.

—¿Nos vamos a mudar ahora a la habitación blanca? —le preguntó Beau.

—No lo sé… Ya has destrozado un cabecero sin remedio en la otra habitación… así que será mejor que limitemos los destrozos a una sola área de la casa, de modo que a Earnest no le importe volver a invitarnos en otro momento.

Beau sonrió con todas sus ganas.

—¿Así que habrá más destrozos, eh?

Edward se echó a reír al ver su expresión.

—Creo que será más seguro si es premeditado que si dejamos que me tomes por asalto otra vez.

—Sería sólo cuestión de tiempo —admitió Beau como quien no quiere la cosa, pero el placer recorría todo su cuerpo.

—¿Estás bien? —preguntó Edward.

—Por supuesto. Estoy tan sano como un caballo —hizo una pausa—. ¿Quieres que vayamos ahora a explorar la zona en estado de demolición?

—Quizá sea más considerado si esperamos hasta que estemos solos. Puede que tú no te des cuenta de cuándo te pones a destrozar muebles, pero probablemente a ellos les asustaría.

Beau ya había olvidado a la gente que había en la otra habitación.

—¡Okey, okey!

Gustavo y Kaure se movían por toda la casa de modo silencioso mientras Beau esperaba impaciente a que terminaran e intentaba prestar atención al final de la película en plan «y vivieron felices por siempre». Edward se sentó, acunando a Beau aún contra su pecho, y le contestó a Gustavo en un portugués fluido. El hombre asintió y caminó calladamente hacia la puerta principal.

—Han terminado —le dijo Edward.

—¿Y eso quiere decir que ya estamos solos?

—¿Qué te parece si vamos a cazar primero? —le sugirió Edward.

Beau se mordió el labio, ante el dilema. Tenía muchísima sed.

Con una sonrisa, Edward lo tomó de la mano y lo llevó afuera de la casa. Edward conocía su rostro tan bien, que no le importaba que no pudiera leerle la mente.

—Esto se me está yendo de las manos —se quejó Beau.

—¿Quieres cazar algún puma para recobrar las energías? —le preguntó Edward.

—Quizá más tarde, porque ahora tengo otra idea para recobrar esas energías.

—¿Y cuál es?

—Bueno, nos queda un montón de cabecero todavía…

Pero no pudo terminar. Edward ya lo había tomado en brazos y sus labios silenciaron los de Beau mientras lo llevaba a una velocidad tan descomunal, incluso para él que ya era vampiro, hacia la habitación azul.


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