Cinco minutos después de haber dejado a Beau, Edward lo miró colocar su mano en una jaula de monos y avestruces, algunos otros animales venenosos y de garras afiladas. Edward cerró su puño con fuerza, creyendo que quizá debería de atacar, pero después se detuvo.
Estaba en el Mercado Negro de Oaxaca. Las reglas eran diferentes aquí y él lo sabía.
Afortunadamente, Beau solo dio una palmadita a una criatura que gruñía con una mano descuidada y llena de curiosidad, luego se alejó de ese puesto y se dirigió hacia otro que estaba siendo resguardada por unos traficantes descontentos.
—¡Detengan la homofobia! —dijo una chica, ondeando un anuncio que decía UNIDAD LGBT+.
Beau tomó un panfleto y le dirigió una sonrisa a la mujer, dejándola deslumbrada. Beau tenía ese efecto en la gente. Edward recordaba como Donovan había mirado a Beau con anterioridad, había desprecio pero también estaba embobado por su nueva belleza, incluso en aquellos pocos pensamientos que pudo o��r, lo notó. Antes de que Edward conociera a Beau solía dirigirle miradas nerviosas a chicos, sin embargo siempre supo que no era correspondido, cuando Edward conoció a Kenneth supo que él no era el único que veía a los hombres de esa forma, pero aun así, aunque él lo mirara de esa manera. Para Edward nadie llenaba sus expectativas. Ahora cuando Beau estaba en una habitación era difícil para él notar a alguien más que su prometido. ¿Era posible que Beau todavía notara que los hombres eran guapos, o que pensara que las mujeres eran hermosas? Edward sintió una punzante sensación de nervios de tan solo pensar cuanta gente estaría deleitada si Edward fallara esta prueba amorosa. Le intrigaba más por no poder saber qué pensaba Beau.
Edward bajó un poco su mirada y después lo siguió a distancia.
Luego Beau se dirigió a un apotecario y comenzó a observar lo que había en ella. Después de eso, se detuvo para responderle a una humana de cabello violeta que le había pedido dinero para alimentar a su mascota. En seguida fue al puesto opuesto y duró lo que se sintió como una hora debatiendo con un humano que claramente no sabía nada y aun así retenía a Beau para tratar de conseguir algo de él.
Edward confiaba en que Beau sabía lo que estaba haciendo. Beau transmitía confianza con tan poco esfuerzo. Aunque siempre parecía no tener el control de las situaciones que lo rodeaban, el vampiro tenía la mala costumbre de subestimar al chico Swan. O más bien, Cullen.
Edward se deslizó por el pasillo adyacente cuando Beau comenzó a moverse de nuevo. Estaba lo suficientemente alejado como para no levantar sospechas, pero solo a cinco pasos de distancia. Miraba no solo a su novio, sino a todos a su alrededor, desde el grupo de chicas tratando de atraer a Beau a su tienda, hasta una carterista flacucha con una corona de plástico en su cabeza que estaba siguiendo a Beau no tan inocentemente.
Edward pensó en ir tras esa chiquilla y amenazarla por si se llegaba a acercar a su novio. Aunque eso sería un poco extraño, dado que apenas si tenía doce años, sino es que menos. Además, la chica se desvío hacia otro lado del mercado. Edward frunció el ceño, se había dado cuenta de que la niña pensaba que Beau era un policía y por ende no quería problemas. Edward se rió ante el pensamiento de la niña y siguió avanzando.
Una respuesta reflexiva interrumpió su momento con los pensamientos de la niña cuando sus ojos captaron el destello de la chaqueta de Beau en la distancia. Edward regresó de su ensimismamiento y se apresuró hacia la dirección en la que había visto ir la chaqueta.
Cuando la encontró, vio a Beau entrar en un callejón oscuro detrás de una fila de puestos, y luego una figura encapada surgió de un lugar escondido y cuidadosamente siguió a Beau por el callejón.
Edward no tenía tiempo para seguirle lentamente; ya había perdido a Beau una vez y pronto perdería a la figura misteriosa también. Comenzó a correr, pasando sobre un hombre y una chica atrapados en un abrazo y empujando a un grupo de chicos. Llegó a la entrada del callejón y presionó la espalda contra la pared. Echó un vistazo a través de la esquina y vio una figura a mitad del pasillo, dirigiéndose hacia la espalda desprotegida de Beau.
Tomó fuerza y se adentró en el callejón.
—No te muevas. Date la vuelta, lentamente —dijo, lo suficientemente alto para llamar la atención.
La figura encapuchada se congeló, sus manos extendiéndose lentamente hacia fuera como para cumplir con sus órdenes. Edward se acercó un poco más, moviéndose hacia su izquierda para tener una mejor vista del rostro de la persona. Captó un vistazo de un mentón angosto —humano, de hombre, por la apariencia de este, con una complexión arenosa— cuando el hombre se giró hacia él, sus dedos se extendieron. Edward retrocedió conforme un brillante destello lo impactó, oscureciendo su visión en un estático blanco, excepto por la sombra del chico, un sello oscuro sobrepuesto en la luz cegadora. Volvió a tomar su posición de ataque, cegado, pero confiando en su velocidad y equilibrio para mantener firme su objetivo. Edward avanzó con tanta velocidad y estuvo a punto de darle un golpe cuando él de alguna manera se desvaneció del camino. «Borroso» era la única manera de describirlo. En un momento el vampiro estaba volando hacia él, y al siguiente la silueta se había contraído y estirado, y después él estaba de pie en la pared opuesta del callejón.
El hombre se borró de nuevo, apareciendo justo a su lado. Edward retrocedió, casi evitando el ataque de una espada. Bloqueó otro ataque con su brazo. La dura y fría piel del chico hizo un estruendo contra el metal, y Edward, todavía medio ciego, movió sus manos y enganchó los tobillos de su agresor, tirándolo al suelo. Alzó su brazo derecho y estuvo a punto de acertarle un golpe en su cabeza cuando se desvaneció de nuevo, esta vez apareciendo en la entrada del pasillo.
Una ráfaga aulló detrás de él y sacudió su capa de lado. Parte de su capucha se agitaba hacia atrás, revelando la mitad restante de su cara bajo la luz de un poste de luz. Un hombre con unos profundos ojos verdes y piel ligeramente azulada. Cabello de un intenso color rojizo cayó hacia un lado de su rostro y se curvó en su frente. La espada que portaba era un raro sable de mango azul, de un filo triangular, diseñada para infligir daños irreparables en la carne humana.
Edward entrecerró los ojos. Su cara parecía completamente humana, pero había algo peculiar en esta. Era su expresión; había un vacío, como si estuviera mirando hacia un lugar lejano.
Un chillido de metal contra ladrillo perforó el aire detrás de él. La atención de Edward vaciló por un momento.
El hombre misterioso tomó ventaja de su ligera distracción. Giró su espada sobre su cabeza mientras decía palabras en un idioma que Edward no entendía, y después apuntaba hacia él. Una luz azul en espiral se disparó de la punta, y después el suelo a sus pies hizo erupción, casi derribándolo.
Edward se apartó, volvió a cerrar con más fuerza de la necesaria sus puños, y caminó dos o tres pasos antes de estar listo para atacar. Miró al lugar en donde el hombre había estado, pero ya no estaba.
Edward dirigió la mirada a la entrada del callejón y luego vio a su objetivo en cuclillas en el borde de una cornisa del edificio. Se lanzó a toda velocidad y empezó a encajar sus pies sobre el suelo de una manera violenta, saliendo del callejón casi tan rápido como volaba cuando estaba cerca de Beau. El hombre se volvió borroso y reapareció en un alféizar más alto del mismo edificio. Los puños de Edward resonaron contra la piedra. El hombre encapuchado saltó, rodando grácilmente en el techo de un puesto, y luego empezó a correr.
Comenzó a cruzar las partes superiores de los puestos. Edward le dio caza, corriendo por el camino detrás de esos puestos, saltando sobre bolsas de basuras y contenedores de mercancías, cuerdas, estacas y cajas. El hombre era rápido, pero había cierta duda en sus pasos que le permitió a Edward alcanzarlo. Estaba ganando.
El hombre llegó a un punto muerto al borde del mercado y se desvaneció hacia el suelo. Empezó a decir más cosas en lenguaje antiguo, y el aire ante él brilló y se desgarró. Los bordes de un tosco portal comenzaron a emerger.
Edward soltó una bocanada de aire, que para nada era necesaria, y se puso firme hasta la punta de los pies. Arremetió contra el hombre y éste se volvió hacia Edward, esperando un ataque. En su lugar, el borde afilado de una cuchilla perforó su capa, fijándola a un lado de un puesto del Mercado. El vampiro había tomado ésta de un puesto atrás.
—Te tengo —Edward lo miró antes de cerrar su puño, el cual iba dirigido de forma mortal hacia su centro.
El hombre agitó la cabeza.
—No lo creo.
Edward mantuvo sus ojos atentos a su puño. Esto fue su error. Luz brotó de sus manos y Edward sintió como si volara, después cayera y finalmente chocara contra algo. Vio la pared moverse rápido directo hacia él y retorció su cuerpo para que así sus pies fueran lo primero en hacer impacto. Dio una voltereta y aterrizó en cuclillas en el lodo.
Se alzó con rapidez, su cuerpo milagrosamente ileso, y se movió reflexivamente para colocarse de nuevo en su posición. El hombre —el hada— había desaparecido. Todo lo que quedó fueron los restos del portal mientras se cerraba y desaparecía para siempre. Edward mantuvo sus puños alzados mientras giraba sobre su eje en un círculo completo. Fue solo hasta que estuvo seguro de que éste se había ido que dejó bajar la guardia. Este hombre era un hada, pero claro también era un luchador muy bien entrenado. Era una amenaza seria.
Unos pensamientos extraños interrumpieron la incógnita de lo que había acontecido frente a sus ojos…
«No pensaré en nada. Mente en blanco, mente en blanco, mente en blanco, mente en blanco…».
«¡Ay por Dios, ya basta! Es obvio que llamarás más su atención», dijo otra voz.
«Bueno, pues ¿qué quieres que haga? Él lee mentes».
«Ya lo sé, tarado».
«¡Podrían parar de pelear por un momento! Ya sabe que somos nosotros», dijo un tercero, y por supuesto que Edward ya sabía de quien se trataba.
—¿Julie? —soltó Edward diciendo lo obvio—. ¿Qué demonios están haciendo aquí?
Edward se giró al escuchar los pasos de tres lobos que se ocultaban detrás de unas enormes cajas en un callejón sin salida y oscuro. El primer lobo en salir fue Seth, quien a pesar de estar en su forma lobuna, le sonrió al vampiro. Seguido de él, salió Julie, quien refunfuñó en dirección de Seth.
«Creo que es obvio por qué estamos aquí», dijo Julie.
Era cierto, Edward leyó la respuesta más explícita a los pensamientos de los tres lobos, quienes «convencieron», por no decir que obligaron, a Pamphile para que los trajera hasta donde los Cullen habían llegado. Julie fue la que inició la expedición y en un principio ella iba a venir por su cuenta, pero luego recordó que dos lobos parecían querer depender de su nuevo Alfa. Seth estaba contento de poder ayudar, a diferencia de Leah, que venía más por miedo a lo que la manada de Sam podría hacer con ella que por gusto.
—No era necesario que vinieran.
«Se los dije», bufó Leah saliendo detrás de Julie, «las sanguijuelas no nos necesitan».
«Nadie pidió tu opinión, Leah», respondió Seth.
«Ay, tú ni hables, que solo viniste porque te gusta el maldito chupasangres», dijo Leah y al instante quedó cabizbajo Seth.
«Okey, es suficiente», dijo Julie con esa voz de Alfa que ahora tenía. «Y por supuesto que íbamos a venir a ayudar, Edward, aunque no lo hayan pedido».
Edward soltó una leve risa mientras se quitaba el lodo de la cara.
—Sí, claro —miró a uno por uno—. Creo que escogí mal mis palabras: no debían de venir.
Bufó Leah.
—Lo que está ocurriendo aquí, es más grave de lo que imaginas —continuó Edward—. Por m�� no hay problema, ¿pero sabes lo mal que se pondría Beau si se enterara de que estás aquí?
«A ver, Eduardo…».
—No me llamó así.
«No me importa si Beau está de acuerdo o no con mi visita a México», continuó Julie ignorando la interrupción de Edward, «ya le he fallado un montón de veces, eso no volverá a pasar».
«Sí Beau está en problemas, vamos a ayudar», dijo Seth.
Y entonces Edward recordó que tenía que proteger a su novio todavía.
—Beau —jadeó Edward. De repente se le ocurrió que no había garantía de que el hada estuviera trabajando solo. ¿Y si había estado tratando de llevarlo lejos de Beau? Retrocedió hasta el callejón, recorriendo el camino estrecho, ignorando si los lobos lo seguían o si incluso Eleanor y Royal estaban cerca. Seguía corriendo mientras arrancaba las estacas y las tiendas colapsaban. Gritos de indignación provenientes de las personas del Mercado Negro lo seguían conforme avanzaba.
Gracias a Dios, Beau se veía perfectamente a salvo, habiendo emergido en el otro extremo del callejón sin darse cuenta, y habiendo llegado a un rincón cerca, donde se encontraba hablando con un vil brujo que se veía de mala reputación, vestido con una gabardina y gafas de sol. Tan pronto como el hombre vio a Edward se sobresaltó y echó a correr. Edward entendía que las personas, sin importar quién fuese pero que lo conociese, huía de él por su habilidad, pero estaba comenzando a tomar la actitud del Mercado Negro de manera personal.
Beau le sonrió a Edward y lo saludó. Edward sintió su propia expresión severa suavizarse. Se preocupaba demasiado. Pero siempre había mucho por lo que preocuparse. Un ataque por parte de los Vulturis. Tratar de proteger a la gente a la que amaba de dichos ataques. Los quileute queriendo asesinar a Beau. A veces todos esos pensamientos parecían ejercer presión sobre sus hombros, una carga invisible que Edward apenas podía soportar, una de la que no se podía liberar.
Beau estaba de pie con su mano extendida hacia Edward. La manada de Julie permanecía detrás de él y Beau los miró, y por un momento lució salvaje y extraño, pero después sonrió con confusión. El afecto de Edward y el sentimiento de que había sido afortunado de ganar el afecto de Beau de vuelta, lo abrumaron.
—Santo cielo, Edward —dijo Beau, y fue un poco divertido saber que se refería a Edward—. ¿Qué ha sucedido?
—Bueno —dijo Edward—, alguien estaba siguiéndote. Lo perseguí. Era un hada. Un hada bastante lista para pelear, debo agregar. Y luego aparecieron estos tres.
«Tenemos nombres», dijo Julie un poco irritada.
—Como sea —agregó Edward.
—¿Alguien de la guardia de los Vulturis? —preguntó Beau.
—Lo dudo, no hay hadas en sus filas.
Luego a Beau le cayó el veinte.
—Espera, ¿por qué Julie está aquí? —hablaba con Edward pero su mirada estaba fija en su amiga lobuna.
«Díselo, Edward».
—Creo que la muy estúpida no sabe diferenciar entre Ohio y Oaxaca.
Julie empujó levemente a Edward, a lo que él solo rió.
—Hablo en serio —continuó Beau.
Edward suspiró.
—Ella cree que también es una pieza en este tablero.
Beau miró con desapruebo a su amiga, no podía decir más, sin importar las veces que le pidiera que quedara fuera de algo terminaba más involucrada de lo que en verdad quisiera, y ya tenía las pruebas suficientes como para comprobarlo.
—Gracias por venir, pero ya sabes lo poco que estoy de acuerdo con esto.
—Fue justo lo que le dije.
Entonces aparecieron entre la gente Eleanor, Royal y Erictho. Todos ellos con la mirada puesta en Edward y los tres lobos que estaban detrás de éste.
—Mierda, ¿dónde te metiste, Edward? —preguntó Eleanor.
—Un hada estaba persiguiendo a Beau.
—Solo te vimos cruzar a toda velocidad el mercado, y claro, nos preocupamos —contestó Royal mirando a Beau y luego a Edward.
La bruja fue la siguiente en responder.
—¿Era alguno de los guerreros del rey Oberón?
—No estoy seguro —dijo Edward—. ¿No enviarían a más de una persona si tienen un ejército entero?
—Usualmente, sí —dijo Erictho después de hacer una pausa.
—¿Encontraste lo que estabas buscando? —dijo Edward dirigiéndose a Beau.
—Algo así. —Beau enlazó sus brazos con los de Edward, sin preocuparse del lodo en la ropa de Edward y tiró de él más de cerca—. Les diré cada detalle cuando volvamos a casa, pero lo más importante es que vamos a tener que salir de aquí cuanto antes.
���Tenía la esperanza de que pudiéramos divertirnos e ir de paseo mañana —dijo Eleanor.
—¿Qué? Por supuesto que no —respondió Edward–. Vamos a divertirnos en cuanto sepa que mi familia ya no corre ningún peligro. De por sí esto ya cuentan como vacaciones; raras veces tenemos que salir del país con urgencia.
Beau miró a Edward.
—¿Qué? —respondió este a su mirada.
—No hablarás en serio —dijo Beau con una carcajada—. ¿Es una misión riesgosa o estamos de vacaciones?
—Bueno, espero que un poco de ambos —dijo Edward—. La sierra de Oaxaca es especialmente hermosa en esta época del año.
—¿Qué estás diciendo? —dijo Eleanor—. Oaxaca es especialmente hermosa en cualquier época del año.
—Edward —dijo Beau interrumpiendo la plática innecesaria—. ¿Nos iremos por la noche y llegaremos en la mañana? ¿Tomaremos un Portal?
—No —dijo Erictho—. Cuando el rey Oberón está de caza rastrea el uso de portales, según lo que pudimos averiguar. Tendremos que apañárnoslas como hacen los mundanos y tomar el avión más elegante y lujoso disponible cuanto antes si queremos salir con vida, en especial Beau.
«Iremos con ustedes», dijo Julie mirando a Edward.
—¿Qué dice? —dijo Beau al ver la manera en la que Julie cruzaba miradas con su novio.
—Pide disculpas por haber metido sus narices en donde no la llaman y que a más tardar, esta noche comenzará a correr en dirección a Forks sin parar.
Beau soltó una carcajada mientras Julie fruncía el ceño.
—Seguro dijo todo lo contrario —señaló Beau.
—Como siempre lo hace.