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No creía haber visto a nadie mostrar tanto odio y rabia como el hombre que tenía delante.
Cuando por fin se disipa, los dos orbes marrones la miran fijamente —Ahora estamos a mano, aunque las tuyas no se curarán antes de que mueras —le gruñó, lanzando el puñal y agarrándola del cuello.
Alina no podía hablar, su voz se había perdido mientras trataba de respirar, ahogándose con sus palabras.
—¿Quieres ver mi obra maestra? He creado algo tan magnífico en tu rostro. —Damián la provocaba mientras la soltaba. Caminando hacia la mesa trajo un espejo.
Alina bajó la cabeza evitando mirarse en el espejo a toda costa. No podía soportar ver su rostro destruido. Seguramente parecía un monstruo en ese momento.
La única razón por la que alguien le había prestado la menor atención desde que era joven era porque era hermosa.
Su padre no se había deshecho de ella todo este tiempo porque poseía algo que él quería, algo que sabía que podía usar: su belleza.