Cuando Cristóbal finalmente regresó a su cabaña, su secretaria le informó que Abigail había estado esperándolo. Le sorprendió saber esto. Al mismo tiempo, sintió un pinchazo de vergüenza y remordimiento. Abigail estaba tan angustiada que había venido aquí para hablar con él en lugar de esperarlo en casa.
—¿Cuándo llegó? —preguntó ansiosamente.
—Casi hace una hora —respondió la secretaria.
—Mierda —murmuró en voz baja, sus dedos deslizándose sobre su pelo.
Dudó un momento antes de empujar suavemente la puerta para abrirla. Su mirada cayó sobre la pequeña figura de pie junto a la pared de cristal con los brazos cruzados sobre su esternón. Cristóbal se acercó lentamente a ella, mirando su espalda rígida. Sus pasos medidos transmitían una sensación de precaución y aprensión.