Capítulo 9: Comportamientos familiares y desconocidos de Abigail
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Cristóbal se detuvo un momento para reflexionar. Extrañaba su cocina. No había comido adecuadamente la noche anterior debido a su inquietud y a su disgusto por los platos que la empleada había preparado. Había estado disfrutando de la comida que ella había preparado para él durante los últimos dos años. Solo ella podía satisfacer su refinado paladar.
Solo pensar en los deliciosos platos que ella preparaba le daba hambre. Salió y la siguió a la casa.
No era su primera vez visitando ese lugar. Sin embargo, no podía dejar de observar la casa. Era la casa ancestral de Abigail. Aunque era antigua, su madre la había mantenido en buen estado.
La casa tenía tres habitaciones, un pasillo, una cocina y un porche trasero. Una escalera de madera conducía al ático en el lado derecho del pasillo. Un hogar se encontraba justo en frente del sofá, sobre el cual había una foto enmarcada de Abigail con sus padres, de 7-8 años de edad.
Se veía frágil, pero su sonrisa era cálida y tenía la capacidad de derretir el corazón de cualquiera. Cristóbal no podía apartar los ojos de ella en la foto. A pesar de su enfermedad, Abigail podía sonreír tan radiante. Lo sorprendió.
Se preguntó cómo había lidiado con su enfermedad y la perspectiva de la muerte a una edad tan temprana.
—Por favor, siéntate. Voy a empezar a cocinar —Abigail entró en la cocina y sacó las cosas que había comprado.
Cristóbal apartó la mirada y volvió a la realidad. Se sentó en el sofá marrón de tres plazas y miró el televisor. Pensó en encenderlo y ver si había algún partido de fútbol. Abandonó el plan cuando se dio cuenta de que no podría disfrutar del juego en un televisor de pantalla pequeña.
Sacó el teléfono y revisó los correos electrónicos, su mirada se dirigió hacia la cocina. La vio picando las verduras.
Esta era la primera vez que la veía trabajar en la cocina. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no había prestado mucha atención a su cocina mientras ella había estado cocinando para él.
Una emoción inexplicable pasó por su mente. Después de considerarlo, bajó el teléfono y se acercó a la cocina.
—¿Necesitas ayuda?
Abigail estaba tan perdida en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que él llegó. Se sobresaltó al escuchar su profunda voz y accidentalmente se cortó el dedo.
—Uh… —suspiró y soltó el cuchillo al instante, mirando su dedo índice. La sangre comenzó a fluir de la herida.
—¿No podrías ser un poco más cuidadosa? —La regañó mientras sostenía su mano y la ponía bajo el agua del grifo. Su rostro parecía disgustado—. ¿Dónde está el botiquín de primeros auxilios?
—Allí —dijo señalando el armario—. Yo lo haré.
—No te muevas —Le lanzó una mirada de advertencia antes de abrir el armario y sacar una caja rectangular blanca. Saco una tirita y la envolvió alrededor de su dedo.
Abigail lo miró todo el tiempo, su corazón abrumado de emociones. ¿Cómo no enamorarse de alguien tan atento? Deseaba que él también comenzara a amarla.
—Ten cuidado al trabajar con un cuchillo —dijo y levantó los ojos hacia ella, solo para verla mirándolo fijamente.
Él también sostuvo su mirada, su mano todavía en la suya. Por primera vez, notó lo hermosos que eran sus ojos ámbar. Sus claros ojos, enmarcados por pestañas rizadas, eran tentadores, y se sintió atraído por ellos.
Ella parpadeó y retiró su mano. —Gracias.
Cristóbal de repente se desorientó cuando ella se dio la vuelta. Bajó la mirada hacia su mano vacía. La sensación de vacío se trasladó a su corazón, inquietándolo.
Metió su mano en el bolsillo y dijo solemnemente:
—No necesitas cocinar para mí. Me voy.
Salió de la cocina.
—No, por favor, no te vayas. —Ella lo persiguió y agarró su brazo instintivamente.
Cristóbal se detuvo y miró sus manos en su brazo, luego dirigió la mirada a su rostro.
Ella soltó su brazo y dio un paso atrás:
—Yo-Yo cocinaré. No te vayas. —Su mirada era suplicante.
Cristóbal estaba complacido en su corazón al ver a su dócil esposa de vuelta. Estaba cómodo cuando ella actuaba tímidamente. Estaba familiarizado con eso. Su desafío lo inquietaba. Esa sensación era irritante y asfixiante.
—No tomará mucho tiempo. Por favor, espera un poco.
Al verla suplicar, su molestia desapareció:
—Está bien. Me quedaré. Llámame si necesitas ayuda.
Se dirigió al pasillo.
Abigail suspiró en secreto y volvió a la cocina.
Terminó de cocinar casi una hora después y arregló la mesa.
Las pechugas de pollo estaban bien cocidas y sabían deliciosas. Cristóbal comió con entusiasmo. Su disposición era alegre. Deseaba poder quedarse con ella un poco más, pero ya había recibido una llamada de su secretaria, recordándole una reunión de la tarde.
Dejó el cuchillo y el tenedor y dijo:
—Vendré a buscarte por la mañana.
Abigail pensó un rato. La villa estaba a una hora en coche. Para llegar a tiempo a la ceremonia, tenía que levantarse temprano y venir a buscarla.
No quería molestarlo. Entonces, lo negó:
—Está bien. Tomaré un taxi.
Su respuesta le trajo de vuelta el enojo. Su buen humor se agrió al instante.
¿Por qué no podría simplemente decir "sí" y sonreírle? ¿No debería sentirse feliz de que él vendría aquí temprano en la mañana para llevarla consigo?
Pero, no… Lo rechazó. Parecía haber decidido oponerse a él en todo. ¿Qué tipo de venganza planeaba aplicarle?
La frente de Cristóbal se arrugó, con dos líneas verticales formándose en medio de sus cejas. Había notado sus cambios desde que había olvidado desearle su segundo aniversario de boda.
«Ya veo. Ella está desahogando su frustración en mí.»
Se levantó. No iba a rendirse tampoco. Para compensarla, había vuelto temprano ese día. Incluso había llevado flores para ella. Fue ella quien se fue sin preguntarle.
Ella debería ser la que se disculpara.
—Bien. —murmuró esa única palabra mientras salía a grandes zancadas.
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