El niño observó nerviosamente al joven sobre la bestia negra. Solo podía percibir que se trataba de una figura muy poderosa, pues la tribu entera parecía temerle.
El joven bajó de la bestia, caminó hacia él y le extendió la mano mientras decía:
—Piedraazul, ven conmigo. Vamos a la tumba de tu hermana a rendirle tributo.
Ji Ning tomó la manito de Piedraazul mientras el infante, estupefacto, se dejaba guiar, sin atreverse a poner resistencia. A su lado, Dientenegro y otros hombres de la tribu tampoco se atrevieron a discutir. Y así, en pocos momentos, atravesaron la tribu hasta llegar a un gran cementerio en la parte trasera del lugar. Una vez más visitaron esa tumba.
—Hierba de Primavera, he venido.
Ji Ning había preparado unos cuantos objetos sacrificiales que fue recolectando al pasar por las diversas tribus. Las colocó con cuidado frente a la lápida mientras al mismo tiempo decía: