…En algún lugar lejano, en las profundidades de una interminable e ineludible pesadilla, un cegador disco de un sol incandescente bañaba las dunas de un vasto desierto en una oleada de calor inmolador. Las arenas del desierto eran de un blanco inmaculado, y el cielo azul sobre ellas era profundo e ilimitado como un océano antiguo, sin una sola nube manchando su sedosa expansión.
Azotado por el calor, una figura solitaria se movía sobre la arena.
Era una joven con llamativos ojos grises, su piel cubierta de horribles quemaduras, su cabello plateado sucio con sangre y rodeado de un radiante halo de luz reflejada. Llevaba los restos calcinados de una armadura destrozada, y blandía una espada rota, con su hoja plateada fracturada y terminada en un borde dentado cerca de la empuñadura.