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70.58% En su mente (Español) / Chapter 12: XI: Sangre, sudor y muerte

Capítulo 12: XI: Sangre, sudor y muerte

— Bien, srita. D'Angello, ahora me gustaría que respondiera a algunas preguntas.

Su ceño se arqueó, un intenso calor emanó de esos ojos estigios. No, a Arabela D'Angello no le gustó que sus bromas habituales fueran abandonadas por almidonadas preguntas clínicas sobre su psique. Levantó sus manos para que descansaran muy delicadamente sobre la mesa, una larga cadena uniéndolas, enroscándose alrededor de sus caderas y pies. Sus nudillos aún estaban pintados de ese púrpura enfermizo.

— Mencionó al final de nuestra última sesión que sus impulsos asesinos comenzaron en la pubertad, algo que, estoy seguro de que es muy consciente, indica un vínculo entre el sadismo sexual y el asesinato. Lo que me pregunto es si alguna vez tuvo relaciones sexuales con los hombres antes de que supuestamente los asesinara.

Stefano la miró de manera neutral mientras que su voz sonó intencionalmente seca.

— Buenos días, Stefano.— D'Angello habló lento deliberadamente.— ¿Cómo te encuentras esta mañana? — Una sonrisa cortés apareció en sus labios, fue un tirón juguetón de la cuerda que unía la tensión del ambiente.

— Responda la pregunta, señorita D'Angello.

Un tic, sutil, tan sutil que uno no sería capaz de notarlo si no lo estuviera buscando. Solo un ligero parpadeo en el ojo izquierdo, un breve endurecimiento en sus delicados nudillos. Y luego, nada.

— Cualquier sexo que tuve con los hombres fue antes de sus muertes prematuras.— puso tanto énfasis en la palabra, como si no tuviera nada que ver con eso.

— ¿Obtuvo un mayor placer sexual al saber su destino inminente?— preguntó Stefano.

No redujo la velocidad de sus escritos frente a lo que escuchaba y veía, su lápiz se movió libremente mientras hacía y deshacía los bosquejos sobre ella.

— Creo que era mi pregunta, señor Caciatore.

Ella omitió usar su primer nombre de manera consciente, como si su discutible comportamiento fuera penado con el aplastamiento de la familiaridad que había gustosamente compartido con él al pronunciarlo. Su voz fue, sin embargo, una caricia suave, la lengua de una serpiente moviéndose, saboreando el aire entre ambos.

— No, no lo es. No existen los acuerdos transaccionales en la naturaleza de los interrogatorios.— Stefano la miró fijamente.— Hago una pregunta, tú la respondes. Así funciona esto.

Fue él mismo quien tomó esa familiaridad y se burló de ella al tutearla, al recordarle cómo eran sus relaciones de poder.

D'Angello se había quedado muy quieta, Stefano habría pensado que incluso había dejado de respirar si no fuera por los breves destellos de sus fosas nasales, la furia en sus ojos.

— Ahora, por favor, responda la pregunta.

El pulso de D'Angello latía a un ritmo constante en su yugular mientras observaba al detective, los tendones de su mandíbula parpadeaban tan maravillosamente. Oh, estaba tan llena de rabia que apenas podía respirar.

Fue un espectáculo maravilloso. Por fin, por fin podría notar su mente irracional y diseccionarla a su gusto.

Definitivamente apostaría dinero a la idea de que toda su perspectiva en torno a él había cambiado. Se había puesto en una posición de ganar-ganar: o D'Angello tomaría su enfoque anterior con los psiquiatras y esta sería su última sesión. O, la opción menos probable mientras lo miraba con los ojos llenos de ira: ella se doblaría, se rompería en pedazos pequeños y digeribles y le permitiría engullirlos, para finalmente entrar en su mente. Quizás la opción más probable sería que ella se abalanzara sobre la mesa, retorciendo esas cadenas alrededor de la columna de su garganta y ahorcarlo.

— Sí, lo hizo.

Solo tres pequeñas palabras. La naturaleza tan depravada de su confesión fue tan repentina que cautivó a Stefano por unos cuantos segundos, olvidó de tomar el lápiz con la rapidez que lo había hecho hasta entonces. Tomó su carpeta negra con calma entre sus manos, acomodándola frente a él.

— ¿Experimentó excitación mientras cometía sus crímenes? — Stefano omitió el 'supuesto': se aventuró a comprobar si habían superado ese punto.

— Sí.

— Y, sin embargo, rechaza todas las acusaciones de violación, ¿correcto?

— Sí. Ya los había poseído de esa manera de antemano, no había necesidad de humillarlos más de lo que ya serían.— su voz era baja, hablando entre dientes.

— ¿Serían?

— La pose de los cuerpos, el acto mismo del asesinato fue, en algunos casos, una humillación.— Una pausa. — Solo algunos provocaron en mí lo suficiente como para masturbarme luego de cometer el asesinato.— Arabela se inclinó sobre la mesa con complicidad, Stefano la siguió sin notarlo.— Lo hice y disfruté cuando su sangre aún estaba caliente sobre mí, cubriéndome... —

Su voz se apagó, sus párpados se cerraron. Se pasó la lengua por la costra del labio distraídamente.

— ¿Cree que su continua y sostenida violencia contra los hombres es sintomática de la falta de relación con su padre?

Sus ojos ambarinos brillaron extasiados al mirarlo, ambos estaban inclinados cada vez más cerca sobre la mesa, supo que él podía verse ante sus ojos asqueado o fascinado de que le diera tantas respuestas, sin reprenderlo frente a las afirmaciones de culpabilidad. Tal vez, ella por fin le diera la pieza faltante a su rompecabezas.

— Creo que ya dejó bastante clara su afirmación de esto en nuestra primera sesión, señor Caciatore.— dijo D'Angello arrastrando las palabras perezosamente, abriendo los ojos lentamente. Sus pupilas estaban muy abiertas.— Y creo que te dije que tu afirmación estaba equivocada. Qué olvidadizo de tu parte.

Siempre fue de esta manera. Cuando había un patrón de violencia contra el sexo opuesto, siempre había algo que lo iniciaba, el comienzo del odio. Un momento desencadenante que pondría al sujeto en un camino de destrucción por el resto de su vida. Ya sea abuso, negligencia o, en el caso de D'Angello, la no entidad completa de la figura parental, siempre hubo ese factor subyacente: la ausencia de su padre, su muerte prematura.

Stefano ojeó con parsimonia entre los papeles escritos de su carpeta, buscando el detalle que posiblemente hubiese pasado, hasta el momento, desapercibido. D'Angello observó sus movimientos con leve curiosidad mientras él cambiaba de página, hasta que sus ojos diferentes destellaron con un triunfo cruel y una sonrisa burlona adornó sus labios. Cerró la carpeta y la dejó sobre la mesa, tan cerca de ella como estaba quiso admirar atentamente su reacción.

— ¿Qué me dices de tu madre?

Hubo una breve pausa, un momento en el tiempo que pareció estirarse como el caramelo. D'Angello simplemente observó a Stefano, aparentemente analizando las palabras que acababan de escapar de sus atrayentes labios. Sus hombros se habían bloqueado, erizando su uniforme de prisión cuando sus nudillos crujieron bajo la presión repentina. Las cadenas se tensaron cuando D'Angello movió sus manos. Fue su rostro, como siempre lo era con Arabela D'Angello, lo que atrajo la mayor atención de Stefano. Su mandíbula se había trabado en su lugar, cualquier sonrisa segura de sí misma que había estado tirando de sus labios se había desvanecido en un instante, dejando una línea dura en su lugar. Una vena en su frente comenzó a punzar, latiendo a un ritmo cada vez más acelerado. Los ojos de D'Angello eran brasas creadas por las llamas del infierno, tan oscurecidos, con tal promesa de dolor y muerte que uno no se sorprendería de encontrar a Caronte transportando almas dentro de ellos.

Tuvo la certeza de poder igualar la obra de Dante Alighieri, imaginándose el quinto círculo del Infierno, pues no necesitaría nada más que mirar a los ojos ambarinos de Arabela D'Angello. Ahogándose en la sangre estancada de la laguna infernal que ella creó sólo para torturar el final de su existencia.

Entonces, de repente, el tiempo se aceleró una vez más.

D'Angello volteó la mesa con un estrépito todopoderoso, saltando sobre ella cuando las cadenas conectadas al hierro tintinearon y la atrajeron hacia Stefano. Había sido demasiado lento, demasiado concentrado en analizar su rostro, sus emociones, para darse cuenta de su grave error. De repente, D'Angello estaba a horcajadas sobre él, sus largas piernas enjaulando sus caderas. Stefano pensó, en una fracción de segundo mientras se recuperaba de la sorpresa, en lo caliente que estaba: un infierno ardiente mientras sus largos dedos se abrían camino hacia su garganta.

Era insoportable, su calor. Empezó a constreñir su flujo de aire, una serpiente letal finalmente aplastando a su presa. Sus pupilas estaban dilatadas, sus labios húmedos mientras miraba sus ojos agrandarse. Ahí estaba, la primera sonrisa genuina que Stefano le había visto poner. Sus ojos fueron tan amarillos como los de un demonio. Alegría pura iluminándolos.

El detective forcejeó ferozmente contra sus manos, aún cuando su fuerza masculina era positivamente superior, era una tarea eventualmente difícil librarse de su control. Intentó sacarla de encima impulsando su cuerpo para empujarla. Y ella, sin pudor alguno, gimió de placer cuando sus cuerpos se rozaron por el movimiento. Stefano comenzó a reír, un tipo de risa ahogada y enloquecida que quemó su pecho y garganta al salir.

Realmente no estaba mintiendo sobre la excitación.

Tal vez fue el impacto de su risa ahogada, tal vez fue simplemente la gravedad de la situación o tal vez fue simplemente el cerebro hambriento de oxígeno de Stefano, pero casi podría jurar que sintió que sus dedos se aflojaban.

Una ráfaga de movimiento, un choque, una cacofonía de gritos y, de repente, el peso del cuerpo de Arabela desapareció. Stefano comenzó a toser mientras se sentaba, apoyando su peso sobre sus palmas. Todo a su alrededor fue un borrón en su mirada mientras nadaba dentro y fuera de la conciencia. Consultas apresuradas de heridas, gritos de preocupación antes de que pudiera reincorporarse por sí mismo rechazando las pequeñas manos que intentaban ponerlo de pie en vano. Dos guardias femeninas patearon a D'Angello, sus costillas, sus piernas, su estómago: cualquier cosa a su alcance. Lo último que vio Stefano fue la sonrisa ensangrentada de Arabela mientras Fiorella avanzaba hacia ella.

Luego, fue arrastrado por el mismo Alessio hacia el exterior mientras cerraban la puerta en sus narices.

***

Arabela había tenido la intención de matarlo, realmente lo habría hecho. Pero tal vez fue su jodida apreciación inteligente, su ojos diferentes mirándola o la forma en que vestía el desafío de manera tan hermosa... a pesar de todo, se dio cuenta de que no podía seguir adelante con eso. No vio el pavor enloquecido, el miedo a morir.

Cuando él había comenzado a reír, Arabela incluso había sentido que sus dedos se aflojaban de su cuello, sentir su voz masculina resonar ronca entre sus dedos había sido similar a una experiencia religiosa. Supuso que era lo más cerca que estaría Dios de su vida.

Arabela había estado casi agradecida cuando las guardias entraron corriendo, sacándola de allí. No quería renunciar a su control sobre él, ni por un instante, pero tampoco quería matarlo, mutilarlo. Dejar que se levantara por su propia voluntad sería tanto como una confesión, un oscuro secreto que no podría compartir con alguien como él, alguien tan dispuesto a venderla al confinamiento eterno. Entonces, cuando una gran bota hizo contacto con su pecho, se podría decir que Arabela lo tomó con calma. El dolor floreció en su pecho, una costilla se rompió cuando salió volando hacia atrás. Arabela abrazó los golpes, abrazó la certeza que venía con sangre, con dolor. Lo entendía. Sabía cómo se volvían a juntar sus tendones, cómo se coagulaba su sangre y cómo se coloreaban sus magulladuras. Había una certeza, una seguridad en estos hechos. Algo sólido para sostener. Miró la figura de Stefano recompuesta, sosteniendo su garganta mientras miraba a la maldita guardia que lo acompañaba como una sombra, eso era algo que aún tenía que explorar. Y entonces Fiorella Rossi comenzó a acercarse a ella, con los nudillos blancos a los costados mientras avanzaba hacia Arabela como un animal salvaje. Bien, pensó, con una sonrisa sangrienta adornando sus labios cuando el animal escondido debajo de la corbata y la placa comenzó a golpearla. Un grito gutural escapó de Fiorella mientras continuaba golpeando a D'Angello. Sintió el dolor de sus costillas astillándose con un ruido sordo. Arabela esperaba ociosamente no tener un pulmón perforado, eso sería un obstáculo para su rehabilitación.

— No la mates, Rossi.— advirtió uno de los oficiales de la prisión sin rostro desde un costado. La frente de Fiorella perlada de sudor, su cabello rubio húmedo contra su piel. Gruñó ininteligiblemente al guardia.

Arabela escupió sangre en los bonitos y limpios zapatos de cuero de Fiorella.

— A Stefano no le gustaría eso, ¿verdad? — Arabela tosió débilmente, esa sonrisa depredadora volvió a aparecer en sus labios.

Fiorella redobló sus esfuerzos, golpeando la cara de D'Angelo con renovado vigor. Arabela estaba casi impresionada, no pensó que la maldita perra frígida tuviera tanta violencia guardada contra ella.

Entre los golpes, Arabela comenzó a reír.

Un coro lunático de sangre, sudor y muerte.


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Espero que estén disfrutando de esta parte tanto como yo, he deseado secretamente de que por fin alguien fuera víctima de su propio sentir y las cosas se descontrolaran jaja. Los invito a que dejen un voto y un comentario para apoyar esta obra y que pueda llegar a más personas, me ayudaría muchísimo.

¡Nos leemos pronto!

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