Basong soltó una risita de desprecio. Estaba seguro de que, dado su estatus, nadie se atrevería a dañarlo. La indecisión del joven parecía sugerir que pronto dejaría su espada, quizás incluso se arrodillaría ante él y suplicaría por misericordia.
—Te sugiero que escuches a esta mujer y me dejes ir, de lo contrario, la familia Basong... —El siguiente segundo, sus palabras se detuvieron de golpe.
Basong solo sintió un dolor agudo en sus ojos, y todo el mundo se sumergió en la oscuridad.
—Mis... mis ojos... ¿qué me has hecho! —Basong se llevó las manos a los ojos, su rostro lleno de horror, y pronto buscó algo.
¡Frías, afiladas, agujas de plata!
¡Dos agujas de plata habían sido disparadas en sus propios ojos!