Narra Bahar Yildiz
—Bahar, querida.
Me saludó mi queridísima madre cuando nos encontramos en el aeropuerto.
Intenté sonreír pero estaba tan cansada que solo le dediqué una leve mueca.
Me besó las mejillas y me dio un fuerte abrazo el cual casi me desestabiliza.
—Hola mamá — saludé —. ¿cómo te trata la vida?
—Bien—dijo—. La verdad es que las vacaciones en territorio americano me hicieron rejuvenecer.
Separó su cuerpo del mío y se alejó un poco.
Había llegado a Estambul a mi aburrida y tétrica vida después de unas largas vacaciones en Beverly Hills y Malibú. Hubiera preferido quedarme allá, sin embargo mamá me obligó a regresar ya que los hijos de Murad estaban de visita.
Exhalé fastidiada.
—No hagas eso querida, debes entender que la vida de una mujer casada es distinta. ¿Olvidaste que tu esposo debe estar esperándote —dijo, hizo un baile chistoso con las cejas y me codeó—. Espero que esta noche uses lo que te compré, tu matrimonio necesita una chispa de fuego.
No era divertido bromear con mi frío y patético esposo, siempre estaba con esa cara larga y con ese mal carácter. Ni siquiera quería estar cerca de él, ni siquiera me tocaba. Cuando estaba cerca de Emir me sentía de setenta años aún con mis veintisiete recién cumplidos.
Torcí los ojos hastiada.
— Enserio. ¿Tienes el descaro de bromear conmigo mamá? Tú sabes que me casé con un hombre suicida que no le interesa nada.
—No exageres Bahar— dijo. Se quitó las gafas de sol y el mayordomo abrió la puerta—. Ahora que ya no estás estresada es tiempo de recuperar tu matrimonio, hija. Los hombres son fáciles de manejar. Cuando tu padre estaba vivo...
—Mamá… si vas a hablar de las experiencias sexuales con mi padre te pido por favor que te las reserves, no quiero escuchar esas cosas.
Temblé de tan solo imaginar esa escena tan grotesca. Ya me había arruinado la tarde y eso, que nos quedaba toda la noche y la mitad de la mañana.
Melek yenko de Yildiz, una mujer tan carismática que a veces molestaba. Así era mi madre pero así la amaba con todo mi ser.
—Quien iba a decir que iba a estar el día de hoy con mis nietos, ayer era una veinteañera — se miró en el espejo buscando alguna arruga —. Ahora ni siquiera los tratamientos caros me quitan estas arrugas. Al menos el maquillaje hace magia.
La miré, fruncí el ceño por lo ridícula que se escuchaba. Demonios. Como si envejecer fuera algo de lo que alguien debería preocuparse. Hoy en día, llegar a viejo en salud era uno de los tantos privilegios que tenía mi familia.
—Mamá, es lo de menos. Tienes cincuenta años y te ves a los cuarenta. ¿Qué más puedes pedir? Así que no digas que los cosméticos que vendemos no hacen magia.
—Ya, contigo no se puede bromear— Restó impotencia con un ademán en la mano.
Miré la carretera, ni siquiera me había dado cuenta de que estábamos entrando a la mansión Evliyaoglu— Yildiz. Estaba justo como la había dejado anteriormente: pulcra y de un color blanco perlado, ese que tanto me gustaba, por eso utilizaba tantas perlas alrededor de mi cuello.
—Burhan. ¿Por qué te detuviste aquí y no en Beverly Hills?— bromeó Melek—. Quisiera que esto solo fuera un sueño — murmuró —. Pellizca a tu madre Bahar.
—Ya mamá — lancé un exasperado gruñido. En este caso parecía yo la madre y ella la hija adolescente—. me estresas.
—Perdón— se disculpó y selló sus labios — no volveré a decir palabras.
Rodé los ojos y subí los escalones blancos, tan blancos que mi cara se reflejaba en el mármol, parecía de cristal.
—Bienvenida— saludo Mónica, una de las mujeres del servicio, la cual era los ojos y oídos de Melek. No se confundan, mi madre era muy carismática y encantadora pero... Me mantenía vigilada con esa mujer, para que no intentara escapar.
Forcé una sonrisa.
—Carga mi equipaje y llévalo a mi habitación— le ordené. Mi cara estaba sin ningún ápice de emoción. Odiaba esa mujer que no me dejaba siquiera respirar. Ya se me iba a ocurrir hacer cualquier cosa para incriminarla y sacarla de esta casa. De la cual yo era la señora.
—La señora Melek me dijo que mi trabajo era ser ama de llaves, no cargar equipajes.
Una sonrisa cínica y maliciosa curvó la comisura de sus labios, pintados de un rojo intenso. Sus arrugas se pronunciaron más por su semblante, el cual estaba preso de una expresión divertida y maliciosa, pero sofisticada.
Fingí una sonrisa amable.
—Monica. ¿Estás consciente de que yo soy la señora de esta casa?. ¿Estás consciente de que solo necesito llamar a alguien para que tus valijas estén fuera dentro de diez minutos, y tú salgas por la puerta trasera de esta casa?. ¿Estás consciente de que con una llamada a la empresa puede hacer que jamás puedas ser contratada en otra mansión? Y lo más importante, ¿eres consciente de que desde que nací he tenido el mundo a mis pies y puedo hacer valer mi voluntad cuando yo lo deseé?
—Claro señora— dijo, su expresión cambió y bajó la cabeza, me encantaba ver que ni siquiera tenía un argumento que la respaldará.
—Entonces—, levanté el bulto—. No me intentes desafiar —. me puse seria, me acerqué a ella con sigilo. Ya me estaba cansando pero era tan educada que no le había llamado la atención por sus atribuciones que no le había dado—. Porque puede que mi madre te respalde, pero la única que puede tomar decisiones sobre esta casa soy yo, porque soy la dueña y señora.
Dejé caer el bulto y ella hizo una maniobra y lo sostuvo con las manos.
No solía ser de esas personas que humillan a las demás, sin embargo ya me estaba cansando. Meses atrás antes de irme de vacaciones Mónica le contó a mi mamá que salí y regresé tarde de la noche, a la mañana siguiente mi madre irrumpió en mi habitación y me cuestionó sobre mis acciones como si yo era una quinceañera. Le pregunté quién fue que se lo dijo y ella alegó que me vio salir en mi BMW, el cual estaba prohibido manejarlo porque no era bien visto en mi familia conservadora que una mujer manejara un auto, lo más normal era que anduviera con chófer. Qué aburrido, ¿no creen?
Subí a mi recámara y me escondí, cerré la puerta con llave, pensando en lo descolorida que era mi vida cuando me encontraba en mi hogar con un hombre que ni siquiera me deseaba.
Desbloqueé mi celular, entré a mi red social y busqué su nombre…
Kemal Demir.
Kemal no solía tener red social pero tenía una página de fanáticas que estaban obsesionadas con su figura fornida. Así que entré a la página de fans y me perdí observando todas esas fotos actuales.
Ya no era un adolescente de eso no me cabía la menor duda. Cada día que pasaba estaba más atractivo y más lejos de mí.
Me estremecí cuando observé esos ojos detrás de la pantalla. Tan marrones que parecían negros. Esa barba bien formada. Sus cejas negras como la noche pobladas y su cabello negro azabache se ondeaba con la brisa. Era una foto de esas que había tomado una persona que él ni siquiera conocía. Me preguntaba en qué estaba pensando, ¿en mí, en nuestra historia, o ya me había olvidado?
Me tiré en la cama y observé la pared, esto no era normal, habían pasado tantos años y este deseo no menguaba, al contrario, él crecía cada día y mi cuerpo lo necesitaba. Odiaba ese sentimiento de incertidumbre.
Kemal Demir era el amor prohibido de mi vida, ese amor prohibido que nunca sería mío pero que, de alguna manera u otra estaba sincronizado conmigo.
Me encantaba soñar y fantasear con todas esas veces que sus labios tocaron mi piel, de la manera en la cual sus dedos dibujaban mis caderas, sus ágiles dedos se aferraban a ellas cuando se corría en mi interior.
Suspiré y cerré los ojos, mis dedos se escaparon por debajo de mis bragas húmedas y comencé a masajear mi clítoris; quería sentirme unida a él aunque no estuviera aquí, en esta habitación, quería que supiera que yo, lo deseaba dentro de mi.
Imaginé que sus dedos eran los que me estaban tocando y no los míos, y la miel que brotó de esa piel sensible delataba la magnitud de mi deseo latente.
En mi mente, sus ojos oscuros me observaban, mientras se acercaba con cautela a mis labios para devorarlos con sus exquisitos besos. Su lengua, suave y ágil me recordaban como acariciaba mi coño caliente y palpitante.
Gemí, cuando sus dedos se introdujeron dentro.
Esto era tan retorcido y a la misma vez tan reconfortante, estaba fantaseando con el hombre que me acosté varias veces el cual llamé hermano toda una vida.
Acaricié mis pechos y mi ceño se frunció de placer; mis pezones se erizaron, duros ante esos pensamientos impuros; ante esos sonidos lejanos que recordaba en mi cabeza cuando me embestía, cuando su miembro se deslizaba muy dentro de mí.
Jadeé con cada acometida, mis dedos resbalaban por lo lubricada que me encontraba y ni siquiera estaba aquí, conmigo, deleitándose.
—Kemal— pronuncié su nombre con la esperanza de que estuviera escuchando y que esto fuera una maldita pesadilla el no tenerlo a mi lado.
Masajeé más rápido y llegué a esa bomba de emociones carnales, a ese gran orgasmo que me provocó espasmos y me hizo pronunciar tantas veces ese nombre que tantas veces se repetía en mi cabeza todo el día. Ese orgasmo que, al finalizar me hizo llorar de coraje, al comprender una vez más que él nunca sería mío.
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—Este vestido te quedaría hermoso.
se animó a decir mi madre. El vestido que escogió era precisamente el que ella usaría, era pura seda, nada revelador. Yo por otro lado optaría por uno escotado, el cual resalta mis pechos pero en mi religión musulmana apenas podía mostrar el tobillo.
Al menos corría con la suerte de que de vez en cuando me escapaba cuando mamá se iba sola a vacacionar. Emir no era el tipo de hombre que me molestaba así que pasaba desapercibido ante sus ojos, para él yo no existía y viceversa.
Me iba a los bares, tomaba alcohol para ahogar mis penas y veía sus fotos. Y así era mi vida.
Mi mundo giraba en torno a él porque era el único que me hacía sentir que estaba viva y que mi corazón roto continuaba latiendo. Aunque con un sabor amargo por no tenerlo a mi lado.
Nuevamente estaba pensando en él. ¡Por Dios!. ¿Era una obsesión o era amor?
No era normal, pero era mi escape a un mundo de fantasías eróticas. Ni siquiera tenía una vida propia, ni siquiera podía ejercer mi carrera profesional que a duras penas logré que me permitieran estudiar con la excusa de adquirir cultura y ser una mujer inteligente de la que mi futuro esposo se sintiera orgulloso. Pero era una vil mentira. En realidad estudié porque tenía la esperanza de que alguna vez me permitirían manejar las finanzas de la empresa.
Pero no, Kerim Evliyaouglu ya tenía en mente quién sería el presidente; nada más y nada menos que su queridísimo hijo patán. Mis expectativas eran muy altas, por eso cuando me di contra la pared me dio una crisis existencial, la cual disperso cuando me fui a divertir en Beverly Hills.
— Mamá sabes bien que usaré el vestido que yo decida. — le advertí —. Tus gustos y los míos no son similares.
Me levanté de la cama y abrí mi clóset.
De todos los vestidos que había por escoger mi mamá escogió el menos revelador.
Escogí uno que era largo, negro mangas largas pero resaltaba un poco mi cintura y caderas, me cubrí mi melena negra con el hijab del mismo color. Los zapatos eran una especie de calzado ligero.
Me coloqué algo de maquillaje natural y listo.
No me gustaba como me veía cuando me observaba al espejo, sentía que estaba escondiendo mi belleza y atributos, pero nuevamente recordé que no dependía de mí tomar mis decisiones. Esa era la ley y la regla si quería seguir perteneciendo a esta familia. No tenía otra opción.
Al cabo de unas horas ya las personas comenzaban a llegar para el cumpleaños número uno del pequeño Erkan Yildiz.
Eran ya las siete de la noche muy tarde para celebrar un cumpleaños infantil, ya que a esta hora los niños deberían de estar durmiendo.
Increíble.
Pero olvidaba que esto solo era una excusa más para socializar y mostrar la lujosa mansión Evliyaoglu— Yildiz. El pequeño Erkan se iría a la cama y sus padres se quedarían en esta fiesta.
—Hola hermana— saludó Murad con el pequeño Erkan en brazos. El pequeño desde que me vio abrió los brazos para ser mimado por la tía cool.
—Hola— saludé, le sonreí al bebé y lo cargué.
—Cómo está ese pequeño hermoso — me enseñó sus encías vacías con tan solo dos dientes y sentí mucha ternura. ¿Desde cuando mi pequeño había crecido tanto?
Besé sus mejillas regordetas y lo abracé contra mi pecho. El pequeño sostuvo a mi hijab así que intenté quitarle la mano con delicadeza.
—Dentro de unos años ya me vas alcanzar— dije—. Vas a crecer tan alto como tu papá.
El pequeño Erkan balbuceo unas palabras que no pude entender.
—Eres tan bello mi niño precioso.
Le puse una pulsera en su pequeña y regordeta muñeca. La pulsera era de oro, liviana, ella se amoldo a su preciosa mano.
—Este regalo es para que siempre me tengas en tu muñeca precioso.
—Bahar deberías tener un hijo— alcancé a escuchar a Murad observando con diversión —. Eres muy maternal.
Rodé los ojos con incomodidad. Nunca me había pasado por la cabeza tener hijos y menos de ese hombre tan frívolo.
—Creo que solo se me da con mi sobrino— esbocé una pequeña sonrisa—. Pero tal vez los tenga algún día.
Pero no con Evliyaoglu, y si no es con él no será con nadie, ya qué, por desgracia nos unía algo más fuerte que el amor.
—Sí. — Nilufer, la esposa de Murad se integró a la conversación —. No pude evitar verte con el bebé Bahar, así que estoy de acuerdo con Murad, se te diera muy bien.
Le devolví al pequeño.
—QuéQue bonitos son pero ahora mismo no estamos planeando tener hijos.
—Deberías. — me animó —. Ya casi estás en los treinta, luego luego no vas a tener energías para cuidarlos y créeme que la maternidad no es nada fácil.
Me molesté por ese comentario tan estúpido la edad solo es un número. Además tenía veintisiete años recién cumplidos, no es que desde que cumpliera treinta mi fertilidad iba a desaparecer.
Conocía esos malditos comentarios disfrazados, en realidad cuando le hablas de la edad a las mujeres les estabas diciendo que ellas no podrán tener hijos porque la menopausia pronto llegaría. Creo que la gente exageraba, a menos que no tuviera una menopausia precoz todo estaba bien.
—Lo tomaré en cuenta— eso fue todo lo que dije así que ya no iba a seguir hablando de ese tema tan estúpido y arcaico. Lo que menos me gustaba de estas reuniones familiares era la presión que la gente quería infundir en el único miembro de la familia que no había hecho lo que se manda, como si eso fuera infelicidad, como si yo no estuviera plenamente satisfecha con mi soledad.
—Cuéntame Bahar— le cedió el bebé a la nana y caminó en mi dirección, deseosa de que le comentará acerca de mis vacaciones en Beverly Hills, las cuales nunca tendría porque Murad no la dejaba salir sola.— ¿como estuvieron esas vacaciones en Beverly Hills?
Le sonreí.
—Estuvieron fantásticas —respondí con aire de suficiencia—. Pero nada fuera de lo común, ya que, es normal que siempre me de esos lujos.
En esta ocasión era un lujo ser musulmana y poder viajar por todo el mundo sola, ya que por aquí estaba mal visto. Por eso me iba con mi madre. Aunque luego ella se iba a visitar otro lugar. Era un secreto entre madre e hija.
—¿Cómo es?— cuestionó con un brillo en sus ojos añorando que Murad me escuchara y le diera una respuesta afirmativa para partir a Beverly Hills las próximas vacaciones. Pero no, Murad solo le dedicó una mirada fulminante señal de que dejara de parlotear.
Me acerqué para murmurar.
—Parece que en otra ocasión tendré que contarte... O lo puedes ver tú misma la próxima vez que vayas.
Auch, hasta a mí me dolió pero tenía lo que merecía por meterse con mi decisión de tener hijos. Sabía que nunca iba a lograr recibir el permiso de mi querido controlador hermano.
Para él las mujeres solo tenían que estar en casa cuidando a los hijos. Mi vida era parecida pero para mí suerte Emir no era un hombre paternal, al contrario, era cruel y despiadado, un simio fuera de la selva.
Me volteé para caminar lejos de esa despreciable mujer y como si el destino conspiró a mi favor lo ví, a él.
A mi hombre, al amor de mi vida, a mi Kemal.
El corazón me palpitó fuerte, creí que estaba alucinando a causa de que siempre había estado en mi mente ya que no podía tenerlo a mi lado. Pero no, no fue así. Ahí se encontraba él, con esa sonrisa amable, con ese gesto angelical que me gustaba tanto.
Kemal, mi Kemal.
El hombre de mi vida por él cual yo suspiraba en mi cama cuando cerraba los ojos en mi mundo de fantasías donde todo era feliz y perfecto.
Los ojos se me llenaron de lágrimas, porque después de tantos años fuera y sin comunicación por lo que había acontecido en el pasado dejamos de ser unidos para no sentirnos tentados a fundirnos entre caricias y besos. Pero eso era lo que más yo deseaba, que me desnudara y que maltratara mi cuerpo como él lo sabía hacer, sentirlo hundiendo su virilidad en mi interior.
Se me hizo agua la boca cuando observé su cuerpo fornido, imaginé que mis dedos se deslizaban por sus pectorales como si quisiera guardar en mi cabeza la forma en la que se tensionan cuando eran tocados por mi.
¿En que me había convertido? En una adicta de él, en una adicta que no había probado su droga durante todo ese tiempo y había entrado en síndrome de abstinencia, ¡Porque demonios! me contuve demasiado todos estos años, me conforme con esos pensamientos perversos que abundaban en mi memoria e imaginé que mis manos eran las suyas y que él siempre estuvo aquí y que sabía que yo, lo seguía amando más que la primera vez.
Sus ojos se encontraron con los míos, me miró con esa intensidad, y me sentí aliviada porque supe que yo no era la única que añoraba todo de él, él también y lo deduje cuando su rostro se puso distinto, comenzó a jugar con sus manos bajo la mirada.
Tragué saliva, quería abrazarlo, fuerte antes de que desapareciera, decirle al oído todo lo que lo extrañé durante estos cinco años.
Las lágrimas traicioneras abrieron paso, y como si hubiera escuchado mis pensamientos, caminó con rapidez y yo también hasta que llegamos a nuestro destino y nos fundimos en ese abrazo, piel con piel y corazón con corazón. Cerré los ojos y lloré, sin importar que las personas me vieran porque la gente pensaría que era porque extrañaba a mi querido hermano, porque sí, siempre nos demostramos que nos amábamos desde pequeños, eso no era raro.
Mi alma volvió a mi cuerpo, estaba vagando por ahí, muerta pero ella volvió a la vida cuando me volvió a mirar a los ojos.