Tuvieron que esperar a que el día cambiara a la noche para salir rumbo a donde se encontraba Nahla, el robot mariposa guardiana del bosque contiguo al bosque de los eucaliptos.
Llegada la hora, los marsupiales transportaron, tanto Oliver como Hari para agilizar el recorrido y los tiempos de traslado. Adam corría entre ellos sin ningún problema, ya que su energía vital seguía intacta. En parte, por ser de reciente creación, pero también porque aún no ha podido usar todo su potencial.
Por un momento, la mente del señor Tavares desapareció para dar paso a la interfaz del robot. Los ojos de Adam se hundieron más de lo normal y las pupilas se dilataron al punto de parecerse a un siniestro muñeco.
Oliver quedó sorprendido por lo ágiles que eran los koalas para trepar árboles y rocas a una impresionante velocidad. Mientras avanzaban, las copas atiborradas de follaje se movieron al son del viento. Kiba que cargaba a Oliver, se detuvo de inmediato cuando Kobat y Hari ya se encontraban en las cercanías de un lago.
—¿Qué sucede? — cuestionó Adam cuando alcanzó al marsupial líder.
El corazón del niño dio un vuelco en el momento en que algo invisible los jaló hacia el fondo de las ramas, antes de que Kiba pudiera responder a la pregunta del robot víbora.
—¡Son ellos! — advirtió Kobat metros adelante cuando escuchó el zumbido de las moscas. Entonces, giró hacia su líder, pero ni ella ni Oliver se encontraban por ningún lado.
Mientras tanto, el koala líder se sacudió para arrojar al niño hacia el estanque de agua turbia y, de esta manera, aminorar las consecuencias de la caída. Cientos de sombras que pernoctaban en la oscuridad, se pusieron de pie en cuanto Kiba tocó el suelo. Las sombras tenían la forma de cuerpos humanos y solo sus ojos amarillos brillaban como linternas.
Kiba se levantó en dos patas, accionó su bracito derecho dejando ver dos cilindros giratorios recargados de municiones. El brazo izquierdo se trasformó en una metralleta de cañón corto.
—¿Quiénes son? — cuestionó Kiba.
En ese instante, Adam cayó de pie seguido por Kobat y el conejo.
—¿Dónde está Oliver? —gritó el robot víbora. El koala líder apuntó hacia el lago y Adam no dudó en arrojarse al agua, aunque eso significará un daño irreversible en su sistema. No tardó mucho en localizar el cuerpo del niño que descendía a una velocidad considerable. Enseguida, comenzó a nadar como si de un profesional se tratase. No obstante, decenas de sombras huesudas y deformes aparecieron para bloquearle el paso y evitar que avanzará hacia el niño. Primero, se introdujeron al cuerpo metálico de Adam, luego procedieron a infectar su interfaz hasta dejarlo inmóvil.
De alguna manera y mientras descendía, Oliver mantuvo los ojos abiertos. Su aparente calma, en realidad, era un reflejo de la batalla mental en la que se debatía. El niño pensó que iba a morir ahogado, en medio de un sufrimiento lento y doloroso. No muy lejos, cientos de manos humanas desfilaron de todas direcciones hacia donde se encontraba. Tal fue la impresión que Oliver comenzó a desplazarse dando patadas y manotazos al agua, en un desesperado intento por librarse de tan horrorosa escena. Una mano metálica verdosa lo agarró de la camisa, pero logró zafarse de un tirón.
En poco tiempo, los ojos de Oliver se hicieron vidriosos y burbujas brotaron de su boca como último aliento de vida. En consecuencia, se dejó caer con los brazos extendidos, consiente de su derrota, a pesar de los monstruos que lo perseguían. Atrás quedaron los breves momentos de optimismo, así como aquellas palabras con las que enfrentó al robot mosca.
—¿Mamá? — escuchó su propia voz, lejos de su cuerpo.
—Dime — respondió la voz de su madre, a lo lejos.
—Quiero decirte algo…
—Dime — insistió la voz de Melinda cuando el silencio sobrepasó su paciencia.
—No sé cómo decirlo, mami.
—Pues solo dilo, Oliver. No tengo mucho tiempo, voy de salida. Mejor cuando regrese hablamos.
—¡MAMÁ!
—¿Qué pasa, Oliver? — La voz de la mamá sonaba irritada.
—Me siento mal, estoy triste.
—¡Por favor, Oliver! Me haces perder el tiempo para esto. Ocupa tu mente en algo de provecho y se te pasará.
—Mamá, es que…
—Es que nada, Oliver. ¿Sabes cuantas personas sufren en el mundo por cosas trágicas? Gente que perdió a un ser querido, personas que tienen una enfermedad grave. ¡Muy bien!, dime la razón de tu tristeza.
Luego las voces dejaron de escucharse, aunque Oliver ya sabía cómo terminaba la conversación, porque lo había vivido. Derramó varias lágrimas hasta que le fue imposible mantener los ojos abiertos.
«Sí, es verdad. No tengo derecho a sentirme así cuando otros tienen "verdaderos" problemas, pero no miento; estoy triste. Ya no puedo seguir así, ¿Cómo le hago? Ellos piensan que son berrinches, ¿lo son?
Cada día que regresaba de la escuela y tiraba los objetos al suelo y los destruía, me sentía bien. De esa forma liberaba mi dolor. Siempre que elegía saltarme las clases, lo hacía porque tenía miedo de hacer el ridículo, porque no me sentía aceptado en su grupo.
En las vacaciones prefería quedarme en casa que salir a jugar con los demás y dedicaba horas enteras a memorizar cada palabra del libro.
Es verdad que no sufro las mismas calamidades de otros, pero mi dolor es cierto; aunque no lo parezca, sigo siendo un ser humano que siente. ¿Tengo miedo de morir y ya no volver a ver a mis padres? En vida para ellos soy invisible. Al fin y al cabo, estoy solo y he perdido las ganas de salir adelante, ¿Qué más da si me pierdo en las profundidades del agua? Nadie me va a extrañar. Me siento muerto en vida y no sé cómo escapar del tormento».