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58.62% EL MUNDO DE LOS HISTRIONICOS / Chapter 17: 5-El robot que no baila, zumba.

Capítulo 17: 5-El robot que no baila, zumba.

5.1

Al día siguiente, Hari, Oriol y Oliver salieron del túnel con el objetivo de continuar el viaje a las Grutas de García. A esa hora, los rayos del sol bañaron el sendero del río mostrando un cauce tranquilo en medio de la devastación. El indicio de un nuevo temporal se anticipaba con la presencia de nubarrones grises entre las montañas, por lo que era necesario evitar distracciones antes de que la lluvia los alcanzara.

La inesperada partida de Adam dejó a Oliver con un mal sabor de boca, era como si un ser querido lo hubiera abandonado a su suerte. Hari argumentó que la reacción del robot fue consecuencia del agua que ingresó a su sistema cuando la araña lo arrojó al río. Oliver estuvo de acuerdo, considerando el estado tan deplorable en el que se hallaba el robot víbora. Así que dejó de pensar en Adam y se concentró en su objetivo inicial: encontrar el portal. Sin embargo, algo comenzó a preocuparle conforme avanzaban en el recorrido: la relación al humano-robot.

El niño se dio cuenta del cambio de actitud de Hari, a partir de que Adam mencionara lo sucedido con Emma. El conejo robot ya no se mostraba tan entusiasta ni tan protector hacia él. Oliver tampoco se esforzaba por sacarle platica, sino que prefirió romper el silencio con ayuda de la araña robot.

—¿Por qué dijiste que nada de lo que sucede en el mundo virtual, es real?, ¿Por qué pude sentir el viento y la lluvia? Y, ¿por qué se dañó Adam? — cuestionó el niño con el ceño fruncido.

—¿Has olvidado que es un mundo virtual? Las cosas no son reales para los humanos. El lugar se aprovecha de tu inestabilidad emocional. La inteligencia artificial que domina este mundo lo sabe y lo usa para romperte y hacerte caer en la locura y que al final, nunca quieras dejar este mundo. Porque esa es su manera retorcida de protegerte — reveló Oriol.

—¿Lo mismo sucede con Emma?

Oliver notó que las orejas del conejo robot se alargaron.

—Por supuesto, ella es inestable y muy susceptible de ser manipulada. No solo de la Inteligencia Artificial, sino también de quienes la rodean, incluso su protector.

El conejo robot negó con la cabeza, luego dijo: — Es la niña quien me controla, no al revés.

Oriol añadió que Adam posee la misma programación, con la que inició la vinculación del conejo robot hacia la niña. Al igual que todos los robots que pertenecen al mundo virtual de los histriónicos, ninguno escapa de esta realidad; y, cuando sus cuerpos se activen, tomaran el control de la vida humana. Adam es un robot de reciente creación que necesita adaptarse e incluso superarse así mismo antes de convertirse en el líder de su batallón. 

—¿Es como un entrenamiento? — preguntó Oliver a Oriol.

—Es un ejemplo — respondió el robot araña — la cuestión es que no te encariñes con ese robot porque es un hecho que te va a olvidar cuando se resetee.

—A penas lo conozco, no significa nada para mí— aseguró el niño tomando una actitud indiferente. La realidad es que no le sentaba nada bien que Adam lo olvidará.

Oriol propuso cargar al chico para llegar lo más pronto posible a su destino, a riesgo de que se desate la lluvia antes de tiempo. El viento arreció moviendo las hojas de los arboles endémicos de la zona. La araña comenzó a correr con Hari a un lado.

Primero atravesaron senderos rocosos e inestables, subiendo y bajando por los acantilados. Luego, caminaron entre las redes que el robot araña iba creando para cruzar barrancos. Conforme avanzaban, las nubes se volvieron más oscuras, señal de que en cualquier momento se desataría el aguacero. 

—¿Llegaremos a tiempo? — cuestiono Oliver hecho un ovillo cuando observó que las nubes se iluminaron con la aparición de un relámpago tras otro.

—En dos horas, cuarenta y cinco minutos, de acuerdo a mis cálculos — respondió Oriol mientras sus afiladas patas se anclaban en las cortezas de los árboles.

Dos relámpagos consecutivos iluminaron lo más alto de las montañas, revelando el majestuoso perfil del sapo que miraba al cielo. El niño se estremeció con el rugir de los truenos, pues le preocupaba que, al estar expuestos en medio de tanto encino, sufrieran una descarga sobre la cabeza y él terminará quemado. Oliver se aferró al arácnido rezando con los ojos cerrados para llegar ilesos a las Grutas:

«Por favor Diosito, por favor, no me dejes».

—No tengas miedo, niño. Mi pararrayos absorberá toda la energía del rayo evitando que te electrocutes — aseguró Oriol. Hari comenzó a correr por una hilera de nopales llenos de tunas rojas.

—¿Cómo que tienes un pararrayos?, ¡¿eso quiere decir que de verdad nos va a caer un rayo?!

Oliver pensó en bajarse del robot en movimiento, pero cambió de opinión cuando vio el profundo acantilado y se imaginó cuan dolorosas serían las consecuencias de caer al suelo cubierto de espinas y rocas filosas.

Aquí y allá, los cactus y los nopales se alzaban como dueños y señores del desierto. Algunos de ellos parecían indicar el camino rumbo a las gloriosas grutas. Otros se mantenían ocultos entre las rocas como trampas mortales.

Hari dejó de caminar en tanto sintió una presencia que lo perseguía. En realidad, ya tenía tiempo que su sensor detector de movimiento se había percatado del robot que los acechaba a una distancia prudente, así que decidió dejar que se acercará un poco más. Entonces dio la media vuelta, justo en el momento en que un cachorro se abalanzaba contra él. El perro tenía la pata delantera deforme, grandes ojos viscos y una lengua demasiado larga que aparecía cada vez que el can respiraba agitado.

Oriol se percató de la ausencia del conejo robot, así que detuvo la marcha en lo alto de un barranco. Aprovechando la parada, Oliver contempló la silueta del Cerro del Fraile: la casa de las Grutas de García. También conocido por los lugareños como el "Sapo", la cual se asemejaba a un anfibio posando en lo alto de una roca.

En la ciudad de García del mundo real, Oliver podía apreciar toda la extensión del cerro a través de la ventana de su casa, desde la calle rumbo a la avenida principal o atravesando el puente del rio pesquería. Oliver reflexionó sobre lo fácil que le resultó conocer, en un periodo corto, el centro histórico y la comunidad de Icamole. Y si todo sale bien, muy pronto visitara las famosas Grutas de García, al menos en la dimensión virtual. Se preguntó si estos lugares conservarían la misma esencia y características a los del plano real o si realmente era un mundo creado de acuerdo a lo que la Inteligencia Artificial piensa de la ciudad. De todas formas, se prometió que, al regresar a casa, tendría la cortesía de visitar cada lugar del maravilloso municipio.

—¿Qué hace Hari, que le toma tanto tiempo? — preguntó Oriol quien mantenía su atención en el conejo robot.

—Es extraño como parece que puedo dar la vuelta y regresar a casa con mis padres, pero no es tan fácil, porque no estamos en la misma dimensión, ¿verdad, Oriol? — dijo Oliver, apesadumbrado.

El niño volteó a donde estaba Hari.

—Sin embargo, estas a pocos metros de la frontera entre las dos dimensiones — respondió Oriol.

—¿Por qué no avanzamos? — cuestionó Oliver después de un rato.

—Porque Hari detectó algo

En ese momento, el conejo robot se reunió con Oriol y el niño. En esta ocasión lo acompañaba un curioso perrito robot de color dorado.

—¡HARI! — llamó Oliver.

Enseguida, el niño descendió del robot araña. Oriol le ordenó mantener el estado de alerta en caso de un evento inesperado, debido a que sus sensores de movimiento y de sonido estaban detectando algo inusual en el viento y los alrededores.

Tan pronto como el perrito robot detectó al pequeño humano en su campo de visión, comenzó a dar vueltas sobre su eje y a brincar como si fuera un perro real que estaba feliz de ver a su dueño. No obstante, se mantuvo alejado Oliver a petición de la araña. A diferencia de los robots que hasta ahora se conocían en el mundo virtual, el perrito robot no hablaba; solo ladraba.

—Se llama Robot Uno de Seguridad— adelantó el conejo señalando el collar del perrito que indicaba su nombre con las iniciales R.U.S.

El perrito robot ladró como si confirmara las palabras del conejo.

—¿Por qué no habla? — preguntó el niño.

—Los perritos robots no tienen esa función, salvo su líder — informó Oriol.

—¡Hola, perrito! Me llamo Oliver — saludó el niño levantando la mano.

En seguida, el perrito robot se abalanzó contra Oliver a quien terminó derribando mientras ladraba en dirección al conejo. Acto seguido, el niño rodó por la tierra para zafarse del canino, al mismo tiempo que le suplicaba que ya no lo molestará. Pero el can parecía divertido y, de manera entusiasta, no dejaba de ladrar y saltar.

—¡Auxilio, Hari, ayúdame! — gritó Oliver, asustado arrastrándose por el suelo.

Ni Hari ni Oriol movieron un solo dedo o pata por ayudar al niño, pues en ningún momento detectaron que estuviera en peligro. El Robot Uno de Seguridad movía la colita, gustoso de conocer un nuevo amigo que, además, era un pequeño humano.

 Oliver se levantó aprovechando que el perrito giró la cabeza hacia el conejo, para correr en dirección de Hari y ocultarse detrás él. Enseguida, el perrito corrió tras el niño e intentó atraparlo. Oliver empezó a sentir una pizca de alivio y de esperanza, ya que utilizó toda su fuerza para mover a Hari de un lado a otro e impedir que el can lo atrapara. Muy pronto, la respiración de Oliver se volvió más estable y, por un breve instante, se olvidó del dolor y de los malos recuerdos.

—Parece que le agradas— insinuó Hari.

—¡Perro malvado!, ¡no te acerques! — dijo el niño. Oliver intentó ahuyentar al perro dando manotazos al aire, pero no logró disuadirlo. Todo lo contrario, el canino parecía más motivado en perseguir al pequeño.

—Hari, ¿por qué no me ayudas? —inquirió Oliver con las mejillas sonrojadas.

—Porque no le tienes miedo. Te estas divirtiendo — respondió el conejo, ufano.

Oriol le ordenó al perrito que se detuviera y que se sentará. El Robot Uno de Seguridad obedeció los comandos verbales previo a un ladrido como señal de confirmación. El can se comportaba igual que un soldado raso respondiendo a su general, ya que así es como lo entrenaron en la Corporación.

—Los robots de seguridad fueron creados para mejorar el estado de ánimo de los humanos con niveles de estrés demasiado alto — reveló el conejo — al menos contigo funcionó.

—No me gustan los perros, me dan miedo —respondió Oliver con una mueca, aunque al voltear la mirada, comenzó a sonreír. Su respiración estaba agitada, pero nada en su cuerpo dolía, nada le preocupaba.

—¿Y por qué lo saludaste? — cuestionó Oriol.

—Porque no quería ser grosero, respondió Oliver, sin voltear a verlos.

Tras reflexionar un instante, Oliver aceptó que su conducta fue impulsiva y agradeció que no estuviera su papá o cualquier persona que pudiera juzgarlo.

«Pero estamos en otra dimensión, aquí nadie me va a criticar», pensó el niño.

—Lo siento, es que… estoy muy nervioso — confesó Oliver cuando se animó a enfrentarlos.

El niño cerró los ojos y cabizbajo dejó escapar el aire como si llevara años manteniendo la respiración en su organismo. Con ello se desprendió de una pesada carga sobre sus hombros. El perrito ladró en su dirección.

—Te perdonó — tradujo el conejo.

A Oliver aún le faltaba conocerse así mismo, aceptar sus puntos débiles y reconocer que la perfección no existe; es inhumana. Cosas tan sencillas, que son invisibles, pero que condicionan su estilo vida y no lo dejan disfrutar de los pequeños detalles.

Detalles tan simples como la compañía de un perro, salir a caminar o leer su libro favorito. Actividades que abandonó conforme crecía. Nada tenía sentido para un niño lastimado emocionalmente. Al que una vez le dijeron que sí lloraba, lo tacharían de cobarde. Que no podía mostrarse vulnerable o lo tratarían de amanerado y todos los calificativos posibles, cuyo objetivo era denostarlo y minimizarlo.

Oliver tuvo un perrito mestizo cuando era más pequeño. Un día su padre tomó al cachorro y se lo llevó para volver más tarde sin él. La carita amistosa del perrito, que recargaba sus patitas delanteras sobre la ventana del copiloto, se convirtió en un doloroso recuerdo que resurgió al conocer al perrito robot. La camioneta junto con la mascota desapareció al doblar la esquina y, con ello, la escena se transformó en humo.

En ese preciso instante, el núcleo medular de Hari, de Oriol y del perrito empezó a emitir un pitido en respuesta al peligro que se avecinaba. A continuación, el viento ganó velocidad formando un remolino en medio del barranco, directo al valle. Sin embargo, el tornado realizó un giro perfecto en dirección a ellos. Los ojos del niño se agrandaron lo suficiente para que sus cejas quedaran levantadas.

—Eso es… es…— alcanzó a decir el niño con voz entrecortada, dejando la boca abierta, sin pronunciar la siguiente palabra.

—¡Vámonos de aquí! — gritó la araña.


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