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Capitulo 1

El café está negro. "Eso dijo el intendente de la policía, lo que no pasaría de una simple frase coloquial, ante un gusto propio por el café, de no ser porque desde hace no menos de unos minutos, el cuerpo de Jessie había sido encontrado en uno de los pasillos. Se trataba pues de una rara situación. Sin más, había que reparar en el hecho de que un hombre de ascendencia negra se encontraba en el baño de hombres y varios metros de él, la ya hospitalizada Anna Jane.

Debido a esto, cualquier posibilidad sonaba absurda. El simple planteamiento de que Jane (mujer británica) Fuera la asesina, se veía totalmente eclipsada por una cualidad aún más ridícula: el hecho de que esta pudiera ser su amante. Alguien de semejante porte, elegancia y hija de una enorme estirpe de millonarios nacidos en lo más alto de la colonia inglesa, con grandes extensiones familiares alemanas. ¿Por qué estaría con alguien aun más simple como Jessie, un simple obrador que, aunque compartía lugar con Anna en el trabajo, era obvio que no compartían las mismas condiciones? Ya que la última mencionada solo se encontraba aquí por carencias económicas recientes en su familia y no había aceptado otro papel más allá que el de supervisora.

— ¿Han logrado descubrir algo? — la mirada llena de desdén de los policías tenía sentido, pues quien había preguntado resultaba ser Natanael Brown, alias Naty. En realidad, el solo verlo los ponía inquietos, pues se trataba de alguien quieto y sereno con la extraordinaria capacidad de poner en trance tu mente. Y aunque no lo conocía, el intendente Hadeway fue quien más afectado estuvo, pues algo en él intimidaba.

— No hay mucho que contar —contestó uno de los oficiales—, aunque por cómo puedes entender, pueden nacer varias conclusiones.

— Pero solo puede haber una verdad, ¿o es que ustedes son de los que no se convencen ni de la mentira ni de la verdad? —le contestó Nat en un tono algo tímido, aunque lucía muy burlón.

— ¿Cómo se atreve a ofendernos? —dijo un oficial, a lo que el intendente Hadeway alzó la mano como si esperara un turno para hablar.

—En verdad, señor...

—Brown.

— Con una simple oración ya ha llamado mi atención, lo cual es raro en alguien de su tipo —le contestó Hadeway, a lo que no pudo sino ofuscarse por la mirada rígida de Naty.

— Se debe al hecho de que pocos lo enfrentan, supongo. Se ha acostumbrado a lo sencillo, señor.

—Pues esto parece complicado. Tal vez necesito su ayuda. ¿Cuál era el parecido con los implicados, si me podría decir? —dijo mientras de su bolsillo izquierdo sacaba un cigarrillo.

Eran mis amigos, intendente —

Fuma (mientras le tiende el cigarro), supongo que no...Amigo menuda singularidad la de los 3...Y era una amistad de tres?

—¿A que se refiere?

— ¿Cómo era la relación de aquellos dos?

— Pues rara vez los vi sostener palabra, difícilmente creo que hayan llegado a agradarse, no superaba una relación coloquial de trabajo.

— Ya veo como sea ha llegado mi hora de partir, si recuerda algo que ayude, aquí tiene mi contacto.

Naty aquella noche no pudo dormir, pues aunque no conocía tan bien a Jessie, algo de aprecio había nacido en él. Le tenía cierta estima porque era lo máximo que podía tener: la amistad. Para él, no reparaba en complicadas relaciones, sino en interacciones mucho más sencillas y frágiles. No podía olvidar la forma en que Jessie intentaba incluirlo en las pocas reuniones externas al trabajo. Se sentía solo, si esa era la palabra; soledad. Después de todo, solo quería una relación real con quien fuera, pero en estos momentos aquello lucía imposible.

En aquel momento, cuando él prendió la luz, se dio cuenta de un hecho que todos en la empresa, incluido él, habían olvidado comentar: fue el accidente ocurrido hace unos meses y un sin número más de trastabilleos que fueron precedidos por ese, como una cadena de cartas que se caen una tras otra. Pero, ¿por qué lo habían olvidado? No se trataba de un hecho inverosímil, de hecho, fue algo que produjo gran tumulto en toda Nueva York y era obvio las razones de por qué. Pues tenía que ver con Los Menphis, la mayor importadora de algodón de todo Estados Unidos.

Se trataba de un consorcio de familias, regidas principalmente por Los Menphis. Llegados de Bretaña, lograron una alianza con los americanos tras suceder la gran guerra. Después de todo, los ganadores fueron los primeros en observar el futuro y el algodón se convertiría en una de las principales formas de obtener riquezas del mundo. Desde hace 10 años, desde su fundación, hay una única persona que lleva todo el control: Charles Menphis. Se trata de un burocrático empresario de unos 60 años. Se trató pues de uno de los pocos que con su gran autoridad había conseguido el poderoso hecho de evitar que sus hijos fueran a la guerra, porque para él, un cobarde es aquel que necesita sacrificar su cuerpo para cosechar victorias.

Rara vez se le veía en la empresa, pues se trataba más de un operador fantasma. Por lo que cuando ocurrió aquel hecho, fue que por fin se le vio la cara a semejante "fantasma". "Dios no baja a tierra hasta que sus hijos perezcan". El 24 de abril del año en curso, las cosas marchaban con normalidad, no solo en la ciudad de Nueva York, que aunque experimentaba recientes caídas económicas lograba sostenerse, y los neoyorquinos se sentían altivos viviendo su vida cotidiana, pero en Los Menphis, el ambiente era aún más tranquilo.

Los obreros seguían aglutinados en las máquinas, los guardias seguían durmiendo en sus puestos, pues la tranquilidad era tal que un soplo de viento era la amenaza más grande. Pero algo estaba inflándose como una burbuja en todo el edificio. No se supo cuándo estalló, pero poco a poco, todos comenzaron a sentirse tristes, agobiados, los ojos de muchos se volvieron rojos, a tal extremo de que lucían como ciruelas. Pasados unos minutos, un río de lágrimas mezcladas con una gran perturbación en el aire inundó toda la empresa.

Fue llamada la gran histeria: un grupo de personas comenzó a pegarse contra la pared, algunos a rasgar su piel y desgarrar sus trajes de trabajo. El tumulto llegó a oídos de Charles Menphis, el jefe de la empresa. Este, llegando ya luego de solucionada la situación, se encontró con que los pocos no afectados (entre ellos Jane, Jessie y Naty) no tenían mucho que hacer, ya que parecían estar bajo una especie de manto que no les permitía abandonar aquel lugar.

Hasta que, al cabo de unos minutos, él llegó con el sonido agudo y ensordecedor de unos entrenadores de perros. Sorprendentemente, fue lo que trajo la solución. Lo que no se llegó a preguntar hasta ese momento Naty, aquella noche lo llego a pensar ¿Por qué él sabía qué hacer? ¿Y acaso había relación entre lo que pasó con Anna y Jessie?

2."¿Dónde estoy?" Por fin, Jane abrió los ojos. Estuvo aturdida durante unos 3 días, hasta que al fin aquella mañana se hizo conciencia, encontrándose a su alrededor con la presencia de 2 policías y, por supuesto, Nate, sentado a su derecha.

—¡Jane!, ¿Qué tal estás?

"Bueno, Nate, no es un hotel cinco estrellas, pero está bien", ella rio, lo que pareció extraño en estas situaciones, al menos así lo pareció, y mucho más por la mirada escrutadora de los policías, pues por ridículo que al intendente le pareciese, ella resultaba ser la principal sospechosa. En ese momento, Jane se sentó en la camilla y mirando en silencio a los policías, dijo: "Y bien, ¿Qué desean saber?".

Las preguntas fueron diversas y, si bien hubo temas de importancia mayor, hubo una pregunta que resonó. A diferencia de las demás, esta ultima consiguió despertar sus dudas por lo menos un minuto. Hasta que, ante una nueva formulación de esta pregunta, dijo: "Saben, es más complejo que esto. Después de todo, ¿alguien no puede divertirse?"

"¿Y eso qué significa, señorita?"

Significa que me divertía con él", dijo ella, observándolo. "Y del asesinato no recuerdo nada. Solo sé que me desmayé y que me contaron ahora que murió".

"¿Estás segura de eso?" inquirió Naty.

"Ya di mi respuesta, no me presiones, Nat".

Los policías se marcharon del hospital. Después de todo, ella solo lucía como la víctima de alguien más. Nat se quedó sentado, observándola. No entendía por qué se había referido de esa manera a Jessie. Resultaba muy ridículo esta situación.

"Si vas a decir algo, dilo, ya". "¿Por qué dijiste eso de Jessie? En verdad, no te importaba". "Dije lo que debía decir. Era divertido y tenía un buen sexo, pero no pasaba de eso". "Es ridículo, ¿entiendes? Él en serio te quería". "Era su asunto, no el mío".

3. "Señor, su hija lo busca", sonó la voz de la secretaria desde su auricular. Charles estaba muy estresado. Durante todo estos días, algo extraño ocurría y, debido a diversas situaciones, ya no podía confiar más en sus agentes ni en los policías de la empresa. Por varias situaciones, no quería arriesgar más dinero. La policía podía callar el ruido con una buena paga, pero ya los trabajadores comenzaban a hablar y la cosa podía escalar hasta una huelga, lo que no le convenía en absoluto porque pasaría a ser una situación racial.

Sonó el ruido de un toqueteo en la puerta. "Soy yo, padre". Sofia había entrado. En verdad, verla era cada vez más complicado, no porque no tuviera tiempo sino porque una parte de él comenzaba a repudiarla. Ya que una parte de ella se parecía cada vez más a su madre, con ese cabello caoba y esa forma tan extravagante de vestir. Pero aquí estaba, porque la necesitaba, y él debía cobrarle todos sus deberes. "¿Cómo estás?" "Bien", contestó Sofia, mirándolo sorprendido. Era raro que él tan siquiera sugiriese la posibilidad de alguna preocupación por ella.

— Seré franco, necesito tu ayuda para algo.

Necesito que comiences a ejercer en la fábrica".

Ella rio. Debía ser una broma o, definitivamente, ya la vejez estaba haciendo estragos en él. Era una especie de castigo, pero ¿por qué si rara vez él sabía de ella? Y si algo ella tenía seguro era que para su padre no había nada más que el trabajo, ese era su verdadero amor, y mucho más desde que su madre los había dejado por un marinero de las costas de Seattle.

"Esto es un tema serio y lo debes entender. ¿Sabes lo que ha pasado estos días, los problemas por los que pasamos? Solo quiero que me informes cómo va todo y que ayudes a apaciguar la situación".

— Pero ¿por qué tengo que ser yo? ¿Qué pasa con los tuyos? —le inquirió ella mirandolo con reserva

—Ellos no me sirven, tienes que ser tú.

Pues no me importa —respondió ella. "Contrata a alguien y no jodas más".

—No hay dinero, carajo —respondió él, dándole un fuerte golpe a la mesa, "y si quieres seguir comprando tus trajes de mierda y gastarlo en fiestas, debes hacer algo".

En aquellos momentos, a Sofia comenzaron a aguarse sus ojos y una rabia comenzó a surgir en él después de tanto tiempo. Su padre solo la veía como una bolsa de cambio, algo que no quería, algo que le recordaba a su madre. "Y mañana mismo te quiero ver allá, y por Dios, ponte algo decente".

4. A la mañana siguiente, sin mucho ánimo, Sofia se dirigió a aquel edificio. Y, a decir verdad, cuando lo observó desde la ventana del taxi, no le pareció la gran cosa. Ningún motivo para enorgullecerse, no sobrepasaba una reliquia antigua un edificio gris de enorme proporciones en el que todo comenzaba a desmoronarse lo que hacia entrever que mas de una década había pasado desde una ultima remodelación.

Hemos llegado, señorita. Lo sé, puede quedarse con el cambio.

Caminé por la puerta no sin antes echarle una ojeada al enorme letrero pintado en óleo con el nombre "Los Menphis", que exhibía el antiguo logo familiar: un enorme oso con alas de dragón. Este detalle, que había observado de niña, cobraba ahora una grandeza que antes no le había atribuido.

Uno de los guardias indicó: "Puede pasar, la señorita Jane será quien la ayude". Además del inconfundible logo, la segunda sorpresa fue la figura de Jane. Ella encarnaba la máxima expresión de clase y magnificencia, con un toque de gracia que recordaba a Sofia. Su traje rojo y su extravagante melena rubia resultaban inusuales en ese entorno, lo que llevó a Sofia a preguntarse ¿Qué hace alguien así aquí?

"Sofía, la hija del jefe, no te preocupes, yo te mostraré el lugar. Soy la más indicada", dijo Jane con una sonrisa imponente. "Te alejaré de la mayoría de estos plebeyos". A pesar de sus aires de superioridad, Sofia empezó a apreciarla, pues en realidad no presto mucha atención a sus palabras ya que por alguna razón el lugar, le pareció mas magico por dentro, ya que le recordó la forma mas simple de vivir de las personas algo que ella desde siempre había anhelado. Después de un recorrido por el lugar, llegaron a la oficina de Sofia, que, aunque le parecía pequeña, resultaba lo suficientemente acogedora como para sentirse en casa. Tras acomodarse, comenzó a cerrar los ojos en silencio, antes de que un golpe en la puerta la espantara.

"Sofía, hola, te presenté a mi amigo Nat".

Nat, a diferencia de la imagen que su padre había pintado y de las percepciones sobre su grupo, mostraba serenidad en su tez negra. Aunque la mayoría hablaba de ellos de cierta manera, Nat irradiaba tranquilidad y algo que raramente se conseguía en esos tiempos: paz.

"Hola".

"Hola a ti también".

5. Era ya de noche, y aunque Nat estaba cansado, este había sido un día tranquilo. A pesar de no ser su trabajo, decidió cerrar las máquinas de la fábrica como un favor para el grupo 3. Mientras se dirigía a salir de la sala de máquinas, un ruido fuerte resonó en el pasillo.

"¿Quién está ahí?", preguntó Nat. De repente, escuchó una pequeña voz que apenas conocía desde hacía unas diez horas.

—Soy yo, Sofía.

—¿Pero qué haces aquí? —dijo él, encendiendo una de las luces.

—Me quedé dormida —dijo ella avergonzada. En verdad, para ser el primer día, fue muy aburrido y aún no tenía claro cuál era su función aquí. De repente, su estómago gruñó como si fuera un cocodrilo.

—Ya veo, tienes hambre. Acompáñame. Normalmente, a estas horas casi todo está cerrado, sin embargo, yo conozco un buen restaurante —dijo Nat, entre cortando una sonrisa.

En ese momento, ambos salieron del lugar y llegaron al estacionamiento. Por lo general, casi todas las luces, sin importar la hora, estaban activadas, pero en ese instante, una enorme penumbra rodeaba cada rincón del patio.

—Veo que tienes mucha hambre —observó Nat.

—Ese no fue mi estómago —respondió nerviosa Sofía.

—Entonces debió ser un perro.

Pasados unos minutos, Nat se encontraba tanteando a oscuras, tratando de descubrir cuál de todos estos era su auto. Se trataba de un Cabriolet rojo, pero con esa sombra, todos parecían tener aquel color oscuro. En ese momento, Sofía estaba sosteniendo su mano, casi dándole un apretón, ya que aquel ambiente parecía mantenerla intranquila, más aún cuando un séquito de pasos seguidos de un fuerte jadeo comenzaron a sonar, hasta que una voz entre suspiros dijo.

"Carajo, ¿qué hacen aquí? Algo raro está pasando, debemos correr".

 


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