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22.36% El diario de un Tirano / Chapter 36: Una conversación

Capítulo 36: Una conversación

  Había encontrado al hombre adecuado para funcionar de "Investigador en jefe" y, como lugar provisional de investigación, había designado una habitación del castillo, para sorpresa de ambos, al otorgarle aquel título su mente sufrió un gran cambio, logrando leer los planos que le había proporcionado y, que el joven había conseguido de su inventario, los cuales aparecieron después de designar la habitación. Todo fue demasiado extraño, pero no creyó que eso fuera malo en realidad, había pasado por tantas cosas, logrando comprender que la interfaz era más una aliada que una enemiga y, así la trataba, por lo que tenía confianza en todo lo que provenía de ella. Lo dejó, notando que el hombre estaba deseoso por comprender el misterio que ocultaban los planos, trabajando día y noche, con descansos de pequeños intervalos de tiempo.

  --Señor, necesitamos más piedra para la segunda torre de arqueros. --Dijo Astra.

  --¿Y cuál es el problema?

  --La piedra la conseguimos de la tribu antar, anteriormente era su manera de pagar los impuestos, pero hace dos primar (primavera), al no ser necesitada, el hombre anterior del castillo cambió el tributo por piedras preciosas de sus cuevas.

  --Manda a un grupo de hombres para notificarles del cambio, de preferencia que los guardias sean islos, equípalos con buenas armaduras y armas, siento que el papel principal de su raza es el combate.

  --Sí, señor.

  --¿Algo más?

  --Sí, el padre de Yerena solicita una audiencia --Al notar la expresión de su señor, explicó--, yo tampoco sabía que era, al parecer, es para decir con propiedad que desea verlo.

  --Dile que lo mandaré a llamar cuando sea el momento para hablar con él.

  --Sí, señor.

El joven se detuvo al mirar un guardia subir con una bandeja de comida en las manos, por los escalones que llevaban a los cuartos principales.

  --¿Se encuentra bien, señor?

El joven asintió después de un momento, mirando a su subordinado con seriedad.

  --Tengo que hacer algo, tú sigue haciendo lo tuyo.

  --Sí, señor. --Asintió, quedándose de pie y observando como la silueta de su señor desaparecía en la oscuridad del sendero de escalones.

El joven se dirigió de inmediato a la habitación más lejana del pasillo, exactamente dónde se encontraba un guardia custodiando la puerta.

  --Señor. --Dijo la mujer con respeto, abriendo la puerta al notar la espera del joven, quien se adentró sin pensarlo dos veces.

Era una habitación sencilla, amueblada con lo más básico, pero para la dama sentada en una silla de madera, degustando sus alimentos sobre una mesa del mismo material, era el paraíso, pues después de haber pasado días acostada en el piso, hasta las camas de heno las apreciaba como camas de la realeza.

  --Déjanos --Le ordenó al guardia del interior-- y, cierra la puerta.

La maga desvió su mirada al suelo, jugando con dedos para evitar que el nerviosismo se apropiara de ella, en la academia había aprendido muchas cosas para calmar la mente, estabilizar sus emociones y poder pensar con claridad, lamentablemente, todas esas cosas no funcionaban cuando estaba en presencia de ese monstruo con piel humana.

  --Sigue comiendo. --No fue una sugerencia, fue una orden.

La maga tragó saliva, no teniendo más remedio que obedecer. El joven se acercó, sentándose sobre la silla sobrante al lado de la mesa.

  --Me salvaste la vida y, te lo agradezco --Dijo con un tono que no representaba el agradecimiento. Helda casi se atragantó por la sorpresa, al final logró pasarse el bocado--. Pero eso no significa que te perdonaré por lo que hiciste. --Se recargó sobre la mesa con ambos brazos, mirando con frialdad a su cautiva.

  --Desde ese día --Bajó la cuchara de madera al plato, levantando la mirada para observarlo--... me ha estado rondando en mi cabeza una sola pregunta ¿Qué fue lo que te hice? No recuerdo haberte conocido antes de esa noche.

El joven tronó la boca para evitar enojarse, respirando profundamente.

  --Itkar --Blasfemó en silencio al pronunciar ese nombre-- y, tú abusaron de mi amiga Nina --Dijo sin emoción, porque sabía que dejaba salir su enojo, no podría controlar su espada--, la lastimaron y, ahora ella ya no es la misma.

Helda quiso decir algo, pero se arrepintió, la gélida intención asesina que desprendía de su cuerpo le advertía que cualquier cosa mal dicha podía llevarla a un destino más cruel que la propia muerte.

  --Entiendo. --No se atrevió a decir sus verdaderos pensamientos.

  --Vine a decirte que no te mataré, al menos no hasta tener el cadáver de Itkar en mis manos. Te has ganado eso por salvarme la vida.

  --¿Esperas que te agradezca? --Su arrogancia floreció.

  --No --Respondió--, pero si estuvieras consciente de mis habilidades, estoy seguro que mi forma de agradecerte, te hubiera alegrado más allá de la imaginación.

Helda volvió a quedarse en silencio, esos ojos verdes penetraban todo su interior con tal poder que la asfixiaban y, la frialdad con la que la miraba, era la mejor prueba de que sus palabras no eran solo eso.

  --Disfruta tus días y noches, porque no se cuándo volveré aquí con el filo de mi espada.

El joven se levantó al terminar de hablar, con intención de salir de la habitación.

  --Espera. --Se colocó de pie.

Volteó, esperando por sus palabras.

  --¿Qué quieres?

  --Si voy a morir --Dijo de forma impotente--, al menos déjame saber el nombre de mi primer hombre. --Algo había cambiado en su interior y, ni ella misma sabía el qué.

  --¿Nombre de tu primer hombre? No entiendo.

  --Quiero saber tu nombre.

  --¿Mi nombre? ¿Por qué?

  --Es una petición pequeña, considerando lo que me has venido a decir.

  --No tengo nombre. --Dijo después de un momento de silencio.

  --Me quitaste mi magia --Apretó los dientes para evitar llorar--, me encerraste y, me trataste como uno de esos --No se atrevió a decir "sangre sucia"--... y no se diga que para salvarte tuve que darte mi primera sangre --Sus ojos se tornaron rojos y brumosos--. Lo he pensado, no soy estúpida, sé que no me vas a liberar, por lo que, al menos quiero saber cómo te llamas ¡Es lo menos que puedes hacer por mí! --Le gritó.

Se acercó, colocándose justo enfrente de ella.

  --Te lo dije, no tengo nombre. --Su voz fue tan gélida que apagó la furia de la maga.

Helda entendió por el tono que no mentía, sintiéndose ligeramente confundida.

  --¿De verdad?... ¿Por qué?

  --No lo sé. Si es todo lo que quieres decirme, adiós.

  --Espera... solo una cosa más ¿Has sentido algo extraño dentro tuyo después de ese día? --Preguntó con timidez.

El joven pensó por un momento antes de asentir.

  --Sí ¿Cómo sabes?

  --Sabía que no era mi mente --Se dijo a sí misma, luego volteó a ver al joven--. Es porque yo también siento algo y, no sé que es.

El joven entrecerró los ojos y, por el impulso llevó su mano al cuello de la maga, quién jadeó, mostrando una expresión de confusión y terror.

  --¿Qué... te... pasa? --Preguntó con dificultad.

  --¿Qué me hiciste? Puede que no comprenda la magia de este lugar, pero no por ello significa que no entienda el poder que poseen los lanzadores de hechizos. --Su mirada era fría, desprovista de cualquier sentimiento cálido.

  --No... te hice... nada...

Aflojó el agarre, pero no la soltó.

  --No te creo.

  --¿Acaso olvidaste lo qué le has hecho a mis manos? --Frunció el ceño, su enojo floreció nuevamente--. Por tu maldita culpa no podré hacer magia, no hasta encontrar la manera de sanarlas. Que más gusto me daría matarte, pero --Suspiró, volteando a un lado y, exhalando todo su enojo--... sé que no puedo.

La soltó, lanzando su cuerpo hacia atrás y, ella, al no poseer demasiada fuerza en sus piernas cayó sobre su trasero. Sus cabellos desordenados y opacos obstruyeron su mirada, una mirada orgullosa e impotente, que le dirigía la emoción las siniestra que los humanos poseen: el odio.

  --Te odio maldito --Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas-- ¡¿Me escuchaste?! ¡Te odio!

El joven se quedó de pie, estático, sus puños temblaron al apretarlos con fuerza, quiso gritar, pero al final, lo único que hizo fue retirarse de la habitación, dejando a la dama sollozando con las piernas abrazadas.

 


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