Abrió los ojos, su respiración era agitada y el sudor refrescaba su espalda, pecho, brazos y rostro. Lo primero que hizo fue voltear a ambos lados, encontrándose con la oscuridad de una pequeña sala, donde la única fuente de luz era la vela dentro del candil sobre la mesa de madera a dos pasos de él. Tragó saliva al pensar lo peor, sintiendo la impotencia en su corazón por haber sacrificado todo y no haber conseguido nada.
--Parece que después de todo, no puedo escapar.
Golpeó hacia abajo con su puño, pero tan pronto como su mano cayó y tocó la suave superficie, las fuertes emociones de repente se esfumaron. Su rostro expresó sorpresa al notar algo que por la situación había pasado por alto, algo tan simple como que estaba acostado, en un objeto no tan plano, pero con una superficie relativamente cómoda, mejor que el pasto donde recurrentemente dormía. Rápidamente hizo por levantarse, notando que en su anterior punto ciego una pequeña abertura dejaba entrar un rayo de luz lunar.
--¿Dónde mierda estoy? --Se preguntó.
*Aur aur...
Volteó a ambos lados al escuchar esos extraños gemidos, preparándose para asesinar a quien se atreviera a emboscarlo, pero el desconcierto fue inmediato al notar la oscura y acostada silueta a unos pasos frente a él, que al parecer estaba dormida. Hizo por abrir su inventario, pero nada ocurrió, lo volvió a intentar y, al igual que la anterior vez, nada pasó. Forzó una sonrisa, respiró profundo e intento abrir la interfaz a la que estaba tan acostumbrado, pero lo único que logró obtener, fue un extraño mensaje.
*Tu nivel es demasiado bajo*
--¿Qué?
Se quedó de pie, estático, sin saber cómo actuar, la silueta se movió, dejando salir otro gemido extraño. Volvió a respirar con profundidad, acercándose al no tener otra opción, dio un paso, luego dos y, al completar el tercero su confusión se hizo presente. Aunque el lugar era oscuro, sus incursiones en cuevas y lugares de poca luz le habían agudizado la visión nocturna, permitiéndole vislumbrar con ligera dificultad las facciones de la silueta, sintiendo demasiado extraño la similitud del sujeto acostado que tenía consigo mismo, solo que con más cabello.
--Ey --Dijo en un tono bajo, pero no sé atrevió a acercarse un poco más, después de todo, la nueva criatura era desconocida para él--, ey... Abre los ojos --Alzó un poco la voz, la silueta volvió a moverse, dejando salir de su boca un tenue ronquido, inmediatamente dio un paso hacia atrás al sentir que podía ser un ataque mental, pero después de dos segundos, se dio cuenta de que nada había pasado, por lo que volvió a su sitio anterior--. Cosa como yo, responde. --Acercó su mano, pero justo al estar a unos pasos del hombro de la silueta.
El sujeto abrió los ojos y, al notar la extraña sombra acercando su extremidad, sintió un escalofrío, no teniendo más remedio que gritar.
--Aaaahhh.
--Aaaahhh. --El también gritó, estaba claro que lo habían tomado por sorpresa.
Rápidamente retrocedió, colocándose en guardia, pero lo que no se esperó fue que la silueta no desprendiera de ella ni intención asesina u hostil, aparte de que tenía bastantes aberturas en su defensa.
--Por fin despertaste, que alegría. --Dijo después de un bostezo, sonriendo con sinceridad.
Su expresión se tornó nuevamente en la confusión, ya que no había comprendido ni una palabra que había salido de la boca de la silueta.
--¿Te sientes mejor? --Se acercó, estirando su mano.
Inmediatamente retrocedió, golpeando con sus nalgas la pequeña mesa de madera, junto con el candil y su vela y, que por suerte no tiró. La silueta expresó confusión al notar lo alarmado que estaba el joven, era como un animal herido que teme ser atacado, o al menos eso le parecía.
--No te haré daño. --Dijo con un tono tranquilo y dulce.
Calmó su corazón, tratando de escuchar sus instintos y, como lo intuía, estaban en silencio, siendo la única respuesta factible, que la silueta no representaba ningún peligro. Después de pensarlo por dos segundos dio un paso al frente, pero tan pronto que lo hizo, la puerta de la habitación se abrió de golpe y, en el marco de la puerta se encontraba una silueta similar a él, solo que con su estómago más inflamado y con cabello en su mentón y pecho. Inmediatamente se percató del palo de madera con una línea plana de metal anexado en la punta superior, por lo que sin dudar un solo segundo se volvió a colocar en guardia.
--Espera padre, es el joven que rescatamos. --Dijo rápidamente la dama.
El hombre barbón dejó salir un suspiro de alivio, bajando el arma y perdiendo por completo su espíritu de lucha. El joven con el vendaje en el pecho no sabía que era lo que estaba pasando, primero lo presionaban a ponerse en guardia, para después entregarse por completo a él al bajar sus defensas, estaba claro que nunca había visto esa rara técnica.
--¿Quiénes son ustedes? ¿Y por qué se parecen a mí? --Preguntó, no atreviéndose a bajar la guardia.
Padre e hija se observaron y, al igual que anteriormente había pasado con el joven, no entendieron ni una sola palabra que dijo.
--Disculpa ¿Qué? --El padre fue el primero en hablar.
El joven lo miró, sintiendo la misma confusión que ellos, pero por extraño que pareciera, comenzó a perder la fuerza de sus brazos y piernas, no tardó ni dos segundos para que cayera al suelo, siendo la dama acercarse con una expresión de preocupación lo último que observó.
∆∆∆
Abrió los ojos, pero al instante que hizo por pararse, una mano lo llevó de vuelta a la cama.
--Aún no te encuentras bien, debes descansar --Dijo ella con un tono calmo y suave. El la miró, no sabiendo qué hacer o que decir--. Sabes, cuando te encontramos, pensábamos que estabas muerto --Sus ojos color miel mostraron un ligero signo de preocupación, que inmediatamente fue remplazado por un brillo alegre--, pero para sorpresa de mi padre y de mí, no fue así.
--No entiendo. --Fue lo único que podía decir, esperanzado de que ahora sí le entendiera.
Observó sus alrededores y, luego a ella, en su mente ya había obtenido más de diez maneras de poder asesinarla sin sufrir un solo rasguño, sin embargo, dentro de él, en su pecho para ser específico, tenía el sentimiento de que la persona enfrente suyo era alguien que no buscaba hacerle daño, por lo que dudó, terminando por confiar en su instinto.
--Parece que padre tenía razón, no eres de estas tierras. --Llevó un paño blanco a su estómago, limpiando con gentileza la mancha roja que palpitaba.
Sintió un ligero punzón al ser tocado, pero nada más, bajando la mirada para conocer el porqué de la sensación y, para su sorpresa, tenía una enorme herida con costra y sangre a la altura de su abdomen, sintió un poco de curiosidad del origen de aquella herida, teniendo los recuerdos de los últimos días algo borrosos.
--Gracias. --Trató de sonreír, pero la mueca que mostró en su rostro fue la causante de una bella risa de la dama. Volvió a expresar confusión, no entendiendo aquella repuesta.
--En verdad eres gracioso, jaja.
Su sonrisa se desvaneció en el momento en que sonó la primera campanada, acompañada por otras dos.
--Me tengo que ir, así que espérame y, no hagas movimientos bruscos, o me enojaré. --Hizo un lindo puchero, una expresión que el joven no entendió.
Observó su espalda desaparecer al cruzar el umbral de la puerta, sintiendo un pequeño vacío inexplicable en su corazón, era la primera vez que experimentaba el afecto humano después de dos siglos, era algo normal que se sintiera así.
Después de un par de segundos de la desaparición de la dama, el hombre gordo y de espesa barba se presentó en la habitación.
--Olvidó ponerte el vendaje, por lo que me pidió a mí que lo hiciera --Trató de sonar confiable, pero parecía que en esa expresión ocultaba más de lo que podía decir--. Esa chiquilla estaba obsesionada por salvarte --Se acercó, sentándose donde anteriormente se había sentado su hija--, gastó gran parte de sus ahorros en elixires y ungüentos de esos herbolarios, trató tus heridas cada día, limpió tu cuerpo, bajó tu fiebre por las noches, sostuvo tu mano cuando gemías de dolor --Su mirada se tornó seria--. Así que por favor, si puedes entenderme, vete cuanto antes, ella no va a ser el consuelo de un soldado herido.
Se le dificultaba entender las expresiones humanas, aun cuando él lo era, ya que en su vida las había observado, pero por el tono, comprendía que poseían un mensaje profundo. El hombre suspiró al no encontrar reacción en su rostro más que la absoluta confusión, admitiendo que, o era muy buen mentiroso, o en verdad no sabía su idioma. Comenzó a colocarle el vendaje, teniendo que levantar en ocasiones su cuerpo, cosa que provocó una extraña sensación en el joven. Su estómago rugió, pero no le hizo mucho caso, había pasado por muchas situaciones donde le era imposible comer durante días por falta de insumos, obteniendo una alta resistencia mental hacia el hambre, de hecho en el laberinto fue bastante común que muriera por inanición.
El padre de la dama lo miró, sonriendo de manera apenada, si no fuera porque había escuchado el claro rugido de estómago, hubiera olvidado que el individuo acostado también era una persona y, como tal necesitaba comer.
--Debes estar hambriento --Sonrió de manera amable--, ven, vamos, acompáñame al comedor. --Estiró su mano.
El joven miró la extremidad del hombre gordo, no entendiendo lo que debía de hacer.
--Ven --Acercó aún más su mano, tomándole del brazo y, con cuidado hizo por levantarlo--, vamos.
Al entender la acción, él también hizo por levantarse, colocándose de pie al final. Ambos comenzaron a caminar, saliendo de la pequeña habitación y entrando a un estrecho y corto pasillo, doblaron a la izquierda, llegando inmediatamente a una pequeña sala, decorada con muebles sencillos de madera y, una mesa del mismo material con cinco sillas en el contorno.
--Eres bastante alto, debo admitirlo. --Dijo, observando hacia arriba, donde se encontraba el rostro del joven.
La diferencia era de una cabeza, en términos fáciles, el joven media cerca del 1.87 metros y, el hombre gordo 1.73, una diferencia clara.
--¿Dónde estoy? --Preguntó con curiosidad, había visto muebles similares en su estadía en el laberinto, con la diferencia del material y la dimensiones de los mismos.
--Siéntate donde gustes. --Malinterpretó el hombre.
Se quedó de pie, estático, observando sus alrededores, respiró hondo, escuchando tenuemente una presencia en las cercanías, que por supuesto no era el hombre gordo, le hizo una señal para que estuviera alerta, una que por supuesto no entendió, con pasos felinos comenzó a caminar. El padre de la dama tuvo un mal presentimiento con su actitud, por lo que inmediatamente lo siguió. Justo en el momento en que se disponía a abrir la puerta de madera, una mano rápida sujetó su hombro, había estado tan concentrado en la nueva presencia que se olvidó por completo de lo demás, algo que nunca le había sucedido en el laberinto, o al menos no lo recordaba. Volteó de inmediato, tratando de responder de manera hostil, sin embargo, el movimiento exagerado le provocó un fuerte dolor abdominal, siendo interrumpido antes de siquiera comenzar. Quién había sujetado su hombro no había sido otro que el padre de la dama.
--No puedes salir. --Dijo con un tono y rostro serio.
Le miró, por alguna razón había comprendido sus palabras, o al menos el significado, no teniendo más remedio que asentir y volver al comedor. El hombre suspiró aliviado.
A los pocos segundos una dama de cabello largo, lacio y de ojos rasgados apareció en la pequeña sala, el joven la miró, inspeccionando su cuerpo sin ninguna doble intención, solo quería cerciorarse que no tenía un arma que pudiera ocupar en su contra, talvez era porque se parecía a aquella sonriente chica que lo había tratado con gentileza la razón por la que no actuó con hostilidad, sin embargo, la interpretación de la dama fue algo distinta, ya que, la gélida mirada, acompañada de esa imponente figura, provocaba en ella una sensación de asfixia. Sus manos temblaron, junto con los cuencos de madera que sostenía en sus manos.
--¡Detente! --Gritó el hombre al darse cuenta de la situación, podía parecer extraño, pero hasta él sintió un ligero miedo al observar su mirada.
El joven recuperó la compostura, pero no bajó la guardia, por fin había salido de ese infernal lugar y, no tenía pensado volver y, menos por una tontería de ser asesinado por bajar la guardia.
--¡¿Pero qué haces?! --Dijo con un tono enojado, mirando con seriedad al joven--. Mi vida, perdóname, enseguida te ayudo --Rápidamente se acercó a la dama, ayudándole con los cuencos--. Ven --Apuntó con su mano a la silla--, siéntate y come, no quiero que Nina se enoje conmigo porque no te alimenté.
--Huele bien ¿Qué es ese líquido? --Preguntó, acercándose, pero no sentándose.
--Come, no seas tímido.
--Iré a despertar a los niños y, a por mi plato. --Dijo la dama, retirándose con calma del comedor.
Su estómago volvió a rugir, sintiéndose atraído por ese magnífico olor. Al no poder soportar más la tentación, acercó su mano al cuenco, tocando con sus dedos el líquido, pero para su sorpresa, el contenido dentro del recipiente estaba caliente, por lo que rápidamente quitó su dedo, observando con curiosidad el interior del cuenco. El hombre se extrañó una vez más por su anormal comportamiento, pero al pensar que talvez se trataba de una tradición del lugar de donde provenía, la sensación de extrañeza se evaporó como agua en el desierto. Tomó la cuchara de madera al lado del cuenco y comenzó a comer, pero antes de cada sorbo, sopló el contenido, evitando así quemarse la boca. Por otro lado, el joven continuaba viendo el caliente caldo y, al ver qué el hombre gordo comenzaba a disfrutar del mismo, las ganas de probar incrementaron. Levantó el cuenco y se lo llevó a la boca.
--Espera --Dejó de comer al ver la acción del joven--, estás loco, te vas a quemar.
Sintió su lengua arder, al igual que su garganta, pero la linda satisfacción del gran sabor le hizo olvidar por completo la acalorada sensación.
--Quiero más. --Extendió el recipiente.
El hombre lo observó, no sabía cómo actuar, ya habían sido muchas las cosas anormales que había hecho, al principio sentía que era por la desconfianza, después creyó que actuaba así por la cultura en la que había crecido, pero ahora estaba claro que, el joven había perdido por completo la cordura.
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