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34.48% El código del dinero / Chapter 8: 8 La globalización llegó para quedarse

Capítulo 8: 8 La globalización llegó para quedarse

Los medios de comunicación hablan de globalidad con frecuencia, pero ¿qué es? Para mí, es complejidad y ha llegado para quedarse con nosotros. Tengo la impresión de que aún no hemos visto nada; y en lo sucesivo, deberemos aprender a convivir en un mundo supercomplejo y cambiante.

Inteligencia es la capacidad de hacer distinciones más precisas. Y lo que la globalidad nos dice es que una «mente plana», unidimensional, no podrá entender la multidimensionalidad de la complejidad si no se afina, y mucho, para entender el nuevo mundo.

En mi opinión, Europa ha vivido un paréntesis de 50 años dentro del siglo XX, una etapa excepcional que no garantiza el estado del bienestar en el futuro; entre otras cosas porque en el resto del mundo —a excepción de América del Norte y Japón— nunca ha existido tal cosa. Creo más bien que ahora salimos de una burbuja y regresamos al mundo real. La etapa que empezó en 1950 de crecimiento sostenido y bienestar garantizado (el mayor boom económico en toda la historia) ha finalizado, nos guste o no.

La «cultura del merecimiento» es autocomplaciente. Es floja. El estado del bienestar ha fomentado una sociedad acomodaticia y la ha debilitado. Y al hacerlo, hemos entregado al gobierno más poder sobre nuestras vidas. Creo que es tiempo de dejar de exigir derechos asumir, de verdad, nuestros deberes. Ahora toca apuntarse a la «cultura del esfuerzo» si queremos que nuestro estándar de vida sobreviva. Y es imposible mantener un nivel de vida sin esfuerzo. José Ugarte, dirigente de la mega-cooperativa Mondragón, afirmó: «La gente no tiene ni idea de cuánto tiene que cambiar si quiere conservar lo que tiene. No se dan cuenta de lo rápido que está pasando esto».

Si nuestros jóvenes quieren igualar el estándar de vida de sus padres deberán ponerse las pilas. Y si quieren mejorarlo, me temo que no bastará con un simple cambio de pilas. Ellos no se han encontrado, por suerte, con una guerra mundial de la que recuperarse; pero sí afrontarán una «guerra económica» que se librará en la conciencia y les pedirá el mismo esfuerzo que hicieron sus padres para salir adelante.

¡Zafarrancho de «combate»!

Durante demasiado tiempo, demasiadas personas han pensado que el Estado se haría cargo de ellas. Y esperan que el gobierno resuelva sus problemas financieros. La cruda realidad nos dice que nosotros, y nadie más, somos los responsables de nuestro bienestar financiero. La solución a nuestros problemas económicos no provendrá del Estado, demasiado ocupado en salvar sus cuentas, sino de nuestro coeficiente de inteligencia financiera. Te acabas de cruzar de brazos, y sin embargo sabes que es verdad.

El fenómeno de la globalización ha llegado para quedarse. Es el efecto de los vasos comunicantes que conecta todas las economías del planeta. Es como si se hubiera roto la urna de cristal donde vivían unos 1.260 millones de personas (Norteamérica, Europa y Japón) que les separaba del resto del mundo, otros 5.450 millones de personas. A corto plazo, la globalización es traumática, sobre todo para la minoría que ve cómo su estatus

privilegiado se diluye. Al otro lado del mundo, muchos empiezan a soñar con salir de la miseria e ingresar en la clase media.

Entonces, ¿es buena o mala la globalización? Depende: para quien pierde un empleo en Occidente es mala, para quien le releva en Oriente es buena. El Banco Mundial ya avisé de que la redistribución del trabajo en el mercado mundial tendrá un coste para los países ricos. Europeos y estadounidenses pueden sacar partido de la globalización, pero también es cierto que no todos lo harán. Habrá quien gane y quien pierda el juego del dinero. El talento no tendrá competencia en el entorno global, pero los que compitan en precios verán cómo se degrada su economía. Si sumamos todos los efectos, sin duda, creo que la globalización es buena para el conjunto de la humanidad. Lo malo es que ahora toca pagar el precio de la «unificación».

¿España? Bien quisiera pertenecer al G8, pero sería más realista crear un G25 o un G30 para poder asomar la cabeza. No hemos hecho los deberes (nuestro fuerte han sido el sol, los tochos y a inversión foránea —automovilística—; en fin, poca cosa) y la crisis ahora será más indigesta que en otras economías que si han innovado e invertido. Otra cosa. Avanzar con la carga excesiva de las incontables administraciones públicas resulta penoso (un trabajador español sostiene más funcionarios que el resto de países desarrollados). Y si añadimos la baja competitividad debido a la reducción progresiva de nuestra productividad, el escenario resultante no anima a tirar cohetes. Veamos datos: en el total de España ya hay más funcionarios (crecen) que empresarios (decrecen). En Catalunya tenemos unos quinientos mil emprendedores y unos cuatrocientos mil funcionarios, una diferencia que se ha reducido en un cien por cien en un solo año. Pues sí que vamos bien... para seguir en la cola de todas las estadísticas buenas y en la cabeza de todas las malas.

Aun así, observo el mundo y percibo dos dimensiones (son mentales, no geográficas): en una hay crisis y en la otra todo lo contrario. Hay economías en recesión y otras emergentes. La cuestión es si tú eliges convertir tu economía doméstica en una

«economía personal emergente» o en una «economía personal en recesión», sí, al margen de lo que esté ocurriendo en tu entorno inmediato. Ahora mismo escucharás de todo según con quien hables. La exclusividad de las noticias pesimistas no es algo fidedigno, porque se ignora esta multidimensionalídad. Pintan un mundo «plano» donde no ocurre nada bueno. Los medios de comunicación aburren.

Miro un documental en TV cuentan una historia surrealista pero verdadera: un empleado americano de Tucson pierde su empleo que se «exporta» a Shangai. En consecuencia, un chino consigue un nuevo trabajo, entrará en la clase inedia, comprará un pisito en un horrible edilicio, pero será su hogar. Mientras, como el americano ya no podía pagar su hipoteca es embargado por el banco y le subastan la casa. Planta una tienda de campaña en un «campo de quebrados» con el metro cuadrado muy disputado. Los hay en todo el país. En Shangai, por esas fechas, se fleta un avión entero de inversores chinos que acude a Tucson para asistir a una mega-subasta de cientos de casas embargadas. En ese grupo está el patrón del chino que consiguió el empleo del americano; y pujando, pujando, compra la casa embargada. El banco americano hace las paces, ni gana ni pierde. ¿Quién usará la casa? El hijo del patrón chino cuando tenga edad para estudiar en una universidad de Estados Unidos, donde algún día trabajará (y tal vez también llegue a ver exportado su empleo a ultramar). La casa de Tucson tiene un nuevo propietario, y el trabajo se ha mudado de continente. Todo está igual pero es diferente. La vida sigue.

En Occidente, es una opinión, defender puestos de trabajo de bajo valor añadido es un gran error. Proteger esos puestos supone una agonía que terminará, tarde o temprano, en un final más que previsible (exportación de empleo a Oriente). Mientras, la resistencia a cal y canto agrava el problema al consumir un tiempo y una energía muy valiosos; y que invertidos en reaccionar (crear otras fuentes de riqueza) resolverían el problema a medio plazo. A la larga, parapetarse detrás de un puesto de trabajo, con los años o meses contados, engendrará un problema espantoso en las oficinas de desempleados.

Cuanto más se piensa en ello, peor pinta tiene.

¿La solución? Hacer fuerte, de verdad, al trabajador, formándole para un cambio de sector, para un cambio incluso de profesión, para un cambio de mentalidad, ayudándole a entender la necesidad de hacer la transición al nuevo contexto económico, animándole a emprender para crear su propia fuente de ingresos... Siendo muy claro en este momento: diciéndole que las cosas no serán como antes.


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