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10% Demasiado perfecto y otras historias / Chapter 1: Demasiado perfecto
Demasiado perfecto y otras historias Demasiado perfecto y otras historias original

Demasiado perfecto y otras historias

Autor: YuaraKant

© WebNovel

Capítulo 1: Demasiado perfecto

Macario González Villaurrutia fue la persona más excepcional que ha existido. Nació dentro de una de las familias más acaudaladas del país y recibió el cariño y la atención de todos menos sus padres, pues eran demasiado exitosos para preocuparse por alguien más que sí mismos.

Durante sus primeros meses de vida, Macario fue un bebé muy alegre; siempre se tomaba su biberón y nunca lloraba ni se enfermaba, aunque, después de un tiempo, esto último ocasionó que todos menos sus padres se preocuparan por él a tal grado que lo internaron en el hospital. Ahí los doctores le realizaron un simple chequeo médico y concluyeron que Macario gozaba de perfecta salud y que no había nada de qué preocuparse. Sin embargo, para corroborar lo que ya sabían, le realizaron todo tipo de pruebas y análisis cuyo único resultado fue una cuenta tan abusiva que ningún seguro la cubrió.

Tiempo después, Macario ingresó a una de las instituciones educativas más prestigiosas del mundo, y desde el principio fue considerado un genio ya que nunca hubo examen, trabajo, exposición, concurso u olimpiada donde no consiguiera una calificación perfecta.

Como era de esperarse, tales logros trajeron consigo a un sinfín de instituciones e, incluso, universidades que llegaron a ofrecerle todas las becas a su disposición. Además, una oleada de reporteros y periodistas comenzó a acosarlo a él y a todos sus familiares y compañeros con el único fin de publicar artículos redundantes sobre un niño a quien apenas conocieron en realidad.

Al poco tiempo, sin embargo, la insistente perfección de Macario causó que tanto alumnos, directivos y padres de familia sospecharan que él en realidad era un fraude y que sus logros no solo se debían a una habilidad increíble para copiar y usar acordeones, sino a incontables sobornos y extorsiones que seguramente involucraban a todos menos a ellos.

Por ende, y con el fin de preservar el prestigio de su institución, los directivos sometieron a Macario a una serie de exámenes cada vez más complicados, donde, además de aislarlo del resto del mundo y de vigilarlo incluso en sus periodos de descanso, le midieron y analizaron las ondas cerebrales, el ritmo cardiaco y demás signos vitales que, en realidad, solo proporcionaban datos increíblemente insignificantes para el experimento.

Aun así, los resultados fueron sorprendentes: en primer lugar, el cerebro de Macario trabajaba con perfecta eficacia al momento de recordar o calcular alguna respuesta, y, en segundo lugar, cuando Macario se enfrentaba a una pregunta cuya respuesta ignoraba, simplemente elegía una al azar y acertaba en cada ocasión.

Ante tales resultados, y debido a que la ciencia se basa en la desconfianza, los directivos se negaron a creer una realidad tan improbable y aseguraron que debía haber una explicación perfectamente racional para un caso tan perfectamente irracional, por lo que concluyeron que los resultados de su experimento fueron inconcluyentes y, tras publicar numerosos artículos sobre su fracaso, determinaron que Macario era o demasiado inteligente o demasiado deshonesto para continuar sus estudios dentro de la institución, por lo que fue expulsado.

Pasaron los años y, durante su juventud, Macario destacó no solo por su inteligencia, sino por su innata capacidad de seducir a toda persona con quien entablaba una conversación o, en algunos casos, intercambiaba una mirada. Como era de esperarse, esto ocasionó confusión en unos, certeza en otros y un sinfín de conflictos que variaron desde insultos y amenazas hasta crímenes pasionales que involucraron tanto al cuerpo policial como a los noticieros.

Aun así, Macario se vio envuelto en una serie de relaciones donde nunca hubo ninguna discusión, ataque de celos, infidelidad o cualquier otra conducta tóxica, ya que sus parejas se dedicaron enteramente a servirlo y satisfacerlo de cualquier forma posible, aunque cabe aclarar que él nunca les pidió ni exigió nada, conducta que ellas consideraban extremadamente humilde y caballerosa, y una prueba irrefutable del amor que él debía sentir por ellas.

Estas relaciones, sin embargo, terminaban a las pocas semanas debido a que dichas parejas consideraban que Macario se merecía a alguien mejor: alguien tan perfecto que seguramente no existía.

En resumen, los amoríos de Macario fueron tan breves y unilaterales que él, en realidad, nunca experimentó el amor.

Ya de adulto, Macario dedicó su vida al altruismo. Donó gran parte de la fortuna familiar a diferentes instituciones benéficas. No obstante, lo único que esto ocasionó, sin contar el usual acoso de los medios, fue que dichas instituciones y muchas más le pidieran, rogaran y exigieran donaciones cada vez más constantes y cuantiosas que beneficiaban a cada vez menos gente.

Así pues, Macario hizo a un lado la caridad y comenzó a investigar enfermedades y la manera de erradicarlas. Con el tiempo descubrió la cura de todas las enfermedades conocidas y, con ella, fabricó una serie de medicamentos tan barata, tan efectiva y tan inconveniente para las compañías farmacéuticas que inmediatamente fue retirada del mercado.

Macario entonces invirtió el resto de la fortuna familiar en distribuir sus medicamentos de forma gratuita a quien los necesitara. Sin embargo, al ser gratuitos, la gente los creía inútiles o incluso peligrosos y prefería aferrarse a los medicamentos caros y vagamente efectivos a los que estaba acostumbrada.

Al final, Macario publicó numerosos artículos sobre de sus descubrimientos, pero todos fueron ignorados por la comunidad científica por el simple hecho de que Macario carecía de licencia médica.

Tras perderlo todo, Macario vivió en las calles. Pasaron los años y un zapatero, quien había leído varios artículos sobre él, lo reconoció y, con el fin de comprobar su supuesta perfección, lo contrató como ayudante. Ya en su taller le mostró algunos de los zapatos que había hecho y le pidió que hiciera los suyos. Macario tomó las herramientas y, con una cansada maestría, elaboró un par de zapatos que, según el zapatero, debían ser los más perfectos que habían existido.

"Sí", respondió Macario, "pero me gustan más los tuyos".


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