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88.88% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 48: Parte Sexta, Capítulo Decimoquinto.

Capítulo 48: Parte Sexta, Capítulo Decimoquinto.

El sol del mediodía caía sin piedad sobre las vastas tierras del País del Fuego, su calor irradiando incluso desde las losas de piedra que pavimentaban el camino.
Los cielos estaban despejados, el aire impregnado de un calor suave pero constante que hacía que el ambiente se sintiera denso, casi inmóvil. El viento apenas movía las hojas de los árboles que bordeaban el sendero, y los pajarillos cantaban perezosamente desde las ramas.
El señor feudal del País del Fuego salió del edificio con un paso lento y relajado, como si ni el calor ni el peso de sus responsabilidades pudieran afectarlo.
Su vestimenta, rica pero cómoda, ondeaba ligeramente con cada movimiento. A su lado, caminaba un viejo amigo, de rostro más severo y manos curtidas por el tiempo.
El noble amigo, vestido con tonos sobrios y elegantes, mantenía una compostura erguida, pero su expresión reflejaba cierta inquietud.
Sus ojos oscuros y penetrantes, que siempre habían sido rápidos para captar las sutilezas del entorno, se entrecerraban ligeramente por el sol, pero en su semblante había una preocupación más profunda.
— Estos días han sido... agotadores. — Suspiró el señor feudal, abanicándose perezosamente con su abanico de seda, decorado con motivos dorados. Su tono era tranquilo, casi desinteresado, como si la carga que llevaba fuera solo una leve molestia en su vida privilegiada. —
El amigo emitió un leve sonido de asentimiento, casi como un murmullo bajo su aliento, antes de preguntar con discreción, como si temiera que alguien pudiera escucharlos, aunque estaban relativamente solos en el sendero.
— ¿Te refieres a... ese problema? — Susurró el noble con cierta aprensión, sus ojos buscando algún rastro de respuesta en la cara despreocupada del señor feudal. —
El señor feudal hizo un leve movimiento con la cabeza, sin dejar de abanicar su rostro con perezosa elegancia. Sus ojos, a menudo perdidos en pensamientos lejanos, no mostraban ninguna prisa por responder, como si todo, incluso el tema que abordaban, fuera insignificante a su manera.
— Sí, sí... más disturbios. — Dijo finalmente, con un aire despreocupado que contrastaba con la gravedad de sus palabras. — Esas personas... los que salieron de los portales... — Dejó que la frase flotara en el aire, casi como si fuera parte de la brisa cálida de la tarde. —
El amigo frunció el ceño, mirando de reojo al señor feudal. Aunque compartían una amistad de muchos años, el noble siempre había sido más consciente de los peligros del mundo, más prudente en su manejo de situaciones delicadas.
— ¿Ejecutarlos...? — Preguntó con voz baja, pero llena de incredulidad. Su tono cargaba una mezcla de sorpresa y miedo. No podía entender por qué el señor feudal adoptaba una postura tan extrema. —
El señor feudal dejó escapar una ligera risa, una que apenas mostraba emoción real, mientras movía su abanico de manera despreocupada.
— ¿Qué otra opción tenemos? — Respondió con calma, mirando al frente mientras caminaban. — No sabemos de dónde vienen realmente. Algunos dicen que son de dimensiones paralelas, otros creen que son espíritus perturbados. No podemos arriesgarnos... — Sus ojos se entornaron ligeramente mientras hablaba, como si estuviera sumido en sus propios pensamientos, alejándose de la conversación por un momento. — Es más fácil así. Más seguro.
El noble amigo cerró los labios con una línea apretada, sus ojos oscurecidos por la preocupación mientras sus pensamientos iban y venían.
Los dos continuaron caminando, las sandalias de ambos resonando suavemente contra la piedra, mientras el viento finalmente lograba mover algunas hojas en los árboles, llenando el espacio de un leve susurro natural.
Finalmente, el amigo se atrevió a preguntar de nuevo.
— ¿Y ese mediador de las naciones...? El que pidió permiso para investigar en la aldea... — Su voz, ahora más controlada, escondía una curiosidad genuina pero temerosa. —
El señor feudal dejó de abanicar su rostro por un momento, mirando al cielo como si considerara las palabras antes de pronunciarlas. Luego soltó un suspiro profundo, pesado de exasperación.
— Ah, sí. El mediador... — Dijo finalmente, con un tono de fastidio. — Quiere indagar en la aldea oculta. Supongo que todo este asunto le tiene tan nervioso como al resto. Pero... —Hizo una pausa, el abanico reanudando su movimiento lento y rítmico. — Estoy demasiado cansado para lidiar con eso ahora.
El amigo lo miró de reojo, una ceja levantada ante la respuesta evasiva del señor feudal. Pero no dijo nada más.
Sabía que, con el tiempo, tal vez lograría obtener una respuesta más clara. Por ahora, lo que importaba era lo que no se había dicho: la creciente tensión por lo desconocido, los misterios de los portales, y las decisiones que el señor feudal estaba tomando, o evitando tomar, en su nombre.
El calor del mediodía parecía haberse intensificado aún más mientras los últimos monjes comenzaban a dispersarse con murmullos tranquilos entre ellos.
Las suaves túnicas naranjas y marrones de los religiosos se agitaban con la brisa ocasional, y algunos de los nobles presentes ya comenzaban a subir a sus elegantes carrozas. Las ruedas de madera crujían levemente sobre el pavimento de piedra, creando un eco suave que se mezclaba con el susurro del viento.
El señor feudal observaba la escena con su habitual calma, su abanico de seda moviéndose de un lado a otro en un ritmo casi hipnótico. A lo lejos, sus guardaespaldas se acercaban, moviéndose con precisión militar mientras se aseguraban de mantener la distancia adecuada.
Cada uno estaba enfundado en armaduras brillantes, con espadas al costado, siempre listos para cualquier eventualidad. El señor feudal ni siquiera les dedicó una mirada directa; su confianza en ellos era absoluta.
A su lado, su amigo noble permanecía inmóvil por un momento, sus ojos oscuros llenos de una preocupación palpable. Se aclaró la garganta antes de hablar, su tono medido pero cargado de genuina inquietud.
— ¿Vas a permitir que ese mediador se adentre en Konoha... como si nada? — Preguntó, evitando cuidadosamente pronunciar el nombre de Mifune, aunque ambos sabían exactamente a quién se refería. —
El señor feudal se detuvo en su abaniqueo, sus ojos se entrecerraron y alzó una ceja con un aire casi ofendido. La pregunta parecía haber tocado una fibra sensible, aunque su expresión seguía siendo imperturbable.
— Tsunade es quien se encarga de Konoha, no yo. — Dijo con una voz tranquila pero firme, que dejaba claro dónde terminaban sus responsabilidades. — Mi deber es con el País del Fuego, y nada más. El mediador tiene mi permiso para adentrarse en el país, pero lo que ocurra dentro de la aldea oculta no es mi asunto. Mi trabajo ya está hecho.
El noble amigo frunció ligeramente el ceño, pero no insistió. Sabía bien que el señor feudal no solía cambiar de opinión una vez que había decidido algo. Sin embargo, su preocupación seguía creciendo.
— ¿Por qué permitiste que lo hiciera? — Preguntó el amigo, con cautela. Aunque el señor feudal rara vez se inmutaba por cuestiones externas, era obvio que la situación con los portales era diferente. —
El señor feudal hizo una pausa, mirando el horizonte por un momento antes de responder. El abanico seguía en su mano, pero su ritmo había disminuido. Se veía tan despreocupado como siempre, pero sus palabras llevaban un peso distinto.
— Porque, aunque hemos ejecutado a varias personas que salieron de esos portales, hay algo que no cuadra. — Dijo en voz baja, aunque con claridad. — Si no es solo aquí, en el País del Fuego, sino en otros lugares... entonces es más grande de lo que imaginamos. No me gustan las cosas que se me escapan de las manos. Por eso le di el beneficio de la duda a Mifune.
El noble amigo asintió lentamente, comprendiendo la lógica, aunque seguía sin sentirse del todo cómodo.
— Mañana daré la orden de pausar las ejecuciones. — Continuó el señor feudal. — Hasta que tengamos noticias de Mifune.
El noble parpadeó, visiblemente sorprendido.
— ¿Mifune-dono...? — Repitió, casi incrédulo. —
El señor feudal levantó la mirada hacia el cielo, observando cómo una suave brisa fresca comenzaba a moverse entre las nubes, refrescando apenas el sofocante calor del día.
Por un instante, parecía perdido en sus pensamientos, disfrutando de ese breve respiro que ofrecía la naturaleza. Luego, bajó la vista, pero su expresión se había vuelto más seria, aunque seguía manteniendo la misma calma habitual.
— Mifune-dono fue testigo de lo mismo en el País del Hierro. — Dijo lentamente, con una sombra de preocupación apenas perceptible en su tono. — Quiere llegar al fondo de esto. Si hay algo que podamos hacer para evitar más muertes indiscriminadas, entonces lo permitiré.
El amigo noble, hasta ese momento relativamente tranquilo, abrió los ojos con sorpresa.
— ¡¿Los portales aparecieron en el País del Hierro también?! — Preguntó con incredulidad, casi incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. —
El señor feudal asintió, pero antes de que pudiera decir algo más, hizo un gesto con la mano, como restándole importancia al asunto.
Sus guardaespaldas ya estaban junto a él, y con un movimiento elegante, se dispuso a subir a su carroza. El noble lo miró mientras lo ayudaban a acomodarse en el vehículo, sin poder sacudirse la sensación de que todo esto era más grande de lo que ninguno de ellos podía manejar.
El señor feudal se sentó cómodamente dentro de la carroza, su abanico ocultando una sonrisa que solo sus ojos calmados reflejaban. Justo cuando iba a cerrar las cortinas de bambú, el noble amigo, visiblemente preocupado, se acercó a la ventana con un paso apresurado.
— ¿Me das permiso para ir a Konoha? — Preguntó casi con urgencia. — Podría interrogar a Mifune-dono personalmente. Necesito más detalles sobre lo que ocurrió en el País del Hierro.
El señor feudal lo miró desde la ventana, su expresión casi divertida por la preocupación de su amigo. Emitió un leve sonido despreocupado antes de responder.
— Estoy muy cansado para dar más detalles. — Dijo con una sonrisa amable, que se ocultaba detrás de su abanico. — A partir de ahora, Konoha tiene el deber de resolver esto por su cuenta.
Con una despedida cariñosa, cerró las cortinas de bambú, señalando al conductor que avanzara. La carroza comenzó a moverse lentamente, sus ruedas de madera resonando sobre las piedras, alejándose poco a poco del edificio.
El noble se quedó inmóvil, mirando cómo la carroza se alejaba en la distancia. Sus hombros cayeron lentamente, como si el peso de la preocupación finalmente lo estuviera aplastando.
— Él nunca cambiará... — Murmuró para sí mismo, dejando escapar un suspiro profundo, lleno de resignación —
El salón Hokage, a diferencia de la oficina habitual de Tsunade, tenía una disposición más ceremoniosa.
Dos sillones grandes enfrentados, separados por una mesa baja, donde Mifune se sentó frente a la Hokage, con una tranquilidad que casi rozaba la frialdad. Los detalles del tatami bajo sus pies y las decoraciones sutiles del lugar parecían insignificantes frente a la gravedad de la situación.
Tsunade fue la primera en hablar, su tono formal, pero con una ligera nota de impaciencia.
— Mifune-dono, agradezco la bendición de tu visita, pero me pregunto qué urgencia ha requerido tu presencia en persona. — Inquirió, sin rodeos, mientras sus dedos tamborileaban suavemente sobre el reposabrazos del sillón. —
Mifune, sereno, desvió su mirada hacia la ventana, como si meditara antes de hablar. Observó brevemente el ajetreo de los Anbus en las calles, notando una vigilancia que no parecía habitual. Su mirada volvió a los presentes y, tras un leve suspiro, decidió hablar.
— Konoha parece más protegida de lo habitual. — Comentó con suavidad, aunque su observación no era una simple reflexión. Sabía lo que implicaba el aumento de seguridad en una aldea como esa. —
Koharu, siempre más rápida para responder, intervino antes que Tsunade.
— Estamos atravesando algunas dificultades. — Indicó con voz firme. —
Mientras Homura añadía:
— Nada que no podamos manejar en poco tiempo.
Mifune asintió con un gesto casi imperceptible, dejando que el silencio se prolongara un momento antes de continuar. Luego, con la misma serenidad que lo caracterizaba, soltó la información por la que había viajado para revelar:
— Seré directo. En la Tierra del Hierro, han aparecido portales. De ellos emergieron personas... que murieron poco después. Estas personas afirmaron ser de Konoha.
La tensión en el salón aumentó instantáneamente. Koharu y Homura se enderezaron, sus rostros se tiñeron de alarma, pero mantuvieron un control rígido de sus emociones.
Tsunade, por otro lado, apenas dejó que sus ojos se entrecerraran, lo que delataba lo que esa información le provocaba por dentro. Mifune observaba, midiendo cada reacción con precisión. Había dicho lo que venía a decir, y ahora esperaba respuestas.
— ¿Y cuál es el motivo de tu visita, Mifune-dono? — Tsunade mantuvo su compostura, aunque sus palabras salieron con mayor cautela. — Espero que esto no sea un intento de acusarnos de algo sin pruebas.
Mifune no se inmutó.
Había visto todo tipo de situaciones diplomáticas en su vida, y esta no sería diferente. Con una serenidad casi desconcertante, respondió:
— Mi visita no es una acusación, sino una petición de claridad. La aparición de personas que aseguran ser de tu aldea, solo para morir al poco tiempo, plantea preguntas graves. No solo en la Tierra del Hierro. Estoy aquí para determinar si este es un asunto que involucra a Konoha, intencionadamente o no.
Homura se aclaró la garganta, su mirada fija en Mifune mientras añadía:
— ¿Y cuál es tu conclusión hasta ahora?
Mifune, mirando de reojo hacia la ventana una vez más, fue directo.
— Estoy aquí para preguntarles directamente si saben algo de esto. No estoy aquí para especulaciones, sino para la verdad. Las palabras de esos moribundos sugieren una amenaza... y quiero saber si están al tanto de ello.
El aire en la sala se hizo denso, cargado de incertidumbre. Los ancianos miraron a Tsunade, expectantes.
Era evidente que esta conversación iba a escalar si no se manejaba con cautela. Tsunade sabía que no podía seguir ocultando todo lo que sabía, pero revelar demasiado pondría a Konoha en una posición aún más delicada.
— Estamos al tanto de ciertas... irregularidades. — Dijo finalmente, con una mezcla de cautela y firmeza. — No es un ataque, ni algo que esté bajo nuestro control. Pero no me corresponde revelarte toda la verdad sin más.
Mifune la miró fijamente, su rostro sin cambiar en lo absoluto. Había pasado por muchos conflictos, y podía ver cuando alguien trataba de evitar una respuesta.
— Si hay algo que afecta la estabilidad de las naciones, Tsunade-dono... — Su tono era formal pero cargado de autoridad. — Tienes la responsabilidad de informarnos. Necesito la verdad, no solo lo que estás dispuesta a compartir.
El salón quedó en silencio nuevamente, con todos los presentes intercambiando miradas, midiendo las palabras que vendrían a continuación.
Tsunade mantenía su mirada fija en Mifune, sus ojos dorados reflejando la intensidad de la conversación.
Los ancianos, Koharu y Homura, intercambiaron miradas de preocupación, casi como si intentaran advertirle a la Hokage que no hablara más de lo necesario. Tsunade sintió el peso de sus miradas, como si en ese intercambio silencioso le pidieran prudencia, pero también estaban inquietos por lo que se estaba revelando.
Con un suspiro contenido, Tsunade cerró los ojos, sumida en sus pensamientos. La situación era más grave de lo que había imaginado. Sus labios se apretaron, y tras unos segundos, decidió hablar de nuevo.
— ¿Puedes darme más detalles al respecto, Mifune-dono? — Preguntó, su tono más controlado, aunque la tensión no la abandonaba. —
Mifune, siempre sereno, asintió lentamente. Se tomó un momento antes de responder, como si las palabras estuvieran cuidadosamente seleccionadas en su mente.
— Las personas comenzaron a aparecer hace alrededor de dos o tres semanas. Al principio, los testigos parecían desorientados, y luego, poco a poco, empezaron a surgir en varias partes de nuestras tierras. — Explicó con calma. — Sin embargo, debido a la naturaleza dispersa de los eventos y la confusión que trajeron, no pude llegar antes para informarles.
Los ojos de Tsunade se abrieron de golpe, y la sorpresa fue evidente en su rostro. A su lado, los ancianos no lograron ocultar su propio asombro.
Koharu tensó sus manos sobre el regazo, mientras Homura inclinaba ligeramente el cuerpo hacia adelante, su rostro mostrando una mezcla de preocupación e incredulidad.
Homura fue el primero en hablar, su voz cargada de incertidumbre y duda.
— Mifune-dono, ¿Estás diciendo que estos... incidentes ocurrieron hace semanas? ¿Y sólo ahora llegas con esta información?
Mifune no se inmutó ante el cuestionamiento. Con la misma serenidad impenetrable, respondió:
— Así es. Al llegar a la Tierra del Fuego, me presenté ante el señor feudal para pedirle permiso de investigar. Él me otorgó su permiso para venir a Konoha. Mi destino era claro desde el principio.
El nombre del señor feudal resonó en la sala con un peso mayor de lo esperado. Tanto Koharu como Homura intercambiaron otra mirada, ahora preocupados por las posibles implicaciones de que el líder del país ya estuviera al tanto de la situación.
— Lo mismo ha ocurrido en otras partes de nuestro territorio. — Continuó Mifune. — Aunque, al parecer, muchas personas lograron sobrevivir a los portales, algunas de ellas han desaparecido, mientras otras causan disturbios. Eso es lo que más nos inquieta.
Tsunade escuchaba en silencio, pero las palabras de Mifune resonaban con más intensidad en su mente.
Recordó lo que Akita le había mencionado anteriormente, sobre personas que podrían aprovecharse de la desinformación y el caos. Su corazón latía con fuerza mientras se daba cuenta de que aquello que parecía un fenómeno aislado podía ser solo la punta del iceberg.
Tragó saliva, sintiendo cómo la situación se volvía más complicada con cada detalle revelado. Mifune la observaba con una expresión tranquila, pero sus ojos delataban una cautela que no había mostrado hasta ahora.
— No los culpo a ustedes por lo que ha ocurrido en mi país. — Añadió Mifune, su tono respetuoso. — Pero necesito saber por qué, entre todas las personas que aparecieron, algunos afirmaron ser de Konoha.
Tsunade sintió que el peso de sus palabras recaía sobre sus hombros. No podía evitar pensar en la posibilidad de que, de alguna forma, su aldea estuviera conectada con estos eventos, aunque fuera indirectamente. Y, sin embargo, no tenía respuestas claras.
Tsunade se encontraba en una posición comprometida. Las palabras de Mifune, junto con las miradas severas de Koharu y Homura, la hacían sentir atrapada entre dos fuerzas opuestas.
Sabía que los ancianos no querían que hablara, esa había sido la condición para seguir contando con su apoyo en decisiones difíciles.
Pero, por otro lado, la urgencia de la situación no podía ser ignorada, y la mención de personas de Konoha apareciendo en el País del Hierro la inquietaba profundamente.
¿Serían personas de su aldea? ¿... Del futuro?
La Hokage se mordió el labio con fuerza, mientras sentía la presión aumentar. Cerró los ojos por un instante, intentando calmar su mente y encontrar una salida a esa encrucijada. Al abrirlos, su decisión estaba tomada.
— Te lo voy a explicar todo. — Dijo finalmente, rompiendo el tenso silencio que se había apoderado de la sala. —
Al oír esto, Koharu se inclinó hacia adelante, la ira y el temor mezclándose en su expresión.
— ¡Tsunade, no puedes...! — Intentó detenerla. —
Homura, más sereno, pero igualmente firme, agregó:
— Es imprudente revelar tal información... ¡Sabes cuál es el acuerdo!
Mifune, siempre observador, no dejó pasar ese intercambio. Sus ojos se entrecerraron levemente al captar la tensión entre los consejeros y la Hokage, lo que le daba una señal clara de que se estaba ocultando algo mucho mayor.
Tsunade, ignorando las protestas, se levantó de su asiento con una decisión férrea.
— Escúchame bien, Mifune-dono. — Dijo con voz grave, avanzando un paso. — Esto es mucho más complicado que un simple Jutsu espacio-temporal. Lo que está ocurriendo no tiene precedentes, y estamos tratando de lidiar con algo que no comprendemos completamente.
El mediador de las naciones la observó con su habitual calma, pero esta vez su mirada contenía una chispa de curiosidad y desconfianza.
— ¿A qué te refieres, Hokage-dono? — Preguntó con tono grave, manteniéndose en su lugar, pero claramente expectante. —
Tsunade volvió a morderse el labio por un momento, consciente de que lo que estaba a punto de decir podría cambiar el curso de los eventos. Al final, exhaló un suspiro profundo y se enderezó, tomando una decisión final.
— Te llevaré ante la persona que probablemente tenga algunas de las respuestas que buscas. — Declaró, con la mirada fija en Mifune. Los ancianos, al escuchar eso, intercambiaron miradas de alarma. —
Koharu se levantó abruptamente, su voz temblando de incredulidad.
— ¡No puedes estar hablando en serio! ¡Ella...! ¡Aún no se ha decidido qué haremos con ella!
Homura, aunque más contenido, expresó una preocupación similar, inclinándose hacia adelante y entrecerrando los ojos.
— Tsunade, sabes perfectamente a quién te refieres. Si la expones, todo nuestro esfuerzo puede venirse abajo.
Pero Tsunade, manteniendo su postura desafiante, clavó su mirada en Mifune. Había en sus ojos una serenidad tensa, casi explosiva, como una tormenta que amenazaba con desatarse. Mifune, sin dejarse intimidar, se puso en pie lentamente, sin perder el contacto visual.
— He venido a Konoha para encontrar respuestas. — Declaró con voz firme. — Si me aseguras que tu aldea no está detrás de esto con la intención de dañar, entonces te seguiré donde sea necesario.
Tsunade asintió, casi como una señal de tregua.
— Te lo demostraré. — Dijo, con un tono que denotaba tanto su confianza como su preocupación. Los ancianos, aunque claramente molestos, se resignaron a la decisión de la Hokage, conscientes de que ya no podían detenerla. —
El ambiente en la sala se volvió aún más denso. La tensión, lejos de disiparse, parecía crecer con cada segundo, pero había una resolución firme en Tsunade, una determinación que hacía que tanto Koharu como Homura guardaran silencio, aunque no sin sus reservas.
Mifune, con su inquebrantable calma, hizo un pequeño gesto con la cabeza, indicando que estaba listo para seguirla.

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