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35.18% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 19: Parte Segunda, Capítulo Sexto.

Capítulo 19: Parte Segunda, Capítulo Sexto.

Ambas mujeres contemplaban la fogata, absortas en el baile de las llamas que hacían chispear las ramas, cada una con un vaso de metal en la mano.
A pesar del calor que irradiaban, ignoraban la sensación de quemazón en sus manos. El vapor del café de la anciana ascendía delicadamente, acariciando su rostro mientras se mezclaba con el humo de la fogata que se dispersaba en la noche.
Temporalmente, Mirai encontraba un refugio en el calor y la comodidad del momento, aunque algo perturbaba su tranquilidad.
La bolsa con las piedras pequeñas y brillantes permanecía en el suelo, junto a Mirai, como un recordatorio constante de la incertidumbre que rodeaba su situación.
A pesar del impulso de agarrar a la anciana por los hombros y exigirle explicaciones, Mirai se mantenía serena, consciente de que desconocía por completo lo que deparaba el futuro.
Optó por mantenerse al margen y no causar ningún escándalo. No era conveniente que los demás escucharan lo que hablaban.
— Usted...
— ¿Cuántos años tienes?
El crepitar de la fogata resonó mientras Mirai salía de su imperturbabilidad.
— Quince... Quince y medio. — Respondió la joven con duda, su voz apenas un susurro en la noche. —
— Umu. Eres más joven de lo que pensé. — La anciana dio un largo sorbo a su café después de decirlo. —
Al presenciar este gesto, Mirai vaciló sobre si debería hacer lo mismo. A pesar de la importancia del momento, no quería abrirse a otro escenario peligroso confiándose demasiado. Tragó saliva para reconfortar su garganta mientras observaba cómo la anciana recuperaba serenamente su aliento.
— Yo... — Comenzó a decir la pelinegra. — Tengo muchas preguntas... que hacerle a usted.
— En tu posición, es normal que las tengas. — Le contestó la mujer. — Hasta pienso que estás tardando en hacerlas.
— ¡Entonces—
— Pero, antes que nada, hay algo que me gustaría preguntarte. Por sobre todas las cosas.
La Sarutobi volvió a hundirse en medio de sus hombros, apretando sus labios para obligarse a permanecer callada.
El tono de la anciana fue pesado, bastante fuerte a comparación del usado anteriormente. Su presencia era tranquila, pero igualmente seria y con una decisión tan transparente como la neblina apenas visible.
No hacía falta preguntar cuál era la duda de la mujer, y esperó un poco intranquila, la pregunta de la anciana.
— ¿Cómo fue que llegaste hasta aquí? — Las sombras del fuego se pintaron en el rostro de la mujer. — Tú y esos chicos... ¿Cómo saben quién soy?
— Esto...
Las manos de Mirai temblaron, sosteniendo el vaso de metal. Al ver el café temblando bajo su vista, recordó por instantes lo vivido en Konoha.
La sangre.
Los llantos.
Las despedidas.
Los secretos.
Ni siquiera podía recordarlo bien, tal era la magnitud de todo lo que se había desplegado ante sus ojos. Solo podía sentir el deseo de alejarse, de escapar de los gritos pidiendo ayuda. Lo único que veía ahora eran los rostros de las últimas personas que había visto: su maestro y Tanaka-san.
— U-Una persona. Fue un superior quien me habló de usted. — Murmuró Mirai, con la voz temblorosa. —
— ¿Un superior...? — Preguntó la mujer al otro lado de la fogata. — ¿Otro ninja como tú?
— Sí, él me entregó algunas cosas y me instruyó para que viniera con mi escuadrón a esta ubicación. Más allá de eso... no sé nada.
— Ya veo. — La afirmación de la mujer sonó como un intento de calmar el malestar de la más joven. —
Recibir algo de consuelo, aunque fuera tan vago como una sola afirmación, era suficiente para Mirai. Había soportado el sol, soportado el hambre por miedo a gastar más comida de la necesaria. Y, sobre todo, esta mujer parecía saber más que Mirai misma. Así que podía sentirse un poco más tranquila en este momento.
— Escuadrón... — Murmuró Mirai, mientras observaba con docilidad a la anciana. Esta última estaba concentrada en escudriñar las sombras al fondo del pasillo, tratando de discernir lo que se ocultaba bajo ellas. —
La reacción de Mirai ante esta acción no fue de sorpresa ni desorden interior. Permitió que la mujer investigara con sus ojos todo lo que quisiera, esperando obtener alguna respuesta clara sobre su situación.
El rostro de la anciana se contrajo en silencio, reflexionando para sí misma antes de dirigirse a la adolescente. Aunque sus párpados estaban cerrados por las arrugas, era evidente que estaba observando.
— Vi las bandanas. Sería ingenuo preguntar si ustedes son ninjas de alguna aldea. — Comentó la anciana, más para sí misma que para Mirai. —
Mirai se encontraba sin palabras, asimilando las palabras de la anciana, que parecían estar dirigidas más hacia su propia reflexión.
— Nosotros somos ninjas de Konoha. —Respondió Mirai finalmente, su ansiedad reflejándose en sus ojos. — Konoha: La aldea oculta entre las hojas.
— El nombre no importa si al final estarán ocultos. — Dejó escapar la mujer, mostrando un fuerte agarre en sus manos, quizás conteniendo el impulso de hacer algún gesto. — Una aldea oculta... tiene sentido entonces que ustedes sepan quién soy.
Mirai vaciló ante la conclusión de la anciana.
Mirai sintió el peso de su silencio mientras luchaba contra la urgencia de plantear más preguntas. Sabía que cada palabra podría desviar la única fuente de información que tenía ante sí.
Los adultos en su aldea habían estado actuando de manera extraña en las semanas previas al ataque. Incluso antes de eso, Mirai había sentido la incomodidad de no saber ciertas cosas que parecían ser conocidas por aquellos fuera de su círculo.
No recordaba cuándo empezó a pensar así, pero estaba segura de que solo la mujer frente a ella podía responder a esas dudas.
— Disculpe... ¿Podría decirme quién es usted exactamente? — Preguntó Mirai, fijando su mirada en las manos de la anciana antes de regresarla hacia sus ojos. — La persona que me habló de usted... me dijo que le entregara esta bolsa y dejó claro que nadie más que usted podía ver su contenido. ¿Podría también explicarme qué contienen estas cosas dentro de ella?
En el silencio que llenaba el espacio entre ellas, Mirai y la anciana se miraban sin romper la conexión visual. Ambas parecían titubear, indecisas sobre quién daría el primer paso para abordar el tema que las había reunido. Había tanto que decir, pero ninguna estaba lista para empezar.
Finalmente, la anciana apartó la mirada y dejó la taza de metal cerca de la fogata, permitiendo que el calor la calentara de nuevo.
— Una vez tuve un nombre. A veces solo era una letra o un apodo. Tuve tantos sellos que no puedo recordar ninguno que considerara mi verdadero nombre. — Sus palabras resonaron con melancolía, y Mirai se sintió intrigada por el tono de la mujer. —
La anciana pareció perderse en sus propios pensamientos mientras miraba hacia su frente, como si buscara encontrar respuestas en su propia piel.
— Un nombre... no puedo responder a eso. Pero puedo responder a tu otra pregunta. — Le dijo finalmente. —
Las llamas de la fogata iluminaban el rostro de Mirai mientras ella se concentraba en las palabras de la mujer. La bolsa pequeña reposaba a su lado, recordándole la importancia de lo que estaba por revelarse.
— Soy una vagabunda, viajo de un lado a otro sin un hogar ni tierra que reclamar. Cuando dije que este lugar era mi territorio, me refería a que me estoy quedando aquí temporalmente. — Aclaró la anciana, mientras se recostaba un poco más cerca de la fogata. —
— ¿Estás viviendo en el desierto? ¿Sola? — Preguntó Mirai, con una expresión preocupada. —
El semblante de la anciana se oscureció ligeramente.
— Porque individuos como ese hombre pueden tener conocimiento sobre cosas como las que tienes ahí. — Señaló hacia la bolsa que reposaba junto a Mirai, haciendo referencia a los atacantes anteriores. Luego, volvió a centrar su atención en la taza de café. — No importa cuánto tiempo haya pasado sin llamar la atención. Una vez que dices algo, siempre habrá algo o alguien que mantendrá viva esa información. Esas cosas nunca desaparecen, a diferencia de nosotros, los ancianos.
— ¿Está hablando del contenido de esa bolsa? ¿Esas piedras brillantes? — Inquirió Mirai, con impaciencia. —
La anciana negó con la cabeza.
— No son piedras. — Corrigió con calma. — Esas cosas que brillan son "Esferas".
Mirai se humedeció los labios, procesando la información.
— Esas esferas son evidencia de lo que te está sucediendo, porque solo aparecen cuando se abre el pergamino.
El dedo índice de la anciana mujer se alzó ligeramente, apuntando vagamente hacia Mirai. El gesto despertó un rastro de curiosidad en la joven, quien observó con atención. Parecía un movimiento impulsivo pero consciente, detenido por una parte de la anciana que no estaba segura de querer continuar con su relato.
Una determinación titubeante se reflejaba en la mirada de la Sarutobi mientras apretaba los labios, conteniéndose. Aun así, no pudo evitar formular su pregunta.
— ¿El pergamino...?
Era evidente el temor en su voz. Temía pronunciar esas palabras de manera demasiado explícita, consciente de que podrían llevarlos a la perdición.
¿Cómo se le dice a alguien que no pertenece a este tiempo y que necesita ayuda?
No era tan simple como pedir indicaciones para regresar o solicitar direcciones para dar marcha atrás.
Sin embargo, la ausencia de detalles en esta conversación ya se había convertido en una barrera que limitaba el conocimiento actual que ambas compartían. Sabían lo que estaba ocurriendo y entendían las preguntas y respuestas de la otra sin necesidad de profundizar más en ello, por más crucial que fuera.
Por eso mismo, la anciana apartó su vaso para evitar quemaduras y continuó con su explicación.
— Solo hay un pergamino capaz de lograr eso. Su función se reduce a devolverte al pasado del mundo, a través de la sangre y los recuerdos del mismo. — Explicó la mujer de cabello blanco, mayormente cubierto por una fina tela beige que servía como capa. — Puede ser el pasado inmediato o incluso unos días atrás. Pero el precio que debes pagar para que funcione el pergamino aumenta a medida que pides más.
— ¿A qué te refieres con "mientras más pides"? — Preguntó la pelinegra, recordando su conversación con Tanaka-san. — Aún no logro entenderlo completamente, pero escuché algo sobre los recuerdos y los sacrificios.
— Esa es la parte crucial. — Admitió la anciana con tranquilidad. Tomó una pausa antes de dirigir su mirada a Mirai. — Me has dicho que tienes quince años, pero eso no garantiza que hayan pasado exactamente quince años desde este momento hasta tu nacimiento. ¿Tienes alguna idea de cuánto tiempo podría haber transcurrido?
— ...
Mirai recordó su llegada al nuevo atardecer.
Antes de eso, había presenciado un cataclismo, frente a un pergamino adornado con infinitas inscripciones y personas que repetían incansablemente el sacrificio que estaban realizando.
Después de ese aterrador escenario, abrió los ojos en el mismo lugar donde se había desmayado: una colina apartada de Konoha, a la que había llegado corriendo desesperadamente junto con los otros ninjas que habían logrado sobrevivir.
Fue en esa colina donde se dio cuenta no solo de la ausencia de los ninjas más experimentados, sino también de las esculturas de piedra que adornaban la aldea reconstruida a partir de las cenizas y la sangre.
Konoha estaba intacta. Estaba en perfectas condiciones ahora, cuando apenas un momento antes había sido reducida a escombros.
Y además...
Mirai apretó el vaso con fuerza y relató sin reservas ni temores lo que había escuchado de los Anbu.
Habló sobre la muerte de su padre, el mandato de la actual Hokage; ambas cosas que, según lo que se sabía, deberían haber ocurrido poco antes de su nacimiento.
La abuela asintió con la cabeza, entendiendo la preocupación de la joven. Ambas se quedaron en silencio por un momento, reflexionando sobre lo que acababan de discutir.
— Entonces, dieciséis años... es mucho tiempo, considerando que esperaba que, en caso de que esto sucediera, hubieran pasado unos cuatro años, o incluso menos. Nunca imaginé que alguien fuera capaz de sacrificar toda una vida solo para abrir el pergamino.
Mirai escuchaba atentamente, sintiendo el reconfortante calor de la fogata a su lado.
— Dices que vienes de esa aldea... Konoha, ¿verdad? — Mirai asintió mientras la mujer observaba las llamas mientras hablaba. — Fue hace mucho tiempo, pero una aldea oculta conocía nuestra existencia.
— ¿Konoha... conocía el pergamino?
La voz de Mirai apenas se escuchaba, evitando perturbar el silencio del lugar cerrado.
— Hasta donde sé, no. — Respondió la anciana. — Ese pergamino era realmente peligroso. Solo regresar una semana cobraba muchas vidas. Por eso lo prohibieron, y hasta donde yo sé ahora, alguien está a cargo de su protección.
— ¿Alguien resguarda el pergamino?
— Exacto.
— Y sobre lo que dijiste antes... — Mirai captó la atención de la mujer. — Usted dijo "Nuestra". ¿Significa que usted no es la única que sabe de eso, además del guardián del pergamino?
— ...
La Sarutobi se movió incómoda en su lugar.
¿Había tocado un tema delicado? ¿Quizás fue un error hacer esa pregunta? No era solo una lista de dudas; era como si hubiera abierto una compuerta que dejaba pasar un torrente de interrogantes y preocupaciones, llenando hasta los rincones más oscuros de la habitación.
Y Mirai se sentía abrumada por la inmensidad de todo aquello. No sabía cómo esquivar las preguntas, ni si había temas que la anciana prefería no abordar. Lo último que deseaba era alertar a un enemigo potencial cuando esa desconocida era su única fuente de información y posiblemente de ayuda. ¿Qué tanto sabía realmente esa anciana?
Mirai se encogió en su asiento, reuniendo el valor para cambiar de tema, pero la anciana ya estaba en medio de su relato.
— Hay ciertas cosas que jóvenes como tú no deben saber. Si tú, siendo alguien del futuro, desconoces ciertos detalles, entonces significa que tu aldea mantenía a sus ninjas alejados de cierta información, incluso en situaciones tan desastrosas como la tuya.
La abuela negó con la cabeza al ver la expresión triste de Mirai.
— Sin embargo, de esas cuestiones puedo extraer algunos detalles que te pueden resultar útiles. — Añadió la mujer, ajustando la tela que cubría su cabello como si fuera una simple excusa para ganar tiempo. —
Luego, acarició los extremos de la tela que caían sobre sus hombros mientras continuaba hablando.
— Sigo teniendo mis reservas al respecto. Pero lo que más me intriga es el motivo.
— ¿El motivo?
— Exacto. El motivo detrás de abrir el pergamino. — La mujer se enderezó con determinación. —Ese pergamino es tan peligroso que incluso su destrucción podría desencadenar caos en múltiples formas y en diferentes lugares. Me resulta difícil creer que se haya confiado un objeto tan extraordinariamente peligroso a una aldea con un considerable poder militar.
— ¡Eso...!
Mirai se vio sobresaltada por su propia sorpresa. Como si una luz súbita la hubiera iluminado, miró al suelo, repasando mentalmente sus recuerdos con detenimiento. La expresión en su rostro, llena de temor y nerviosismo, dio a entender a la anciana que estaba cerca de descubrir el motivo que tanto buscaba.
— Nuestra aldea... parece haber enfrentado amenazas mucho antes de lo que sé hasta ahora, provenientes de fuerzas externas. — Sarutobi fijó sus ojos en la mujer frente a ella. — No sé cómo explicarlo con palabras, pero hay múltiples razones por las que nuestra aldea recurrió a esta práctica. Pueden ser muchas, pero solo conozco una parte de la historia.
— ¿Cuál es? ¿Te lo reveló ese superior anterior?
— ¡Exacto! — Asintió. — ¡V-verás! Mi superior mencionó a una persona que tenía una conexión externa con una familia, un clan, algo así... Personas de las que Konoha no confiaba, pero que recurrieron para salvarnos de la catástrofe. No sé los detalles exactos de por qué decidieron recurrir a esto.
— ¿Crees que podrían haber sido ellos quienes les confiaron el pergamino?
— No estoy segura... — Dudó la joven Sarutobi. — P-pero no veo otra posibilidad. Mi superior me indicó que... incluso ellos no estaban de nuestro lado. Al parecer, solo están alineados con aquellos con quienes pactaron. Nosotros solo somos un algo que los adultos dejaron para asegurar que la promesa no sería rota, o algo así.
— ¿Oh...?
La anciana mostró su sorpresa en su ceño, que se alzó casi por completo al levantar las cejas y abrir los ojos.
Mirai dejó caer sus hombros, recordando con dolor en su pecho la partida de Tanaka-san.
— Parece que Hokage-sama sabía que tratarían algo, y les hicieron jurar no matarnos. — Explicó Mirai. — Aceptaron sacrificarse para enviarlos a cumplir con lo que pedía esa familia de invocadores, que era sobrevivir al cataclismo que su propia gente había desencadenado. A cambio, nos dejaron a nosotros con vida.
— Ya entiendo... — Respondió la mujer. — Por eso has regresado tanto atrás en el tiempo. No quedó nada de tu hogar.
La anciana permaneció en silencio, su mirada perdida en la distancia mientras observaba cómo Mirai se sumergía en su asiento, confrontada una vez más con la cruda realidad. Para ella, las cosas ya no serían simples de ahora en adelante.
Pero para la mujer que guardaba celosamente sus oscuros secretos, también era un desastre. Un mal que pronto se aproximarían a enfrentar uno a uno, llevándolos bajo tierra para que un par de personas obtuvieran el poder de quedar atrapadas en una soledad perpetua en un mundo fantasma.
Mirai echó un rápido vistazo al lugar donde descansaban los otros niños.
La afirmación de la joven había planteado una preocupación bastante grande.
— No sirve de nada lamentarse. — La voz firme pero suave de la mujer anciana llegó a sus oídos. — Sé que duele. Todos hemos perdido algo, ya sea algo tan pequeño que parecía insignificante pero que en realidad era vital para nuestra existencia. Puede ser un juguete, una flor, una mascota, un amigo o simplemente un sueño. Al perder lo que nos sostenía, perdemos el pilar de nuestra identidad. Pero son muy pocas las personas que logran encontrar otro pilar, o descubrir un reemplazo que las eleve de nuevo a la altura de lo que eran antes.
Mirai levantó su rostro, con los ojos llenos de lágrimas, tratando de entender las palabras entrelazadas de la mujer.
Ella había sido alumna de Nara Shikamaru, un hombre conocido por su sabiduría y su habilidad para expresarse de manera clara y precisa, incluso en contextos aparentemente desconectados. Mirai había sido educada y graduada en esa misma disciplina, por lo que comprendía perfectamente su mensaje.
No le costó mucho trabajo entender a qué se refería la anciana, a quien ahora veía simplemente como una mujer solitaria a la que la edad parecía no importarle tanto.
Su presencia fue como un destello de luz. Un déjà vu que la había visitado para recordarle por qué seguía viva.
— Cuando un pilar se quiebra, no puedes simplemente reemplazarlo con un palo de madera. — Explicó la mujer. — Pero hay muchas cosas que pueden unirse para formar un nuevo pilar. Incluso, si ese nuevo pilar es más sólido que el anterior, podría elevarte aún más alto. — Los ojos de la anciana, sin nombre pero llenos de experiencia, reflejaban el peso de lo que había perdido. — ¿Entiendes lo que trato de decirte?
Mirai no respondió; no era necesario.
— Has perdido todo. — Le recordó la mujer. — Pero también has perdido el "Todo" que te sostenía antes. Ahora que estás en el suelo, ¿no es hora de buscar otro pilar, joven kunoichi?
— ... Otro pilar...
— Sí.
La afirmación de la mujer fue tranquila y sincera. Se levantó del suelo con gracia, y con la misma calma en su voz, se acercó a la bolsa que Mirai tenía a su lado.
La tomó entre sus manos, dejando a Mirai en silencio, expectante.
— Cuando se realiza el sello, ocurren varias cosas. — Comenzó. — Se abren portales que transportan objetos y personas sin cuidado; solo aquellos marcados con un sello en la nuca pueden sobrevivir, aunque con algunas limitaciones. Pero eso no garantiza que lleguen aquí sin heridas.
— Mi superior me mencionó algo parecido. — Respondió Mirai. — No vi marcas en el cuello de los demás, ni en el de mi superior.
— Eso es porque te trajeron mediante el pergamino. — Informó la anciana. En la palma de su mano izquierda, yacían unas cuatro esferas brillantes, que Mirai observaba con algo de fascinación. — Estas esferas son como las migajas de la existencia de tu tiempo. Tu mundo, yace en estas esferas.
— ¡¿Todo el mundo está ahí dentro?!
La anciana asintió.
— Es un decir, pero prácticamente es lo que queda de la línea temporal. Es como si te salieras del tren en el que ibas para tomar otro a la dirección opuesta. ¿Qué te diferencia de las personas de ese nuevo tren, que van al lugar del que venías?
— Eh... — Sarutobi hizo una mueca ante el nuevo enredo de palabras. — No lo sé... pueden ser muchas cosas.
La anciana asintió nuevamente.
— Estas esferas son los restos de tu tren. Si las unes, puedes reconstruirlo... ¿Entiendes?
— ...
Mirai tardó unos segundos en captar lo que la anciana le estaba tratando de decir. ¿Por qué negarse a la claridad? ¿Por qué no decir las cosas de una vez? Fue eso parte de lo que los llevó al cataclismo. Obviamente, no iba a decir todo lo que pensaba cuando entendía de lo que se estaba hablando.
Sin embargo, aun así, tardó en cachar la información.
Cuando un fuerte click resonó en su cabeza al abrir los ojos con enormidad, se levantó de un salto. La diferencia de estatura entre la anciana y ella era mínima; la anciana no era mucho más alta que Sarada.
— ¡¡¿Hay una solución...?!! ¡¡¿Todo puede volver a como era antes...?!! ¡¡Con esas...!!
Con una rapidez casi practicada, la mujer escondió la bolsa para agarrar el brazo de la Sarutobi con firmeza. El acto provocó un temblor en el ser de la más joven, quien se percató rápidamente del error que había cometido.
Se cubrió la boca con ambas manos, mostrando así los guantes sin dedos que vestían sus manos. Mirai miró lentamente sobre su hombro a los niños que dormían.
Pudo respirar tranquilamente al no percibir consciencia alguna.
La anciana frunció el ceño en protesta.
— No es tan fácil, mocosa hiperactiva. — El regaño perturbó a Mirai por un instante. No le dio tiempo a recibir bien el cambio de actitud, cuando la anciana puso frente a su rostro la pequeña bolsita mientras susurraba. — Lo que hay aquí no es ni el 1% de todo. ¡No podrás siquiera encontrar ese 1% tú sola!
— ¡¿Un porcentaje tan pequeño...?! —Jadeó la de los ojos rojos, la desesperación asomándose por sus ojos, y endureció sus dedos para desquitarse. — ¡¿Qué tanto es?! ¡¿Cuántas son?! ¡¿Dónde están?! ¡Juro que...! Si me da más detalles, podré conseguirlas...
Los ojos de la mujer se entrecerraron, como si pudiera ver más allá de Mirai. Luego, un suspiro siguió.
El ánimo y apuro de Mirai fueron detenidos tan rápidamente como llegaron. Ahora estaba quieta y callada, esperando que la mujer anciana soltara una bomba que pudiera revelar la imposibilidad de cumplir con el deber que se había propuesto.
Si había una oportunidad, ella la aprovecharía. Sin embargo, si la anciana sin nombre tenía algo que decirle, Mirai escucharía con mutismo durante horas si era necesario.
— Que hayas llegado hasta este país sin ningún problema es porque tu línea de tiempo completa se desvaneció. ¿Entiendes? ¡Toda! — Le repitió la mayor. Luego, se dio la vuelta para encaminarse y explicar sus razones para detenerla. — Konoha no pudo haber sido la causante de todo este problema. Es imposible. Como mínimo, las aldeas ocultas debieron haber colaborado para extender todo esto a tal punto que les fuera fácil cruzar por estos rumbos.
— ¿De qué está hablando? ¿Qué quiere decir con eso...?
El dedo índice de la anciana se levantó a un lado de su cabeza.
— Una de las desventajas del pergamino es que, si funciona, las personas transportadas no tienen la libertad de ir hasta donde se les antoje. En tu caso, si Konoha realmente fue la única en llevar a cabo la invocación, entonces no deberías haber llegado hasta aquí. Una barrera en la misma aldea te lo habría impedido.
— ¿Entonces, si eso hubiera pasado, hubiera sido más fácil encontrar esas esferas?
La mujer se sostuvo el mentón.
— Es probable. Incluso si tuvieras que buscar durante años, incluso debajo de las casas, podrías haberlo logrado.
— ¿Y ahora? — Preguntó Mirai al borde de la desesperación. — ¿Qué me impide encontrarlas ahora?
— Nada te lo impide. — Le confesó la anciana. — Pero tardarías toda una vida en conseguir todas las esferas. Incluso podrías nunca encontrarlas.
— Eso... ¡No puede ser tan difícil!
— ¿No escuchas lo que estoy tratando de decirte? — Sintió un retumbar en su pecho. Eran sus esperanzas siendo destruidas como una montaña de cartas de indefenso cartón. —
El desplome de su emoción se hizo notar en su expresión actual: Decayó lentamente, pieza por pieza, al mismo tiempo que se negaba a resignarse.
Por otro lado, la anciana se acercó nuevamente a ella, pero a pasos más apresurados. Golpeaba el suelo con sus sandalias desgastadas, frunciendo el ceño. Aunque no hablaba alto, su tono era firme, con el susurro como disfraz.
Mirai era más alta, pero aun así se tensó cuando la anciana se acercó para mirarla desde abajo.
— Si tú, alguien del "Después", puedes caminar libremente por el desierto, es porque el desierto del después también pactó para que siguieras con vida. Es decir—
— La aldea de la Arena también hizo un pacto con el pergamino... —Observó la Sarutobi. Tras esto, ella misma se dio cuenta de sus palabras. — ¡Esos hombres...! ¡Parecían saber quiénes éramos! ¡Y no solo eso! También parecían estar buscando a alguien más...
— Eso explica las cosas. — Alegó la mujer sin nombre. — Ellos sabían de ustedes, pero no sabían cómo deshacerse de ustedes.
— ¿Deshacerse de nosotros?
— Piénsalo un poco. – Pidió la anciana. – Te desmayaste por el drenado de Chakra. Pero no sabemos si la verdadera causa fue otra, por lo tanto, tampoco sabemos si tus compañeros se desmayaron por la misma razón. A Ellos no les drenaron Chakra, ¿No es así?, Quién sea que les contó sobre ustedes, no les dijo cómo desaparecerlos. Quizás porque no Sabían... o no Podían hacerlo.
— ¿Puede ser... Que esa familia haya comenzado a actuar? — Mirai se acercó a su rostro, poniendo sus manos en su propio pecho. — Mi superior me contó cosas, pero viéndolo en retrospectiva, no puedo hacer más que divagar. No siento... que me están diciendo las cosas de la manera correcta.
— Umu. Es comprensible tu desapego a las historias. — Le habló la anciana. — Ni siquiera tú parecías tan apegada a lo que me contabas. Estuviste todo tu camino pensando las cosas, ¿no es así?
— ...
— Haces bien en divagar. Nunca está mal pensar demasiado las cosas o encontrar otras perspectivas.
La más joven se acariciaba las manos.
El roce de sus dedos entre sí servía de consuelo frente a la confusión y al parloteo. Aunque lo que se hablaba era importante, todavía no tenía suficiente información para actuar en ese momento.
La gran anciana la tomó por el hombro, y dada la diferencia de altura, Mirai tuvo que inclinarse un poco para que sus rostros se acercaran y así poder escuchar lo que la mujer tenía para decirle.
Mirai levantó sus hombros como si fueran un escudo contra la dolorosa verdad.
— Cabe la posibilidad de que queden ninjas de tu tiempo con vida. — Dijo finalmente la mujer, revelando lo que en su mente daba vueltas. Mirai abrió los ojos. — Sin embargo, no debes bajar la guardia. Tu superior te envió a mí por una razón.
— ... ¿eh?
Mirai se quedó en blanco.
En su estado de mutismo, la mujer pasó por alto su reacción y se dirigió hacia la pared más cercana. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, llevó suavemente su palma a la pared de piedra y se quedó estática durante un momento. Sus ojos fulminaban la pared, como si esta tuviera vida propia.
— Bien, parece que todo está tranquilo en el exterior. — Escuchó decir a la anciana. Luego la miró por encima del hombro, sosteniendo la bolsa de esferas brillantes en el hueco de su mano. — Aunque todos estemos bajo tierra, te separé de mis subordinados para darte una bienvenida más privada. Ahora... parece que estamos bien. Ya no necesito hablarte con rodeos.
La adolescente tragó pesadamente y luego asintió una vez.
Aguantando el temblor de sus nervios, Mirai agarró valor para preguntar con vacilación.
— ¿Usted cree... que haya ninjas del país de mi tiempo por las cercanías?
— Me temo que la respuesta es no. — La respuesta cayó sobre Mirai como un balde de agua fría. — Cuando mandé a mis subordinados a buscar sus pertenencias, dejaron de sentir presencias alrededor. El desierto estaba más que desértico.
— Ya veo...
Los hombros de Mirai se hundieron.
Hubo un minuto de silencio absoluto, durante el cual Mirai estuvo quieta, aguantando la picazón en sus ojos. De nada servía llorar ahora. Lamentarse, cuando ya era demasiado tarde... ya no era una opción.
Aunque una parte de ella quería hacerlo, porque no pudo hacerlo antes debido a los niños.
Escuchó a la anciana tomar aire antes de darle unas palabras sin mirarla a la cara.
— ¿Vas a buscar un nuevo pilar, sí o no?
Mirai abrió los ojos al suelo y luego observó a la anciana de espaldas.
— Ellos te salvaron guiándote hasta mí, alguien que sabe cómo cuidar de ustedes. — Le dijo. —Sin embargo, el luchar o no luchar es tu decisión.
El escenario atractivo, la verdad reconfortante que se escondía detrás de palabras heroicas, acariciaron los oídos de Mirai, esperando tanto tiempo para escucharlas.
Era cierto. Los adultos buscaban protegerla, ante todo. Aunque ella era muy competente en su trabajo; Aunque lideraba a los guardaespaldas del Hokage como capitana: Seguía siendo vista como una niña a proteger por los adultos.
Así como los niños shinobi eran niños ante sus ojos.
Pero lo que la anciana reveló devolvió parte del brillo robado de sus ojos.
Tenía la opción de decidir.
Decidir si vivir como una refugiada del tiempo, esperando un final insatisfactorio; O luchar, investigar y morir intentándolo.
Lo último estaba oculto bajo las cenizas de los sueños personales y los amores queridos de los adultos, para evitar que se lanzara sin pensar y no actuara desde el punto de vista obligatorio de un shinobi. Mirai era el pilar de los adultos de su tiempo, al igual que lo eran los niños que fueron salvados.
Con cierta maravilla, percibió una determinación creciente en el semblante serio de la anciana que ahora la miraba.
— Y dime, jovencita. ¿Cómo te llamas?

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