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94.44% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 51: Parte Segunda, Capítulo Decimosexto.

Capítulo 51: Parte Segunda, Capítulo Decimosexto.

— ¿Estás seguro que buscaste bien?

— ¡Por supuesto que sí! — Susurró Inojin, casi haciendo pucheros. Dejó de alterar el orden de sus pertenencias, y se rascó la cabeza. — Solo uso Pergaminos, son más prácticos. Pero literalmente es el último Diario que me queda...

En un tono triste y con resignación suave, Inojin hundió las rodillas en el suelo. Sarada rebuscaba entre sus cosas, con la intención de ayudarlo a encontrar el objeto perdido.

En un primer lugar, Teorizó que pudo haberse perdido en la preparación del cambio de túneles, antes de que acordaran separarse de los demás. Posteriormente, rebuscó en sus propias cosas, resultando en otro fracaso.

Sarada no pudo evitar llegar a sentir pena por Inojin. Ninguno de los dos ha sido realmente un santo con el otro; Ni siquiera era fácil una calumnia entre ambos, porque no eran tan cercanos como lo eran ambos con ChouChou.

Sin embargo, sus años de amistad les ha otorgado la posibilidad de no solo compartir cosas divertidas y pasar un buen rato, sino que también pueden escuchar los lamentos del otro... Al menos, en sus circunstancias, no les quedaba de otra.

El ambiente era tenso, y la recién descubierta pérdida del cuaderno de Inojin hizo abrir una pequeña brecha para alejarse y descansar. Sarada quería serle de utilidad a Inojin, pero tampoco anhelaba permanecer dentro de la tormenta que se asentaba cada vez más sobre Mirai y Shikadai.

Con el objetivo de huir del alcance de los Guardias de la casa del Señor Feudal, Mirai los llevó a las lejanías del pueblo, cercando un área del bosque con trampas para asegurarse de que no serían emboscados. Justo después de eso, les dijo, muy fríamente, que allí pasarían la noche.

Siendo Mirai y Shikadai el núcleo de la tensión, ningún otro se aventuró en hablar. El propio Boruto permaneció callado; Analizando la situación y quedándose en medio de los dos Hermanos que se daban la espalda.

Por otro lado, Mitsuki y ChouChou acomodaban la poca comida que Mirai había comprado en el pueblo con los últimos ahorros que habían sobrevivido. Como todo el mundo, esos dos no se atrevieron a comenzar una conversación, y observaban a los dos Chunin de reojo; Ambos con rostros decaídos.

La única Uchiha se hizo a un lado, mientras el niño de cabello ceniza retomaba la búsqueda del objeto perdido. Sarada frunció el ceño con tristeza.

— Jamás los he visto así. ¿Habrá sido falta de comunicación? — Piensa para ella, mirando a las espaldas de los dos Chunin. La expresión de Sarada podría ser de tristeza, pero en el fondo sentía un inexplicable remordimiento. — ¿Qué será...? ¿Acaso los problemas de Mirai-san son más graves?

Absorta en sus indagaciones internas, Sarada pudo escuchar cómo Inojin resoplaba a su lado.

— No está por ningún lado, ya se me perdió. — Se quejó. — Maldita sea...

Sarada se giró hacia él, habiéndose levantado de su asiento en el suelo.

El único Yamanaka estaba de rodillas en el suelo de tierra y monte, rebuscando una y otra vez en sus pertenencias. Conociendo a Inojin, Sarada dedujo que, si sus cosas ahora estaban ordenadas, significaba que la búsqueda había sido ya dada como concluida, por más frustrante que sea para él.

Fuera de la vista del chico, Sarada se mostró genuinamente mal por él.

El Diario era el único recuerdo físico que le quedaba de su padre. Al menos, eso había entendido de lo poco que Inojin dijo cuando ella se ofreció a buscarlo. Sarada estaba más decidida a permanecer lejos de la tensión ajena, a quedarse y ser un mal tercio. Casi se sintió avergonzada al darse cuenta de lo injusta que fue con Inojin.

— ¿Qué había en ese Diario? — Le preguntó Sarada, suavemente. — ¿Cosas Importantes?

Ella esperó a que Inojin se acomodase la capa que pesaba sobre sus hombros (La única armadura contra el frío), y después de una mirada pesada hacia la zona en cuarentena no muy lejos de ellos, Inojin suspiró con resignación.

— Tampoco iba para ese rumbo. Solo había bocetos y otros dibujos sin importancia. — Confesó. Posteriormente, Inojin guardó silencio, y murmuró, lo suficientemente alto para ser oído por la Uchiha. — No le di importancia a mis cuadernos. Pero Papá insistió en llevarme un Diario conmigo e ilustrar cualquier idea allí. — Inojin chista con desdén, y se acomoda la capa sobre sus hombros. — Ni siquiera sé por qué le hice caso. Solo consumía espacio. Supongo que es bueno que ya no lo tenga conmigo.

Sarada tuvo que aguantar la respiración para no dejar salir un gemido apenado. Se mordió la lengua, y observó en silencio cómo Inojin, que, con el orgullo herido por su propia transparencia, procuraba no mostrar ningún lado de su cara a la de los ojos Ónix. En cambio, se giró sobre su asiento, y murmuró algo sobre el orden de sus cosas mientras rebuscaba en su bolso.

No había que ser un genio para saber que sí estaba afectado por la situación.

Yamanaka Sai no era alguien a quien Sarada le emocionaría pasar el rato. En muchísimas ocasiones, tuvo la oportunidad de intercambiar palabras con él, que iban fuera de su labor como Ninja. En esas oportunidades, siempre estaba haciendo una de dos cosas: atender a los clientes de la floristería, o atender melosamente a su esposa (Que atendía la floristería).

No hace falta decir que, en DEMASIADAS ocasiones, retrocedía desde la puerta hacia afuera cuando divisaba al hombre en el interior de la tienda.

Le avergonzaba más recordar que la tía Ino era experta en la detección del Chakra, y obviamente pudo haberla notado y preguntarle cuando se dignara a reaparecerse. Sin embargo, la respuesta de Sarada siempre era la misma: "¿Si quiera se dio cuenta que Inojin era quien me advertía en señas que no entrara? ¡Y Él estaba frente a ellos!".

Sus propios padres no eran el mar del cariño y afecto. Pero, incluso así, los temas amorosos no solo no eran la máxima prioridad para Sarada; También era un tema que le causaba hasta empalago.

Y Yamanaka Sai tenía todo lo que provocaba a Sarada su empalagues.

Un hombre franco y con la lengua afilada, pero siempre azucarado cuando se trataba de su esposa e Hijo. Lo incómodo no era que les demostrara su cariño; el problema era cómo demostraba el cariño hacia su esposa frente a los demás.

Sarada se preguntó una vez si Inojin sería así una vez que creciera, pero también se cuestionó si crecer de esa manera, sabiendo como es Inojin, le provocaría lo contrario.

¿Sería él capaz de odiar la melosidad? ¿Qué ocurriría con su futura pareja? Sarada le deseó suerte.

No obstante, los padres de Inojin tenían algo que ella admiraba: Interés genuino por su único Hijo. Ambos eran Ninjas respetables, y jamás pusieron a su hijo por encima de otros cuando se encontraban en el campo.

Sin embargo, las cosas cambiaban una vez se quitaban las diademas Ninja. Por ese motivo, Sarada no se comió el cuento del desinterés de Inojin por el dichoso Diario.

Quizás tenía razón; Puede caber la posibilidad de que a Inojin le estorbase la mera presencia del mismo en sus cosas. Sin embargo, ella no era tonta, y conocía a Inojin lo suficiente para argumentar lo contrario.

El Diario era un último regalo de su padre. Y Sarada respetaría eso. Si Inojin no quiere ser mimado esta vez, entonces ella no podía hacer nada más que ver desde lejos, y velar por su bienestar desde la distancia.

— Todo el mundo está teniendo problemas aquí. — Piensa. Su atención vuelve a posarse sobre los Únicos sobrevivientes de los clanes Nara y Sarutobi. — ¿Qué hago? ¿Qué puedo hacer?

Sarada observaba el pequeño claro en el bosque, donde la tensión era tan palpable como el frío aire que impregnaba el ambiente. Shikadai y Mirai, ambos de espaldas, se ignoraban deliberadamente, cada uno con su propio peso sobre los hombros. Shikadai, tirado en el suelo, yacía con el ceño fruncido, claramente frustrado.

No quería hablar con Mirai, ni siquiera mirarla. Mientras tanto, Mirai, ocupada encendiendo una fogata con movimientos metódicos, reflejaba la misma tensión en su cuerpo. Su ceño estaba igual de marcado, pero su silencio era aún más pesado que el de Shikadai.

Entre ellos, Boruto estaba atrapado en el medio, buscando desesperadamente algún indicio de comunicación entre los dos, alguna señal que le permitiera saber si el silencio pronto se rompería.

Sarada tragó saliva, el nudo en su estómago se apretaba más con cada segundo que pasaba. Había una pesadez en el aire, una sensación nauseabunda que la recorría de pies a cabeza, no solo por el malestar físico, sino por el peso de la incertidumbre.

Todo esto le parecía una trampa lenta y cruel. Sabía que su situación era crítica, y lo peor de todo era que parecía no haber una salida clara. Cada minuto que pasaban escondidos en ese bosque era otro paso más cerca de la desesperanza.

¿Cuánto tiempo más podrían seguir así? Con la falta de comida, el desgaste emocional y la creciente tensión, Sarada comenzaba a preguntarse si su única escapatoria sería la muerte.

¿Qué estaba haciendo Mirai?

Esa pregunta volvía a su mente una y otra vez. La joven Sarutobi los ocultaba, los mantenía en la oscuridad, no compartía el porqué de su misión.

¿Por qué tanto secretismo? ¿Por qué robar el regalo de bodas de la hermana del Señor Feudal?

Todo tenía un aire de misterio inquietante, y Sarada no podía evitar preguntarse si todos estaban siendo peones en algún juego más grande del que no entendían las reglas. Su mente volvía a las palabras de la Gran Anciana, aquella advertencia críptica sobre una maldición lunar.

¿Podría haber algo de verdad en eso?

La idea la incomodaba profundamente, pero no tenía respuestas. Y sin respuestas, solo había más incertidumbre.

Suspiró, la sensación de nauseas no desaparecía. Sabía que tenía que hacer algo, incluso si sus opciones eran limitadas. Miró de reojo a Boruto, quien seguía con la vista fija en el espacio vacío entre Mirai y Shikadai.

— No pueden seguir así.

Con el corazón acelerado, Sarada se levantó lentamente, tragando saliva para calmar el nudo en su garganta.

— Debo decir algo.

Con paso firme, pero vacilante, avanzó hacia donde Boruto estaba sentado, y se detuvo a su lado. Él se sobresaltó levemente al notar su presencia, pero al verla decidida, asintió levemente, como si entendiera que también había llegado su límite.

Ambos compartieron una mirada rápida, reconociendo el caos emocional que los rodeaba. Boruto sabía que meterse en esto podría ser un error, pero ya no podían seguir al margen.

— Mirai-Neechan, ¿Qué haremos ahora? — Boruto rompió el silencio, su voz era firme, pero en el fondo se podía sentir el agotamiento. Sarada permaneció a su lado, atenta a cada palabra. —

Mirai no levantó la mirada inmediatamente. Movía las ramas de la fogata, alimentando las llamas sin prisa, como si la pregunta no la hubiera afectado en absoluto. Su respuesta vino finalmente, pero no con frialdad, sino con una calma inquietante.

— Lo que ustedes dijeron sobre la maldición de la luna... — Comenzó, mirando las llamas, pero sin dejar de lado su tono distante. — No puedo arriesgarme a que algo les ocurra mientras regresan solos. Dormiremos aquí. No dejaré que partan hasta que yo misma los lleve de vuelta al escondite.

Boruto apretó los labios, claramente insatisfecho con la evasiva respuesta. Sarada, por su parte, sentía que las piezas no encajaban. ¿Por qué tanto misterio?

Mirai se levantó entonces, sacudiendo ligeramente las manos como si el trabajo en la fogata hubiese sido insignificante. Miró por encima del hombro a Boruto, y después a Sarada. Sus ojos eran serenos, pero había algo inquietante en su mirada.

— Ahora los árboles los cubren de la luz de la luna, pero duerman bajo sus capas esta noche. — Comenzó ella, a medias. — Mañana... permanecerán aquí todo el día. Yo regresaré cuando sea el momento. No se muevan de este lugar. — Dijo, y su tono no dejaba lugar a discusión. Luego, antes de girarse completamente, lanzó una breve mirada de reojo hacia Shikadai, que seguía inmóvil en el suelo, de espaldas. —

El silencio volvió a caer sobre el campamento mientras Mirai caminaba hacia Mitsuki y ChouChou, que la esperaban a lo lejos.

Pero en ese momento, los hombros de Shikadai temblaron ligeramente, un movimiento apenas perceptible, pero suficiente para que Sarada y Boruto intercambiaran una mirada de preocupación.

¿Qué estaba pasando por su mente?

La fricción entre él y Mirai era más profunda de lo que parecía, y la posibilidad de que ese quiebre emocional pudiera afectar al equipo entero era cada vez más real.

Sarada sintió su pecho apretarse.

Esto no está bien.

Pero por ahora, solo podían esperar y observar mientras el hilo frágil que mantenía unido al grupo se tensaba cada vez más, a punto de romperse.

— ¡Me gustaría saber por qué!

Cuatro pares de ojos se volvieron hacia Sarada, incrédulos. Boruto, que había estado pensando en indagar más por su cuenta, se detuvo.

El aire entre ellos estaba tenso, cargado de una incomodidad palpable. Shikadai, de espaldas a los demás, parecía más absorto en su propia frustración, arrancando trozos de pasto con una expresión endurecida.

Ninguno hablaba, pero Sarada no podía permitirse esperar más. Tragó saliva, observando a Mirai. La Sarutobi, de pie frente a la fogata, no hizo ningún movimiento. No había tensión en su cuerpo, ni una señal de que respondiera.

Parecía haber aceptado que la confrontación era inevitable, su rostro congelado en una máscara de resignación.

— ¿Por qué recurriste a este tipo de misiones, Mirai-san? — Insistió Sarada. —

El silencio se volvió más pesado. Las preguntas rondaban en la mente de todos, pero ninguno de los presentes se atrevía a formularlas. No cuando las diferencias entre Shikadai y Mirai colgaban en el aire como una nube oscura. Sarada sabía que las respuestas no serían fáciles, pero necesitaba entender.

¿Qué había motivado a Mirai a tomar misiones tan dudosas, a ponerse en el camino de la clandestinidad?

Algo más profundo estaba en juego.

Mirai finalmente se movió, aunque de forma casi imperceptible. No miró a Sarada, no todavía. Seguía de pie, con los hombros ligeramente encorvados, mientras sus cejas se fruncían en una mezcla de tristeza y arrepentimiento.

El fuego crepitaba, proyectando sombras danzantes en su rostro sombrío. Bajó la mirada hacia el suelo, sus labios tensos en una línea delgada.

ChouChou, que hasta ese momento había estado ocupada con Mitsuki revisando la escasa comida, se detuvo. Miró la poca cantidad que sostenía en sus manos y dejó caer los hombros, como si un peso invisible le aplastara el espíritu. El ambiente se volvió aún más denso, la tensión casi palpable en el aire.

Mirai suspiró, cerrando los ojos brevemente. Las cejas temblaron ligeramente, como si estuviera debatiendo consigo misma si debía hablar o no. Pero finalmente cedió. Se acercó lentamente a Sarada, y aunque esta la había encarado con determinación, ahora lo único que sentía era una creciente preocupación.

Mirai se veía agotada, vacía, como si el peso de todo lo que no decía la aplastara.

— Sarada-chan... — Mirai murmuró con una voz apagada, sin brillo. —

Con una mano temblorosa, rebuscó en su bolsillo y sacó una pequeña bolsa marrón. Se la tendió a Sarada, quien, vacilante, la tomó. El conflicto interno de la Uchiha era evidente. ¿Debía confiar en Mirai, o solo seguiría ocultando más secretos?

— ¿Qué es esto? — Preguntó Boruto acercándose a su lado, sus ojos azulados llenos de curiosidad y cautela. —

Sarada abrió la bolsa lentamente, su respiración entrecortada por la tensión del momento. Al mirar dentro, sus ojos se agrandaron, no por horror, sino por confusión. En el interior de la bolsa había pequeñas esferas, del tamaño de canicas, que brillaban suavemente, con un resplandor casi etéreo.

— ¿Qué...? — Susurró Sarada, sacando una de las esferas con delicadeza, sosteniéndola entre el índice y el pulgar. —

El pequeño orbe brillaba con una luz fantasmal, su pálida luminosidad iluminando el pequeño claro del bosque.

El reflejo de esa luz se proyectaba en los cristales de las gafas de Sarada, dándole un aspecto casi irreal. ChouChou, nerviosa, agarró su capa, tirando de la capucha para cubrirse la cabeza mientras la luz de la luna hacía que todo pareciera más siniestro.

— ¿Qué es eso? — Preguntó ChouChou, su voz cargada de preocupación, mientras sus manos se aferraban al borde de su capa. —

Shikadai, quien hasta ese momento había permanecido de espaldas, asomó la cabeza por encima del hombro. Sus ojos verdes se posaron sobre la pequeña esfera en la mano de Sarada, y aunque su rostro permanecía sereno, la sorpresa era evidente.

Mirai se quedó inmóvil por un momento, su expresión ahora más sombría que nunca. El conflicto en su interior era evidente, sus ojos apagados por una mezcla de dolor y resignación. Finalmente, con voz baja y contenida, comenzó a hablar.

— Me las dio Tanaka-san... — Murmuró, como si no quisiera pronunciar las palabras. — Cuando me mandó a llevarlos a ver a la gran anciana. Son... esferas.

Sarada la miró, sin decir una palabra, sus ojos aún fijos en la pequeña esfera que sostenía cerca de su pecho. Sentía que algo terrible estaba a punto de revelarse, algo que cambiaría el curso de todo lo que creían.

— ¿Esferas de qué? — Preguntó Boruto, su voz apenas un susurro. —

Mirai alzó la mirada, cruzando su mirada con la de Sarada. No había brillo en sus ojos, solo una frialdad que parecía absorber toda la esperanza.

— Esas esferas... son restos de nuestro tiempo. — El tono de Mirai era seco, casi carente de emoción. — Cuando vinimos al pasado, lo hicimos pagando el precio de la destrucción de nuestro presente. La muerte de ese tiempo... se manifiesta en esas esferas.

El impacto fue inmediato. El bosque quedó en un silencio mortal, interrumpido solo por el crujido de la fogata. Sarada, con la esfera aún en su mano, sintió un frío recorrerle la espalda. El peso de las palabras de Mirai cayó sobre ellos como una losa de piedra.

— Mi objetivo es recuperar hasta la última de ellas. — Confiesa la de los ojos rojos. — Hay una posibilidad de que, de hacerlo, todo vuelva a la normalidad... quizás podríamos regresar a casa.

Boruto jadeó.

— ¿Recuperarlas todas...? — Preguntó Boruto, su voz quebrada por la incredulidad. — ¿Eso significa que podemos regresar a casa?

Mirai no respondió de inmediato. Se acercó a Sarada, y con suavidad, tomó la esfera de su mano, volviéndola a meter en la bolsa. Miró la pequeña bolsa marrón, y luego, con una tristeza fría en los ojos, cerró los dedos alrededor de ella.

— La única manera de obtenerlas todas es viajando por todas partes. — Dijo finalmente. — Y la única manera de que un ataque enemigo no me afectara mortalmente debido al pergamino... era adaptando mi cuerpo. Las misiones clandestinas fueron recomendación de la gran anciana.

El silencio volvió a caer sobre el grupo. Boruto abrió los ojos de par en par, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Una mezcla de desesperanza, confusión y horror nublaba su mente.

— ¿Entonces... es posible? — Preguntó Boruto, su voz apenas un susurro. — ¿De verdad podemos recuperar nuestra línea de tiempo?

Pero Mirai no respondió. No lo sabía. Nadie lo sabía.

El silencio que había caído sobre el grupo era tan espeso como la niebla que se cernía entre los árboles. Los únicos sonidos eran los crujidos de las hojas secas bajo sus pies y el chisporroteo ocasional de la fogata.

Mirai, después de haber revelado las esferas, mantenía la mirada baja, como si buscara alguna forma de redención en el suelo. Sus cejas se fruncían apenas, pero el temblor en ellas delataba la carga emocional que estaba llevando.

Mitsuki, siempre sereno, fue el primero en romper el silencio. Su voz sonó tranquila, aunque contenía una curiosidad sincera que contrastaba con la tensión que colgaba en el aire.

— ¿Por qué no nos dijiste esto antes, Mirai-san? — Sus ojos, ligeramente entrecerrados, la observaban con atención. — Si lo de la adaptación del cuerpo es cierto, sería mejor que todos los que están escondidos también salieran. Así evitarían morir en el primer ataque.

Mirai levantó la mirada hacia Mitsuki, aunque no directamente a sus ojos. Sus labios se movieron apenas, como si quisiera decir algo, pero se detuviera por un segundo. Finalmente, su voz, rasposa y contenida, rompió el silencio una vez más.

— Pensaba hacerlo cuando iba camino a la reunión con el jefe de la organización. — Dijo, pero su voz temblaba. El recuerdo parecía envolverla, y todos, incluso sin quererlo, notaron cómo su expresión cambiaba. Había algo roto en su mirada, un destello de miedo que no había mostrado hasta ahora. — Pero... él me reveló algo antes de que pudiera actuar. Yo... no era la primera en recurrir a esas misiones.

Las palabras parecieron caer como piedras, pesadas y dolorosas. Mirai miró al suelo, sus ojos opacos reflejaban una tristeza profunda. Todos permanecían en silencio, pero Shikadai arrancaba la hierba de forma más frenética ahora, mientras su ceño fruncido lo delataba.

— ¿Qué quieres decir? — Preguntó Mitsuki, su tono más inquisitivo ahora. —

— Ninjas... — Continuó Mirai, su voz perdiéndose en un hilo de frustración. — Ninjas que parecían venir del futuro ya habían intentado lo mismo... y murieron. A manos de cazadores de recompensas.

El aire se sintió más frío. ChouChou, que estaba cerca de Mitsuki, dejó caer los hombros, mientras sus manos se apretaban más alrededor de la poca comida que había estado ordenando. Nadie hablaba, pero todos entendían el peso de lo que acababa de decir.

¿Cuántos más habían muerto sin que lo supieran?

Sarada, con una mirada comprendida de la situación, habló por primera vez desde que el silencio se había roto.

— Entonces, por eso Namida escuchó que la Gran Anciana te encubriría en tu escapada... — Sus palabras eran bajas, casi murmuradas, pero todos la escucharon. —

Mirai parpadeó, como si hubiera recordado algo importante. Su cuerpo se tensó ligeramente.

— Ahora que lo mencionas. — Dice, con una expresión de alarma que había estado contenida hasta ese momento. — ¿Alguien más sabe... además de Namida-chan?

Hubo un breve silencio, antes de que Shikadai, que seguía arrancando pasto con más fuerza, respondiera sin mirar a Mirai.

— No. — Su voz era fría, casi desprovista de emoción. — Pero tenemos un tiempo límite antes de que Namida hable. Máximo... tres días. Y ya casi no nos queda tiempo.

Los ojos de Mirai se abrieron con sorpresa, y por primera vez en toda la conversación, mostró una expresión de verdadero miedo.

Se llevó las manos a la cabeza, frotándose las sienes mientras su mente intentaba procesar todo lo que acababa de escuchar. Sus dedos acariciaban su rostro, casi como un intento de calmar la creciente ansiedad.

Boruto, que había estado en silencio, se acercó con una mano alzada, intentando ofrecer algo de apoyo.

— Mirai-Neechan, ahora que lo sabemos todo... puedes contar con nosotros. ¡No tienes que hacer esto sola! — Dijo con un tono más suave de lo que normalmente usaba. —

Pero Mirai negó con la cabeza rápidamente, casi con desesperación, mientras seguía acariciándose el rostro.

— No. — Murmuró, pero su voz apenas se escuchaba. —

Shikadai, por primera vez desde que la conversación había empezado, se levantó. Su expresión era seria, y sus ojos verdes se posaron directamente en Mirai.

— Si es verdad que esas esferas nos llevarán de vuelta a casa, no puedes encontrarlas sola. Es imposible. Si los otros ninjas del futuro llegaron a la misma conclusión y fueron asesinados... tú podrías terminar igual. — Su tono era firme, pero contenía una desesperación que no podía ocultar. —

Mirai se irguió, alzando el pecho, su entrecejo fruncido mientras daba un paso hacia él, la determinación brillando en sus ojos.

— Lo sé. Lo sé desde el principio, Shikadai. Pero si me quedo aquí, más y más de los nuestros morirán. — Su mirada era dura, pero detrás de esa fachada, había una vulnerabilidad latente. — ¿Y si, al hacer esto, encuentro más sobrevivientes? ¿Y si logro aliarme con ellos? Eso adelantaría las cosas.

Sarada, que había estado escuchando en silencio, intervino.

— ¡¿Crees que haya más sobrevivientes?! — Su pregunta era directa, pero cargada de duda. —

Mirai asintió, mirando a Sarada de reojo.

— Lo creo. Los ninjas que vi en las fotos... tenían uniformes de nuestras aldeas. De nuestro tiempo.

El alivio fue palpable, aunque solo por un momento. Shikadai no parecía convencido. Dio un paso más hacia ella, su ceño fruncido aún más.

— Si planificamos mejor, podríamos llegar a ellos sin llamar tanto la atención. Demasiado movimiento atraerá a las aldeas del pasado. No podemos arriesgarnos tanto.

— No quiero que el cazador de recompensas los vea como un objetivo. — Respondió Mirai rápidamente, levantando la voz, casi interrumpiéndolo. —

Boruto, sintiendo que la tensión subía, se adelantó.

— ¡Neechan! ¡Tienes que escucharnos! — Boruto levantó la voz, claramente frustrado por su terquedad. — Entendemos el riesgo, ¡Pero no puedes cargar con esto sola!

Mirai respiró hondo, mirándolo directamente a los ojos. Su semblante era el de una líder que, pese a la presión, no podía permitirse flaquear.

— ¡Mirai-Neechan! — Boruto dio un paso hacia ella, su voz teñida de frustración y preocupación. — Sabemos que el cazarrecompensas es peligroso, Pero... ¡Somos un equipo, siempre lo hemos sido, y tú no puedes cargar con todo el peso!

Mirai no apartaba la mirada, pero sus labios se fruncían mientras Boruto seguía hablando. Su semblante endurecido dejaba claro que la conversación no iba a ser fácil.

— ¡Escúchame! — Boruto insistió, alzando la voz más de lo habitual. — Si lo que dices es verdad y esos ninjas del futuro fallaron, eso no significa que también vamos a fallar nosotros. No somos los mismos, Mirai... — La voz de Boruto flaqueó. — Sabemos trabajar en equipo, sabemos pelear juntos, y no dejaremos que nos pase lo mismo... Pero necesitas confiar en nosotros. No puedes tomar todas las decisiones por tu cuenta.

Mirai apretó los puños, su mirada fija en el suelo por un momento antes de alzar la vista hacia Boruto. Su expresión reflejaba la presión de tener que proteger a los demás, pero también el miedo que cargaba en su corazón.

— No es tan simple, Boruto-kun. — replicó, su voz baja, pero cargada de emoción contenida. Era la primera vez que el Uzumaki se dirigía a Mirai sin algún Honorífico o Apodo cariñoso. — No entiendes lo que está en juego. No puedo exponerlos a algo que ni siquiera comprendo completamente. Vi a ninjas de nuestro tiempo ir en contra de personas importantes del pasado... ¡Los vi con mis propios ojos! — La intensidad de su voz resonó en el aire, casi temblorosa. — ¿Y si estaban aliados con el cazarrecompensas? ¡¿Y si todo esto es parte de un plan más grande para truncar nuestro objetivo?!

Se inclinó ligeramente hacia Boruto, su mirada fija en la de él, como si tratara de que entendiera la magnitud de lo que decía.

— ¿De verdad crees que puedo involucrarlos en algo así? — Dijo, con una seriedad que no solía mostrar. — ¡No quiero que terminen igual que ellos!

Boruto apretó los dientes, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero antes de que pudiera hablar, Shikadai intervino.

— Mirai... — Su tono era más calmado, pero en sus ojos había una mezcla de molestia y decepción. — Sabemos que estás tratando de protegernos, pero eso no cambia el hecho de que estamos todos metidos en esto. No puedes apartarnos así, como si no tuviéramos ni idea de lo que está pasando. Te recuerdo que no solo nuestra aldea está en problemas, tampoco nuestra nación; Todo el mundo fue afectado. ¡¿Te das cuenta?! ¡Deja de hacerte la heroína!

Mirai lo miró directamente a los ojos, su expresión endurecida, pero había algo más detrás de esa fachada. Algo que, a pesar de su determinación, dejaba entrever la pena que sentía por lo que estaba haciendo.

— No quiero ponerte en peligro, Shikadai. — Admitió, su voz apenas un susurro, pero suficientemente fuerte para que él lo escuchara. —

Shikadai entrecerró los ojos, ligeramente molesto por su terquedad. Sin embargo, no dijo nada más. Miró al suelo, sus hombros cayendo un poco, y Mirai lo observó desde arriba por unos segundos más, como si estuviera viendo a un hermano menor al que no podía proteger completamente.

— Lo siento. — Murmuró Mirai, apartando la mirada con una mezcla de tristeza y frustración. —

Sarada, Boruto y los demás permanecían en silencio, pero el ambiente se sentía más pesado. Cada palabra de Mirai parecía empujar más el entendimiento entre ellos.

— Mirai-san... — Dijo Sarada, con un tono de voz bajo pero lleno de sentimiento. — Sabemos que no es fácil, pero no puedes hacer esto sola... Te necesitamos, y tú nos necesitas a nosotros.

Mirai dejó escapar un suspiro, sus manos temblaban ligeramente mientras se las llevaba a la frente. Parecía debatirse internamente, luchando entre la razón y el miedo que la consumía. Finalmente, levantó la cabeza y los miró a todos, con una expresión seria y triste.

— Admirable es su valentía, lo sé. — Dijo, en un tono más calmado, pero cargado de solemnidad. — Pero deben anhelar vivir más tiempo. No tienen idea de lo que les espera si siguen por este camino. La historia del pasado es algo más peligroso de lo que imaginan, y podrían verse envueltos en algo mucho más grande de lo que pueden manejar. Pueden morir antes de enfrentar los problemas que verdaderamente les corresponden.

Sus palabras dejaron a todos en silencio. Boruto la miraba con una mezcla de incomprensión y frustración, mientras Sarada y Shikadai parecían procesar lo que acababan de escuchar.

Mirai comenzó a caminar, pasando junto a Boruto y Sarada sin mirarlos directamente. Shikadai se quedó atrás, mirando al suelo, aún decaído por las palabras de Mirai.

— Neechan... — Comenzó a decir Boruto, pero ella lo interrumpió con un gesto de la mano. —

— No se trata solo de mí. — Dijo, girándose ligeramente para mirarlos de reojo. — El Séptimo me facilitó sobrevivir hasta ahora. Como su capitana, tengo la responsabilidad de sobreponer sus vidas antes que la mía. — Sus ojos mostraban una tristeza latente, algo que no podía ocultar. — Deben pensar más en el tiempo en el que se encuentran ahora, en lo que está pasando a su alrededor. Ya no es tan fácil como antes. Los problemas no se solucionan solo con fuerza o determinación. Si algo les llegase a suceder por mi culpa...

La voz de Mirai se rompió. Tragó saliva; un dolor leve y molesto picaba su garganta.

— Ya no sería capaz de ver a sus padres a los ojos el día en el que yo muera. — Dijo entre murmullos, siendo amortiguados por el sonido de las hojas siendo balanceadas por la fría brisa nocturna. —

Inojin, que había permanecido en silencio durante toda la conversación, dio un paso adelante, dudoso, pero decidido a preguntar.

— Entonces... ¿A dónde vas ahora? — Preguntó con voz vacilante. —

Mirai lo miró por un momento, sus labios se curvaron en una sonrisa triste, y se acercó para poner una mano en su cabeza.

— Voy a asegurarme de que las trampas estén bien puestas. — Suspiró pesadamente antes de mirar hacia el cielo, donde la luna comenzaba a asomarse entre las nubes. — Regresaré pronto para asegurarme de que la luna no los afecte.

Se giró hacia los demás, su semblante más firme ahora.

— Quédense cerca de la fogata y debajo de los árboles. Será más seguro.

Y con esas palabras, se alejó en dirección al bosque, dejando al grupo con más preguntas que respuestas, pero también con la amarga sensación de que el peligro que se avecinaba era más grande de lo que cualquiera de ellos podría imaginar.

Sarada permanecía inmóvil, con los ojos bien abiertos, siguiendo con la mirada la figura de Mirai mientras se alejaba lentamente hacia el bosque.

Su mente era un remolino de pensamientos y emociones, tan intensos que casi se sentía mareada.

De reojo, observó a cada uno de sus amigos, atrapados en su propio silencio, abrumados por lo que acababan de escuchar.

Shikadai, con las manos en los bolsillos, pateaba el suelo con frustración, su expresión endurecida y el ceño fruncido.

Sarada pudo sentir el peso de su enojo, pero también su impotencia.

Sabía que él odiaba no poder hacer nada, pero ¿qué podían hacer? Mirai los estaba apartando por su propio bien, pero ¿Realmente estaban libres para decidir?

¿Libres?

Sarada se lo preguntó de nuevo. Los adultos les habían dado la "libertad" de sobrevivir, de actuar por su cuenta, pero...

¿Era verdadera libertad? Desde que llegaron a este lugar, todo parecía estar decidido por otros: el tiempo, el lugar, el destino que los arrastraba.

Y ahora Mirai. Era como si, a pesar de todo, aún estuvieran atrapados en una jaula invisible, obligados a seguir reglas que no podían cambiar.

Sus ojos comenzaron a temblar.

¿De qué servía todo esto?

Su sueño de ser Hokage, de proteger a la aldea... ¿De qué servía si esa aldea ni siquiera la reconocía ahora? No era más que una joven desplazada, perdida en el tiempo.

¿Cómo podía aspirar a ser Hokage si la aldea, en este momento, ni siquiera sabía que existía?

Una punzada recorrió su pecho al pensar en su familia.

Si ella ya no pertenecía a ningún lugar, ¿Qué significaba para sus padres?

Pensar en su madre, siempre tan fuerte y llena de amor, y en su padre, distante pero presente de su propia manera... no pudo evitar un pequeño puchero, que ocultó al girar un poco el rostro. Ninguno de sus amigos parecía notar su expresión, inmersos en sus propios pensamientos.

¿Ellos no la tendrían?

Si el tiempo seguía su curso natural, ignorando milagrosamente el efecto Mariposa, sus padres no se enamorarían, no la concebirían, y... no sería su hija.

Ese pensamiento era tan devastador que tuvo que apretar los labios para no soltar una exhalación temblorosa.

El lazo que siempre había sido su fortaleza, la conexión que la definía, ahora se tambaleaba en la incertidumbre del tiempo.

Si no existía aquí, si no pertenecía a este presente ni a su futuro, ¿Acaso ella también desaparecería?

Recordó entonces la reacción de Mirai cuando le contaron sobre la luna y la posible implicación de Eida.

Algo en la forma en que Mirai había tomado esa información la hizo sospechar que había más de lo que decían, que quizás Eida estaba más involucrada de lo que habían imaginado.

¿Y si, en su intento por protegerlos, Mirai ahora tenía más razones para mantenerlos a distancia?

Sarada sintió una punzada de culpa.

¿Habría hecho lo correcto al contarle todo?

Mientras esas preguntas se agolpaban en su mente, otro recuerdo emergió con claridad: las palabras del Séptimo Hokage. Naruto, con esa sonrisa cálida y su inquebrantable optimismo, le había dicho una vez:

¡Los lazos son importantes, Sarada-chan! No importa qué tan lejos estés de alguien, siempre serán tu familia, incluso si no están relacionados por sangre. — Por aquel entonces, Un Naruto de treinta Años sonrió brillantemente, y con un sonrojo bromista por su ocurrencia. — ¡Esa puede ser tu situación con Sasuke!

El recuerdo le dio una breve sensación de consuelo, pero solo por un momento. Miró al suelo, el peso de esas palabras cayendo sobre ella.

¿Realmente se aplicaban ahora? ¿Podría aferrarse a esa creencia cuando todo a su alrededor parecía desmoronarse?

¿Qué haría el Séptimo en su lugar?

Se lo preguntó en silencio, con los puños apretados.

¿Qué haría Uzumaki Naruto, el hombre que creía en los lazos por encima de todo, si estuviera aquí ahora mismo, enfrentando esta situación?

¿Aceptaría a una joven y supuesta Uchiha, incluso si el tiempo los separaba? ¿Sería capaz de reconocerla como alguien valiosa, a pesar de las distancias que los dividían?

Se quedó mirando al suelo, sumida en ese conflicto interno, mientras detrás de ella sus amigos intercambiaban algunas palabras en voz baja. Nadie más parecía tener las respuestas, pero Sarada sabía que, de alguna manera, tenía que encontrar la suya.

Si ella ya no era parte de este mundo, ¿Quién era entonces?

La figura de Mirai desapareció entre los árboles, pero la sensación de incertidumbre permaneció en su cabeza.


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