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14.81% BORUTO & NARUTO: Lo Que Algún Día Seremos / Chapter 8: Parte Cuarta, Capítulo Segundo.

Capítulo 8: Parte Cuarta, Capítulo Segundo.

Su labor estaba cumplida.
Había ejecutado las órdenes que le habían sido impartidas, y a pesar de su nerviosismo palpable, era consciente de la importancia del éxito de esa tarea.
Sumire caminaba por las calles de Konoha con la cabeza gacha. El sudor le resbalaba por el rostro, incapaz de contener la constante sorpresa y el miedo que la embargaban al encontrarse con la mirada de alguna persona o al ver algo que le recordara a su Konoha.
Miraba un cartel y se estremecía, se volteaba para ir en otra dirección y terminaba chocando con alguien más. El simple acto de mirar a las personas a los ojos resultaba aterrador para ella. Atrapada en el bullicio del área comercial de la aldea, palideció. Todo a su alrededor parecía ser pasado: el suelo, el aire, incluso las personas que posiblemente no estaban vivas cuando ella nació.
Las emociones le embargaban los ojos. Avanzaba con determinación, pero se mezclaba en las calles menos concurridas, ya sea por la necesidad de mantenerse al margen de la identificación o simplemente porque no quería enfrentarse a la mirada de otras personas.
Sus ojos se estrechaban ante el mundo que la rodeaba, su rostro inocente ensombrecido por el temor que la invadía en ese momento.
Sumire había recibido un entrenamiento indirecto por parte de Shikamaru-san en cuanto al manejo de documentos y la comunicación con personas de alto rango.
Sin embargo, solo semanas antes había descubierto la dura realidad que enfrentaba.
Con dos Anbu que servían directamente al Hokage bajo las órdenes del Nara, Sumire se encontraba a cargo de proteger a Konoha mientras los pocos ninjas sobrevivientes buscaban respuestas.
¿Cuáles serían esas respuestas? De lo poco que se le había informado, solo sabía acerca del jutsu y de la primera acción que tomaría al pisar suelo konoha.
Desconocía el estado de los ninjas sobrevivientes y ni siquiera sabía si sus amigos estaban a salvo.
Intentó encontrar alguna grieta en las breves conversaciones e intercambios de palabras con los dos Anbu. Anhelaba encontrar una ventana que le brindara un destello de esperanza, una luz fugaz que la alejara momentáneamente del deber constante. Sin embargo, no obtuvo nada.
Cada interacción terminaba abruptamente, ya fuera por parte del compañero de Hinoko-san o de la propia Hinoko-san.
Sumire apretó la tela de su blusa contra su abdomen, caminando con prisa y con la mirada fija en el suelo.
Aquellos dos Anbu, claramente mayores que ella, se comportaban como adultos, pero como adultos que actuaban según órdenes que ella ni siquiera había dado.
De repente, sintió el calor abrazando su piel. Se sintió incómoda y notó el sudor deslizándose por sus brazos.
En este momento, estamos tomando medidas para engañar a Konoha y evitar ser descubiertos tan pronto. Pero... una vez que las órdenes de Shikamaru-san se hayan completado... — Los ojos de Sumire se abrieron de par en par. Su garganta clamaba por un trago para aliviar la sequedad. En su mente aparecieron los dos Anbu de Shikamaru, sobresaliendo frente a ella. — La página quedará en blanco... y ellos dos estarán esperando mis órdenes, como su sucesora.
Sumire detuvo sus pasos. Se encontraba sola en un callejón, donde apenas penetraba la luz del sol, rodeada de alcantarillas y basura. Sus puños estaban apretados contra su pecho, tratando de esconderse entre sus hombros.
— Espera... ¿Yo? ¿La sucesora de Shikamaru-san? Eso es... completamente imposible.
Era una verdad innegable.
Como un personaje secundario con potencial, pero sin pulir, ella no tenía nada que hacer en ese rol.
¿Ella, siendo el intelecto de Konoha? Apenas había causado algún daño a la aldea durante su tiempo en la academia...
Aquella idea no solo resultaba ridícula, sino también hipócrita y desvergonzada. No solo era una hormiga intelectual frente al cerebro de la Nación, sino también frente al hijo de ese hombre. Shikadai, un buen amigo, era mil veces más listo que ella.
Se dio cuenta de que la razón por la que él no la había descubierto era porque tenía un corazón verdaderamente bueno.
Una fachada casi desinteresada y una actitud descarada. Pero un ninja con un corazón noble y un alma pura, que había sido capaz de perdonarla, al igual que Boruto, otro buen amigo, quien había sido descubierto haciendo trampa en los exámenes Chunin.
Frente a sus buenos amigos, ella se sentía insignificante. No tenía el potencial para ser una ninja destacada, apenas podía realizar tareas simples en los laboratorios.
Hacía apenas unos meses, había tenido la oportunidad de observar de cerca el trabajo del asesor del Hokage gracias a la confianza que este depositaba en ella como enlace entre Katasuke-sensei y Amado.
Sin embargo, desde la desaparición del anciano, Sumire había experimentado una creciente ansiedad, un miedo casi paralizante que la había llevado al borde del desmayo en la oficina del hombre.
A pesar de ello, Shikamaru nunca mostró señales de preocupación. En lugar de eso, confió a Ada muchas cosas de las que Sumire no había sido informada hasta hace apenas unas semanas. Era evidente que el Nara no era un hombre ingenuo.
Él la había mantenido presente en las conversaciones con personas de renombre, haciéndole responder de manera vacilante a las preguntas que surgían inesperadamente, todas relacionadas con lo que Sumire había presenciado en las reuniones.
Todo aquello, cada diálogo, cada encuentro, era un entrenamiento al que ahora debía recurrir en medio de estas circunstancias.
Sin embargo, muchos de esos hilos ahora parecían desenchufados.
Aunque Eida podría estar alineada con Shikamaru, la mente asustada de Sumire podía fácilmente cuestionar esa alianza. La desaparición de Amado y la negativa de los ninjas elegidos por el Séptimo a participar en la guerra inminente solo aumentaban la incertidumbre y la tensión en la aldea.
La sombra de la guerra, con sus horrores y sus lecciones, había marcado a toda una generación.
Aquellos que habían sobrevivido, se aferraban a la sabia conducta de evitar conflictos a toda costa. Sin embargo, la joven de cabello violeta ahora se enfrentaba a un dilema abrumador, con pensamientos que giraban en su mente como una ruleta de incertidumbre, apostando por su propia inutilidad.
Ahora, su tarea era encargarse del papeleo, una distracción documentada mientras se ocultaba bajo la fachada de una genin.
Sin embargo, sabía que esta mentira tenía una vida útil limitada. En el momento en que fuera descubierta, temía que ni siquiera tendría la oportunidad de explicar lo sucedido. Nadie creería su extraña historia de venir del futuro, y mucho menos podía confesarlo a la Hokage.
Correría el riesgo de vender a Konoha si lo hiciera. Los Otros Ninjas de su tiempo, que habían sido transportados al pasado como ella, no estaban al tanto de los pocos que habían quedado en la aldea. Sumire lo sabía porque Shikamaru le había advertido sobre la importancia de no comunicarse con los ninjas de Konoha que habían viajado desde fuera de los muros de la aldea.
Existía la posibilidad de que su mensaje fuera interceptado por quienes priorizaban a los del futuro, mismos que podrían descubrir la supuesta traición entre Shikamaru, la Hokage y los otros que pactaron. Se aprovecharían de esa "traición" para socavar a la aldea y evitar que Sumire pudiera ganarse la confianza de los ninjas del pasado y formar una alianza.
Tras darle vueltas al asunto, se sentía atrapada en una red de amenazas. Cualquier paso en falso dentro de la aldea la expondría, atrayendo la atención de los otros Ninjas y poniendo en peligro a Konoha.
Cada movimiento sospechoso, cada indicio de descubrimiento por parte del culto, podría desencadenar una reacción en cadena que llevaría la guerra directamente a Konoha. La situación era espantosa, y en medio de todo eso, estaban los niños.
Sumire tenía trabajo por hacer: formas de ocultarse, órdenes que cumplir y planes que trazar. Y, para colmo, la responsabilidad de proteger a esos niños, entre los cuales se encontraba la hermana menor de uno de sus grandes amigos, Uzumaki Boruto.
Himawari, la pequeña y vulnerable, representaba una carga emocional adicional para Sumire.
Apresuró su paso, adentrándose en una calle angosta flanqueada por pequeños departamentos. Era el lado más humilde y desolado de Konoha que había visto hasta el momento.
Si bien había presenciado edificios desgastados en el pasado, siempre habían mantenido una apariencia digna en el centro de la aldea. Sin embargo, aquí, en los márgenes del lugar turístico, reinaba la soledad y el abandono.
Con la inseguridad apretándole el cuello, Sumire inhaló profundamente. Al final de la calle angosta, se agrupaban algunas personas, a las cuales reconoció de inmediato. Su corazón latía con fuerza mientras luchaba contra el impulso de levantar la mirada y enfrentar lo que estaba por venir.
— ¡Sumire-san! — La llamaron, interrumpiendo sus pensamientos. —
Ante el llamado de la Genin, tanto los adultos como los niños que allí se encontraban se giraron para notar finalmente la aproximación de la joven muchacha.
La señora de rostro arrugado y vestido gastado esperaba con total tranquilidad. Entrelazaba los dedos de sus manos sobre su vientre, lista para continuar la conversación una vez que la niña llegara.
En cambio, para el hombre de unos treinta años, la espera era tolerable. Su rostro mostraba una expresión serena, mientras los niños a su alrededor se amontonaban, ansiosos por estar más cerca de Sumire.
Cuando ella finalmente llegó, hizo un esfuerzo por mantener la compostura frente a la mujer.
Los niños, con el miedo y la tristeza reflejados en sus rostros, le daban la espalda. Sumire se esforzó por transmitirles comprensión, inflando ligeramente las mejillas en un gesto de empatía. Los pequeños entendieron su mensaje en cuestión de segundos.
— ¿Oh...? ¿Así que ella es la otra de la que hablaste? — La mujer llamó la atención de Sumire con confianza en su tono. —
La tensión hizo que a Sumire le resultara difícil responder con una sonrisa ante el gesto amistoso de la mujer. Antes de que pudiera pensar en una respuesta, el hombre que estaba presente intervino con calma, sonriendo igual que la mujer.
— Sí, su nombre es Sumire, y se quedará con los niños. — Dijo él con tranquilidad. Con esa declaración, los estudiantes de la academia se agruparon alrededor de la Genin. —
— Lo que vimos hoy ha sido horrible... — Lamentó la mujer de cabello castaño, negando suavemente con la cabeza. — Es difícil creer que turistas como ustedes vinieron aquí para disfrutar de unas vacaciones y terminaron presenciando un funeral y un ataque.
Mientras Sumire revisaba el estado físico de los seis niños, abrió los ojos hacia el hombre más alto. Con sabiduría y respeto, él colocó sus manos detrás de la espalda y enderezó la postura. Sumire notó su gesto y siguió su mirada hasta sus dedos. Era una señal que pocas veces había presenciado, pero que entendió de inmediato: "Sígueme la corriente".
— Qué horrible... Qué mala suerte... — Murmuró la mujer con pesar. —
— No puedo más que estar de acuerdo con usted, señora. — Respondió el hombre con gentileza. — Konoha es una aldea preciosa, y su gente es igual de buena. Espero poder tener a mis estudiantes aquí mientras resolvemos nuestros asuntos y nos vamos con seguridad.
— Anda, anda. No te preocupes por eso.
El breve intercambio de palabras transcurrió sin contratiempos. Sumire se mantuvo en silencio durante toda la conversación, incluso cuando la mujer intentaba sonsacarle alguna opinión sobre los planes de pago.
Se discutió brevemente el estado del pequeño departamento. Era simplemente una habitación con un baño al final del pasillo y una cocina de gas directamente en el fondo de la habitación.
A medida que se daban las descripciones, Sumire captó más detalles sobre la mentira que estaban tejiendo. Ahora, tanto ella como los niños representaban el papel de estudiantes que venían de una aldea lejana para aprender sobre las culturas extranjeras en compañía de su maestro.
Era una mentira simple, pero que podría resultar ser más que una salvación ante ojos curiosos.
La escalera en espiral conducía a la estrecha calle. La puerta metálica, que crujía como una vieja máquina, se abrió con una llave tan antigua como el polvo que cubría el suelo del apartamento.
Los niños no ocultaron su disgusto. Se veían visiblemente incómodos en ese entorno extraño, haciendo gestos de desaprobación e incluso retrocediendo para alejarse de la situación sin salida. Sumire, adelantándose a ellos, asomó la cabeza en el solitario departamento.
El olor a abandono impregnaba el aire.
— Serán unos 90 Ryō por el estado. — Dijo la mujer, revelando lo desolado que estaba el lugar. Su voz resonaba en las paredes mientras Sumire y los niños exploraban la escasez de vida. — Es lo más barato que encontrarán durante su breve estancia. Vivo en la casa de abajo, por si necesitan algo mientras no estás.
— Muchas gracias, señora.
— Anda, anda.
Las dos personas adultas se retiraron de la pequeña habitación. Sumire aún podía escuchar sus voces mientras hablaban en las escaleras, moviéndose a un ritmo más pausado que los jóvenes.
— ¿Qué estamos haciendo aquí...? — Preguntó Neon, la niña de lentes, mientras se acercaba al grupo que se amontonaba alrededor de Sumire. —
Obtuvo como respuesta los susurros de sus amigos, quienes exploraban la polvorienta habitación con miradas de desconcierto. Sumire, sin intención de parecer insensible ni mucho menos desinteresada, apartó a dos de los niños que le bloqueaban el paso, sus ojos centrados en recolectar información que confirmara lo que ya sospechaba mientras avanzaba hacia el centro del cuarto.
La madera bajo sus pies emitió un fuerte crujido. El polvo se levantó en nubes silenciosas, y las telarañas colgaban visiblemente del techo y los rincones. Sumire se detuvo, no por el estado decadente de la habitación, sino por la cruel realidad que se escondía detrás de su presencia en ese lugar.
Cuando sus ojos notaron una pequeña ventana en el fondo visible de la habitación, Sumire se dirigió hacia ella. Tuvo que golpearla un par de veces para que la cerradura se aflojara, y el ligero ruido atrajo la atención de los estudiantes de la academia, que se acercaron a su posición con curiosidad.
Casi lanzando su propio cuerpo al otro lado de la ventana, logró abrir ambas puertitas de madera y asomarse para ver el paisaje que les había tocado. La vida normal de las familias amontonadas estaba ahí afuera, con el aroma a ropa limpia flotando en el aire.
— Es lo máximo que podemos pagar por ahora. — El hombre de antes habló mientras entraba seriamente en la habitación. Su rostro, que recordaba vagamente al de un mono muy arreglado, hizo retroceder a los niños. Esta reacción lo detuvo en seco, y vaciló antes de continuar con sus palabras. — El país no nos ha dado muchos recursos para cambiar por la moneda local. Por eso, son pocos como nosotros los que tienen dinero en sus manos. Tenemos que gastarlo sabiamente hasta conseguir más por nuestra cuenta.
Al mirarlo a los ojos, Sumire se obligó a mantener la compostura. Había aprendido que demostrar su ansiedad solo empeoraba las cosas.
— ¿Has hecho lo que te pedimos? — La pregunta del hombre hizo que los niños se volvieran hacia Sumire. —
Ella asintió.
— Hai. — Confirmó. — Las identificaciones fueron entregadas.
— Muy bien. Con eso... — El hombre castaño miró hacia un rincón de la habitación. — Si Hinoko cumple constantemente con su parte, entonces no tendremos que preocuparnos por que vuelvan a revisar sus registros. A menos que sean sospechosos de algo, lo cual es una posibilidad bastante remota.
— ¿Cómo puedes estar tan seguro, Ro-san?
El Anbu encubierto se estremeció ligeramente. Sinceramente, no esperaba que la niña mencionara su nombre, dada su posición actual.
Se recompuso, aclarando su garganta.
— Es algo muy serio para esta Konoha lo que está ocurriendo. No los involucrarían a ustedes en esto si los ven, son solo niños.
— Aun así...
El semblante de Sumire se oscureció. Ya no podía más. Había estado conteniendo ese miedo desde que puso un pie en la torre Hokage, y realmente necesitaba dejarlo salir. La única razón por la que no exigía más instrucciones e información al Anbu era porque los niños estaban presentes. Ellos aún no eran ninjas, y a estas alturas, todavía no podían quedarse solos por mucho tiempo.
Como si Sumire intentara tapar con un dedo el agujero de una manguera, sus inquietudes comenzaron a fluir, con el miedo reflejado en su rostro y la cautela en su voz.
— La Hokage... La Hokage me vio. — El desorden en sus pensamientos encendió las alarmas en los ojos de los niños que la rodeaban. — Es imposible, ¿verdad, Ro-san? Viajar al pasado es suficientemente complicado. Lo último que necesitamos es que la Hokage nos descubra.
— ¿La Hokage...?
— ¡¿Hokage-sama?! — Exclamó Eho en un susurro, su rostro palideciendo ante la incredulidad. — ¿Cuál...? ¿A cuál Hokage te refieres?
Ro, el hombre Anbu, observó a los niños por un momento. Se encogieron bajo su mirada, conscientes de que debían permanecer y escuchar.
— Temo decirles, niños, que nuestra situación es bastante grave. — Anunció solemnemente. Su mirada se desvió hacia el paisaje urbano fuera de la ventana. — Ya no tiene sentido pensar que viajar al pasado es imposible. Porque ya lo hemos hecho. Ahora, nuestra única opción es sobrevivir. — Cuando sus ojos se encontraron con los de Eho, el niño tragó saliva ante la gravedad de sus palabras. — Antes de ser enviados, recibimos la misión de proteger a esta aldea de Konoha. Si la Hokage sospecha de ustedes, nuestros planes se verán comprometidos.
— ¿Y qué sucederá si la Hokage nos descubre? — Preguntó Harika, la niña Aburame, con un temblor evidente en su voz. —
— Es mejor que no lo sepamos. — Sentenció el Anbu con resignación. — Si ignorar la respuesta significa que podremos cumplir con la misión sin involucrar a este mundo, entonces prefiero no saberlo.
— ¿Y cuál es esa misión? — La voz temblorosa de una niña petrificada se filtró en la conversación. — ¡¿De qué se trata?!
Era una mezcla de miedo, nerviosismo y ansiedad. Sin embargo, un tono casi decidido resultaba familiar para ambos ninjas. Sumire y Ro se volvieron hacia Himawari. La niña, con su suéter amarillo y pantalones blancos, parecía a punto de desmoronarse bajo la presión.
Visiblemente necesitada de contexto, el corazón de Sumire se ablandó.
Boruto había mostrado la misma determinación cuando estaba en la academia. Incluso había escuchado que no había cambiado desde entonces. Sin embargo, al igual que Boruto en aquel entonces, las habilidades de Himawari tendrían un límite debido a su posición en este asunto.
Ella y sus amigos no eran ninjas.
— Es una misión muy peligrosa. — Dijo Ro, sorprendiendo visiblemente a Sumire. Tarde se dio cuenta de que había estado fulminando al hombre con la mirada todo el tiempo. — Lo único que podemos decirles es que no se presenten tan fácilmente ante otras personas. No salgan a menos que estén acompañados por alguno de nosotros tres. ¿Está claro?
— ¡Pero...! — Intentó interrumpir Himawari. —
— ¡Eso es injusto! — Exclamó Osuka, la niña pelirroja, apenas logrando hablar. Las bolsas bajo sus ojos mostraban su profunda tristeza y desesperación. — Ya no tenemos a dónde ir. Nuestros padres... nuestra familia, todos se han ido. ¡Ahora estamos quién sabe cuántos años en el pasado! ¿Y no nos dirán nada?
La perspectiva cruda y directa lanzada por Osuka nubló el juicio de aquellos que observaban la situación desde la distancia. Neon y Yuina no sabían dónde dirigir sus miradas.
Osuka se llevó las manos a la cabeza, desesperada. Las lágrimas brotaban de sus ojos como si estuvieran protagonizando una escena de una de sus historias favoritas en la vida real. El simple acto de llorar ya era lo suficientemente nostálgico para ella, como ver la vida de otra persona.
Sus padres, las visitas frecuentes, su vida en la academia... Todo había desaparecido entre las llamas de un pasado confuso. Había perdido la esperanza de despertar de esta pesadilla interminable. Se había negado a dormir en el hospital, porque eso no la llevaría de regreso a casa. No a su hogar, no con sus padres.
En el juego de las relaciones, sus amigos estaban a la delantera, con Neon a la cabeza. Sin embargo, lo que había expresado Osuka no estaba completamente fuera de la realidad. Era su mundo, su amargo destino. Tenían derecho a conocer la verdad, aunque les costara su propia seguridad.
Sumire trató de consolarlas, ofreciéndoles su hombro para llorar. Pero fue rechazada de inmediato cuando una de las niñas se estremeció y se apartó bruscamente de su mano.
Ro le lanzó una mirada cruda, más con la intención de transmitir comprensión que de infundir miedo. Le estaba indicando a Sumire que detuviera por ahora sus intentos de consolarlas. Necesitaban tiempo para reflexionar sobre lo sucedido y encontrar su propio refugio. Ellos no tenían el entrenamiento psicológico que ella alguna vez había recibido.
Sumire soportó la tensión que pesaba sobre ella como pudo. Una mezcla de vergüenza e impotencia le paralizaba los músculos. Frunció el ceño. Si continuaba así, se quedaría congelada en momentos cruciales, incapaz de decir lo que era necesario. En un campo de batalla verbal, seguro se arrepentiría de haber guardado silencio debido a esa manía que tenía.
El ambiente se volvió agrio y sin sabor. Ya no había más que decir si no estaban todos presentes. Los niños de la edad de Himawari guardaban silencio, temerosos de desmoronarse. Como Osuka había terminado, seguida de cerca por su amiga más cercana. Neon solo pudo seguirla unos pasos, incapaz de contener las lágrimas.
En la vacía habitación, donde solo se escuchaba el sollozo de Osuka, Ro desbloqueó su postura. Algo afuera, a través de la ventana, había llamado su atención.
— ¿Qué está ocurriendo? — Susurró la Genin en un tono apenas audible, consciente de que no quería ser escuchada por los niños. —
— Hinoko ha regresado. — Respondió él, mirándola a los ojos después de asegurarse de no perder de vista lo que había notado en el paisaje callejero. — Acaba de enviar una señal. Viene subiendo las escaleras.
— ¿Una señal?
— Sí. Y eso es lo que me preocupa. — Ro se volvió hacia la entrada del pequeño departamento, esperando con una expresión reflexiva a que su compañera pasara por la puerta. — Las habilidades de Hinoko no son llamativas. Pero si las utiliza con demasiada libertad, corre el riesgo de ser descubierta. ¿Qué se le estará pasando por la cabeza?
Sumire no pudo evitar sentir la intensidad con la que aquel hombre miraba la puerta, como si estuviera esperando el momento preciso para actuar en cuanto alguien se asomara. Aquello la perturbó un poco.
Pero en ese momento, su preocupación por el comportamiento de Ro era insignificante en comparación con las palabras que pronunciaba. Más que las habilidades ocultas de esos Anbu, le aterraba lo que pudiera estar tramando.
Con el crujir de la madera, todos los ojos se dirigieron hacia la puerta.
La luz del sol apenas se filtraba a través de la figura que bloqueaba su paso. Conforme la persona avanzaba hacia el pequeño salón, su silueta se hizo cada vez más definida. Sin embargo, al ser alguien conocido por los niños, estos no sintieron temor ante su presencia.
Hinoko, una mujer de unos veinticinco años, encontró los ojos de Ro, el hombre robusto, apenas traspasó el umbral. La castaña, cuyo nombre en su labor de Anbu era "Soku", siempre mantuvo una estrecha relación con el Asesor del Hokage. Sumire era la que mejor lo sabía en esa habitación, aparte de Ro.
Su cabello corto enmarcaba su rostro, con un flequillo ligeramente más largo en el lado izquierdo. Vestía una chaqueta beige sobre una camisa negra, con las manos recién retiradas de los bolsillos. Esa era su indumentaria de incógnito.
Resaltaban en sus orejas dos aretes, uno grande y redondo de color naranja, junto con otro más pequeño y blanco en cada lóbulo. Sumire también observó el tono naranja de sus uñas.
La mirada intensa de Hinoko provocó que Sumire presionara su lengua contra sus dientes, conteniendo cualquier muestra de nerviosismo. La felicitación escueta pero directa de la mujer no sorprendió a la Genin, quien asintió con vacilación en respuesta.
— Lo hiciste muy bien allí adentro. — Afirmó Hinoko, sin suavizar su mirada. —
Sumire asintió de manera igualmente lacónica.
— Si... tú también lo hiciste muy bien. — Respondió, con un tono apenas audible. —
Ro tomó la iniciativa en el silencio, dando unos pasos hacia adelante.
— ¿Qué sucede? — Susurró, tratando de romper la tensión. —
Hubo una pausa incómoda, que Sumire y los niños sintieron claramente. Sin embargo, Hinoko mantuvo su expresión impasible. Si bien era conocida por su rostro casi inmutable, su tono siempre era adecuado para la situación. Sabía cómo dirigirse a las personas, independientemente de la frialdad de su semblante.
— Sumire-chan. Por favor, cierra la ventana. — Indicó Hinoko con calma. — Yo cerraré la puerta.
Sumire tardó unos segundos en reaccionar. Sus movimientos parecían desincronizados por el nerviosismo que la invadía. Sin cuestionar la orden, se dirigió hacia la ventana para cerrarla, mientras Hinoko dirigía su atención hacia los niños, que se habían agrupado en una esquina de la habitación, observándola con ojos inquietos.
— No podemos permitirnos separarnos de ustedes. Así que, por favor, mantengan esto en secreto. No deben mencionar nada de lo que escuchen aquí, ¿de acuerdo?
Los niños intercambiaron miradas entre sí. Sin necesidad de pensarlo mucho, asintieron una vez que Hinoko les ofreció una media sonrisa tranquilizadora. Con cuidado, colocó sus manos en la puerta principal, examinando meticulosamente la cerradura con la yema de sus dedos. El azul intenso de sus ojos reflejaba una determinación tan firme como el diamante más puro.
— Tendremos que cambiar la cerradura... — Murmuró. —
— ¿De qué quieres hablar? — Preguntó su compañero Anbu, ajustando su tono para no ser escuchado fuera de la habitación. — ¿Por qué usaste tus habilidades de manera tan descuidada? Podríamos ser descubiertos, y eso nos metería en graves problemas.
El tono de Ro era calmado y mesurado, sin intención de confrontar o asustar a los niños.
Después de contemplarlo durante unos segundos, Hinoko sacó las manos de los bolsillos de su chaqueta y subió el único escalón después de la entrada.
— He verificado que todo esté en orden en la sala de registros. Parece que no han notado la adición de nuestras identificaciones. Dada la gravedad de nuestra situación, no puedo permitirme explorar más a fondo.
— ¿Y qué averiguaste? — Preguntó Ro, con sorpresa en su voz. —
— Pude obtener algo de información. — Dirigió su mirada hacia Sumire. — Tú también, ¿verdad?
Sumire no supo cómo responder.
— No tuve la oportunidad de acceder a la residencia del Hokage. — Informó Hinoko. — Solo pude revisar los registros antes de que entraras y después de que salieras. Pero lo que escuché parece más que rumores.
Ro pareció intrigado.
— ¿De qué rumores estás hablando? — Preguntó Ro, dirigiendo su mirada a Sumire. — No he escuchado nada al respecto.
— Y es mejor así. — El tono de Hinoko subió ligeramente, como si estuviera reprendiendo. Luego, se calmó al continuar. — Tú cuidaste de los niños mientras Sumire y yo estábamos ausentes. Si te involucraste en algo, podrían correr peligro. ¿Qué crees que sucedería si Danzo-
— La Hokage... — Interrumpió Sumire, atrayendo las miradas de Hinoko y Ro. La Genin buscaba encontrar claridad en sus pensamientos mientras los expresaba en voz alta, reflejando su confusión en su rostro. —
Por alguna razón, ya no sentía tanto miedo como antes de llegar allí. Sabía que estaba siendo escuchada por aliados obvios que poseían más conocimiento que ella, y no temía compartir lo que sabía.
Pero aún temía descubrir el significado de sus propias palabras.
— La Hokage mencionó que se dirigía a una reunión y que no quería ser molestada. — Reveló Sumire, notando la evidente inquietud en los rostros de los Anbu. — ¿Qué podría significar? ¿Una reunión de qué...?
— ¿A quién recurre el Hokage cuando algo sucede en la aldea que protege? — Frunció el ceño Hinoko, provocando que Ro respondiera por ella, manteniendo su mirada en la perturbada Sumire. —
— A sus asesores.
Con esa respuesta franca, Sumire se sumergió en el abismo de sus recuerdos. En la penumbra de su mente, recorrió rápidamente los momentos menos significativos que había presenciado entre el séptimo Hokage y su asesor.
Siempre que surgía un problema, por trivial que fuera, el séptimo llamaba a Shikamaru-san. El Nara era el primero en llegar, con la mente en blanco pero listo para ayudar a su líder. Sumire lo había visto actuar así en innumerables ocasiones.
Si Tsunade-sama, quien ahora ocupaba el cargo de Hokage, se reunía con sus asesores, significaba que la situación era seria.
— ¿Cuál es el siguiente paso? — Preguntó Sumire, buscando dirección. —
— Nuestro disfraz será pasado por alto en unas semanas. Debemos encontrar otra alternativa para permanecer ocultos sin ser descubiertos. — Ro expresó su opinión con determinación, poniendo fin a la discusión. —
Hinoko asintió en señal de acuerdo, su rostro serio reflejaba la gravedad de la situación.
— En el tiempo que nos queda, debemos actuar con cautela. — Advirtió Hinoko. — Debemos evitar llamar la atención y asegurarnos de que nadie juegue en nuestra contra. Que nos descubran los de Konoha no está en nuestros planes.
— ¿Y quién estaría interesado en dañar a Konoha? — Se sumó Sumire, conteniendo sus nervios y apretando los puños con determinación. — Además de los que están afuera, ¿Hay otros que busquen perjudicar a la aldea?
— No solo a Konoha. — Respondió Ro, su voz adquiriendo un tono más sombrío. — Shikamaru-san sospechaba este desenlace. Por eso nos ayudó a cruzar algunos de los portales que se abrieron en el interior. Si los de afuera llegaran a enterarse de nuestra existencia...
— Abandonarían cualquier tratado y atacarían indirectamente, porque tratarían su actuar como un beneficio secreto para Konoha. — Completó Sumire, sin esperar permiso para continuar. — Aún no comprendo ese tratado... ¿Qué es exactamente lo que les impide destruir directamente a Konoha ahora? Las protecciones que planean establecer sugieren que buscarán dañarla de manera indirecta.
Hinoko se dio cuenta de que aún llevaba los zapatos puestos y los quitó, colocándolos cuidadosamente frente a la puerta.
Sumire no pudo evitar sentir cierta admiración, a pesar del suspenso en el aire. El departamento estaba notablemente sucio, pero Hinoko consideraba prudente quitarse los zapatos. Una elección que destacaba entre el resto, que aún los llevaban puestos.
— Al parecer, hay aspectos del tan mencionado pacto del que aún no estamos al tanto. — Reflexionó Hinoko mientras permanecía agachada, con la mirada fija en sus zapatos. — Promesas, cumplimiento, lealtad... parece que todo está en juego. Ellos buscaron directamente al Hokage porque era el más poderoso, pero tampoco estaba en su mejor momento.
— ¿Quieres decir...? — Comenzó Sumire, sorprendida. —
— Hokage-sama no estaba en plenas facultades. — Confirmó Hinoko con tono apagado, suspirando pesadamente. — Ha estado débil desde hace meses. Por eso, utilizó a sus propios chunin para negociar. En otras palabras, los utilizó como fichas de intercambio, al igual que las otras aldeas utilizaron a sus ninjas. Aunque los líderes de esas aldeas estarían fuera de la aldea, a diferencia de nosotros. Eso es lo que quiso decir Shikamaru.
La voz de Himawari interrumpió la conversación, haciendo que los tres se volvieran hacia ella.
La hija menor del Hokage, quien estaba al frente de sus amigos, estaba visiblemente petrificada. Sus ojos se ensombrecían, y su mandíbula temblaba mientras hablaba.
— ¿Shikamaru-san hizo todo eso para ayudar a mi papá? ¡¿Todo?! — Preguntó con incredulidad. —
— ¿Todo...? — Repitió Sumire, desconcertada. —
— Hablamos de la ausencia del Hokage. — Aclaró Hinoko a Sumire. — Tal vez no te hayas dado cuenta porque has estado ocupada frecuentando lugares que coinciden con las visitas de Shikamaru. Pero el Hokage ha estado ausente en su residencia, y aunque no pasaba mucho tiempo en casa, solía ver a su familia unas tres veces a la semana.
— ¿Entonces Shikamaru-san lo tiene todo planeado? — Inquirió Himawari, aún asombrada. —
— De principio a fin. — Afirmó Ro, respondiendo a la joven de cabello violeta. — Shikamaru-san sabía que los descendientes de los creadores del pergamino, dañarían a las grandes naciones porque tienen un arma que los del pasado no poseen: la verdad sobre muchas cosas. Pueden vender información para aumentar su control en ciertas zonas, entre otras cosas, Puesto a que ellos no están atados a ninguna aldea en concreto. No dudarán en dañar a Konoha u otros lugares para evitar que el secreto de su más preciado tesoro; El Pergamino, sea sabido por personas ajenas a su familia.
— Suena muy pacífico cuando lo llamas 'mentalidad'". –—Reprochó Hinoko, fijando su atención en Sumire. — Escucha, Sumire. No podemos permitir que dañen a Konoha de ninguna manera. Ni a las aldeas vecinas, ni a las grandes naciones ni a nadie. Ese contrato no puede romperse, porque hacerlo causaría la muerte del que lo rompe. Por eso se le llama 'Pacto de Sangre'. Significa que, dado que medio Konoha firmó el contrato, están en desventaja numérica. Deben tener mucho cuidado incluso al respirar. Pero, si alguien del pasado los escucha o los descubre, causando daño a Konoha, no se hacen responsables, porque no traicionaron el pacto. Solo fueron escuchados. Son unos astutos bastardos.
En ese momento, Sumire tragó saliva nerviosamente antes de formular su pregunta, temiendo una posible reprimenda.
— ¿Puedo preguntar... a quiénes se refieren cuando dicen 'Ellos'? ¿Se refieren... a los Chunin de Konoha que no estaban de acuerdo? — Inquirió con cautela. —
Hinoko y Ro cerraron los ojos en contemplación, indicando la seriedad del asunto. Mientras Ro fruncía el ceño, Hinoko lo hizo aún más, mostrando evidente molestia. Sumire juraría que podía ver la vena palpitante al lado de su ceja.
— Los tratos no fueron pacíficos, Sumire. — Confesó Hinoko con solemnidad. — Hubo graves problemas entre las aldeas, e incluso algunos de sus Ninjas podrían desconfiar de los nuestros. A pesar de que acordaron reglas y un juramento para preservar la paz entre nosotros, esas reglas no se aplican a los Ninjas que no estuvieron presentes en el juramento. Aldeas pequeñas e incluso algunas aldeas ocultas se negaron a cooperar. Aparentemente, la situación de Boruto-kun y Kawaki los ha llenado de desconfianza. La razón por la que aceptaron negociar con gente sospechosa, fue porque esa gente les aseguró un pase para mandar a su gente al pasado, eso es todo. Por lo que la oposición de nuestros Chunin, es el menor de nuestros problemas. Tenemos que estar pendientes de los demás; Los que seguramente estén planeando hacerse con el pasado.
Sumire sintió que desenredaba un nudo intrincado, el primero de muchos que enfrentaría.
Cada respuesta desvelada abría la puerta a nuevas incógnitas y senderos por explorar. Era un laberinto de confusión y revelaciones, donde cada paso podía ser crucial no solo para su supervivencia, sino también para la de sus aliados.
Shikamaru-san había cumplido su parte, había anticipado cada movimiento, y ahora era su turno de seguir adelante, armada con la antorcha del conocimiento. Sumire tragó saliva con determinación.
— Disculpen, pero, ¿no habrá insinuado Shikamaru-san algo más? — Preguntó Sumire con agudeza, captando la atención de los Anbu. —
— ¿Algo más? — Ro arqueó una ceja en respuesta. —
La joven asintió con firmeza.
— Parece que Shikamaru-san les proporcionó información, pero puede que no haya revelado todo debido al contrato. — Explicó Sumire. — Si un contrato permitió el viaje al pasado, debe estar lleno de condiciones que ambas partes deben cumplir: Las Aldeas Y Los Invocadores, con el Pergamino. Es posible que Shikamaru-san haya temido por esas condiciones y haya dejado pistas en nuestras conversaciones, o tal vez las haya dejado en otro lugar. Dado a que nosotros no Pactamos, no estamos atados, No Obstante, si hacemos algo mal... corremos el Riesgo de romper alguna regla que puedan involucrar incluso a los que no pactaron. Somos de Konoha, Konoha pactó; No sería sorpresa que esa familia invocadora nos haya temido incluso a los que no pactamos. Shikamaru-san pudo haber dejado algo.
— ¿Y si no es así? — Intervino Ro, mostrando un leve atisbo de inquietud en su expresión. — La situación requería control. Es posible que, por más doloroso que sea, Shikamaru-san no haya tenido la oportunidad de transmitir algo. Es posible que tengamos que hacerlo nosotros.
— Ese viejo no haría algo así. — Sentenció Hinoko con convicción. —
Hinoko finalmente rompió el silencio que había mantenido, aunque lo hizo con una voz que no intimidaba a los estudiantes de la academia, pero sí los obligaba a prestar atención a sus propios pensamientos. Parecía como si la Anbu estuviera escudriñando en las cajas de su mente en busca de respuestas.
— Él puede parecer ajeno cuando está trabajando, pero siempre ayuda a los Chunin con su intelecto. — Comentó ella. — Si lo que dice Sumire es cierto... es muy posible que Shikamaru haya dejado algo atrás. En alguna conversación, o tal vez algo más.
— ¿No estarás exagerando? — Intervino Ro, pero su pregunta fue ignorada por Hinoko, quien continuó sumergida en sus recuerdos. —
Su compañero parecía dolido por la insistencia de Hinoko. Mientras tanto, Sumire hacía lo mismo que la Anbu: repasaba sus recuerdos en busca de pistas, frunciendo el ceño y mordiéndose las uñas en señal de frustración.
Con las mentes líderes en silencio, los niños se miraron entre sí con incertidumbre. No sabían qué hacer ni si debían opinar. Temían hacer una pregunta indebida y desencadenar una reacción desfavorable.
Harika, con las mejillas pegajosas por las lágrimas secas, observó la espalda de la niña Uzumaki con curiosidad.
Himawari Uzumaki apretaba los puños, manteniéndolos firmemente pegados a sus muslos. La pelirroja se preguntaba si la descendiente Hyuga estaba lidiando con algún dilema interno, ya que no levantaba la mirada del suelo.
Esta situación era potencialmente peligrosa. Harika sabía mejor que nadie, incluso más que Yuina y Eho, sobre el poder de Himawari.
Aunque aún no había desplegado todo su potencial debido a su limitado rango, en este momento, su Byakugan, sus pensamientos y opiniones tenían un valor incalculable, incluso más que una bandana en su frente.
Himawari poseía un talento innegable y Harika lo reconocía plenamente. Además, era evidente que tenía una fuerza de voluntad inquebrantable.
Harika entendía que, cuando pensaba que las cosas eran más fáciles para Uzumaki por ser la hija del Hokage, estaba viendo una imagen distorsionada de la realidad.
Ella comprendía que la gente no veía a Himawari Uzumaki, sino a la hija amable y tierna del Hokage. Sin embargo, nadie podía conocer a Himawari tan profundamente como ella y sus amigos.
Por eso, al igual que Harika, los otros niños no apartaban la mirada de la espalda de la niña de cabello lavanda.
Por otro lado, Himawari contemplaba su mundo sumido en la oscuridad. Su pasado, sus recuerdos... se desvanecían en la penumbra. Solo quedaban fragmentos de lo que alguna vez fue su felicidad. Para ella, lo más preciado se había desvanecido.
Su familia, sus amigos... quedaban algunos amigos vivos, pero compartían su misma tristeza. Todo se convertía en una amalgama de amargos recuerdos y sentimientos de desolación que le pesaban en el estómago.
¿Cómo podría aliviar aquel dolor que la carcomía?
Arrugó la frente y se aferró al vientre con pesar.
— ¿Para qué seguimos adelante entonces?
Miró hacia abajo, hacia los Anbu y Sumire, que se enfrascaban en discusiones sobre conversaciones pasadas con el misterioso individuo, mientras una maraña de palabras vacías emergía en la conversación.
Escuchaba de manera vaga el tema del tan mencionado "Pacto", y la cuestión de quién asumiría la responsabilidad de aquellos que lo pactaron y ya no estaban.
Lo escuchaba a medias, pero con una claridad amarga que permeaba en sus oídos.
Himawari no podía conectarse con ellos. Para ella, aquellos tres se alejaban cada vez más. Ella y sus amigos quedaban relegados al olvido.
 No poseemos habilidades ninja. No hemos completado la formación en la academia, ni siquiera hemos pasado los exámenes para evaluar nuestras capacidades. — Apretó con fuerza el suéter que cubría su abdomen, su gesto reflejando la amargura que sentía en su interior. — Somos inútiles en esta situación peligrosa. Si después de ser rescatados lo único que hacemos es escondernos en algún rincón de la aldea, mientras somos protegidos por ellos... entonces, ¿por qué nos salvaron? ¿Por qué papá no me dio alguna pista para esforzarme, si mi salvación ya estaba asegurada?
— Himawari-chan...
Yuina llamó a su mejor amiga en un susurro apenas audible, pero se detuvo cuando Himawari jadeó, evidentemente perturbada.
La expresión de la joven de cabello azul se contrajo mientras unía sus manos y las apretaba con fuerza.
Evitaba encontrarse con la mirada de los demás, manteniendo sus ojos fijos en el suelo. Ninguno de ellos estaba obligado a hablar, y ella no estaba obligada a mirarlos tampoco. Por alguna razón, se sentía avergonzada por su propia inacción.
 Necesito... Necesito que me ayuden a entender.
Himawari se dejaba llevar por los instintos de supervivencia de su cuerpo.
Había contenido la respiración durante un buen rato, y ahora tomaba aire apresuradamente mientras su mente repasaba una y otra vez escenas de su vida: su infancia, las fotos en su hogar, los abrazos de sus padres, las visitas de los amigos de sus padres...
Un sinfín de recuerdos giraban en su cabeza, y la única cosa que interrumpía este torbellino era su propia voz resonando en su mente como un disco rayado.
Cada repetición de "Papá" golpeaba su corazón con fuerza, casi ahogando el mundo exterior mientras llevaba una mano temblorosa hacia su pecho.
— ¿Para qué soy útil, papá? — Su voz temblaba, casi perdida en la acelerada cadencia de su corazón. —
Las lágrimas amenazaban con empañar su vista mientras repetía una y otra vez el nombre de su padre, en busca de respuestas que nunca llegaban.
"¿Para qué soy Útil, Papá?"
La claridad de la mañana golpeó los ojos del rubio de lleno cuando se abrieron de golpe. La luz solar era tan intensa que Naruto se vio obligado a frotarse los ojos para aliviar la sensación de ardor, como si la vida misma se manifestara en toda su luminosidad.
— Qué extraño... — Murmuró para sí mismo, mientras observaba las casas dispersas debajo de él. —
Después de un breve examen visual, volvió a frotarse los ojos, esta vez con ambas manos, pues las figuras que se agolpaban en las calles de Konoha seguían siendo apenas distinguibles para él, como manchas en el horizonte.
Naruto se encontraba de pie sobre un tanque de agua, su expresión endurecida por las últimas horas de arduo trabajo. Konoha estaba sumida en la confusión, y todo parecía detenido a la espera de nuevas órdenes de la anciana Hokage.
Frunció el ceño, apretando los puños con determinación. ¿Qué estaba sucediendo y por qué parecía incapaz de hacer algo al respecto?
Cuando intentó abordar a su sensei y capitán para obtener respuestas, fue ignorado instantáneamente. Actuaron como si él no existiera.
En momentos como este, solía recurrir a personas en quienes confiaba plenamente. Pero este día no podía ser más inoportuno.
El día anterior había sido triste para todos, especialmente para unos buenos amigos del rubio. La pérdida de una gran persona a manos de la locura de un tercero había sido como un golpe directo a las rodillas.
¿Se volvería realmente fuerte tan rápido? Lo sucedido en Konoha solo sirvió para hacerle caer en cuenta de que nadie ni nada esperaría a que su entrenamiento llegara a su fin.
No podía permitirse tardar y no mostrar resultados. Tampoco podía permitirse derramar lágrimas mientras su entrenamiento languidecía, ni quedarse allí parado mientras estas preocupaciones se acumulaban sobre sus hombros.
Quería desahogarse llorando por su propia lentitud e inutilidad. Pero no podía permitirse desperdiciar el tiempo llorando cuando podía estar entrenando.
Sin embargo, tampoco podía entrenar si Kakashi-sensei no supervisaba su progreso.
Mirando su palma maltratada, Naruto apretó el puño con fuerza, acumulando la determinación suficiente para canalizarla y liberarla cuando estuviera frente a su objetivo.
Un buen amigo había resultado herido en los eventos del día anterior. Ahora, toda la aldea estaba de luto por aquellos que habían sido afectados en el fenómeno.
Cuando todo ocurrió, Naruto acababa de regresar a casa. No tenía ganas de ir a distraerse a ninguna parte, y estaba claro que el entrenamiento había sido cancelado.
La incógnita era la misma para todos: "¿Quién fue el responsable y cuál era su propósito?"
Naruto estaba decidido a descubrirlo, incluso si eso significaba poner a prueba las escasas habilidades que había desarrollado frente al enemigo.
Una media sonrisa se dibujó en sus labios. Un vacío casi desconocido en su pecho, acariciaba su alma como si tratara de consolarla.
Naruto sintió una paz inquietante pero reconfortante, una sensación de frescura que brotaba desde lo más profundo de su corazón.
Lo sucedido no era una señal para rendirse. Era una confirmación de que estaba en el camino correcto. Un aval de sus habilidades, que enriquecían a Konoha con buenos ninja que algún día serían como él.
Tomando impulso, Naruto se secó el sudor de la nariz con el antebrazo de su chaqueta naranja y saltó del tanque de agua, desapareciendo entre los tejados de Konoha.
Si alguien iba a llegar al fondo de esta situación, sería él. Nadie más estaba tan preparado como él para atrapar al responsable, y tal vez así, investigar más sobre el tema de Akatsuki.
El éxito de una misión de búsqueda estaba en manos de alguien dispuesto a tomar la iniciativa. Y ese alguien sería Naruto Uzumaki.

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