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82.35% ANDREA QUIERE ABORTAR / Chapter 14: DÍA 13: Martes Diecisiete del Seis.-

Capítulo 14: DÍA 13: Martes Diecisiete del Seis.-

Andrea no supo que decir.

Marcela prendió un cigarro y se quitó los zapatos, masajeó sus pies y siguió hablando.

- Tienes voluntad propia, eres un individuo, hazte respetar, es tu obligación… Además… Esto de ser mamá es para toda la vida ¿El apoyo de Cooper también lo será? Si la respuesta es no, entonces su opinión es irrelevante… Para que vamos a estar con cosas, él te ha dicho lo que quieres escuchar y es el más bello mentiroso, pero la verdad es que para él no eres más que una incubadora con vagina apretada.

Andrea indignada salió sin si quiera responder a las preguntas de Cooper sobre las razones de su molestia, por lo que entró donde Marcela a pedir explicaciones, la encontró con esa actitud de indiferente que despreciaba, sentada en el sillón, somnolienta y con las piernas cruzadas.

Tiró la puerta al entrar y en cuanto el pestillo chocó contra el atril, la puerta de la habitación se abrió de la mano de un hombre quien en cuanto lo vio asustado cerró la puerta pues temía Cooper desviara su tabique para el otro lado ahora.

Con el cuerpo apuntando a esa puerta la miró por el rabillo del ojo.

- Uno de ustedes es mejor - aspiró el cigarro y luego tiró el humo arriba - ¿Quieres escuchar cuál es?

Él hizo sonar la lengua tras los dientes y humillado se fue.

Regresó silencioso al departamento.

Necesitó Andrea repetir todo lo que le dijo, él estaba con la cabeza en las nubes, sin embargo esto no fue un problema, ella tampoco quería conversarle.

Se acostaron juntos a dormir, pero él no podía dormir.

Intentó distraerse haciéndole el amor a su mujer, pero las imágenes intrusivas de Marcela con un hombre que no era él lo acosaban.

Deseaba decirle adiós de verdad, liberarse de su recuerdo, de su persona. Partir con Andrea sin ataduras del pasado.

No quería volverla a ver.

No quería volver a hablar con ella.

Quería decirle Adiós de una definitiva vez no a ella, más nunca se separaría de ella, pero sí a la idea de que alguna vez, en un futuro incierto la idea de una unión seria y formal fuera posible.

Se levantó cuidando de no despertar a Andrea, le dejó una nota que advertía debió ir a la clínica y que llegaría en la mañana. Manejó sin claridad de lo que diría o haría, preparando un discurso digno, algo propio de él, no algo humillante; preguntarle por qué siempre buscaba la forma de dañarlo, porqué especialmente en los últimos meses hizo de su vida un infierno, él no se merecía eso o quizá sí, solo el tiempo lo diría, no obstante quería escuchar el porqué.

Necesitaba escuchar el porqué.

Estuvo un buen rato estacionado, convencido de que era una mala idea, pero al diablo, él ya estaba allí, no se devolvería.

Golpeó la puerta hasta que ella salió a abrirle.

Marcela lo esperaba con una ajustada camisola negra, como las que a él le gustaban. Agarrándola de la cintura la hizo girar cerrando la puerta con su cuerpo, apresándola allí y levantándola mientras se acomodaba entre sus piernas.

Con una agresividad sexual que ante una visión no experimentada de la naturaleza de su relación hubiera parecido un ultraje. La agarraba y la mordía con desesperación, entraba y salía de su cuerpo con la intención de provocarle dolor pero ella lo disfrutaba y él terminaba estremeciéndose por la familiar sensación, por su calidez.

No era lo mismo que estar dentro de Andrea, con ésta última debía ser cuidadoso por razones obvias, pero en cambio con Marcela podía ser tan agresivo o bastardo como desease, a ella también le gustaba así, brusco y tenía la fortaleza para resistirlo.

Con Marcela era un placer sin consecuencias, sin dudas o culpa; él tenía libertad de hacer lo que quisiese pues nada la dañaría; en cambio con Andrea no, ese era un placer oscuro y comedido, uno que le costaba.

- ¿Hace cuánto te acuestas con mi hermano? – susurró mordiendo el lóbulo de su oreja.

- Tú no querías…

- Ahora quiero – dijo metiéndoselo con fuerza - ¿Seguirás acostándote con él?

- Sin duda, querido; él es pura entretención.

- ¿A sí? ¿y él te hace esto? – dijo haciéndola gemir - ¿Ah? Responde ¿Él es mejor que yo?

- No, querido, nadie es mejor que tú – le dijo de forma poco creíble.

Violento se alejó de ella, se acomodó la ropa y la miró con las manos en las caderas, jugando con su mandíbula.

Ella se mostró indiferente.

Si las miradas matasen, Marcela hubiera muerto en ese momento.

- ¿Sientes algo por mí? ¿Has sentido algo, alguna vez? ¿Algo más que la necesidad de humillarme y someterme? ¿Un poco de amor? ¿Aunque sea un poquito?

- No, querido, solo busco entretención que tu sueles confundir con amor.

Debió irse y mantener el poco de dignidad que ella no le arrebató; pero siguió allí, aunque su orgullo le impidió preguntar lo que quería saber, ella se compadeció de él y le respondió.

- Eres nada, Cup, junto a éste mundo y todos sus integrantes, incluyéndome, no somos más que una partícula azul en una playa de arena azul. Tu sentido de misión y trascendencia es una ilusión, como también lo son tus sentimientos de amor…

Otra vez con lo mismo.

- Les queda tan poco tiempo junto y tu malgastas tus minutos conmigo buscando explicaciones sin importancia – suspiró – Estoy atrapada, Cup e intentaré sacar lo mejor de ello, quiero una vida liviana que me sea agradable volverla a repetir por siempre. Tú no quieres lo mismo que yo, tú quieres amar y ser amado; te informo querido, que en tu departamento te espera una mujer que te ama y a quien tu amas… Libérate de ese soberbio sentido de importancia y vive, vive con el máximo de intensidad puedes vivir y sentir… pues esto es eso y nada más.

Cooper suspiró y se sentó a su lado.

La miró sonriendo de medio lado, cruzándose de brazos.

- ¡Oh Diosa mía! Estás de acuerdo conmigo.

- Folie a deux – delirio de a dos.

- Cada vez que dices algo en otro idioma, siento ganas de romperte los dientes a golpes – dijo riendo y haciéndolo reír.

- ¿Éste es un adiós?

- Para ti lo es, es despedirte de un sueño…

- ¿Soñar con estar a tu lado? – preguntó arrogante - ¡Por favor! – exclamó sonriente, pero ella tenía razón, él así se sentía. Tomó su mano y la besó, no quería soltarla – Sin duda Andrea me abandonará cuando ya no se me pare y para esos años tú ya no te mojarás – ella le pegó fuerte en el brazo, haciéndolo gemir de dolor – quizá podemos ser patéticos juntos…

- Déjate de negociar y acepta la pérdida, no hay motivo para que sientas pena pues somos energía; nuestros pensamientos, memoria y sueños no son más que energía saltando de una neurona a otra y la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma en éste confinado espacio finito, retornaremos tras un tiempo suficiente que podría ser una sensación de años o la despreciable acción de volver al principio de un libro.

- Ésta es la forma más poética en que me has mandado a la mierda.

- Nada de poesía, solo la física de nuestro universo.

- … del universo – intentó corregir.

- No, la física de aquí adentro no es la de allá afuera.

Sentían la paz de la destrucción y la ansiedad que producía un futuro incierto al que ambos se enfrentaron con las energías que hace años perdían en el otro, pero ninguno se movió del sillón, cada uno en un extremo, un abismo entre ellos donde sus manos ya no podían entrelazarse.

Ambos pudieron ver por unos instantes al niño que le sonrío en ese primer día de colegio, que en el recreo se le acercó a conversar y del cual nunca se separaron.

Llenaron el abismo con sus cuerpos y por última vez, tras muchos años en que juntos disfrutaron de la soledad acompañada.

Como siempre, como con todas las mujeres a excepción de Andrea, Cooper se retiraba antes de terminar, encargándose él de la parte final sobre ellas en ocasiones; no tenía claro si era parte de un fetiche, de mal gusto, o para ahorrar tiempo en la huida… como ahora que aun gimiendo se subía los pantalones.

Se quitó el condón en el auto y lo tiró por la ventana tras revisarlo que no tuviese algún agujero, como siempre, la única diferencia era que ahora no quería estar solo, quería volver a la cama donde lo esperaba una mujer que lo amaba, una mujer a la que él amaba.

Llegó a su departamento para encontrarla durmiendo. Sin quitarse siquiera los zapatos se acostó a su lado y la abrazó, apretándola con mucha fuerza contra él, despertándola.

- ¿Pasó algo malo?

- No, es solo qué…

Quería decirle que la amaba, pero Andrea no era tonta, sin duda deduciría lo que pasó. Quizá no era mala idea contarle todo, él no volvería a Marcela, ninguna otra mujer le interesaba; sin embargo no quería perder lo que tenía a causa del despecho de un amor no correspondido.

Se llevaría ese secreto a su tumba, no tenía sentido dañarla con el reconocimiento de una infidelidad que no volvería a ocurrir, más que mal el tablero quedó en cero, una él, una ella, pero no por eso tenía que publicarlo.

- … Incluso mi infelicidad a tu lado es superior a mi mayor felicidad sin ti.

Ella lo acogió en su abrazo y acarició sus ondas, él se enterró entre sus pechos y la apretó más, sintiendo como su agonía desaparecía, como Marcela no se volvía más que un recuerdo y como ellos se transformaban en el futuro.

- ¿Quieres casarte conmigo mañana?

- Tengo planes – dijo luego de un rato, generándole una culposa sonrisa – Obvio, guapote.

- ¿Quieres ir a desayunar algo especial?

- ¿Qué tienes en mente?

- Lo que quieras, si quieres te compro un restaurant para que cocinen lo que tú quieras.

- ¿Qué tal si tú me preparas lo que quieras y así me dejas dormir un ratito más?

- Por supuesto princesa, lo que quieras ¿Quieres waffles?

- Sí, me encantan.

- Te los prepararé, sigue durmiendo.

Cooper fue a despertarla al rato para que se levantase a desayunar, toda la mesa estaba llena de comida preparada por él, incluso había un plato de avena con miel y leche.

- Si quieres vomitar, adelante… si quieres vomitar todo nuestro hogar, feliz lo limpiaré.

- ¿Tú preparaste todo esto?

- Sí, te hice wafles, no tenía waflera, pero fui a comprar una.

- Como los ofreciste, creí que tenías todo…

- No, pero no importa… Mira, ven… Te compré un regalo también… - dijo llevándosela de la mano a la terraza y mostrándole otra silla de playa.

- Me gustaba sentarme arriba tuyo.

- Puedes seguirlo haciendo – dijo besándola y abrazándola con mucho amor – Te quería comprar un auto, pero consideré que era ridículo pues aun no puedes conducir, así que…

Él movió sus cejas haciéndola reír y se la llevó a su dormitorio, estaba repleto de rosas y flores, sobre la cama estaba impresa la copia de un correo donde Cooper le pedía a Irina licitar el proyecto de un hospital veterinario gratuito.

- Me gustaría hacerlo por parte del ministerio, pero si no se aprueba lo haré por mi cuenta, no los necesito, derivaré unos fondos de la fundación, crearé una nueva para animales y me gustaría que me ayudases, que trabajásemos juntos en eso.

- Suena interesante, pero yo no sé nada de esto…

- Andrea; te enseñaré todo lo que necesitas saber, tú vivirás más años que yo, seguirás con todo esto muchos años tras mi partida – hizo una pausa - Espero no te enojes pero moví influencias y conseguí que puedas entrar el próximo semestre al colegio. Expliqué tu situación, nuestra situación y no hay problema, pues como estamos casados.

- ¿Qué situación?

- Andrea, es tiempo de enfrentarlo. Seremos papás e irás al colegio gordita y yo te cuidaré – dijo abrazándola – y te mimaré, hoy en la tarde iremos a control y a comprar las vitaminas… princesa, me tengo que ir a trabajar, ya voy muy atrasado – dijo besando su frente – nos vemos en la tarde, vendré lo más temprano que pueda, tú tienes que estar lista… podemos ir al cine.

Andrea se acostó en esa cama rodeada de flores y se durmió lo que creyó unos minutos.

- Andrea ¿Estuviste todo el día acostada?

- No.

Andrea miró por la ventana descubriendo que sí.

Cooper no le creyó.

- Mira, te compré esta maquinita – dijo sacando de su maletín – cuando suene un pito tienes que tomarte la pastilla, lo mezclaremos también con tus vitaminas, esto es un antidepresivo prenatal, así que no le hará daño al bebé, te ayudará a tener más ánimo… anda a bañarte, cámbiate de ropa, yo te espero.

- ¿Me harán ser feliz?

Cooper suspiró y se sentó a su lado abrazándola.

- No existen pastillas de la felicidad… que vendan en las farmacias – bromeó, pero ella no se rio – Andrea, yo no creo en estas pastillas, considero que la tristeza y la ansiedad son emociones que la persona debe enfrentar con apoyo de otras personas, no de medicamentos… pero creo que tu depresión empezó tras la muerte de tu abuela y no a causa del embarazo, temo por tu seguridad, el embarazo adolescente es terrible en las menores en riesgo… como tú… hablé con un colega que es pediatra y él me recomendó estas pastillas, pues con otras muchachas en tu situación ha servido, no por sí misma, sino más el apoyo que yo te proporcionaré.

- ¿y si no se me pasa?

- ¿y si te equivocas?

- Hay terapias alternativas, hormonales, de luz y en caso que siga tu depresión tras el parto, está la terapia electro convulsiva.

Andrea asustada descubrió que no bromeaba.

- Tienes que entender que la depresión post parto no solo te pone en riesgo a ti, sino también al bebé, la ideación suicida o maniaca existe en las puérperas. Esto no es algo que quiera hacer. Solo quiero que estés bien, quiero que seas feliz.

Y las terapias de shock siempre han sido la solución.

- Yo me quedaré contigo todo el principio del tratamiento.

- Como buen carcelero.

- Lamento que te sientas así, pero no me dejas otra opción, prepárate para salir.

Fueron a control médico y todo estaba bien, a pesar de todo, ella seguía anémica y le daban muchos suplementos.

Cooper escuchó el corazón del bebé e incluso lo vio mientras sostenía la mano de una desanimada madre.

- Cooper ¿Me acompañar un minuto? – dijo Urribarri invitándolo a salir del box – Ella no quiere ese bebé, mírala ¿Cómo no te afecta verla así de infeliz?

- Ya se le va a quitar… está tomando antidepresivos, yo me quedaré junto a ella animándola el tiempo que sea necesario.

- Cooper, aun podemos hacer esto, yo tengo la tarde libre… ni si quiera es necesario pabellón, aun se puede con…

- Espero que no me insinúes lo que creo – interrumpió.

Urribarri negando entró al box y le indicó a Andrea lo que tenía que hacer para cuidarse, las vitaminas y los suplementos, la mandó a hacerse exámenes que Cooper la llevó a practicarse de inmediato.

Cooper la invitó a comer, Andrea no se terminó su plato, todo la conversación intentó hacerla reír pero ella distante apenas sonreía, en ocasiones debió incluso explicarle porqué era gracioso alguna tontera que en un pasado fue comprobado su éxito.

Luego de comer salieron a caminar.

Ella lo guio saliendo del parque, recorriendo calles no al azar y Cooper se preocupó, tenía serias sospechas de donde ella quería ir.

La gente los veía al pasar y comentaba, les tomaba fotografías, pero a ninguno le preocupó.

- Me gustaría también que tomases clases de idiomas, música y arte… sobre todo esto último, tienes mucho talento que me gustaría potenciar.

Andrea asintió.

- Cuando tenía tu edad me hubiera encantado mi mamá me hubiera pagado esos cursos… si quieres los podemos tomar juntos, no tengo habilidades para el arte, pero igual será entretenido aprender algo y sobre los idiomas… me faltan muchos por aprender, no sé hablar chino y cómo va la cosa, en unos años más todos tendremos que hablarlo – dijo riendo pero ella solo sonrió de medio lado.

Quería verla reír de nuevo.

Se metieron a un edificio de oficinas, Cooper la soltó, colocó las manos en la cintura e hizo sonar su lengua tras los dientes. Estaban parados frente a un laboratorio de test de ADN.

- ¿Anduvo revisando mis cosas?

Ella asintió.

- Ya, eso no me gusta. Yo no ando revisando tus cosas. Tenemos que resguardar nuestra privacidad… te aviso de antemano que esto no me emputece; no me gusta que me miren el correo, el teléfono y no ando dando mis claves…

- Me diste la de tu tarjeta.

- Sí, pero eso es dinero, da lo mismo… esto es interferir en mi vida y no me gusta.

- Tengo antidepresivos que compartirte.

Desencajó la mandíbula.

- No sé si quiero casarme contigo ahora.

Ella sonrió genuinamente y él feliz la tomó entre sus brazos e inclinándola la besó de una manera muy romántica.

- Me carga ese cliché de repetir las palabras del otro con otra entonaciones en momentos irónicos.

- ¡Doctor Cooper! – dijeron desde el interior – Su esposa nos llamó pidiendo que lo esperásemos, creí que ya no llegaría.

Cooper miró feo a Andrea, le dio un beso rápido y la levantó para que entrasen.

Lo hicieron pasar a una salita, se sentó sobre una camilla y un enfermero llegó con una varilla, sacó un poco de saliva mientras Andrea llenaba unas fichas con la información sobre Cooper. Pronto salió él a colocar su huella y firmar.

No habló el resto del camino.

Incluso le pasó su pastilla en silencio, junto a una botella de agua y la miró paciente hasta que se la tomase.

Recién dijo algo en el ascensor.

- ¿Y si no es?

No fue algo simple para él admitir que más temor le provocaba pensar en qué su padre ni por pedirle dinero se interesó de él.

Andrea tampoco conocía a su papá, no era una preocupación, por lo que fue incapaz de empatizar con el dolor de Cooper o entenderlo; aun así lo abrazó, él no quería ser abrazado pero no por eso se alejó de ella, no la abrazó de vuelta ¿Qué otra cosa podía hacer más que abrazarlo? ¿Qué podía decirle sin terminar expresando su inconsciente rechazo? ¿Quién sabía cuántos años él esperó su padre se le acercase y le hablase? Sin duda éste hombre que lo demandaba no era su padre, Andrea vio una fotografía en el archivo de Cooper y no compartían ni un rasgo en común; ni su mentón partido, pómulos prominentes o nariz recta… ni si quiera los colores eran similares.

- Dime lo que le dirías.

Cooper se sonrió negándose.

- ¿No sabes que decirle o no quieres decirme que le dirías?

- No tengo nada que decirle.

Tenía una pregunta, allí escondida tras sus enormes ojos celestes, pero no lograba bajar a su boca y expresarla.

- Él me conoció – dijo ocultando la mirada – él me vio cuando nací, luego cuando tenía como dos años y después cuando entré al colegio… Sé que nada pude hacer para retenerlo o alejarlo, sé que es su propia cobardía la que no lo hizo responsabilizarse de mí, lo sé…

… pero igual quería saber el porqué.

Abrió la puerta y la invitó a pasar, luego pasó directo donde los perros mientras Andrea se desviaba a la cocina preguntándose si pudo manejar la situación de una manera eficiente, sin duda hubiera podido pero a Cooper no le molestó su silencio compasivo, menos que le permitiera desahogarse de ese par de humillantes oraciones que le pesaban y estorbaban.

La caudalosa caída de las hojuelas contra el plato alertaron a Cooper sobre la avena, quien apareció de un salto en la cocina tirando incluso el plato a la basura.

- No. No limpiaré más vómito. Basta.

Andrea no quería comer avena, solo quería verlo salir del coma post confesión.

- Debiste comerte todo en el restaurant, te dije que quedarías con hambre… no te pongas a comer chocolate… come fruta o toma leche… no comas tonteras.

- Ya – dijo pasándole el chocolate y él terminando de comérselo, de vuelta le pasó un plátano – Mira Cooper – dijo practicándole una felación al plátano.

- Ridícula – dijo riendo, entonces se puso serio – ¿Por qué no querría conocerme? Soy un tipo interesante.

Andrea se sacó el plátano de la boca y lo abrazó.

- No tanto como tú crees – dijo haciéndolo reír.

Cooper navegaba en internet viendo televisión en el dormitorio mientras Andrea dibujaba y pintaba en la terraza. Al rato llegó a mostrarle su dibujo.

Él por poco se lo aplaudió, ella terminó de pintarlo acostada a su lado, dándole la espalda a la televisión.

- Andrea… Mi mamá quiere conversar contigo. Me acaba de mandar un correo advirtiéndote. Tienes que saber que Dorotea… Mi madre… se alimenta del miedo y tiene un trono esperándola en el infierno – sonó su teléfono e hizo una mueca – Tengo que ir a la clínica… una emergencia…

- ¿A qué hora volverás?

- Pronto – dijo poniéndose los zapatos – Te llamo, es algo corto.

A los minutos que Cooper salió, el timbre sonó.

Al abrir se encontró con una mujer de estatura y contextura similar a la de ella. Un poco más alta pues llevaba tacones. Vestía elegante. Una melena rubia canosa y los mismos ojos de Cooper e idéntica actitud.

Allí estaba la matriarca del mundo.

- Asumo seré tu suegra ¿O eres tú la entretención de la despedida de solteros de mi hijo?

- Cooper fue a trabajar… lo voy a llamar.

- No es necesario, es contigo que quiero hablar – fue a la cocina y se sirvió una copa de whisky - ¿Le dices "Cooper" a Germán, a quien será tu esposo, lo tratas por el apellido? ¿Hace cuánto se conocen?

- Señora, esta conversación debiese tenerla con él.

Andrea le mandó un mensaje a Cooper avisándole que su madre estaba allí. Cuando salió se encontró con Dorotea sentada frente al sillón, en una silla que sacó de la cocina y de piernas cruzadas la esperó paciente.

- ¿Qué me cuentas de ti? Supongo tú puedes hablar de ti ¿O debo preguntarle a mi hijo también?

Andrea se mantuvo de pie y la miró desafiante.

- Mi nombre es Andrea, tengo dieciséis…

- ¡¿Dieciséis?! ¿Era eso cierto?

- Trabajo haciendo tatuajes.

- ¿Estudias? A tu edad, tu esposo Doctor, estaba en primer año de medicina – suspiró - …y estás embarazada.

No aprobó la situación y se levantó a la ventana.

- Tienen hasta perros… debiesen poner protecciones.

- Los perros no saltan.

- No, pero a Germán le gusta maltratar animales. Tenía como cinco o seis años cuando le pegó un pelotazo a un gato y lo tiró por la ventana. El pobre gato se rompió todo el hocico, yo no lo vi, no quería verlo reventado… lo mandé a él a buscarlo; él lo quebró, él lo repara… fue su culpa y era su responsabilidad hacerse cargo de él.

- ¿Qué pasó con el gato?

- Paso unos días en el veterinario, luego se recuperó y vivió hasta que Germán entró a la universidad, eran inseparables.

Cooper no estaba convencido de entrar al departamento, aunque estaba fuera de la puerta y no escuchaba una discusión, no quería ver a su madre, tampoco quería dejar sola a Andrea con su madre, pero tampoco quería hacerlas enfrentarse.

Quizá podía llamar a Andrea y decirle que saliera con los perros, irse al sur donde nadie los conocía, donde su madre no lo pudiera encontrar… aunque con el poder e influencias que ella tenía, sin duda aunque lo descuartizasen y cada una de sus partes fuese enterrada en un lugar distante, ella podía armarlo…

- ¡Oh por Dios! – exclamó ante una repentina epifanía, que consideró debió acontecer varios años atrás dado su entrenamiento e inteligencia, le tenía miedo a su madre.

No solo porque su madre cada vez que se equivocaba lo abofeteaba; sino por ella, siendo ella, no lo dejaba comportarse como hombre.

Tantas veces leyó las mismas historias clínicas, madres destructivas y hombres castrados, que no entendió como no fue capaz de descubrir antes, que él pertenecía al cliché de sus congéneres.

¿Y si era éste el motivo principal del patriarcado?

¿Y si en realidad la compulsión de los hombres por sostener su falsa superioridad a las mujeres no era más que sobrecompensación ante el pavor que les generaba?

Más que mal toda nuestra civilización fue creada por hombres, el Estados, leyes, religión, filosofía, moralidad… incluso ellas debían demostrar su valía con valores "masculinos"… por lo mismo; los tabús sociales son impuestos por hombres que le temen a lo que les es ajeno a sí mismo y qué más distinto a un hombre, que una mujer.

Rascó su barba y acomodó sus testículos.

Tantas veces leyó que los hombres consideraban a las mujeres como fuentes de peligro y nunca antes lo interiorizó.

Aunque se formaba una paradoja; el hombre temía a la mujer, pero perdía hombría al reconocerlo, pero al no aceptarlo más temor se generaba… más hostilidad, más castración, más tabú.

- ¿Cuánto rato llevas parado aquí? – preguntó Andrea abriendo la puerta.

- ¡Ves! Te dije que estaba escondido allá afuera.

- Se me quedaron las llaves – mintió.

- ¿y no tocaste el timbre?

- Ahora lo haría.

- Tú mamá está aquí.

- Si la escuché.

- Toma tus cosas que te vienes conmigo… - ordenó Dorotea.

"Y me dejaste sola con ella, gallina, sé que te estabas escondiendo aquí" fue lo que Andrea pensó.

"Lo siento" fue lo que Cooper pensando respondió.

- … no necesitas trabajar, vivirás en un resort hasta que vuelvas a poner los pies en la tierra, no necesitarás mover un dedo, te daré todo lo que quieres y necesitas.

- No, gracias – respondió entrando al departamento y cerrando la puerta pero no soltando la manilla.

- Amor mío – dijo coqueta cambiando la pierna que cruzaba, aun sentada en la misma silla - ¿Intentas ganarle al idiota de tu hermano sobre quien encuentra nuevas maneras de decepcionarme? Pues… llevas la delantera… esta niñita no es para ti.

Cooper entró atrás de Andrea.

Qué estupidez; se escondía atrás de una mujer que medía la mitad que él, de otra mujer que medía igual de poco.

¡Oh por Dios! Andrea se parecía a Dorotea… no en facciones o colores, pero en contextura, de espalda ambas mujeres eran idénticas salvo por el color del pelo.

No pensaría más en eso y así podría reprimir esa información.

- ¿Estás bien? – le susurró Andrea.

- Sí, lo siento, estoy con la mente en cualquier lado – le susurró. Aclaró su garganta y se paró junto a Andrea - Basta, madre, no puedes hablar así de Andrea.

Cooper abrazó a la extraña mujer que se transformaría en su esposa con cariño, ignorando a su madre, aunque más parecía una disculpa que un saludo y besó su mejilla, con el mismo respeto que un padre besaría a su hija.

No era la primera vez que presenciaba a su hijo interactuar con una de sus parejas, pero si fue la primera vez que lo vio tan cariñoso y desapasionado. Arrugó sus ojos y en silencio esperó.

Cooper se acomodó junto a Andrea y le tomó su mano.

- ¿Y a mí no me saludarás?

- Hola, madre.

Para Andrea fue llamativo que el cariño con que Cooper la trataba, ese exceso de abrazos y caricias no se lo permitía con su madre, no era que no quisiera, era que ella no lo quería y él no insistía.

- Al margen de todo esto – dijo haciendo un círculo en rededor de la silueta de Andrea – ¡Es una niñita, amor mío, por Dios! ¿Desde cuándo que no te la puedes con una mujer que te andas buscando niñitas? Ya sospechan sobre la relación de ustedes, están hablando cosas horribles de ti, perderás todo lo que has conseguido. Estás haciendo el ridículo… te estás comportando como un viejo verde, sin necesidad alguna.

- Madre, silencio – dijo levantándose y prendiendo un cigarro – No me interesa, nada de lo que me dices tiene algún sentido para mí.

Estiró su mano y ayudó a Andrea a levantarse.

- Princesa ¿Te importaría dejarnos solos?

- ¿Estás bien?

- Claro que estará bien, yo soy su madre.

Cooper hizo un gesto que parecía decir "sobreviviré" y Andrea asintió acariciando su mejilla con cariño.

Una vez que Andrea se encerró en el dormitorio se fue a la cocina y sirvió dos tragos, le pasó uno a su madre y se sentó en el sillón frente a ella.

- Amor mío, ella no es la mujer apropiada para ti… te equivocaste con Marcela, ahora te equivocas con… no recuerdo su nombre… Andrea. Es una niña y tú ya eres un hombre y bastante recorrido – suspiró - ¿En qué estás pensando? No sé qué tendrá que te gustó, pero sea lo que sea, esto no resultará… estás poniendo demasiado presión sobre una muchacha que no tiene edad para enfrentar ser esposa, menos la tuya... ¿Esta niñita sabe algo de lo compleja que es tu vida? ¿De lo que hacías antes de volver a Chile?

- Basta – interrumpió - Tú te casaste solo con hombres mayores, que tenían incluso más diferencia de edad que yo y Andrea.

- ¡Pero era por dinero, amor mío! ¡Por dinero!

- Quizá ella también se casa conmigo por dinero.

- ¿Eso debiese hacerme sentir mejor? Amor mío, no es por ella por quien temo, me da lo mismo lo que le hagas o dejes de hacer, es por ti…

- ¿Pero y tú…?

- ¡Y Yo conduje a la ruina a todos tus padrastros!

Cooper se rio y negó mirando al piso.

Dorotea se sentó junto a su hijo y acarició el largo muslo de su hijo, lo miró con cariño.

- ¿Qué pretendes con esta niñita? ¿De qué podrían ustedes dos conversar? ¿Conversan algo o solo se lo metes?

Hizo sonar la lengua tras sus dientes.

- Quiero acompañarla, apoyarla, asegurarme que nunca le faltará nada y protegerla para que pueda disfrutar lo poco que le queda de infancia.

- Estás describiendo un papá, no un esposo.

- Seré un esposo paternal, he visto éste tipo de relaciones, sé lo que tengo que hacer, tengo claro que a ella le quedan experiencias por vivir y estoy dispuesto a darle la libertad para que ellas las viva…

- ¿"Darle libertad"? Amor mío ¿Quién te crees que eres?

Él desencajó la mandíbula.

- ¿Qué quieres que te diga? A diferencia tuya, yo sí creo en el matrimonio.

Dorotea no le creyó.

- Creo que es un compromiso en el que uno, al menos en ese momento, no cree va a encontrar a alguien mejor y quiere pasar el resto de sus días solo con esa persona y nadie más… yo ya he conocido hartas personas y elijo a Andrea… Andrea tiene que conocer personas y bueno, si ese recorrido la mantiene a mi lado, bien, si la aleja de mí, bien también, agradeceré el tiempo que me regaló.

- Tú eres posesivo y ¿esperas que te crea que podrás vivir en paz las "experiencias" de tu esposa?

- No quiero que Andrea en unos años más mire atrás y descubra que desaprovechó su juventud a mi lado.

La miró con juicio.

- Tú estuviste solo con hombres mayores, tanto que podrían ser tus abuelos…

- … Así se morían rápido.

- ¿Me dejas hablar?

Dorotea le tiró la oreja haciéndolo reír.

- No me levantes el tono.

- Ya, ya, perdón.

Los dos guardaron silencio.

- Me ibas a preguntar algo parece.

- Se me fue la idea.

- Cuando chiquitito estabas traumatizado con un sueño repetitivo.

- ¿En serio?

- Sí. Todas las noches tenías la misma pesadilla; soñabas que despertabas asustado, te ibas a acostar conmigo y yo te comía la cabeza… pero aun así, cuando despertabas en la realidad, te ibas a acostar conmigo, mirándome de reojo, temiendo yo te comiese la cabeza…

- ¿la que tengo sobre el cuello, cierto?

- ¡Obvio que sí! No seas asqueroso, soy tu madre.

- Lo siento, lo siento…

- Siempre me mirabas así, así como lo haces ahora, con esa misma expresión.

- Podría haber seguido mi vida tranquilo, sin enterarme de eso.

- ¿Por qué? ¿Significa algo?

- No, nada – mintió y luego suspiró.

Los dos se miraron un largo rato en silencio, sonriendo; luego los dos miraron el frente, en silencio.

- ¿Te acuerdas de esos meses que trabajaste en la televisión, dónde las viejas te llamaban para hacerte preguntas?

- Ajá.

- Si una de ellas te hubiera contado que tenía un hijo brillante, exitoso, que dedicó su vida a curar una enfermedad, que al conseguirlo se comenzó a comportar como si hubiera fracasado y todo hubiera sido en vano… que luego comienza a tomar todas las decisiones posibles buscando su autodestrucción ¿Qué le dirías?

- ¿y es la madre quien me lo cuenta?

- Sí.

Rascó su barba y miró al frente riendo, con disimulo despegó sus testículos de su pierna.

- Pervertido – susurró Dorotea en el oído de su hijo, mientras se metía bajo su brazo para ser abrazada.

- ¡Yo no he dicho nada! – respondió riéndose y mirándola muy cerca – Eres tú la pervertida que está proyectando sus incestuosos deseos hacia mí… – dijo coqueto.

- ¿Te hace feliz?

- Sí – respondió al cabo de un rato.

- ¿Más que yo?

Él hizo sonar la lengua tras sus dientes.

- Ninguna mujer te querrá como yo te quiero.

Cooper se alejó asqueado, aunque riendo, pues su madre también reía.

- ¿y Marcela?

- Terminé todo...

Dorotea perdió la cuenta de cuantas veces escuchó eso.

- … esta vez es definitivo, todo se acabó.

- ¿Marcela te hace feliz?

- No – respondió tras una larga pausa – Creí que sí, pero no, no me hace feliz… ya no me gusta estar con ella.

Primera vez que escuchaba eso.

Dorotea esperó tanto tiempo que su hijo solo se percatase de lo que ella sabía desde hacía décadas, aunque hubiera preferido él lo hubiera descubierto solo o por último, con una mujer a su nivel… no solo en edad, sino en educación y riquezas, una mujer con quien el matrimonio le trajese beneficios económicos; Andrea era una carga para su hijo, sin duda, pero él decía que lo hacía feliz.

Dorotea suspiró y le pegó unas palmaditas en el brazo.

- No permitiré que no se case por la iglesia mi único hijo.

- No creo en Dios, no soy tu único hijo.

- Eres el único hijo que quería – rio - No me quedan muchos años de vida. Talvez éste sea el único matrimonio tuyo que vea… No permitiré que mi primer nieto no nazca bajo las leyes de Dios. Le pedí a mi abogado redacte un acuerdo pre nupcial…

- … bueno.

- Supongo Andrea no tendrá problemas en firmar uno.

- No lo va a tener.

No lo tenía.

- ¿y tienen todo planificado para mañana?

- Será algo sencillo.

- Porque no te vas con Andrea a un hotel esta noche y dejas todo en manos mías y de Irina.

- Madre, no es necesario algo opulento… A Andrea no le gustan ese tipo de cosas.

- Déjalo en mis manos. Tú anda con tu mujer, yo cuido tus perros. Váyanse.

- Tengo un gato también… anda por allí, es chiquitito, ten cuidado.

- Estará mejor conmigo que contigo.

- Gracias madre.

Dorotea besó la mejilla de Cooper y luego con cuidado limpió su labial. Él sonrió sonrojado.

- ¿Debiese preocuparme de los muchos animales?

- No, son de Andrea, ella rescata animales.

Con Andrea bajaron al auto y encontraron en el asiento trasero una caja de gran tamaño. Había una tarjeta donde salía que era para Andrea, de Marcela. Encontró un bellísimo vestido de novia, no le entallaba, pero se notó que fue lo más cercano que le encontró.

Cooper no volvió a hablar hasta que se estacionó fuera de una casa. Un cerco bajo que dejaba ver una casa de dos pisos, en área construida no más grande que el departamento de su futuro esposo; pero el terreno donde se emplazaba la casa era gigantesco, era sorprendente que semejante pedazo de tierra no hubiera sido comprado por las inmobiliarias para poner otro feo edificio.

Era una casa de tejas rojas, con una placa del arquitecto que la diseño que tenía un apellido impronunciable, solo consonantes.

- Éste es mi regalo de cumpleaños, de bodas, de navidad y todas las festividades hasta mi muerte – bromeó.

- ¿Me compraste una casa? – él asintió - ¿Para qué? ¿No quieres que viva contigo?

- Por el contrario, quiero que vivamos juntos – hizo una pausa y comenzó a jugar con los pedales mientras hablaba, sin dejar de mirarlos - Si yo fuese tu padre y tú como mi hija conoces a un hombre como yo temería ante el nivel de dependencia que tienes conmigo. No quiero que seas mías y como padre no querría que le pertenezcas a alguien, te quiero libre y la única forma de ser el dueño de nuestra propia existencia, es con la independencia. No quiero que vivas en el temor constante de perderme, eso te llevará a ser insegura, celosa y volverá nuestra vida un infierno… cuando una persona depende de otra vive en ese temor, por lo tanto una forma para evitar perderlo es el sometimiento, esa no es vida, no quiero tener ese poder sobre ti.

Comenzaron a recorrer la casa, era pequeña y muy linda, llena de detalles que a Andrea le encantaron. Quedaba a una distancia caminable de las Torres Cooper, en dirección a las montañas y el patio era aún más grande de lo que se veía desde afuera.

- ¿Por qué tan silenciosa, princesa? ¿No te gustó la casa? No te hice elegirla pues sabía que ninguna te gustaría, porque en realidad lo que no te gusta es que yo te la compre.

- Flores igual hubiera estado bien.

- Tampoco compraste la casa donde vivías.

- Sí, pero era de mi abuela, ella me la dejó porque me quería.

- ¿y yo te compré esta casa porque…?

Ella lo miró coqueta parándose en el primer escalón de una escalera caracol de piedra. Él se puso delante de ella, ella subió un par de escalones para quedar a su altura.

- Me gusta esta escalera.

Él lo sabía, por eso escogió esa casa.

- Esto tiene que ver más conmigo que contigo…

- …como todo…

- … si tú estás conmigo – dijo alzando la voz - es por mí, no por mi apariencia, mi tula, mi dinero… tiene que ser por mí.

Ella lo agarró de la corbata y lo atrajo contra ella, lo besó cariñosa y sin dejar de mirarlo acarició su rostro.

- Tú no serías el mismo de no tener todo este poder, de no tener tu apariencia, de no haber sobrevivido a Marcela y de no tener ese pene del cual tanto te gusta hablar… que creo si fuese de menor tamaño, no lo mencionarías tanto… Si yo estoy contigo es por ti; por tu generosidad, tu inseguridad, tu buen corazón, tu arrogancia y tú… – dijo haciéndolo sonreír – me encantas tú.

- Tú también me encantas – dijo besándola – me encantas más de lo que me encanto yo mismo… por dejarme encantar por una niñita.

- Déjate de pensar en eso… sigue pensando que soy más vieja.

Eso intentaba.

- No luches contra lo que sientes por mí, entrégate – dijo acariciándolo – yo quiero ser tú mujer, tú quieres ser mi hombre, y estaremos juntos hasta que uno de los dos ya no quiera… y, no creo que alguna vez te pierda.

- ¿Por qué dices eso?

- Porque yo no podré ser tuya, pero tú si eres mío.

Cooper sintió placer ante esa pertenencia, comprendía que estaba mal, pero se sentía de ella y eso le gustaba. La tomó entre sus brazos y la sacó de la escalera, la besó con dulzura acariciando su rostro, mientras ella entrelazaba sus piernas en la espalda y se afirmaba de su cuello.

- ¿Inauguremos la casa?

- Me encantaría princesa, pero estoy muy viejo para hacerlo en el suelo, me van a doler las rodillas, aparte no hay cortinas, los vecinos nos verán. Pero si estás de ánimo hay un hotel a un par de cuadras, podemos pasar la noche allí… mi madre se encargará de los muchachos esta noche.

Ella asintió

Se fueron a un elegante hotel.

- ¿Te gustaría ser hombre? – le preguntó en el ascensor.

- No. Me gusta ser mujer.

Cooper se sorprendió pero no le creía, Andrea se mostró indiferente ante su incredulidad.

- Quizá he pensado en lo cómodo que debe ser, ser hombre; no poder embarazarse, no menstruar… más fácil debe ser como tú… así grande y masculino, tienes una voz que sin esfuerzo hace que los demás guarden silencio para escucharte, incluso hablando tonteras, el tono de tu voz da la impresión de ser algo importante… siempre.

Cooper la empujó con sutileza y ella se rio, pero entendía al punto que iba.

- Si yo alzo la voz se vuelve chillona, incluso a mí misma me molesta, por lo tanto para que la gente me escuche debo preocuparme que lo que hable sea coherente e inteligente, o de caso contrario nadie me presta atención.

- Puedes disimular entonces las tonteras… a mi todos me las escuchan y se ríen a mis espaldas.

- Sí, porque no pueden reírse frente tuyo, te temen.

Llegaron a una habitación con un estándar que Andrea por sí misma jamás podría pagar.

Cooper la levantó por la cintura y comenzó a besarla desde que cruzaron el umbral de la puerta, la depositó sobre la cama con cuidado y se acostó sobre ella, sin dejar de tocarla.

Él era como el océano, cayó sobre ella hundiendo todo y proclamando todo ese espacio como suyo, permitiéndole nadar y flotar libre, cuanto quisiera, por debajo de él.

Una única masa de sombra temblorosa y jadeante que se precipitaba como inmensas olas contra la orilla, siendo ella la playa y él el mar. Ella fue capaz de disfrutar de aquel cuerpo tan viril y fuerte, sintiéndose cómoda en su propio cuerpo femenino y frágil. No existía ceremonia, contrato o deidad que proclamase lo que en aquel momento sintió, la más profunda de las pertenencias, el más exquisito de los ahogos, ella sintió que era su mujer.

Yacieron acostados uno frente al otro, mirándose en silencio con grandes pupilas y rostros enrojecidos, tomados de la mano y con las piernas entrelazadas.

Estiró sus manos y se colocó los lentes, ella escondió su rostro y él lo levantó para besarlo, apretándola contra su cuerpo, no dándole espacio o tiempo de arrepentimientos.

- Quiero estar por el resto de mis días a tu lado. Contigo. Con ninguna otra. Solo tú - Ella sonrió - Teniéndote entre mis brazos y pudiendo besarte, acariciarte, tocarte - Ella se le acercó y besó su mejilla - Me encanta cuando haces eso. Nunca dejes de hacerlo.


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