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46.39% Alma Negra / Chapter 90: 90

Capítulo 90: 90

—Ahora con esto, debemos decidir a dónde irnos.

—¿Cómo que a dónde irnos?

—Sí, tenemos que salir de este estado, recuerda que Kwan sabe donde vivimos y puede cambiar de opinión en cualquier momento y romper la tregua. Ya viste cómo vino a buscarme aquel día. La mejor opción será irnos del país. A un lugar donde nadie nos conozca y empecemos de cero los tres. Lejos de toda esta basura.

—¿Del país?

—Sí, será lo mejor. Quiero que estén seguros y lejos de todo. No quiero arriesgarlos, y quedarnos aquí es muy peligroso.

—¿Tú vas a volver a ese lugar primero?

—No, no tengo que hacerlo. Daré órdenes desde acá. A ninguno de ustedes les faltará nada. He trabajado por muchísimos años, y tengo dinero ahorrado para darnos la mejor vida de todas; la vida que los tres nos merecemos, pero para eso hay que hacer el sacrificio de irnos del país y olvidarnos de todo lo demás.

—¿Y tu hermana?

—Ella estará bien. Ella tiene a su familia y cosas importantes en que pensar.

—Ella y tus sobrinos te van a extrañar, John.

—Ella tiene a su familia segura, yo tengo que poner a salvo a la mía. Tú y mi bebé me necesitan, ella ya tiene quien la cuide.

—Pero...

—Pero nada. Para ella estás muerta.

—¿Le dijiste eso?

—Sí, fue la mejor manera de alejarla. Si me acerco a ella o su familia otra vez, la estaría arriesgando y no quiero que le ocurra nada a ella ni a mis sobrinos. Como te dije, hay veces que hay que hacer sacrificios y este fue uno de ellos.

—Al menos llámala y aclara las cosas con ella, debe estar preocupada por ti. Puedo entender que te preocupa, pero  ¿No has pensado en lo que ella siente? No puedes dejar las cosas así, aunque lo hiciste por un razón de peso, debes tener en cuenta, que ella te ama y se preocupa por ti.

—Ya veré qué hago más adelante. Por lo pronto, vamos a concentrarnos en nosotros, en salir del país, en que veas a un médico y en que el bebé y tú estén bien, ¿De acuerdo?

—Esta bien.

—Comienza por quitarte esos tacones y dejar de usarlos. Eres torpe y puedes caerte con ellos. Deja de querer alcanzarme, que no vas a poder, topito— la despeiné y reí.

—Creí que te gustaba.

—No, me gusta más lo pequeña que eres, y en la cama tu estatura es perfecta. Es raro que no me hayan confundido con tu padre.

—No seas tonto.

—Te llevo seis años, mocosa.

—Gran cosa. Te conservas joven físicamente y por dentro eres como un niño. Deberé llamarte mocoso de ahora en adelante.

—Ahórrate eso.

—¿Al mocoso no le gusta que le digan que lo es? — sonrió.

—No me estés provocando con esa sonrisa, o te lo haré aquí mismo.

—¿Ahora incluso mi sonrisa altera tus hormonas?

—Todo de ti lo hace. ¿Es cierto eso que dicen?

—¿Sobre qué?

—¿Cuándo una mujer está embarazada incrementa el deseo sexual?

—Yo me he sentido con muchas ganas.

—Vamos a la mesa, o se me olvidará dónde estamos. No debí preguntar eso en este momento. Soy muy terco por lo que veo.

—Un besito al menos.

—¿Uno solo?

Asintió con su cabeza y le agarré la mano para llevarla a una esquina.

—¿Quieres que no nos vean besándonos? ¿Tienes vergüenza, John?

—No, solo me quiero aprovechar de mi mujer un poquito.

Bajé mis manos un poco más abajo de su trasero y la levanté, para pegarla contra la pared.

—John— aferró sus piernas a mi cuerpo y llevó ambos brazos a mis hombros.

—Sigues igual de liviana. Cualquiera diría que no te alimento bien. En unos meses no sé si pueda hacerlo, pero volveré a tratarlo— dejé una mano en su trasero y con la otra acaricié su muslo.

Besé su cuello lentamente y daba suaves mordidas.

—Eso da cosquillas, John — rio.

—¿En dónde?

—Entre mis piernas.

—Tengo la solución, pero tendrías que esperar para ella. Ni te cuento hasta donde provocas palpitaciones en mi cuerpo.

—Eres un grandísimo pervertido.

—Y a ti qué no te gusta que sea así— comenté en un tono claramente sarcástico y ella sonrió.

—Mientras sea solo conmigo.

—Tú eres la única que me vuelve loco y que me pone así — simulé penetrarla y ella gimió.

—Me encanta que digas eso. Has cambiado tanto.

La besé y mordí su labio inferior, volví a besarla y al sentir su lengua la mordí suavemente. Sus labios son tan adictivos, que me calientan muy rápido y me hacen querer más de ella. Estaba a punto de perder el control y hacérselo ahí mismo, pero no quiero que nadie más la escuche. Sus gemidos solo son para mi, solo yo puedo provocarlos y escucharlos.


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