Daisy
Esto lo más probable me cause problemas con Sebastián. Siempre tiene formas de enterarse de todo, y la gata esa era muy importante para él. El pobre Pol también pagó por esto, no tuve de otra. Disponía bajar las escaleras, cuando me encontré John.
—¿Qué haces aquí? ¿Acaso me estás siguiendo? — preguntó serio.
No hay forma de explicarle esto sin que se dé cuenta que miento.
—Que casualidad, resulta que tenía ese objetivo pendiente. No pensé que te encontraría aquí.
—¿Qué tipo de matona eres tú? Matas a alguien y no cubres tu rostro, más tardas mil años en largarte de este lugar— agarró mi brazo, y me haló hacia él—. Ahora que he capturado a la asesina, ¿Qué debería hacer? ¿Entregarte a la policía o encargarme del asunto yo mismo?
—¿Vas a continuar con esto?
—Fuiste tú quien apareció delante de mí, y estoy muy irritado al verte. Cuando te buscaba no te encontraba y ahora la vida me hace encontrarte a cada rato, pero creo que esta vez me hizo un favor, me ahorré el tiempo de tener que buscarte— me subió a su hombro repentinamente, y por más que lo golpeé no me soltaba.
—¿Qué crees que haces, idiota?
—Tengo que interrogarte para que me digas dónde está tu noviecito, veamos si cooperas y así no sufres mucho.
—¡Eres un salvaje! ¡Un animal!
—Sí, un salvaje que perdió la paciencia y todo por tu culpa, ahora no te quejes y cállate.
—¡Me estás lastimando!
—Lo dices, y no sabes lo que te espera. Todavía no me he divertido contigo como lo tengo planeado.
Por más que trataba de soltarme, no podía. Mi cuerpo dolía y su agarre me estaba lastimando. Quería soltarme, Sebastián no puede verme con él o terminará matándome. Ahora no sabía si tenerle miedo a Sebastián o a este John decepcionado, furioso y en busca de vengarse de mi.
Al salir del edificio, mi amiga Kian se metió en medio y le apuntó con un arma.
—¿A dónde crees que la llevas?— preguntó, a lo que John se detuvo.
Si no hago algo, la terminará matando también.
—No le hagas nada a ella— le dije, a lo que escuché la voz de Alexa y vi cuando le puso el arma en la cabeza a Kian.
—Si son nuestras enemigas podemos llevarlas juntas y nos aseguramos de sacarle la información, John— dijo Alexa.
—Dile a tu hermosa amiga que baje el arma o van a volarles los sesos, ¿Quieres presenciarlo, Daisy? — preguntó John.
—¡Eres un maldito!
—Puedo ser peor si quieres.
—Kian, baja el arma y vámonos con ellos.
—Pero Sebastián nos matará.
—Baja el arma, por favor— le pedí, y bajo protesta la bajó.
Nos llevaron a una camioneta y me metió dentro de ella, nos amarraron las manos para llevarnos con ellos. No sé lo que tenga planeado John, pero está claro que está muy molesto conmigo y con razón. No sé qué vaya hacer ahora.
Llegamos a una casa y había unos hombres afuera. Nos bajó de la camioneta para llevarnos dentro a las dos.
—Quédate con la amiguita, yo me encargo de esta. No la mates todavía, Alexa.
—De acuerdo.
John me agarró el brazo y me hizo caminar con él. Me llevó a una habitación y me tiró encima de la cama.
—¿Qué piensas hacer?
—Ya lo dije, interrogarte. Pensé que sería mucho más cómodo aquí, en un lugar donde te sientas cómoda y como en casa— desajustó su corbata, y se metió a la cama para subirse sobre de mi.
Quise darle una patada, pero me sujetó la pierna, y rio.
—Estás muy a la defensiva, es una lastima que ese triste ataque no va a detenerme— abrió mis piernas, y se acomodó entre ellas.
—¡Basta, John!
—¿Ahora sí me llamo John? Yo que creí que era Alma— sonrió, y soltó su pelo, peinándose con la mano.
—¿Qué es lo que vas hacer? ¿Para interrogarme necesitas meterte entre mis piernas?
—Para interrogar bien a alguien requiere varias cosas, pero una de las más importantes, es llegar bien al fondo de ellos. Tengo que asegurarme de que no me ocultes nada en ninguna parte, ¿Eso responde tu pregunta?
—¡Eres un depravado! — sonrió, y llevó su mano a mi pecho.
—¿Qué podría hacerle a la mujer de mi enemigo?
—¿Por qué no te detienes, y dejas de comportarte como un idiota? Esto no es gracioso.
—Cállate— me besó antes que pudiera terminar de decirlo.
Su beso fue diferente, más bien muy ardiente, como si estuviera caliente. Por más que quise controlarme y no corresponderle, fue imposible. El sentir su lengua jugando con la mía de esa forma tan intensa, era inevitable no desearlo.
Al detenerse, me miró con esa única mirada perversa que tiene, y lamió sus labios. Fue un beso tan húmedo, que robó hasta mi fuerza.
—No más, John— le pedí temblorosa.
—¿Por qué? ¿Ya lo estás deseando?— sonrió con esa única malicia que lo caracteriza; y puso ambas manos en mis caderas, presionando su erección contra mi parte baja.
Mi fuerza de voluntad ya la estaba perdiendo. Me repetía una y otra vez, que no podía pecar con este demonio que buscaba poseerme, pero ¿Quién puede resistirse a una tentación como él?