—Hoy tengo pensado acercarme a Alexa, quiero saber si realmente es su hermana o no, cosa que dudo, pero no está mal preguntar. En la noche tengo que acompañar a Allan a cerrar unos negocios en el casino. Debo aprovechar que él estará allá antes que yo, para buscar la forma de acercarme a Alexa.
—Te tengo los micrófonos que me ordenaste. Son de alta calidad y durabilidad, resistentes al calor, humedad, entre otras cosas.
—Voy a ponerlos por todo el lugar y la casa, esto nos ayudará mucho. Otra cosa, encontré el antiguo negocio que tenían en conjunto los Roberts con mi padre. No conocía de ese lugar, pero está ubicado en un sitio muy peligroso.
—¿Te refieres al área?
—Sí, es terreno enemigo y debemos andar con cuidado. Tú tienes planes de quedarte con parte de el, pero para eso vas a necesitar bastante gente.
—Eso es lo de menos. Pásame la ubicación, me encargaré de evaluar el lugar primero, antes de tirarme a ojos cerrados.
Le di toda la información que necesitaba y estuvimos organizándonos lo más que pudimos. Debíamos ponernos al día con todo.
Luego fui a quedarme con Mia un rato y jugué con ella, para después irme a la casa de Allan. Al preguntar por él, me dijeron que había salido y que no regresaba hasta la noche. Me dirigí a donde tenía a Alexa y le pedí al empleado que nos diera un momento, que tenía que darle unas órdenes enviadas por Allan. Él se quedó en la puerta como quiera a vigilar.
Al entrar, ella estaba frente a un computador y se levantó.
—¿Qué haces aquí?
—No tengo mucho tiempo.
Me comuniqué en clave con ella, y le di el micrófono para que lo pusiera en alguna parte de la habitación.
—¿De casualidad conoces a una tal Rose o Rosy?— me miró fijamente.
—Sí, es mi hermana. ¿Tú cómo sabes eso?
—¿Así que la perra no mintió en eso?
—¿Hablaste con ella?
—Sí, digamos que gracias a ella, Daisy está desaparecida.
—¿Cómo que desaparecida? ¿Y por qué ella va a querer a Daisy?
—Escúchame bien, necesito que me digas si conoces para quién trabaja.
—No, somos hermanas, pero no somos muy unidas que digamos. De hecho, nos odiamos bastante.
—¡Maldición! Yo necesito sacarlos de aquí, necesito que me ayuden a encontrar a mi esposa y a mi hijo.
—¿A tu hijo o hija?
—Ella estaba embarazada cuando la secuestraron.
—Eso pinta mal. Ha pasado mucho tiempo.
—No lo menciones. Estoy desesperado, no encuentro qué hacer con esta situación. Ya no sé dónde más buscar. Es un maldito tormento no saber de ellos.
—Hablaré con Kwan, buscaremos una forma de salir de aquí y encontrarla. Saber que es mi hermana quien tiene que ver en esto, me hace sentir culpable; aunque no entiendo sus razones.
—Tengo que irme, yo también buscaré la forma de sacarlos. Aguanten de aquí a allá.
—Suerte, Alma.
Salí de la habitación, y le di un golpe a la pared.
Maldición, Daisy. ¿Dónde demonios estás?
Horas después:
Me dirigí al casino donde Allan me estaba esperando.
—¿Ya hiciste lo que tenías que hacer, Alma?
—Sí, señor.
—Tengo el maletín en el auto, tráelo.
Salí del casino nuevamente a la camioneta, y una persona me pasó por el lado. Su fragancia, su dulce olor, me hizo pensar en Daisy. Al mirar, vi una mujer con un casco de motora, tenía un escorpión marcado en el, y estaba vestida de negro, su ropa estaba ajustada a su cuerpo y el trasero que tenía se veía muy bien formado, y no era delgada, digamos que tenía unas buenas curvas. Al verla caminar, me di cuenta que incluso eso, tiene el parecido a Daisy.
—Oye, tu, la chica del casco, ¿Puedes quitártelo un segundo?— le grité, y la mujer se detuvo.
Quise caminar hacia ella, cuando salió corriendo. Eso confirmó mis sospechas de que algo está ocultando.
Me fui detrás de ella corriendo, pero justo en la esquina para cruzar la calle, Rose se me cruzó en el camino, haciéndome detener de golpe. Iba a empujarla, cuando vi a la mujer subirse a una motora y arrancar.
—Alma, que placer verte de nuevo— puso sus brazos alrededor de mi cuello, y al estar tratando de memorizar la placa de la motora, sentí los labios de Rosy en los míos, lo que me hizo empujarla fuertemente al suelo.
—¿A ti quién te dio el permiso de poner tus asquerosos labios en los míos? ¡Maldita puerca!— le puse la pierna en el pecho e hice presión en el, mientras pasaba mi mano en la boca.
—Siempre con tu buen humor.
—Si tú estás aquí, es porque esa mujer es mi esposa, ¿Cierto? ¡Habla, perra o te haré hablar a la fuerza!
—No, esa mujer es la de mi amo— soltó una carcajada, que me hizo enfurecer, y le di una patada en la barriga.
—Te va a tocar hablar, quieras o no, perra sucia.