El rastro de sangre se volvía cada vez más irregular, comparados con los agentes del Gremio que peleaban arriba, los Guardias de aquel complejo laberíntico, de centurias de antigüedad, eran verdaderos baluartes de determinación y habilidades de combate. Cada uno de ellos sabía que moriría, sabían que su misión era debilitar Al Khaled lo que más pudieran, y lo estaban consiguiendo.
Adán el Inmortal ya estaba fatigado, había estudiado muy bien aquel lugar, años de preparación recabando información, cada paso era seguro, iba por el lugar correcto, pero, eran muchos, bien armados, con armas de todo tipo, muchos poseían destrezas arcanas que ni él conocía.
Adán gritó con furia, lanzando la peor maldición que conocía en el idioma pre-babilonio más antiguo que recordaba.
Como si se tratase de una súplica escuchada por Dios, el grito le rebotó, supo entonces que había llegado al final del laberinto.
Presurosamente prendió una bengala viendo sus anhelos al frente de él.
Un enorme portón al tesoro más grande en el plano terrenal.
Tiró la bengala al suelo y volvió a blandir sus cimitarras dobles en contra de la cerradura del pórtico.
Calzaron perfecto.
Las enormes puertas comenzaron a abrirse y la luz eterna de un fragmento del Espíritu Santo por poco cegó al primero de los humanos.
Desarmado entró, convencido de que una vez dentro, aquellas puertas cerradas por quién sabe cuántos años no habrían dejado pasar a ningún guardián.
Desde el techo cayeron en picada para su sorpresa los verdaderos guardianes de la cripta.
Animados por la misma Flama que iluminaba el lugar, dos gárgolas de piedra se posaron al frente de él.
-Supongo que los siervos de Dios no me dejaran pasar-.
Las gárgolas gruñeron y se arrodillaron frente a Adán.
-El primogénito de Dios- rezaron solemnemente a coro ambas criaturas;- esculpido en el barro primigenio del Edén, a su imagen y semejanza, vivido gracias al calor de su aliento divino. Eres tú, Adán, castigado por Alá del crimen de desobedecer su única ley, tú, el mismo que cayó en la desgracia de ser expulsado al Salvaje Plano Terrenal, de ver morir a su esposa, a sus hijos y los hijos de ellos, por los siglos de los siglos...-.
Al Khaled no tenía tiempo para la servidumbre y sus cantos, era momento de reclamar lo suyo y avanzó confiado por entre los colosos.
La Lanza del Destino, le serviría bien, templada con la Sangre del Nazareno.
Se acercó entonces a una fuente de greda, puesta justo al medio de la sala, tomó un viejo y sucio paño teñido de sangre que la cubría y lo introdujo dentro de la vasija.
Se limpió el rostro.
El viejo y arrugado semblante que hace poco más de dos mil años se había adueñado de su aspecto dio paso a las juveniles y perfectas facciones con las que fue hecho por su Padre el primer día que vio la luz del Sol de Platón.
Bebió grotescamente el resto de la Sangre de Cristo, tomó nuevamente su magnífica arma forjada en los calores del Infierno y prosiguió al final de la sala repleta de tesoros inimaginables.
Las semillas del Árbol de la Sabiduría, puente entre el plano Terrenal y el Paraíso, le esperaban justo bajo de la flama eterna, al interior del Vientre de Siddhartha.
La que fuera la impenetrable carne de Buda Ascendido cedió fácilmente ante la brutal fuerza de Adán rejuvenecido y la Lanza que ultimó a Cristo.
"Abel, Caín, mis queridos hijos, Talia y Azsael también, ya no siento a ninguno", susurró Adán, que ya había recuperado la destreza de sentir las almas, "solo Omega queda en pie".
Ató indolentemente a su cinto el Cuerno con que Josué derribó las murallas de Jericó y cubrió su espalda y cabeza con la piel del León de Nemea.
Pronto la luz se apagó.
Y el aullido de "Tiembla Dios Tiembla, que viene La Muerte por ti" sacudió todo la Santa Sede.
El hecho a Imagen y Semejanza de lo Perfecto, reclamaría pronto el Alto Trono de Los Cielos Celestes.