Después de que Luther se marchó, me recosté en la cama. El colchón era blando y mullido, y me dificultaba mantenerme despierta.
Con todo lo que había pasado en mi manada y ahora esto con Luther, mi cuerpo estaba agotado. El sueño me encontró mucho antes de que pudiera siquiera resistirme.
La próxima vez que abrí los ojos fue al sonido de unos golpecitos ligeros. Gemí y me incorporé en la cama. Mi mente tardó un momento en recordar dónde estaba.
La puerta de mi habitación se abrió y entró una mujer de mediana edad vestida con un uniforme de criada.
—Buenos días, Señorita Ciana —inclinó su cabeza y entró con un carrito con una variedad de alimentos diferentes—. Alfa Luther me envió con su desayuno. Pronto le traeré su ropa.
Empujó el carrito hacia mi cama donde capté el aroma de la comida. Olía a gloria y mi estómago respondió con un rugido.
—El chef ha preparado huevos Benedictinos. ¿Le parecerá bien?