Killer, aún algo agotado, fue atendido por los médicos del lugar y llevado, finalmente, a la sala principal. Su cuerpo aún dolía por los esfuerzos, los golpes y la presión que había soportado durante la prueba, pero lo que más le dolía era el impacto emocional. El haber superado a Ordoñez y Vanessa, dos jugadores mucho más experimentados, lo había dejado con una mezcla de orgullo y miedo. ¿Realmente merecía estar allí, o era solo cuestión de suerte?
Al cruzar la puerta, se encontró con un grupo de personas reunidas. Eran sus nuevos compañeros de equipo, la primera piedra en el camino hacia la gloria... o la destrucción. El equipo era tan variado como curioso. Killer los observó en silencio, notando las peculiaridades de cada uno, buscando algún indicio de debilidad, pero solo encontró desafíos y misterios por resolver.
Ana, la portera del equipo, era una chica pequeña, de estatura baja. Su cabello rubio pálido caía suavemente sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban con una ternura que contrastaba con la dureza del lugar en el que se encontraban. Su sonrisa era cálida, un contraste agradable a la tensión que se respiraba en la sala.
Suarez, la delantera, era de estatura promedio, con una presencia imponente a pesar de su aparente serenidad. Sus ojos café claro, su cabello negro, y su actitud agradable la hacían parecer una aliada confiable, aunque Killer podía detectar una chispa de competitividad bajo su calma.
Danna, otra delantera, era pequeña en estatura, con cabello negro y ojos marrones. Su actitud era de puro orgullo, aunque sin caer en la arrogancia. Había algo en su postura que denotaba confianza en sí misma, algo que Killer respetaba, aunque le resultaba un tanto irritante.
Jefferson, el centrocampista, era alto, con cabello albino y ojos rojos que parecían reflejar la intensidad de su carácter. Su actitud era carismática, siempre dispuesto a sacar una sonrisa a los demás, pero Killer sabía que en este tipo de entornos, las sonrisas no siempre eran sinceras.
Alex, el defensa, era un joven de estatura promedio, cuerpo grueso y musculoso, con cabello castaño y ojos azules. Su personalidad seria, casi estoica, parecía ser un pilar de fuerza para el equipo, pero Killer sabía que ese tipo de personas también tenía sus propios demonios.
David, otro defensa, era el más bajo del grupo. Tenía el cabello rubio y los ojos azules, y su cuerpo delgado pero definido mostraba que no era tan frágil como su estatura podría sugerir. Su actitud extrovertida y confiada daba la impresión de que todo en su vida había sido fácil.
Dairo, el último defensa, era de estatura promedio y su cabello azul claro y pálido le daban un aire relajado, casi etéreo. Sus ojos verdes brillaban con tranquilidad, y su carisma tranquilo parecía tranquilizador en medio de la tensión general.
Killer observó a cada uno de ellos, ya sintiendo que ese equipo, por más dispares que fueran sus personalidades, sería su única esperanza para sobrevivir y llegar a lo más alto. La adrenalina seguía corriendo por sus venas mientras la voz de David lo despertaba de sus pensamientos.
—Killer... Vaya, ¿quién diría que te encontraría aquí? —dijo David, acercándose con una sonrisa de complicidad.
—Hola, David —respondió Killer, sin mucho entusiasmo—. ¿Cómo están todos en el norte?
—Todos bien, no esperaba verte aquí —comentó David, sin apartar la mirada de Killer, como si tratara de medirlo.
—Supongo que yo tampoco —respondió Killer, sin cambiar su expresión.
—Vaya, si lograste avanzar —comentó Suarez, con una sonrisa amable.
—Sí, así es —respondió Killer, mirando a Suarez. Era un poco desconcertante cómo todos parecían conocerlo de alguna manera.
—Vaya, ¿quién es esa hermosura? ¿Es tu novia? —preguntó David, señalando a Suarez con una sonrisa juguetona.
Killer frunció el ceño, y Suarez se sonrojó ligeramente, pero rápidamente respondió.
—No —dijo Suarez, firme—. Somos amigos nada más.
—¡Auch! Eso dolió... —pensó David, llevándose la mano al pecho como si se hubiera llevado un golpe.
Killer, aunque no lo expresara, también sintió una punzada de incomodidad. ¿Por qué su nombre siempre terminaba asociado a situaciones incómodas?
—Entonces, me presento —dijo David, sonriendo aún—. Soy David, primo de Killer.
—Mucho gusto —respondió Suarez, mirando a David con una expresión curiosa.
—Hola, lindos y lindas —saludó Ana con una voz suave—. Espero que nos llevemos bien y logremos ser el mejor equipo.
—Eso espero —respondió Danna con su tono orgulloso—. Vamos a arrasar con todos.
—Tengo hambre —dijo Alex, sin más, como si esa fuera la preocupación más importante del momento.
—Yo también —añadió Jefferson con una sonrisa.
—Mucho gusto —saludó Dairo, con su tono tranquilo pero amigable.
Finalmente, Max entró en la sala, su presencia autoritaria llenando el espacio. La mirada de Killer se endureció, listo para escuchar lo que viniera a continuación.
—Bien, mocosos —empezó Max, sin rodeos—. Veo que se están llevando bastante bien. Ustedes fueron los sobrevivientes de las pruebas, aprobaron el examen de admisión. Excelente. Ahora, hablemos de este proyecto —continuó, su tono serio y calculador—. Este lugar está dividido en cinco distritos. En cada uno de ellos hay cinco equipos. Cada equipo perdió a dieciséis integrantes, lo que significa que, en cada distrito, se perdieron 80 personas. Y si son buenos en matemáticas, eso deja claro que 400 integrantes fueron derrotados. Una purga masiva.
El grupo se quedó en silencio, procesando la magnitud de lo que Max acababa de decir. Killer, por su parte, apenas podía creerlo. Había superado la prueba, sí, pero a costa de la vida de otros, a costa de la eliminación de muchos que aspiraban a lo mismo.
Sus mangas cambiaron de color. Los números que llevaban en los brazos se ajustaron a sus posiciones dentro del equipo, reflejando los rangos actuales. Algunos ascendieron, otros descendieron. El cambio de posiciones causó malestar en algunos, especialmente entre aquellos que habían caído de su rango anterior.
Killer observó su nueva clasificacion .Un número bajo, pero aún así, un número que lo mantenía dentro del juego. Y eso era todo lo que necesitaba.
<<Este es mi equipo... y este es mi camino.>> pensó, con determinación. El torneo apenas comenzaba.
—No se preocupen por esos números —dijo Max, su tono grave y sin piedad llenando la habitación—. Lo que importa ahora es lo que viene. Los distritos están clasificados del uno al cinco, según su rango, y ustedes están en el peor de todos. No solo están en el distrito más bajo, sino que también ocupan los últimos puestos. Ahora, la pregunta es: ¿Quieren quedarse ahí, como lo peor de lo peor, o están dispuestos a devorar a sus rivales para ascender? Ustedes están en el equipo rojo, y aquí comienza su verdadera prueba. Ah, y por cierto, la cena está lista.
Las palabras de Max cayeron sobre ellos como un cubo de agua fría, helando la atmósfera de la sala. El ambiente, hasta ese momento tenso pero de cierta camaradería, se volvió denso, cargado con la presión de lo que significaba realmente ser parte de ese grupo. La mirada de Killer recorrió a sus compañeros, notando la confusión en algunos, la incertidumbre en otros, pero también una chispa de desafío en los ojos de varios. Sabían que las palabras de Max eran un llamado a la acción, un desafío que marcaría el rumbo de su futuro en ese lugar.
Tras el breve silencio, Max hizo un gesto hacia la puerta, indicándoles que siguieran.
El grupo fue conducido por pasillos y escaleras que parecían interminables, hasta llegar a un restaurante situado en el corazón del distrito. El lugar era grande, con mesas largas cubiertas de manteles rojos. Al entrar, los miembros del equipo fueron recibidos con una ovación tímida por parte de los empleados del distrito, como si ya supieran que no estaban allí por casualidad. La sala olía a carne asada, especias, licor y postres recién hechos. El banquete era abrumador.
Los olores que flotaban en el aire hicieron que el estómago de Killer rugiera de hambre. La comida que se ofrecía era lujosa y abundante: trozos de cerdo dorados, filetes de pescado grillados, pechugas de pollo acompañadas de verduras frescas, frutas exóticas, y postres que parecían sacados de los sueños. Había incluso vino y licor, algo que para muchos de ellos resultaba completamente nuevo, un lujo que jamás habrían imaginado tener en sus vidas.
Se sentaron en una de las mesas grandes, mirando desconcertados las montañas de comida. Para muchos de ellos, esos manjares eran impensables. La comida no solo era deliciosa, sino que también representaba una oportunidad que jamás habrían creído posible en sus vidas. El banquete era una recompensa por haber sobrevivido, por haber pasado la prueba, pero también era un recordatorio de lo que los esperaba: una vida llena de sacrificios, de lucha constante por ascender en un mundo donde solo los fuertes podían sobrevivir.
Suarez fue la primera en lanzarse sobre el cerdo asado, seguida rápidamente por Jefferson, quien parecía no poder contener su apetito. La actitud de algunos reflejaba alivio, otros apenas podían ocultar la incomodidad de estar en un lugar tan lujoso después de haber venido de la pobreza y la lucha.
—Esto es... increíble —comentó Danna, sorprendida al ver tanta comida sobre la mesa. Su tono, aunque orgulloso, denotaba un atisbo de gratitud.
Ana, la portera del equipo, se veía más tranquila que el resto. Con una sonrisa tímida, comenzó a llenar su plato con pescado y ensalada.
—Nunca pensé que algo así sería posible —dijo, casi para sí misma, mientras probaba un trozo de pescado. Su tono reflejaba la maravilla de estar allí.
Killer, por su parte, observaba en silencio, tomando su tiempo para comer. Sabía que este banquete no era solo una celebración, sino un recordatorio. Un recordatorio de que ya no estaban en la misma liga que antes. Estaban más cerca de lo que siempre habían soñado, pero también más cerca de lo que jamás habrían imaginado: la oscuridad de la competencia, donde solo los más fuertes lograban sobrevivir.
La noche avanzó entre risas y conversaciones animadas. Alex, el defensa con cuerpo de roble, no perdía tiempo en tomar grandes tragos de licor, mientras que David, siempre extrovertido, hacía bromas sobre sus compañeros, lo que sacaba algunas sonrisas nerviosas. Jefferson, el centrocampista albino, comenzó a hablar de estrategias de juego, y hasta Dairo, el defensa tranquilo, se unió al debate.
A pesar de las diferencias entre ellos, esa noche se sentían, por primera vez, parte de algo más grande que ellos mismos. El equipo rojo, el peor de todos, el más bajo, pero también el único con una oportunidad real de ascender, de luchar por un lugar en la élite del torneo.
Pero en el fondo, Killer sabía que la verdadera batalla recién comenzaba. Aquella comida era solo un pequeño respiro antes de lo que les esperaba al día siguiente. Las palabras de Max resonaban en su mente: "¿Quieren quedarse ahí, como lo peor de lo peor, o están dispuestos a devorar a sus rivales?"
A medida que los platos se vaciaban y la noche avanzaba, una nueva sensación se apoderó de Killer: el hambre no solo era física, sino también emocional. No solo necesitaba comida, necesitaba poder. Necesitaba ascender.