—Muy bien, el encuentro ha terminado. Killer sigue en el juego, Vanessa y Ordoñez quedan eliminados del torneo, y expulsados de este juego de por vida —sentenció Max, su voz firme y calculada, resonando en el aire pesado del campo.
Las palabras de Max cayeron como un trueno, y la atmósfera se cargó de tensión. Killer, aún de rodillas sobre el suelo, dejó escapar un rugido de satisfacción. Su respiración era agitada, su cuerpo agotado, pero algo dentro de él ardía con una chispa de triunfo.
—¡Lo logré! ¡Logré vencerlos, logré devorarlos! —gritó, su voz llena de una furia contenida que finalmente se liberaba. El joven se arrastró hacia adelante, impulsado por una mezcla de euforia y adrenalina.
A lo lejos, Ordoñez no podía creer lo que había sucedido. La rabia hervía en sus venas y su rostro se deformaba en una mueca de desesperación.
—¡Esto es imposible! ¿¡Me estás jodiendo!? ¿Cómo es posible que ese maldito tenga más talento que yo!? ¡Me niego a aceptarlo! —vociferó, su voz quebrada por la frustración, el coraje y el profundo desprecio que sentía por la derrota.
Vanessa, por su parte, no soportó más la impotencia que sentía. Se acercó a Killer con pasos rápidos, su rostro contorsionado por el dolor y la ira, y le asestó un golpe directo al costado, el impacto resonó como un estruendo.
—¡Maldito imbécil! —gritó, sus ojos llenos de lágrimas que caían sin control—. ¡¿Cómo pudiste tocarnos?! ¡¿Cómo pudiste superar a alguien como yo?!
Killer, tendido en el suelo, no podía más que mirar hacia arriba, sus músculos quemados por el esfuerzo, su cuerpo completamente exhausto. La piel de sus piernas estaba marcada por moretones y la hinchazón era evidente. Su mente, nublada por el cansancio, apenas registraba los insultos que Vanessa le lanzaba, pero lo que sí notó fue el cambio en el tono de su voz.
Vanessa se detuvo en seco, su mirada pasó de furia a una preocupación silenciosa al ver el estado físico del joven. En un suspiro largo, como si la ira se hubiese disuelto en el aire, su semblante cambió. Dejó de gritar y se quedó quieta, observando la devastación en las piernas de Killer. En sus ojos ya no había rabia, sino una tristeza profunda.
—Madura de una vez, Killer —dijo suavemente, su voz cargada de una resignación amarga—. Fuimos derrotados. Él también entregó más de lo que podía por vencernos. Ya no hay más que hacer. Debemos retirarnos.
Ordoñez, con una última mirada furiosa hacia Killer, respiró con fuerza, como si intentara calmar la furia que aún quemaba en su pecho. Se acercó a la joven, y tras un breve silencio, sus palabras salieron entre dientes, sin dejar de ser despectivas.
—Maldito seas, Killer —murmuró, con los ojos llenos de odio—. Está bien, acepto mi derrota. Pero más te vale que ganes este torneo. Si no lo haces, juro que me volveré a encontrar contigo.
Vanessa no pudo evitar lanzar una mirada más a Killer antes de girarse. Con voz más calmada, pero no menos tensa, dijo:
—Debes continuar, Killer. Te encargo que te conviertas en uno de los mejores Guerreros. Más te vale, idiota pervertido.
Killer, que apenas podía mantenerse consciente de la situación, dejó que sus pensamientos se desvanecieran por un momento. Su mirada se nubló mientras una idea ajena recorría su mente.
<<Vaya, los pechos de una chica son tan suaves y esponjosos...>>
El pensamiento cruzó fugazmente, pero no lo expresó en voz alta. A pesar del dolor, a pesar de la dureza de lo que acababa de vivir, la imagen de Vanessa seguía ardiendo en su mente.
En ese momento, Max apareció, como si hubiese estado esperando el momento exacto para intervenir.
—Killer, dirígete a la sala principal para conocer a tu nuevo equipo —dijo con tono autoritario, pero sin perder la calma.
Killer intentó levantarse, pero al hacerlo, el dolor en sus piernas fue tan intenso que cayó nuevamente al suelo. Con la respiración entrecortada, apenas pudo levantar la cabeza para mirar a Max.
—Disculpe, pero... no siento las piernas —dijo con voz débil, su cuerpo desbordado de agotamiento y su energía completamente drenada—. No tengo fuerzas ni energía para caminar.
Max lo observó por un momento, sin alterarse, como si todo esto ya formara parte de un plan que se ejecutaba de manera predeterminada.
—Entiendo, Killer. —dijo Max, haciendo un gesto con la mano—. No te preocupes, te llevaremos. Ahora descansa, el camino hacia la sala principal no es largo, pero por lo que veo, tus piernas no te obedecen.
En una sala apartada, de paredes insonorizadas y mobiliario sobrio, el aire se cargaba con una tensión palpable. Las luces tenues, casi imperceptibles, reflejaban la seriedad de los rostros que se encontraban allí, discutiendo con fervor sobre lo sucedido en el campo de pruebas. Hana, Clark, Max y Karla estaban reunidos alrededor de una mesa de cristal, cada uno con su propia visión sobre los últimos acontecimientos.
—Sabía que esos chicos tenían potencial, pero no me esperaba que tanto como para llegar a poder usar su "singularidad" —dijo Hana, su tono un tanto sorprendido, pero con un dejo de admiración.
Karla, que había permanecido en silencio hasta ese momento, asintió lentamente, su rostro enigmático mientras procesaba lo dicho.
—Vaya, están llenos de sorpresas —comentó con una sonrisa apenas perceptible, una sonrisa que ocultaba más preguntas que respuestas.
Sin embargo, Clark, que había permanecido impasible, frunció el ceño, dejando entrever su preocupación.
—Esto no es bueno —murmuró, su voz grave y contenida, como si algo más profundo se estuviera desarrollando en su mente.
Karla lo observó, interrogante.
—¿A qué te refieres? —preguntó, cruzando los brazos con cierta impaciencia.
—Sí, es cierto que tienen el potencial para desarrollar una singularidad —admitió Hana, aún procesando las palabras de Clark—, pero eso no explica por qué el poder de esos chicos es tan impredecible. Es más, los cuerpos de algunos de ellos no parecen ser capaces de soportarlo.
Max, que había estado observando los registros en su pantalla, alzó la vista, visiblemente preocupado.
—Lo que quiero decir es que sus cuerpos no soportaron la Singularidad, y eso les provocó un daño irreversible —explicó, con un tono clínico pero cargado de preocupación—. Se destruyeron a sí mismos, incapaces de controlar el poder que intentaron desatar.
Un silencio se instaló en la sala. Karla frunció el ceño, mirando a Max, como si intentara procesar la gravedad de sus palabras.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con un tono frío, pero cortante.
Clark, visiblemente más preocupado que antes, intervino de inmediato.
—Sus cuerpos no están listos para manejar semejante poder. Es posible que la Singularidad de algunos sea tan grande que, en lugar de potenciarlos, los esté destrozando desde dentro. O tal vez su fisiología no esté adaptada aún para soportarlo —respondió, con una mirada fija en el vacío, como si visualizara lo ocurrido en el campo.
Hana, que hasta entonces había permanecido atenta, asintió, comprendiendo finalmente la magnitud del problema.
—¿Entonces la Singularidad de esos chicos es demasiado avanzada para su propio bien? —preguntó, entre curiosa y preocupada.
Clark asintió lentamente.
—Exactamente. El poder es tan vasto que incluso el más mínimo desajuste en sus cuerpos podría llevarlos a la autodestrucción. No es algo que puedan controlar fácilmente... y eso es un problema, especialmente si algunos de ellos no tienen el entrenamiento necesario.
Karla, siempre calculadora, desvió su mirada hacia Hana, su tono ahora más autoritario.
—Hana, investiga más sobre esto. Examina a fondo sus perfiles, sus reacciones, todo. Quiero respuestas —ordenó, sin dejar espacio para la duda.
Hana, con una mirada decidida, se levantó inmediatamente.
—Sí, señorita —respondió, dispuesta a sumergirse en los datos y descubrir todo lo que pudiera sobre los jóvenes.
Mientras tanto, Clark observaba en silencio, pero sus pensamientos volaban lejos de la sala. Su mente estaba envuelta en una maraña de dudas y preocupaciones. Algo no encajaba.
<<Esto es muy extraño...>> pensó, su mirada fija en el vacío. <<Nunca había visto Singularidades tan poderosas en este juego. Solo en el ejército. ¿Qué trama esa mujer? Tanto le importa ganar este torneo, que ha seleccionado a estos jóvenes con atributos perfectos, casi como si los hubiera diseñado para ser soldados... excelentes soldados, a costa de su bienestar.>>
Un estremecimiento recorrió la espalda de Clark al pensar en la magnitud del riesgo que Karla estaba dispuesta a asumir. Si había algo que sabía de ella, era que cuando quería algo, no se detenía ante nada para obtenerlo.
<<Debo tener cuidado...>> pensó, su mirada tornando una mezcla de desconfianza y cautela. <<Karla es una mujer caprichosa, y eso es peligroso. Cuando desea algo, hace lo que sea necesario para conseguirlo. A veces, es aterradora. Y si la Singularidad de estos chicos es tan fuerte como parece, las consecuencias podrían ser mucho más graves de lo que imagina...>>
A medida que estos pensamientos daban vueltas en su cabeza, Clark comprendió que el juego acababa de comenzar, y las reglas ya no eran tan claras como antes.