Una voz atravesó la puerta de la oficina, rompiendo el silencio.
—Equipo Mackenzie, entren —la voz del hombre lo exigió.
Dentro de la oficina había un hombre mayor, corpulento, completamente calvo con la cabeza brillando bajo las luces fluorescentes, y manchas de sudor en su camisa. Era obvio que no era uno de los Élites, incluso sin considerar su edad, solo por la mirada condescendiente que les daba al grupo.
—He escuchado que han hecho maravillas para las clasificaciones de productividad del departamento de Seguridad Pública. Excelente trabajo. Sin embargo, debemos revisar su equipo para buscar contrabando, para asegurarnos de que no haya artículos prohibidos o sacrílegos regresando al público —anunció con arrogancia.