—No, César, no es eso —Adeline extendió sus brazos y lo atrajo hacia un fuerte abrazo. Ella sepultó su cara en el cuello de él—. No querría estar con nadie más que contigo.
César estaba aún más perdido ahora. —Entonces... ¿por qué? No logro entender por qué estás llorando. ¿Dije algo que no te gustó? Si es así, entonces
—¡No, estoy tan feliz! —Adeline estalló en carcajadas y echó la cabeza hacia atrás—. No lo entiendes, César. Simplemente no creía que alguna vez querrías
—¿Casarte conmigo? —él interrumpió, su ceño fruncido—. ¿Realmente pensaste que te tendría sin hacerlo?
Adeline hizo una pausa, mordiéndose el labio inferior. —Bueno... sí. Y también la regué, así que no me atreví a pensar que tú querrías. Por eso me sentí bastante... —Jugaba con sus dedos índices—. ...abrumada.
—Eres una tonta princesa —César se encontraba riendo a carcajadas divertido.
—Adeline —Él tomó su mandíbula, acercando su rostro—. Si no te hago mi linda esposa, ¿quién más lo haría?