—¡Ahí estás! —exclamó alguien desde atrás, llamando la atención de Isaac y no era otra que Oma, su madre—. Te he estado buscando por todas partes, hijo. Por un momento, temí que te hubieras ido sin decir una palabra como la última vez.
Un destello de culpa cruzó la expresión de Isaac mientras la veía subir el último tramo empinado de escaleras que desembocaban en el ático. Estaba completamente oscuro, pero los Fae tienen una vista perfecta, sin embargo, su madre encendió la luz de hada cuando entró, de pie en medio del espacio abarrotado con los brazos en jarras.
—Menos mal que limpio el ático con regularidad, de lo contrario habrías tosido tus pulmones por el polvo, ¿no te parece? —Oma declaró dulcemente, pero su mirada acusadora se clavó en la suya e Isaac sabía por qué.