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66.66% Los viajes de Alaric / Chapter 18: La Revelación

Capítulo 18: La Revelación

Al día siguiente, Alaric despertó de golpe, con la respiración agitada. Un dolor punzante le atravesaba la cabeza, como si hubiese estado bebiendo durante días. Miró a su alrededor; su tripulación aún dormía profundamente, desparramada por la habitación. Las imágenes de la noche anterior eran difusas, fragmentos de risas y conversaciones que no lograba recomponer.

—¿Qué... qué demonios pasó? —murmuró, frotándose las sienes.

—Capitán, no recuerdo nada... —dijo Marius, que se incorporaba lentamente en una esquina de la habitación—. Solo sé que bebimos algo fuerte y luego... todo se fue a negro.

Antes de que Alaric pudiera responder, la puerta de la habitación se abrió de golpe. Un soldado de los Atalcoa, imponente y serio, entró y los miró fijamente.

—Venir —ordenó, señalando la puerta con un gesto de la cabeza.

Alaric, todavía aturdido, se levantó tambaleándose. Marius, Harl y el resto de la tripulación hicieron lo mismo, todos con la misma expresión de confusión y malestar. Se miraron entre sí, tratando de recordar algo más concreto, pero fue en vano. Salieron de la habitación siguiendo al soldado, caminando por los largos pasillos de piedra, adornados con intrincados frescos y relieves que contaban la historia de los Atalcoa.

Cuando llegaron al salón principal, Mytravael ya estaba allí, sentado en su trono, esperando con su habitual aire de autoridad. Alaric, aún frotándose la cabeza, se acercó con paso firme, pero con una visible incomodidad.

—¿Qué nos dieron anoche? —preguntó sin rodeos, su voz un poco más grave de lo habitual.

Mytravael esbozó una ligera sonrisa y se inclinó hacia adelante.

—Un poco de marihuana hervida en agua —respondió con total tranquilidad.

—¡¿Nos drogaron?! —exclamó Alaric, incrédulo, mientras el resto de su tripulación intercambiaba miradas sorprendidas.

—Sí, en parte —admitió Mytravael, sin perder la calma—. Los embriagamos para que hablaran sin mentiras. No confiábamos en ustedes al principio, forasteros de tierras lejanas, y teníamos que asegurarnos de sus intenciones.

Alaric dejó escapar una carcajada seca, incrédulo.

—Así que toda esa ceremonia era una trampa... —murmuró, cruzando los brazos—. No nos esperábamos eso.

—Pero la confianza se la han ganado —continuó Mytravael, ignorando el tono molesto de Alaric—. Vimos que hablaban con el corazón abierto, sin engaños. Su propósito aquí es noble, y por ello, hoy no seréis tratados como extraños. Sois nuestros invitados.

Alaric se relajó un poco, aunque todavía estaba desconcertado por la estrategia del líder. Dio un paso al frente y extendió su mano hacia Mytravael.

—Bueno, debo admitir que es un método... efectivo, aunque poco convencional —dijo con una sonrisa torcida—. Pero si con eso hemos logrado su confianza, no tengo más que agradecer.

Mytravael tomó su mano y la estrechó firmemente.

—A veces, la confianza debe ganarse con pruebas difíciles —respondió el líder, con una mirada serena—. Ahora podemos hablar con claridad sobre vuestros objetivos y cómo nuestros pueblos pueden ayudarse mutuamente.

—Ese es el espíritu —dijo Alaric, inclinando la cabeza en señal de respeto.

La conversación entre ambos se prolongó durante horas. Alaric y Mytravael discutieron sobre la exploración del nuevo continente, los recursos que los Atalcoa podían ofrecer y las posibles alianzas que beneficiarían tanto a los exploradores como a los nativos. Alaric compartió las dificultades que enfrentaban en sus tierras, las necesidades de su reino, y Mytravael le ofreció ideas para navegar por los peligros del nuevo mundo.

—Nuestro pueblo ha vivido aquí por generaciones, entre selvas y montañas. Sabemos qué tierras son fértiles, qué aguas son seguras, y qué caminos conducen a la perdición. Podemos guiaros, pero necesitaremos algo a cambio —dijo Mytravael, mirando fijamente a Alaric.

—Lo que podamos ofrecer, lo haremos —respondió Alaric, convencido.

—Nuestra gente necesita conocimiento. Sabemos mucho de nuestra tierra, pero nada de las estrellas más allá de nuestra costa. Nos encantaría aprender de vuestros mapas, de vuestros mares y cielos.

—Tendrás acceso a todos nuestros mapas y cartas de navegación —aseguró Alaric—. Y nuestros cartógrafos estarán encantados de compartir su conocimiento. Lo que más queremos es colaborar y explorar juntos este vasto mundo.

Mytravael asintió, satisfecho con la respuesta.

—Entonces, Sir Alaric, parece que tenemos un acuerdo —dijo, estrechándole la mano de nuevo.

—Así parece, amigo —respondió Alaric, ya con un tono más relajado y amistoso.

Cuando el día llegaba a su fin, Alaric y Mytravael se despidieron, con la promesa de nuevas reuniones y una alianza naciente entre sus pueblos. La tripulación de Alaric, aunque aún adormecida por los efectos de la bebida, comenzó a prepararse para lo que sería el próximo capítulo de su expedición.

—Bueno, capitán —dijo Marius, con una sonrisa mientras se desperezaba—, parece que hemos hecho amigos en este lugar, aunque nos costó un poco de... marihuana.

Alaric soltó una carcajada.

—Quién lo diría. El nuevo mundo está lleno de sorpresas, algunas más agradables que otras.


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