Riuz: "Eso es lo que tengo que hacer." —Dije con cierta culpa. No era fácil decirle a la persona que recientemente se había convertido en mi amante que debía buscar a otras mujeres.
Clara: "Hazlo." —Respondió sin voltearse para mirarme—. "No me importa lo que tengas que hacer, mientras recupere a mi niña."
Riuz: "Trataré de hacerlo lo más rápido posible... Creo que Harriet y Roselia son las mejores candidatas. Parecen agradables y las conozco más que a otras chicas. No quiero traer aquí a cualquiera... por lo menos, no ahora. También son más familiares, y probablemente será más fácil que acepten." —Dije pensativo. Con lo que había pasado, tenía muchas consideraciones sobre cómo usar este lugar.
Clara: "¡Ya te lo dije! Haz lo que sea necesario, no me importa quién o cómo." —Me gritó, aún molesta. Su corazón dolía cada vez que veía a su hija translúcida.
Riuz: "Yo... puede que necesite tu ayuda con Harriet. La conoces mejor que yo. Tiene que aceptar venir aquí para que todo sea más fluido. Si las traemos por la fuerza, no sé cuánto tiempo tardarán en adaptarse." —Expliqué.
Clara: "Está bien... pero solo vete. Quiero pasar tiempo con mi hija." —Dijo lastimosamente, aún resentida conmigo, mostrando más malicia y agresividad de lo que había visto en todo el tiempo que la conocía.
Riuz: "Está bien. Intentaré hacerlo lo más rápido posible. No te preocupes por la comida, bebida o cualquier necesidad. Este espacio puede saciar cualqueira de ellas, aunque si lo quieres, solo necesitas pensarlo con mucha fuerza." —Pronuncié antes de desaparecer de ese espacio, dejando solas al par de madre e hija ovejas.
...
Era de noche. Roselia estaba a punto de terminar su turno. De hecho, ya estaba guardando sus cosas, apagando las lamparas que apenas iluminaban el lugar y bajando las persianas de la tienda. Había sido un día agotador: mover mercancías, recibir nuevos encargos y soportar las miradas de los clientes sobre su deformado rostro. Sin embargo, no podía quejarse. Este era el único lugar que le había permitido trabajar de manera digna y sin desprecios abiertos o juicios sobre su apariencia.
Roselia había sido una chita hermosa, incluso codiciada, en sus mejores tiempos. Pero aquel accidente había arruinado su vida. Miró hacia una de las estanterías, donde había un pequeño espejo olvidado, uno de los trabajos que nunca vinieron a recoger. Al reflejarse, vio lo que quedaba de sí misma. Desde la parte superior izquierda de su cabeza hasta debajo de su escote, yacía la marca de una quemadura severa.
No menos de el 40% de su rostro estaba cubierto por aquella cicatriz, consumiendo uno de sus ojos, la mitad de su boca, nariz y toda su oreja izquierda. Pasó la mano sobre su piel quemada, sin pelo y arrugada, aceptando nuevamente que aquella pesadilla era real. Ya no era la bella gueparda que solía ser; ahora solo veía un monstruo del que todos se alejaban. Incluso cubriéndose con prendas, solo ganaba algo de tiempo antes de que la gente descubriera la verdad y pasara del interés por su belleza visible al desprecio, el miedo o una compasión excesiva que solo la hacía sentir peor.
Suspiró, conteniendo las lágrimas. Ya había llorado demasiado por esto y debía seguir adelante. Al menos, había encontrado un trabajo decente con un jefe que no la juzgaba más de la cuenta. Aunque notaba algunas miradas, eran discretas, lo suficiente para que pudiera tolerarlas. Estaba lista para tomar sus cosas y salir, pero primero pasó por la parte trasera para despedirse de su jefe.
Riuz: "Roselia, ¿puedes quedarte unos minutos?" —Dije desde la cocina.
Roselia se congeló en su lugar. Una sensación de déjà vu, cargada de malos recuerdos, recorrió su cuerpo. Aun así, yo era su jefe, y ella esperó en silencio. Entonces me vio entrar, trayendo una pequeña mesa redonda, apenas suficiente para dos personas. Quiso decir algo, pero se quedó callada al verme volver a la cocina por un par de sillas.
Estaba confundida, pero aceptó mi gesto de ofrecerle un asiento. Fui una última vez a la cocina y regresé con un par de copas y una botella, que a sus ojos parecía vino.
Riuz: "Roselia, necesito hablar contigo sobre algo." —Dije mientras dejaba las copas y la botella sobre la mesa.
Roselia: "¿Vas a despedirme?" —Preguntó tensa, con lágrimas queriendo brotar. Ya había vivido esto demasiadas veces. Cuando su jefe pedía hablar con ese tono solemne, invariablemente significaba que estaba a punto de perder su trabajo. Estaba tan concentrada en esta idea que ni siquiera le importó los detalles de la botella ni la mesa.
Riuz: "¡¿Qué?! No, claro que no. Eres una buena empleada, ¿por qué habría de despedirte?" —Respondí, tratando de sonar compasivo y amable, mientras comenzaba a servir las copas—. "No, esto es sobre otro tema... delicado. No sé si sea adecuado o si te sentirás incómoda u ofendida, pero... tiene que ver con tu cicatriz."
Roselia: "Lo sabía." —Dijo mientras apretaba su vestido con las garras, tratando de contener las lágrimas—. "Me iré. No hace falta que diga más. Fue un gusto poder trabajar aquí." —Pronunció con dificultad, esforzándose por reprimir la amargura que se mezclaba con su voz. Su aspecto, como siempre, le arrebataba cualquier cosa buena. Se levantó de golpe, sosteniendo su bolso con una fuerza innecesaria.
Riuz: "¡Ya cállate y siéntate!" —Le grité mientras golpeaba la mesa, sobresaltándola. Roselia, más por el susto que por obedecerme, cayó pesadamente sobre la silla. "Te dije que no voy a despedirte. Es otra cosa." —Agregué, mientras le ofrecía una de las copas.
Roselia: "¿Vas a cambiarme a un lugar donde nadie me vea?" —Preguntó con una voz temblorosa mientras tomaba la copa con manos inseguras. Era lo que esperaba. Eso también le había pasado antes, como preludio de un eventual despido. Pero no quería eso. Aunque fuese difícil de creer, a pesar de las miradas juzgonas, Roselia quería seguir atendiendo clientes. Necesitaba ese contacto con otros. Sin el trabajo, no tendría forma de interactuar con las personas; nadie se acercaba a ella por iniciativa propia.
Riuz: "No, no tengo otro lugar donde ponerte, aunque podría encontrar algo si quisieras."
Roselia: "¡No!" —Reaccionó abruptamente, casi gritando.
Riuz: "Está bien, lo que quiero hablar... si no te importa, es sobre tu cicatriz. Por lo que veo, te afecta mucho." —Dije, bebiendo un sorbo de mi copa e instándola a hacer lo mismo.
Roselia: "... Cambió mi vida por completo." —Respondió con un tono apagado. No le gustaba hablar de lo que le recordaba lo que ya no era, pero lo haría si eso significaba conservar su trabajo.
Riuz: "¿Y qué darías por curarla?"
Roselia me miró en silencio, cuestionando internamente si podía ser tan cruel como para preguntar algo así. Aun con lo atacada que se sentía, no dijo nada. Solo quería que aquella conversación hiriente terminara, para poder seguir adelante con su vida, tan precaria como era.
Riuz: "Tal vez debería empezar de otra forma..." —Dije pensativo. Esto era complicado. Con Clara había sido diferente; no me sentía tan limitado. Ahora, por alguna razón, mi poder puro estaba en pleno auge y me resultaba difícil mentir. Cada palabra debía ser honesta o casi. Podría haber esperado a que este estado de saturación disminuyera, pero Clara había sido clara: debía hacerlo rápido—. "Verás... necesito una mujer con quien follar."
Las palabras salieron de mi boca antes de poder pensarlas mejor, y tan pronto como lo hice, me di cuenta del error.
Pude ver cómo Roselia se tensaba al escucharme. Se tomó un momento para procesar mis palabras, antes de mirarme con una incredulidad que parecía quemar mientras yo intentaba desesperadamente pensar en cómo arreglar la situación.
Roselia: "¿Qué no está esa oveja... con la que... tienes una hija?" —Preguntó, cada vez más rígida.
Riuz: "Clara, sí. Bueno... ahora ella no está." —Respondí, evitando entrar en detalles sobre dónde se encontraba. Mi mundo interior debía permanecer como un secreto bien guardado—. "Yo hablaba de otras mujeres además de ella porque..." —Titubeé, sin saber cómo continuar. La sinceridad pura que dominaba mis palabras complicaba todo aún más.
La mano de Roselia temblaba cada vez más mientras miraba la copa a medio tomar. Tenía una idea de lo que yo quería con todo esto; quizá no la verdad completa, pero para ella era bastante clara. En su interior se mezclaban sentimientos contradictorios: una tenue satisfacción por sentirse deseada de nuevo, pero al mismo tiempo un profundo asco.
Por cómo había ido la conversación, su mente la había llevado a un lugar oscuro. Estaba convencida de que yo la estaba amenazando con su trabajo, insinuándole algo horrible. En su imaginación, mis palabras parecían decirle: "O me sirves de otras maneras o pierdes tu empleo. Nadie más te aceptará con esa cicatriz, eres un despojo. Así que abre las piernas."
Riuz: "¿Roselia?" —pregunté, preocupado al ver cómo su mano temblorosa hacía que pequeñas gotas de la copa salieran disparadas.
Ella levantó la mirada hacia mí, llena de resentimiento, aunque ese sentimiento no era solo hacia mí. También se odiaba a sí misma por dudar. Jamás había permitido que nadie la obligara a sacrificar su cuerpo. Era una mujer decente... o al menos lo había sido. Pero tras tanto tiempo viviendo como alguien marcada, empezaba a flaquear. La idea de perder este trabajo la aterraba. Pensó, por un momento, en rendirse y dejar que hiciera lo que quisiera con ella, solo para no volver a estar en la misma miseria de antes.
Sin embargo, rápidamente desechó esos pensamientos. No importaba cuánto hubiera cambiado, no permitiría que le arrebataran lo último que le quedaba: su dignidad. 'Puede que sea un despojo', pensó, 'pero no seré el juguete de nadie'. Aunque no comprendía qué encontraba atractivo en ella, razonó que yo pensaba que su aspecto la hacía un blanco fácil, alguien que podría aceptar sin mucho esfuerzo.
Estaba convencida de que yo solo quería usarla como un escape sexual ahora que mi esposa no estaba, y que esa situación se repetiría en el futuro. Pero no lo permitiría. Si eso significaba dejar este trabajo, lo haría, aunque la desdicha de perder lo poco que había conseguido la abrumara. Sentía que el destino, cruel como siempre, había decidido arruinarlo todo justo cuando su vida comenzaba a mejorar, como lo hacía siempre.
Riuz: "Roselia, ¿estás bien?" —pregunté, preocupado, acercando mi mano hacia ella con cautela.
Roselia: "Renuncio." —Respondió abruptamente, poniéndose de pie de golpe. Lágrimas rodaban por sus mejillas, pero trataba de aparentar firmeza.
Riuz: "¿Qué?" —Me levanté también, intentando acercarme.
Roselia: "¡Atrás!" —Gritó, adoptando una postura defensiva que no lograba ocultar sus piernas temblorosas. Sabía que estaba al borde del colapso, pero aun así trataba de mostrarse fuerte—. "Tengo más dientes y garras que tú. A menos que quieras salir perdiendo, no te acerques. Simplemente me iré... y no volveremos a vernos." —Sus palabras eran firmes, pero su voz quebrada revelaba cuánto le costaba mantenerse en pie.
La situación estaba descontrolándose, y no podía dejar que terminara así. Sin pensar demasiado, actué. Ignoré sus palabras y me acerqué rápidamente, colocando mi mano con firmeza sobre el centro de su cicatriz.
Roselia ya no podía contener el llanto. Estaba destrozada, una maraña de miedo, desesperación y confusión. En su mente, no veía otra opción que defenderse. Si su jefe intentaba obligarla, usaría sus garras para luchar. Aun en su estado, no se permitiría caer tan bajo. 'No soy una puta... todavía', pensaba con rabia y tristeza.
Estaba a punto de reaccionar cuando algo inesperado sucedió. Una tenue luz celeste se reflejó en su ojo dañado, acompañada por una extraña sensación fresca que recorrió su rostro y el área quemada.
No entendía qué era aquello, solo que era indescriptiblemente cómodo. Miró hacia mí, notando que la luz parecía emanar de mi mano. Mi expresión estaba concentrada, y los iris de mis ojos brillaban con un color celeste intenso, como el de la luz. Roselia quedó congelada, sorprendida por la sensación que invadía su piel. Aunque mantenía sus garras listas por si eran necesarias, pero el alivio momentáneo la hizo dudar.
Después de un tiempo, sentí que mi energía se agotaba. Retiré la mano y jadeé, inclinándome para recuperar el aliento. Roselia me observó, inmóvil y en silencio, con una mezcla de desconcierto y confusión en su mirada.
Riuz: "Mira el espejo," —murmuré con esfuerzo, señalándolo con un brazo tembloroso.
Su piel... algo había cambiado. Aunque su rostro seguía sin pelo, como antes, notó que la textura en varias áreas había mejorado. Donde antes había cicatrices ásperas y quemaduras severas, ahora había piel lisa y rosada, como si fuera nueva. No toda la zona quemada había desaparecido, pero una buena parte había cambiado visiblemente.
Roselia, casi por instinto, giró la cabeza hacia donde señalé. Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio su reflejo. Sin poder contenerse, corrió hacia el espejo, chocando con el mostrador en su prisa por acercarse más. Ignorando el golpe, se inclinó sobre él, escudriñando con incredulidad su rostro.
Su cabeza, su piel... algo había cambiado. Aunque parte de su rostro seguía sin pelo, como antes, notó que la textura en varias áreas había mejorado. Donde antes había cicatrices ásperas y quemaduras severas, ahora había piel lisa y rosada, como si fuera nueva. Como cree que se vería si se afeitara el pelo de otras partes de su cuerpo. No toda la zona quemada había desaparecido, pero una buena parte había cambiado visiblemente.
El impacto emocional fue abrumador. Volteó hacia mí, buscando respuestas, con los ojos llenos de lágrimas y una mezcla de temor y esperanza de que esto sea un sueño.
Riuz: "Yo... puedo curarte," —dije entre jadeos, enderezándome con esfuerzo—. "Aunque podría tomar una o dos sesiones más, y tendrás que esperar a que el pelo crezca con el tiempo." —Sentí mis poderes recuperándose lentamente, pero calculé que necesitaría un día de descanso para poder trabajar nuevamente en su cicatriz.
Roselia temblaba, mirando al vacío mientras las lágrimas seguían fluyendo. Parecía atrapada en sus pensamientos, y su silencio comenzó a inquietarme. Estuve a punto de acercarme cuando se movió de repente.
Apoyó ambas manos sobre el mostrador para sostenerse, dándome la espalda. Luego, con un movimiento inesperado, deslizó su ropa interior hasta el suelo, levantó su vestido y se inclinó sobre el mostrador, exponiéndose completamente.
Roselia: "Hazlo..." —susurró, su voz quebrada por el llanto.
Riuz: "¿Qué? Roselia, yo..." —intenté explicar, sorprendido.
Roselia: "Tómame, por favor," —dijo entre sollozos—. "No sé qué hiciste ni cómo, pero si puedes curar mis cicatrices... no me importa ser tu amante, satisfacerte cuando tu mujer no esté. No importa si ella me desprecia, o si el mundo entero lo hace. Solo... ayúdame. No puedo vivir más así. Quiero volver a ser bonita. No quiero seguir siendo un monstruo. ¡Por favor!"
Se estremeció al sentir mis manos en sus caderas, su cuerpo temblando bajo mi toque y esperaba a que actuara. Continuó llorando, pero no intentó moverse. Antes, habría considerado esto lo más humillante y degradante, algo peor que la muerte misma. Pero ahora era diferente y lo unico que necesitaba hacer era abrir las piernas y dejarme usarla. Esta era su única esperanza, y estaba dispuesta a aferrarse a ella a cualquier costo.
Ahora el miedo era otro, temía no ser lo suficientemente atractiva, temía que la rechazara y entonces perdiera esta oportunidad única. Con ese pensamiento, arqueó más sus caderas, mostrandome mas el coño tratando de hacer que mi interés creciera.
Roselia: "Si me curas, seré hermosa. Más hermosa que tu mujer, más hermosa que cualquiera," —dijo, su voz temblorosa mientras intentaba seducirme.
Riuz: "Roselia..." —la callé poniendo mi mano sobre su espalda, acariciándola.
Roselia: "¿Sí?" —preguntó, con miedo evidente a una negativa.
Riuz: "Te dije que esto es lo que quería, y es verdad." —Hice una pausa, sintiendo la intensidad del momento antes de continuar—. "Pero lo que quiero, además de tu cuerpo, es tu lealtad."
Roselia: "No importa lo que hagas," —dijo con voz quebrada—, "seré tu amante de por vida, lo prometo. Solo..."
Riuz: "Está bien."
El sonido de mi cinturón desabrochándose resonó en el silencio. Al escucharlo, Roselia dejó escapar un sollozo de alivio. Su cuerpo temblaba, pero esta vez, no por desesperación, sino por una esperanza renovada.
Esto se sentía diferente a cualquier experiencia previa. Con Clara, todo era dulzura, una conexión llena de ternura que me envolvía por completo. Pero con Roselia… era algo distinto. Había algo depredador en su naturaleza, y no podía evitar sentir la tensión en el aire y ganas instintivas de ser mas rudo. No sabía exactamente cómo actuar, y mi indecisión era evidente.
Ella, por su parte, notó mis dudas. Yo no hacía más que presionarla contra el mostrador y frotar su entrada con mi pene, causando que su cuerpo se pusiera mas rígido y tembloroso. La desesperación en sus ojos comenzaba a transformarse en un miedo más profundo.
Roselia: "¿Qué pasa?" —preguntó, con voz entrecortada.
Riuz: "No estás mojada… no estás lista" —respondí, sabiendo que el estado mental en el que estaba no ayudaba con su excitación.
Roselia: No importa... Solo hazlo —su voz era temblorosa, pero firme. Había una resolución desesperada en sus palabras, como si estuviera aferrándose a lo único que creía necesario para seguir adelante.
Riuz: Pero... en seco... —Intenté razonar, consciente del probable dolor que habría si continuábamos así.
Ella apretó los puños con fuerza, sus garras casi perforando sus propias palmas. Luego giró la cabeza hacia mí, con los ojos llenos de una mezcla de determinación y miedo.
Roselia: Puedo soportarlo. Algo así no es nada comparado con lo que ya he sufrido. —Su voz se quebró, pero aun así me sostuvo la mirada—. Por favor, hazlo… necesito que lo hagas. —Su ruego fue casi un susurro, cargado de una necesidad más emocional que física. Para ella, esto no era solo sexo, sino una forma de pagar lo que creía que debía para recuperar lo perdido, de asegurar que no era solo un sueño que se desvanecería.
Sentí un nudo formarse en mi pecho. Quería detenerme, decirle que no tenía que hacer esto, pero algo en su expresión me convenció de que rechazarla ahora podría hacerle más daño. Sus palabras no eran una simple invitación; eran un grito de auxilio disfrazado.
Riuz: Está bien... —cedí finalmente, aunque mi mente aún debatía si era lo correcto—. No tengo experiencia con alguien de tu especie. ¿Hay algo que deba saber? —Pronuncié tono era calmado
Roselia bajó la mirada por un momento antes de responder con un tono frío y contenido.
Roselia: Solo hazlo como lo harían los humanos. No te preocupes por mí.
Riuz: Soy de los que se adaptan, Roselia. Quisiera hacerlo... entender… —insistí.
Ella permaneció en silencio por unos segundos, sus orejas bajaron ligeramente y su respiración se volvió más rápida. Finalmente, murmuró con un susurro apenas audible:
Roselia: Puedes... puedes morderme el cuello... para afianzarte sobre mi.
Asentí con calma, aunque aún no estaba seguro de si podía cumplir con sus expectativas. Me parecía adecuado conocer algunas de las costumbres de apareamiento de mis parejas, para hacerlo mas agradable para ellas... y no parecer estúpido equivocándome con algo. Quizás podría aprender alguna de estas cosas para cuando vuelva con mi familia en mi mundo original.