—¿Qué juego estás tramando? —Roberto me miró con sus ojos amarillos. Era el lobo avaro y astuto en su cuerpo.
—Quiero proponer un plan que todos podamos aceptar —traté de suavizar mi voz—. Roberto, ¿no quieres marcarme? Estoy en tus manos ahora. No puedo hacer nada. Entonces, ¿qué tienes que temer?
Vi que estaba dudando. Continuó:
—Eres tan fuerte y cada loba quiere ser tu compañera. Es un honor para mí poder obtener tu favor. Es todo porque antes no supe apreciar los favores. Has usado una velocidad tan rápida para someterme justo ahora. Ahora lo he pensado bien. No tenemos por qué luchar a muerte por detalles tan pequeños, ¿verdad?
—Está bien, te escucharé —Roberto sonrió pervertidamente y usó su parte inferior del cuerpo para incitarme—. Cariño, ¿qué posición te gusta? Dime. Te haré sentir lo grande y caliente que soy.