Miranda
Al principio, me molestó que Axel negara que aún me amaba, e intuí que lo dijo por la distancia y el hecho de no hacernos más daño con un amor que seguía teniendo obstáculos. También consideré que salía con otra mujer, pero el que no me lo dijese me hizo dudar al respecto.
A fin de cuentas, supuse que el pobre la estaba pasando peor que yo en cuanto a lo emocional, pues no es fácil decirle a alguien a quien amas que dejaste de amarle.
Lo mejor que pude hacer fue darle tiempo al tiempo y centrarme en el crecimiento de mi academia, donde la cantidad de alumnos crecía de manera abrumadora. Además, había recibido la excelente noticia de que se podía retirar el cargo de maltrato infantil en mi contra, lo cual me permitía pensar en otros proyectos artísticos haciendo uso de mi nombre.
Entonces, centraré mis esfuerzos en la calidad de nuestras clases en la academia y contraté a dos colegas más para que me ayuden. Noviembre y diciembre fueron meses con una influencia increíble de estudiantes. Debido a ello, generé los ingresos necesarios para comprarme un vehículo, aunque preferí cancelar la deuda que tenía con mi tía Alma.
Además, hicimos una selección de talentos para presentarlos en una exhibición, específicamente a las mejores obras que resultasen de las primeras pruebas finales, donde destacaron varios jovencitos y un señor que me hizo recordar a papá.
El pequeño evento se llevó a cabo en la academia un 20 de diciembre, en el que, además de exhibir cinco pinturas y dos esculturas, aprovechamos para celebrar una fiesta de fin de año, ya que el resto de los días no los tomaríamos de descanso. . Mamá y mi tía Alma estaban muy orgullosas con lo que había logrado, y yo emocionada porque ese mismo día me llegó un correo electrónico en el que me notificaban el retiro de los cargos de abuso infantil en mi contra; ya no tenía antecedentes penales.
La celebración fue por partida doble, y más con el transcurso de los días, cuando empecé a trabajar en una escultura que me llevó un mes realizar.
Para ello, le pedí a mamá que modelase para mí, quien seguía presumiendo una jovialidad y belleza envidiables. Aunque no le gustó del todo que fuese un desnudo de cuerpo entero, tomando su imagen como fuente de inspiración.
Los detalles de su cabello y su mirada hacían que parecieran una persona viva finciendo estar quieta. Su desnudez era despampanante, y más con la forma en que yacía recostada sobre unas sábanas que me costó modelar.
A finales de enero, cuando terminé de dar los últimos detalles a la escultura, misma que bauticé como Eterna juventud , tomé un par de fotografías y las pasé a mi laptop. Ahí, entré a mi correo electrónico y envié una propuesta a todos los museos importantes del país, incluido el de Nueva París, con el que ofrecí la obra para exposiciones públicas haciendo uso de mi nombre.
No pasaron muchos días cuando empecé a recibir propuestas de museos de todo el país, mismas que reconocieron mi nombre de viejas exposiciones que hice junto a Axel. Sin embargo, la que más llamó mi atención, por su cercanía, fue la del Museo de Arte Contemporáneo de Nueva París, quienes propusieron exponer la obra por un mes.
Me pareció una excelente propuesta para empezar a consolidar una vez más mi nombre. Incluso, cuando respondí diciendo que estaba de acuerdo, se ofrecieron a trasladar la escultura al museo. Esta era grande y pesada, por lo que hicieron falta seis hombres para subirla a una furgoneta con mucho cuidado y esfuerzo.
Días después, la jefa de Relaciones Públicas, Helen Pacheco, se comunicó conmigo a través de una llamada telefónica para decir que la obra había captado la atención de los visitantes. Esto la llevó a proponerme una entrevista para publicarla en la gaceta semanal del museo, lo cual aceptó en pro de mi reconocimiento.
Me encontré con Helen Pacheco en un modesto restaurante italiano. Era una mujer joven y en cierto modo tierna. De tez blanca y ruborizada, y una larga cabellera negra sujetada con una coleta. Ella me saludó estrechando mi mano y manifestó su admiración con bellas palabras, alegando que mi obra era de las mejores que había visto de un artista moderno.
—Bueno, Miranda, antes de proceder con la entrevista, ¿te parece si pides algo de beber? —preguntó.
—Sí, la verdad sí… Me apetece un vino tinto —respondí.
—¡A mí también! —dijo emocionada—, ya empezamos bien al compartir buenos gustos.
Esbocé una sonrisa y le hice señales a un camarero para ordenar una botella de vino tinto, misma que colocó en la mesa en cuestión de minutos, junto a dos copas relucientes de cristal que procedió a llenar con la bebida.
—Gracias —dijimos Helen y yo, casi al unísono.
—Y bien, Miranda —dijo después de dar un sorbo a su copa de vino y preparando luego su grabadora—, ¿cómo te iniciaste en el mundo del arte?
Respire profundo antes de responder y luego di un sorbo a mi bebida; Estaba deliciosa.
—Antes de saber que me apasionaba el arte, siempre sentí afición por la idea de dar forma a las cosas, y más cuando mi padre me enseñó a tallar madera… Entonces, al terminar la secundaria, y ya tenía bastante conocimiento sobre la escultura gracias a mis investigaciones, opté por estudiar Artes Plásticas. En dicha formación, se me otorgó una beca por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes.
— ¿Dirías que tu formación académica influyó en el desarrollo de tu talento?
—Puede que sí, aunque ya desde pequeña, demostraba que tenía mucha creatividad y talento.
— Eterna juventud es una obra que deja mucho que pensar, más allá de los asombrosos detalles que se muestran en la belleza de la desnudez de esa mujer y las sábanas donde se recuesta… ¿En qué te inspiraste para realizar tan majestuosa escultura?
—Quise seguir la corriente de la Grecia antigua, pero también me centré en la belleza y jovialidad de mi madre.
La entrevista transcurrió con preguntas referentes al arte en medio de copas de vino y una conexión agradable con Helen, quien al sentirse satisfecha con el encuentro, se despidió de mí más contenta de lo normal. A mí también se me subió un poco el alcohol a la cabeza, razón por la cual opté por regresar a casa y tomar una ducha.
Cuando llegué a casa, lo menos que hice fue ducharme, pues tomé mi celular para llamar a Axel bajo las influencias del alcohol. Incluso yo fui a la playa para sentirme a gusto y relajarme. Mi corazón latía con rapidez a causa de los nervios que me causaba la idea de hacer esa llamada.
—Hola, Miranda… Disculpa, no es un buen momento, llámame después —dijo Axel al atender mi llamada.
—El momento es ahora, Axel… Y no quiero escuchar de nuevo que no me amas —repliqué.
—Miranda, ¿estás bien? —preguntó confundido.
—Mejor que nunca —respondí —, así que dímelo, Axel, diez centavos que me sigues amando, por favor.
Hubo un breve silencio por la manera en que lo presioné. Pero tuve que hacerlo porque no estaba dispuesta a aceptar otra respuesta negativa.
—Miranda —musitó—. Tú bien sabes la respuesta, pero ya no puedo corresponderte. Por mucho que te siga amando, no debo dejar que esos sentimientos… ¡Carajo! No, espera… No es lo que crees.
Ahí entendí la razón por la cual decía que no era un buen momento, y me sentí culpable por mi egoísmo al impedir que fuera feliz con otra mujer.
—Miranda, perdona, pero debo colgar.
Estaba entonces en un laberinto emocional, donde la alegría y la culpa se me aparecieron por cualquier camino que tomarse para salir. Una parte de mí se emocionó por saber que Axel me seguía amando, y la otra se sintió culpable por impedir que fuera feliz con alguien más. Fui egoísta y hasta me arrepentí de haberlo llamado, pero no dejé que esa idea me entristeciese e intenté varias veces comunicarme con él con la intención de disculparme.
♦♦♦
Con el paso de un mes, tomó la decisión de vender mi casa en la playa y la academia de arte. ¿La razón? Pues estaba dispuesta a volver a Ciudad Esperanza con tal de reencontrarme con el amor de mi vida y luchar junto a él en la segunda oportunidad que nos merecíamos.
Vender la casa me llevó poco más de un mes, y llegar a un acuerdo con mis colegas para la venta de la academia, menos de una semana. Hicieron falta dos reuniones para acordar un precio que nos conviniese a todos.
En cuanto a la casa, requerí de los servicios de una inmobiliaria con tal de venderla lo más rápido posible, razón por la cual obtuve un quince por ciento menos del valor que establecimos.
Durante ese período de tiempo, también me reuní con mamá y con mi tía Alma, a quienes no les agradó la idea de que volviese a Ciudad Esperanza, y menos cuando mi principal objetivo era reencontrarme con Axel.
—No puede ser que, a estas alturas, todavía sigas pensando en ese muchacho —reclamó mamá.
—Ay, mamá, por amor a Dios... Tú hubieras hecho exactamente lo mismo si papá estuviese vivo —repliqué.
—¿Qué opinas, alma?—le preguntó mamá indignada a mi tía—, dejarlo todo por un hombre como si no hubiera más hombres que valgan la pena.
—No sé qué opinar al respecto —respondió mi tía—, pero si ella lo sigue amando, no podemos impedirle que se reencuentre con él.
— ¿Qué pasaría si Axel hasta ya se casó? —preguntó mamá con persistente indignación.
—Axel sigue siendo soltero —respondí con total seguridad.
— ¿Cómo lo sabes? —insistió.
—Porque hablé con él —revelé, aunque sin decir cuándo, pues había pasado más de un mes desde la última vez.
Mamá masajeó sus sienes para reencontrarse con la calma, y tras varios suspiros, se calmó un poco y me miró con el ceño fruncido.
—¿Sabes qué, Ana? No estoy de acuerdo con que te vayas, pero no quiero discutir más al respecto y que te alejes de mí en malos términos… Voy a apoyarte en esta loca idea tuya.
—¡Gracias mamá! —exclamé emocionada.
La abracé a ella y luego a mi tía Alma por no ponerse en mi contra y les aseguré que, una vez que me reencontrase con Axel y me asegurase de nuestra posible reconciliación, las llamaría para darles la buena noticia. Mamá no se contentó con mis palabras, pues pareció que me sumía en una fantasía.
Mi tía Alma, en cambio, me deseó mucha suerte en lo que me estaba proponiendo.
♦♦♦
Días después, esperaba mi vuelo a Ciudad Esperanza en el Aeropuerto Internacional de Nueva París, emocionada y un tanto desesperada por querer reencontrarme con Axel.
Era apenas un vuelo de una hora. Llevaba una maleta con mi ropa, una cartera de mano con mis tarjetas de crédito y mi carnet de identificación, y un poco de dinero en efectivo en el bolsillo de mi chaqueta.
Mamá y mi tía Alma me desearon un buen viaje y suerte a la hora de mi reencuentro con Axel, a quien no le había dicho nada de mi retorno a modo de sorpresa.
Mi corazón se aceleró de la emoción cuando anunciaron mi vuelo, y en mi mente, repasaba mis aviones para establecerme en Ciudad Esperanza, pues eran las seis de la tarde y opté por quedarme en un hotel hasta el día siguiente, en el que tenía planeado. Llamar a Axel para reencontrarnos en el Parque del Centro.