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51.35% Resiliencia / Chapter 18: Capítulo 18: El amigo de mi abuelo

Capítulo 18: Capítulo 18: El amigo de mi abuelo

Tal como tenía planeado, el día se me hizo corto. Arreglé la ventana, la reja y organicé lo que me servía, lo demás lo dejé en bolsas de basura. Entrené con el cuerpo cansado, me duché y sin darme cuenta, caí en la cama.

Dentro del día me llegó el esperado mensaje del señor Philip, diciendo que mi cuenta ya estaba habilitada y que tenía que ir a buscar la tarjeta.

El día sábado amaneció nublado. Por primera vez dentro de la semana, el cielo estaba tapado en su totalidad y la neblina dejaba un frío en el que uno se veía obligado a abrigarse.

Mi cuerpo amaneció más cansado que nunca, me sentía molido. Me vestí con una polera blanca larga, sobre esta un polerón amplio que daba la ilusión bien estética de que tenía una polera sobre un chaleco. Unos pantalones cargo negros amplios en la zona inferior y unas Air Jordan retro 1, que no sabía si eran originales.

Justo antes de salir, mi celular comenzó a vibrar repetitivamente.

—"Hey Absalón, ¿Qué tal?"

—"¿Podrías pasar a buscarme y acompañarme al centro luego de salir de las clases de recuperación?"

—"Quería hablarte de una fiesta a la que me invitaron, para que tú también vayas."

—"Si no puedes, me dices."

—"También era para ver si me ayudabas con un problema que tengo, pero esto no puedo contártelo por mensajes."

Era Niel.

—"Está bien, ¿A qué hora terminan tus clases?" —pregunté.

Su respuesta fue inmediata:

—"A las 12:30 A.M."

No encontré necesario reiterar que iba a estar ahí, así que guardé el celular y me dirigí a Las Tacas. Llegué a la casa del señor Philip quien me estaba esperando en la entrada.

—Buen día señor Philip. ¿Cómo se encuentra?

—Buen día hijo. Aun un poco conmovido por la noticia, pero bien ¿Y tú?

—Supongo que igual.

Un silencio incomodo salió a flote y sabiendo que el señor Philip tenía algo que hablar decidí mantenerme callado.

—Por favor vamos a la terraza, para conversar en un lugar cómodo.

Un poco afectado por la incomodidad, el Señor Philip entró de inmediato. Subimos por las escaleras con las palomas blancas saliendo de la pared. Era una escena que no me cansaría de ver. Mientras subíamos traté de encontrar a Melaine, no se veía más que unas sirvientas y mayordomos arreglando la casa. Pasando de un lado a otro, tal como si prepararan un evento de gran índole.

—Es para el cumpleaños de mi nieta —mencionó al ver que estaba distraído por el movimiento.

—Ya veo. ¿Cuántos años cumple? —pregunté con verdadera curiosidad.

—Si te soy sincero —sonrió —. No lo recuerdo bien.

Dejé de preguntar sobre ella para que no insinuara nada. Al llegar a la terraza, la brisa del mar me hizo sentir a gusto, era increíble como un cambio de ambiente en una misma casa, podía generar tan diferentes sensaciones. Me senté en el sillón individual. Mientras el Señor Philip abría una botella de Whisky Chivas Regal y lo servía en su vaso, decidí comenzar con la primera pregunta.

—Disculpe que le pregunte esto. Pero, ¿cómo conoció a mi abuelo?

Sin exagerar, traté de sonar desgarrador.

Dejó de servir, cerró el Whisky, bebió un sorbo para ceder.

—Si mal no recuerdo, la primera vez que tuvimos la oportunidad de hablar fue en el colegio, él era un año menor que yo.

—¿Se conocían desde el colegio? —pregunté con verdadera sorpresa.

—Exacto, en esos días los cursos solo llegaban a los 4 niveles. Él iba en el tercero y yo en el cuarto. Nos conocimos en la academia de Economía y Administración. Él tenía demasiadas buenas ideas e incluso ganó un concurso regional sobre negocios del futuro. Le dieron un premio de $500.000 pesos que compartió indiferentemente entre los siete chicos de la academia. Era un hombre demasiado amable y honrado. Si no fuera porque mi familia hizo que me retirara a estudiar a Europa, hubiéramos sido como hermanos.

—Europa —dije casi para mí mismo.

—Así es. La familia de mi padre es de Inglaterra. El conoció a mi madre en Santiago y se asentaron en La Serena. Como resultado siempre viajo a visitar a mi familia de Europa —se detuvo para no perder lo principal—. Gracias a ellos estudié en la London School of Economics. Luego de terminar mis estudios volví a La Serena, ya que me encantaba y era el lugar propicio para mis ideas. De a poco comencé a utilizar lo que aprendí y luego de un par de años, logré hacer realidad el puerto "Tercer Mileno" de Coquimbo.

Eso explica de dónde obtiene tanto dinero. El puerto es muy conocido y admirado por su grandeza, ya que nadie creía que un puerto de tales características podría convivir con el medioambiente. Terminó sorprendiendo a todos con sus embarcaciones a base de energía eléctrica, dejado de lado la contaminación por combustibles fósiles y la contaminación sonora. E incluso impulsando nuevos proyectos económicos de ayuda a la fauna marítima. Por lo que he escuchado, muchos dicen que fue gracias a ese puerto que la economía del norte de Chile se amplifico exponencialmente. A través de este, gran parte de las mercancías naturales de Latinoamérica se dirigían a casi toda Asia, Estados Unidos, Panamá y a gran parte de Europa. Así mismo, productos que ingresaban al país, llegaban por el mismo puerto.

—Entonces me reencontré con tu abuelo, el comenzó trabajando como secretario y administrador del puerto, llegaron comentarios mencionando lo sensacional de su trabajo, yo aun sin saber que era él mismo Fernando Salieri que conocía de antes. Un día, en una de mis visitas al puerto, tuvimos una reunión en la que nos reencontramos. Desde entonces charlábamos de un sinfín de temas, de cómo habíamos avanzado con nuestras familias —se tomó un momento y un poco melancólico por los recuerdos, continuo apenas—. De lo rápido que pasaba el tiempo y de cuáles serían nuestros siguientes pasos.

No pudo continuar, se trababa por tragar su propia pena, me sentí ante sus palabras. Bebió un trago para calmarse, pero esto no lo ayudó.

—Ya veo, se volvieron buenos amigos. Mi abuelo siempre contaba sus historias y como fue capaz de pasar de cero a tener todo lo que tuvo, siempre orgulloso de los que lo ayudaron y compartieron sus penas y triunfos.

—Jeje. Ese viejo siempre fue demasiado humilde, sin dudas ese era su don. Ahora que lo pienso, nunca le agradecí, y eso me duele, ya que gran parte de lo que tengo se lo debo a él.

—¿A mi abuelo?

—Exactamente, en parte si no fuera por él, no podría haber salido de los problemas legales. Él, literalmente salvó el puerto que tanto esfuerzo me tomó, es por eso que siempre lo consideré un socio. Al final decidió retirarse a vivir una vida simple. Sin más problemas ni pensamientos de negocios, aun lo admiro por eso, yo no podría —volvió a pausarse, tomó lo último que tenía en el vaso—. Aún tengo miedo de perderlo todo.

Me observó con tristeza. Sus sentimientos eran verdaderos. Supongo que es algo normal al tener esa edad, saber que no puedes retroceder el tiempo y que el mundo sigue girado contigo o no, debe ser cada vez más aterrador.

—Yo la verdad también tengo miedo, siempre le temí a la muerte, e incluso diría que ahora me aterra como nunca.

—Chico, eres igual a tu abuelo, tienes un corazón noble. Me alegra que hayas sacado sus genes —se levantó del sillón y extendió algo que sacó de su bolsillo—. Perdón que te haya molestado con esa escena, este viejo está muy sentimental últimamente.

—Lo entiendo —recibí con demora la tarjeta de débito—. Gracias. No sé cómo agradecerle.

—No te preocupes, como ya te dije, le debía mucho a tu abuelo. Esta es mi remuneración.

—Nuevamente. Muchas gracias —incliné mi cabeza reconociéndolo.

—Si me disculpas, tengo un par de cosas que atender. Pero la conversación fue gratificante.

—Para mí también fue agradable.

Un apretón de mano cerró la conversación.

Se retiró, dejándome a mi libre albedrio.

Me acerqué a la terraza. No se veía Melaine. Solo gente vestida elegante como pingüinos, yendo de un lado a otro, con distintos tipos de preparaciones.

Tomé el whisky del señor Philip. Bebí un buen sorbo directo de la botella que me hizo estremecer. Lo devolví a la mesa una vez limpio para retirarme.

Llegué a la salida de Las Tacas. Mientras se levantaba la barrera, un vehículo rojo al otro lado del camino se mostraba. Me subí el visor.

Bajó el vidrio y gritó sin detenerse:

—¡Ven a las siete!

Asentí bajando el visor, me dirigí al frente y aceleré la moto para salir disparado.


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