Dylan bajó la luz, se sentó a su lado y luego la acunó en sus brazos —No digas tonterías —dijo mientras presionaba su cabeza contra su pecho—. Duerme ahora.
Savannah levantó la cabeza, mirándolo. La tenue luz suavemente iluminaba su rostro.
Poco a poco, sintió el calor del hombre, y una sensación de seguridad la invadió. Se sonrojó de nuevo y luchó ligeramente en sus brazos —Dylan, puedo dormir sola...— No era una pequeña bebé, ¿por qué acunarla de esta manera?
Su suave cuerpo se movía en sus brazos con un sutil perfume, que quemaba su piel y derretía sus huesos. Su respiración se entrecortó. La pequeña mujer siempre lo impactaba en ese lugar, se diera cuenta o no. Era casi una seducción descarada.