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La noche se acercaba al momento en que la luna ascendía en el cielo. El palacio estaba en silencio, y aparte de algunos guardias, no se encontraba con otras personas.
Abrió la puerta de la alcoba de Morava y la cerró tras de sí. Jadeaba violentamente cuando escuchó la áspera voz de Morava —¿Dónde estabas, torpe? Se suponía que debías ayudarme a cambiarme al camisón de noche.
—¡Princesa! —jadeó, con el rostro ruborizado— ¡Tengo algo muy urgente que decirte!
Morava frunció el ceño y entrecerró los ojos —¿Qué es? —preguntó mientras estudiaba la urgencia en el rostro de Ivy.
—El rey— el rey
—¿Qué pasa con él? —gruñó ella, impaciente.
—Él— él— —Ivy jadeaba mientras se colocaba la mano en el pecho para calmarse— ¡Estaba con una mujer en el patio! —Y entonces relató lo que había visto y escuchado allí.