Clei se encontró en una encrucijada, atrapado entre el pasado y el presente. Deymon, con su mirada severa, lo regañaba como si fuera un niño desobediente. Las palabras de Nat, dulces pero cargadas de veneno, resonaban en su mente.
El orgullo y la herida de su ego se entrelazaban. Clei alzó la vista, enfrentando a Deymon con determinación. "Lo siento, Deymon", dijo, "pero no teníamos modo de saber a qué hora llegarían. Mi horario es exigente, como tú mismo estableciste".
El dolor se reflejó en los ojos de Deymon, y Clei se sintió culpable por herirlo. Pero no podía permitirse ser vulnerable. "Nat no debería haber entrado sin afirmativo ", continuó, "y recuerda que solo Seian e Ida tienen ese privilegio".
Con orgullo y dolor, Clei se alejó, dejando atrás a Deymon y las sombras que lo acosaban. El castillo, lleno de bullicio por la llegada de Asmodeus, parecía un escenario de intrigas y secretos. Y Clei estaba decidido a descubrir la verdad, sin importar las consecuencias.