—No me quedé aquí por mi propia voluntad —intentaba convencer Geena a Marissa pero a estas alturas nadie era de fiar—. ¡Tu marido quería que me quedara aquí! Puedes preguntarle.
—Sabes cómo está mi marido, Geena. Gracias por traerlo de vuelta. Pero no puedo correr riesgos. Su vida corre peligro y no sabíamos quién había intentado matarlo —dijo encogiéndose de hombros.
Por un minuto, pensó que vio dolor reflejado en su cara, pero ahora Marissa no quería tomar riesgos.
No podía permitirse perder a alguien querido para ella. La vida rara vez daba segundas oportunidades, y no quería apostar por eso.
—¿Crees que si fuera una criminal y la asesina, lo habría traído de vuelta? —preguntó Geena, pero luego no podía culpar a Marissa tampoco.
—¡Está bien! —recogió su pequeño bolso de cuero y se lo colgó en el hombro—. Saluda a Rafael. Dile que me fui porque mi empleador me llamó para un turno de veinticuatro horas.
Después de que se fue, Marissa no sabía qué sentir.