—¿A qué te refieres? —miré a Lucius con confusión—. ¿Qué mal podrían desearles a unas niñas de tres años y a mí?
—No tengo idea, Selene —suspiró él—. Pero estoy averiguando. Y mantendré a ti y a las niñas... —hizo una mueca y se llevó la mano al pecho, tambaleándose hacia el sofá de la habitación.
Corrí hacia él inmediatamente, arrastrando mi suero conmigo. —¿Estás bien? —pregunté, colocando mi mano en su frente.
Estaba ardiendo de fiebre y sus ojos se estaban volviendo verdes lentamente, señal de agotamiento y que estaba enfermo.
—No estás bien, Xavier —me levanté inmediatamente, cojeando hacia la puerta—. Voy a buscar a los médicos o algo, necesitas ser ingresado.
—No —él extendió la mano para detenerme de inmediato—. Ningún médico puede arreglar esto. Solo necesito mi inyección de artemisa y me sentiré mejor —jadeó, aún agarrándose del pecho.
Me quedé helada y me volví para enfrentarlo. —¿Tú también te pones inyecciones de artemisa? —pregunté.