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Al día siguiente, Kaizen aún tenía que pensar detenidamente a quién invitaría a unirse a su gremio, y como tenía que reponer el stock de su tienda, pasó parte de la mañana forjando.
Kaizen se encontraba en su estrecha forja, un espacio atestado de herramientas, materiales y partes sin terminar. La suave luz del sol matutino se filtraba a través de una pequeña ventana, iluminando la habitación, pero la mayor parte de la luz provenía del calor del horno. Llevaba puesto un delantal de cuero desgastado y guantes resistentes, con una expresión de concentración en su rostro mientras sostenía firmemente el martillo en sus manos.
El hierro brillaba en el fuego, las llamas danzaban a su alrededor, pareciendo obedecer su voluntad, porque podía controlarlas perfectamente. Con un movimiento ágil, Kaizen retiró el metal de la fragua, colocándolo cuidadosamente sobre el yunque. Sus ojos escrutaban cada detalle de la pieza que estaba creando, una espada corta.