Cuando le volvió la visión a Astaroth, estaba de pie en un jardín, con bellos árboles llenos de hojas púrpuras. La mampostería del jardín era de un blanco lechoso prístino, la tierra negra en las jardineras rica en nutrientes y vida.
Mirando alrededor, notó la oscuridad que rodeaba los bordes del jardín. Podía ver estrellas en la distancia, así como encima.
La curiosidad lo invadió mientras caminaba hacia el final del sendero detrás de él, llegando a un abrupto final a unos cientos de metros. Y frente a él, la gran nada.
El espacio, adondequiera que sus ojos se posasen, lleno de estrellas y rocas voladoras distantes.
—Es hermoso, ¿verdad? —preguntó una voz a sus espaldas.
Astaroth casi sufre un ataque cardíaco, girando en un instante, listo para luchar. Pero fue entonces cuando se dio cuenta.