Dentro de una habitación tenue, se desenvolvía una escena brutal.
Un hombre estaba suspendido en la pared, sujetado con cadenas, su figura completamente maltratada. En ese momento estaba desnudo, y cada centímetro de su cuerpo había sido brutalmente amoratado, completamente marcado por señales rojas de sangre.
Su rostro estaba lleno de mocos y mucosidad mientras las lágrimas caían libremente de sus ojos.
—Por favor, joven señorita, lo siento mucho —el hombre suplicaba en tono desesperado, aunque conocía a su torturadora lo suficiente como para no esperar misericordia, aún rogaba pues su vida dependía de ello.
Sus súplicas fueron recibidas con un silencio frío como piedra durante unos momentos, una avalancha de lágrimas brotando de los ojos del hombre al conteo regresivo de cada segundo.
Su boca temblaba y tiritaba mucho mientras su mirada se encontraba con los helados ojos de amatista de su torturadora, su vejiga se vació de inmediato al orinarse encima.